—No me importa cuántas maldiciones añadas mientras me des las respuestas correctas —afirmó Alfa Denzel con firmeza, mientras la diosa de la luna preguntaba con impaciencia:
— ¿Cuáles son?
—¿Qué estabas haciendo en mi manada? ¿Y por qué puedes verme en cualquier momento cuando yo recibo un castigo por invocarte? —Sus brazos permanecían cruzados sobre su pecho, destacando su falta de pánico por atreverse a bromear con la diosa de la luna.
Había un gran contraste entre esta y la que aparecía en su manada.
La diosa de la luna siempre estaba impaciente con él, y sus respuestas a veces eran difíciles de entender. Tampoco le hacía avances descarados.
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