"Vivir", palabra que, siendo tan corta, traía consigo tantas cosas... La vida es un concepto tan amplio, y contar todo lo que puede suceder en ella es imposible. El día a día, todos esos sucesos que quizás podrían o no pasar de un momento a otro. En pocas palabras, el hecho de llegar a este mundo y tener la oportunidad de vivir es un volcán de sucesos que se compara a subir a una enorme montaña rusa sin saber cómo afectará. El obstáculo más grande será tu propia mente, pues será esta la que te llevará a cuestionar; y por difícil que suene, pasaremos toda nuestra existencia buscando el significado. ¿El por qué existimos? ¿Y cuál es nuestro lugar? Si solo formamos parte del desastre cósmico que algún idiota decidió escupir. Y al reaccionar, ya será tarde para saber que en el momento en que empiezas a tener todos esos pensamientos, estarás realmente jodido, pues será en ese instante donde verás todos los buenos y malos momentos de tu vida pasar.
Como justo ahora, que veo desde el altar al amor de mi vida, a punto de decir que sí al compromiso eterno por el que luché, lloré, sufrí, sonreí, amé y seguiré luchando por el resto de mi vida. Pero creo que me estoy adelantando un poco —por no decir que mucho— para poder hacerles entender cómo fue que caí en el dilema de pensar en el significado de la vida; Tengo que empezar a contarles mi historia desde el principio. Jummm… ¿Cómo debería iniciar? ¡Oh! Ya sé: me presentaré primero… Yo soy Adelaida Belfegor, y sí, antes de que me pregunten y lo digan: sí, soy un demonio. Y más que eso, soy la descendiente del linaje del mismísimo príncipe del Averno Belfegor —o señor de las moscas, como prefieran decirle—. Lo que significa que soy algo así como una princesa perteneciente a la realeza del Inframundo; Específicamente a una de las familias más poderosas que ha existido y protagonista de un desastre tras otro, quien traería un cambio drástico en la vida de todos. Después me entenderán.
Siguiendo con mi historia: soy una princesa y heredera al trono del reino de Belfegor; Supongo que eso abarca todo. Aunque no siempre había sido así y vivía con total ignorancia de que la sangre que corría por mis venas me traería tantos problemas y nuevas aventuras. Entonces, volviendo a cómo es que llegué al dilema de pensar en mi existencia: pasaron muchas cosas. Experimenté la peor montaña rusa en un "parque de diversiones" que representaría mi vida; y como me considero amable, les contaré todo desde el principio.
Sean bienvenidos a la historia más complicada que han llegado a escuchar. Apartemos por ahora el presente y vayamos al pasado aproximadamente unos 100 mil años atrás desde mi nacimiento… Esta es una historia bastante vieja; tan antigua como el comienzo mismo de la existencia. Para que entiendan en qué tipo de mundo vivo, hay que empezar desde ahí: desde la creación de este mundo, que sí, no es el mismo que el tuyo o aquel que hace unos años podría considerar mío también —o eso creo—. Recuerdo que en una vida pasada —algo distante— era una joven normal; vivía en alguna ciudad de algún gran continente o algo así; siendo estudiante y gran fanática de los libros y las actividades al aire libre, empecé a sufrir una enfermedad que me llevó a la muerte en esa vida.
Y cuando abrí los ojos nuevamente con mis recuerdos intactos no imaginaba lo que estaba a punto de pasar. Pero dejemos de hablar de mí; Ahora sí empecemos. Como decía: el origen de este mundo se remonta a unos cien mil años atrás cuando solo había un vacío infinito en la nada apareció un ser; Ese sería el verdadero inicio de la creación de la vida y la muerte. Por mucho tiempo vagó por el espacio pensando en la razón de su existencia; porque había aparecido solo en esa nada infinita —siempre miraba a lo lejos solo veía la soledad que lo rodeaba—. Así cansado de eso, sucumbió ante la desesperación e ignorante del gran poder en sus manos; las lágrimas brotaban de sus ojos y después de pasar un siglo en llanto se formó un gran río que iba dejando a su paso un sinfín de objetos y seres nuevos: ¡la vida se había empezado a repartir!
Algunos de los seres más importantes fueron aquellos que fueron dotados de inteligencia y los primeros en nacer. Se conocieron como los primogénitos del dios creador, quienes consolaron y detuvieron la gran agonía del dios padre, el cual había drenado gran parte de su energía al esparcir la vida por el universo. Cayendo en un sueño letárgico, después de darle un nombre a ambos, cerró sus ojos con una sonrisa al saber que ya no se encontraba solo. Así fue que nacieron Demetius y Nareteus, quienes fueron los encargados de poner la vida en orden, terminando de otorgar nombre y sitio a cada uno de sus hermanos menores y protegiendo uno al lado del otro a su padre en su descanso, esperando que algún día. , en algún momento, él se levantara de su sueño y disfrutara del gran lugar que ellos habían organizado para él.
El reinado de estos dioses duró mucho tiempo, y durante ese período pasaron muchísimas cosas. La vida se desarrolló y, por lo tanto, la muerte empezó a surgir; los sentimientos comenzaron a gobernar a los dioses inferiores y la envidia y el recelo también apareció. Algunos trataron de usurpar el puesto de Demetius y Nareteus, fallando en sus intenciones y siendo reprendidos de forma dura, exiliando a todos aquellos que trajeran caos al universo. Así nacieron los dioses oscuros: seres llenos de sentimientos de envidia y celos por el poder de sus mayores; Los rebeldes a obedecer y respetar la vida, se encargarían de llevar oscuridad y destrucción ante el menor descuido. Los principales de estos fueron Dasthian, Ghoter, Famishia y Jhosetheus, quienes juraron venganza y arremeter contra toda la creación eliminando todo.
Pero no todo fue malo; El amor también surgió. En la lucha, Nareteus se enamoró de una de sus hermanas: Shifilis, diosa del cosmos y de gran temperamento. Llamó la atención del dios con su habilidad y poder para manejar el tiempo; este, en contra del consejo de su hermano, abandonó su lugar y cortejó a la diosa hasta conseguir que esta se entregara a él. Aunque esto creó una brecha entre los hermanos, el testarudo Demetius acepto a la diosa como pareja de Nareteus, consolidando así a Shifilis como esposa y compañera del dios del tiempo. De este emparejamiento nació un par de gemelas: Ghotenis y Harimis, la encarnación del día y la noche.
Y así pasaron varios siglos más; la paz reinaba. Aunque Demetius gobernó con mano dura, nadie más se atrevió a levantarse en contra de él… hasta el caótico día en que Shifilis había estado discutiendo con Nareteus. Contrario a las promesas hechas por él mismo, continuaba siendo infiel; ella ya había perdonado ocasionalmente pues lo amaba y no quería alejarse de él. Pero su paciencia había llegado a su cúspide cuando la diosa de la luz, Diameti —su hermana y mejor amiga— traicionó su confianza al dar a luz a un hijo de Nareteus a escondidas de ella; esto acabó con la cordura de la diosa.
Desesperada por dejar a Nareteus, acudió por ayuda a Demetius pidiendo que alejara a ella ya sus hijas para no volver a verlo. Lo que no esperaba Shifilis era la reacción del dios Demetius. Conocido por no favorecer a nadie, por primera vez lo hizo; pero tras unas cuantas condiciones que para la diosa se convertirían en la mayor de sus tragedias. Para librarse de sus ataduras con Nareteus tendría que abandonar el plano celestial sin poder volver jamás a pisar sus suelos; viviría como un ente exterior perdiendo su voluntad y solo existiendo bajo el control del dios del espacio: Demetius.
Sin pensarlo mucho, los shifilis aceptaron sin titubear dejando como única condición que sus hijas fueran excluidas del castigo; debían existir libremente sin ataduras. Y así sucedió: para cuando Nareteus se dio cuenta del trato ya era demasiado tarde; la conciencia de Shifilis había desaparecido quedando suspendida dentro de un profundo sueño donde Demetius era el único con el poder para acceder —con intenciones ocultas bajo un acto piadoso—.
Como consecuencia, aquella fue la primera vez que los dioses discutieron convirtiéndose en un caos: Nareteus recuperar quería a su esposa mientras Demetius no daba su brazo a torcer. Pasaron años donde la disputa no se detuvo; por primera vez en la historia de los dioses el espacio-tiempo se quebrantó y el reino celestial se dividió en dos. Ambos eran conscientes de sus obligaciones hacia su padre; separaron el reino porque si seguían así podrían romper el equilibrio. Por tanto, acordaron mutuamente permitir que Nareteus viera a sus hijas pero jamás tocaría nuevamente a Shifilis —cosa que fue aceptada a regañadientes por Nareteus—.
Por otro lado, el resto de los dioses también se dividieron: unos siguieron al dios del espacio mientras otros siguieron al dios del tiempo. Esto hizo que el avance constante durante siglos se detuviera abruptamente retrasando así el desarrollo de la vida. Y tras telones las intenciones maliciosas de algunos dioses que habían prometido venganza salieron a la luz: un ataque por parte de los dioses corruptos —o así llamados por Demetius— trajo desastre sobre la creación; Fue esa época conocida como "el siglo oscuro" en la sagrada era de los dioses.
Por ego o algo más que orgullo, Nareteus y Demetius se negaron a volver a unir fuerzas luchando cada uno por su lado quebrantando así cada vez más al universo… Pero aunque esos tiempos eran un desastre tras otro —y el poder tanto de Demetius como Narateus Llegó casi agotarse completamente—para suerte de todos terminó el letárgico sueño del dios creador: el señor y amo de todo despertó. Tras expiar las acciones cometidas por los dioses corruptos restableció el orden; decepcionado por las decisiones tomadas por sus dos hijos los castigó destinándolos a vivir unidos por toda la eternidad convirtiéndolos en un solo ser.
Como en toda leyenda, siempre hay algo de verdad, y en esta la mayoría de lo que se cuenta es cierto. Al volver todo a su lugar, un secreto bien escondido por Demetius salió a la luz: el dios se había enamorado de la diosa Shifilis. Por un desliz durante los años de sueño de la diosa, este la despertó y, después de cortejar a la esposa de su hermano, la llevó a vivir a un lugar donde solo existía un espacio vacío al que solo él podía entrar. Del fruto de su amor nacieron dos dioses; nadie sabía de ellos, vivían completamente aislados: Ahisha, diosa de la Vía Láctea, y Shilio, dios de la armonía. Ambos, junto a la diosa Shifilis, permanecieron intactos durante el siglo oscuro. Ante la desaparición de Demetius, el poder de la diosa se expandió, repartiendo nuevamente vida en el espacio.
Los tres fueron llamados por el dios creador y, al volverse parte del reino celestial, contribuyeron a su reconstrucción. Por otro lado, Demetius y Nareteus —ahora unidos bajo el nombre de Cromos— rodeaban todo el espacio como guardianes del cosmos, convirtiéndose en parte del todo. Después de que todo esto sucediera y la paz y el orden reinaran nuevamente, los descendientes de Ahisha y Shilio fueron las nuevas deidades encargadas de desarrollar sus mundos.
Una de ellas fue Ghea, hija de Ahisha y Dasthian —dios de la oscuridad— quien más adelante sería acosada y abusada por su gran belleza por parte de su tío: Quitian, el dios de la sabiduría. Producto de los constantes abusos hacia Ghea nacieron tres entes: Gehaoteo, Mirileti y Materiu. Por temor a perder a Ghea, Quitian sometió a los tres hermanos obligándolos a vivir dentro del cuerpo de su madre justo después de nacer; ella retuvo a sus hijos para protegerlos del peligro que representaba Quitian.
Con el tiempo, Ghea aceptó estar con Quitian con la condición de liberar a sus hijos; sin embargo, esta condición no fue aceptada antes de ser obligada nuevamente a estar con él. Después de dar a luz a su último hijo y cansada del sufrimiento que le causaba tener que ocultar a sus hijos al nacer, acudió a su madre para confesarle lo que había estado pasando. Ahisha —por amor a su hija y sin poder hacer nada contra su hermano— quien contaba con la protección de Diametis se encargó de criar al último hijo de Ghea: Sintio. Dotado con gran fuerza y espléndida belleza se convirtió en el dios del sol y sería quien liberaría a sus hermanos y madre del dominio opresor de Quitian.
Derrotando al dios en una batalla épica por fuerza, Sintio ganó la gracia de Shifilis; bajo su protección y la del abuelo Dasthian logró hacer que Quitian no volviera más al reino celestial donde se confinó en la biblioteca de la sabiduría eterna como su guardián. Ghea liberó finalmente a sus hijos dejándolos vivir cubriéndola; pues el agotamiento había acabado con su fuerza y vitalidad entregándose a ellos y compartiendo el poco poder divino que le quedaba.
Gehaoteo, Mirileti, Materiu, Ocean y Nasmin —quienes habían permanecido dentro de ella— agradecidos con Sintio decidieron acompañar fielmente al dios del sol. Sin embargo Seralitio —el penúltimo hijo de Ghea y dios de las tinieblas— se negaba a obedecer a sus hermanos; aunque estaba agradecido no le parecía justo someterse ante alguien que no había sufrido tanto como él. Sintio no tomó esta oposición como algo positivo; no quería fomentar una rebelión contra su autoridad ni alentar a sus hermanos hacia lo mismo.
Así fue como mediante un duelo que duró diez días derrotó por poco a Seralitio —quien era considerado uno de los más fuertes— siendo desterrado del cielo y confinado a vivir como el dios de las tinieblas y artes oscuras. Y amo y señor del inframundo. Pero en vez de tomarlo como un castigo aceptó su derrota e hizo propias las artes oscuras advirtiendo a sus hermanos sobre las consecuencias que traería un futuro gobernado por Sintio; se destinó entonces a gobernar sobre el inframundo donde su poder se convertiría en un problema para Sintio mas adelante.
Pasado esto, Sintio se volvió el gobernante de la luz; contradictoriamente mantenía enemistad con Diametis. El cielo se convirtió en su reino mientras Nasmin —la diosa de la prosperidad— asumía el papel de reina. Por otro lado Gehaoteo decidió mantenerse alejado del conflicto entre poderes tras las batallas entre sus hermanos; optó por cuidar a su madre dándole vida al espíritu natural convirtiendo al mundo en un lugar habitable.
Mirileti permaneció en el cielo junto con sus hermanos tejiendo los hilos que guiarían los destinos mortales; Ocean se unió también a Gehaoteo convirtiendo su cuerpo en agua para cubrir el mundo como gobernante sobre las profundidades marinas. Materiu; como diosa lunar, bajo mandato de sintió, se dedico al estudio de las criaturas vivientes que fueron naciendo mas adelante, saliendo por las noches a placearse sobre la tierra iluminando las noches frías.
En el cielo aparecieron ángeles como Lucifer, Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel; eran algunos de los hijos de Sintio y Nasmin: fuertes seres y guerreros celestiales. En la tierra comenzaron también aparecerán otros seres utilizando los restos dejados tras las batallas entre Sintio y Seralitio: fragmentos convertidos en almas nuevas criaturas de cuentos como animales, enanos gigantescos, hadas o humanos quienes serían gobernados por espíritus fragmentos del mismo poder divino otorgado por Gehaoteo.
Mientras tanto bajo tierra o más allá del mundo superficial estaba Seralitio quien desde lo recóndito tomó control sobre abismos creando espíritus oscuros: criaturas despiadadas formadas por energía negativa surgidas durante aquel siglo vacío dejado por los dioses, buscando pertenencia; Seralitio les ofreció hogar.
Sintio prohibió cualquier mezcla entre reinos manteniendo intervención divina mínima sobre la tierra y convirtiendo en regla absoluta el aislamiento del inframundo para así mantener el control absoluto de los sobre reinos.
Sin tener en cuenta que tras telones luego de la guerra Seralitio trajo desde lo recóndito universo, tras pactar con su abuelo, a los demonios: hijos de la oscuridad, que le permitieron restringir influencia alguna de Sintio hacia el inframundo. Gracias a la fuerte carga negativa, restringieron desde dentro, la libre entrada al inframundo, dando autoridad absoluta a Seralitio: quien impedía que la influencia de su hermano tuviera libre paso a su reino, provocando en el proceso la furia y enojo del rey dioses.
Ante tal situación, fue inhabilitado de poseer algún control sobre el inframundo, dejándolo totalmente des comunicado de lo que en ese lugar pasaba. Lucifer como el mejor guerrero de los cielos fue enviado por Sintio para advertir al dios Seralitio, que se abstuviera a cometer algún acto en contra de los cielos o la tierra, o conocería las consecuencias de sus actos.
Y así paso el tiempo, la vida en la tierra ya estaba desarrollándose y evolucionando de manera gloriosa, y gracias al aumento de la población, los dioses del cielo habían ganado poder, debido por las alabanzas recibidas por los mortales.
Sintio, ahora gobernante de la luz y protector del reino celestial, observaba con creciente preocupación las tensiones que surgían entre los mortales. A pesar de sus esfuerzos por mantener la paz y la prosperidad en su dominio, las sombras de la discordia comenzaron a extenderse. Los rumores de calamidades y desgracias se propagaban como fuego en un campo seco, y Sintio sabía que debía actuar rápidamente para preservar su imagen como el dios benevolente.
En lo más profundo de su ser, Sintio comprendía que no podía permitir que su hermano Seralitio se interpusiera en su camino. La influencia del dios de las tinieblas sobre el inframundo era poderosa; sus criaturas oscuras eran temidas y respetadas, pero también eran vistas como chivos expiatorios perfectos para cualquier mal que ocurriera en el mundo superior. Sintio decidió aprovechar esta percepción.
Con astucia, comenzó a difundir rumores entre los mortales: historias sobre cómo las almas perdidas en el inframundo estaban detrás de cada calamidad. Las sequías, la hambruna y las enfermedades fueron atribuidas a la maldad de Seralitio y sus demonios. Sintio se presentó ante los mortales como su salvador, prometiendo protegerlos de las fuerzas oscuras que acechaban desde las profundidades.
Mientras tanto, Seralitio, ajeno a los planos de su hermano, continuaba gobernando sobre el inframundo con un enfoque más comprensivo hacia sus criaturas. Intentaba enseñarles que no eran inherentemente malvados; simplemente habían sido creados en un tiempo oscuro y necesitaban encontrar su lugar en el mundo. Sin embargo, cada intento de reconciliación era desvirtuado por los rumores esparcidos por Sintio.
Sintio usó a sus ángeles como mensajeros para propagar aún más estas historias. Les ordenaron que visitaran a los mortales y les hablaran del peligro inminente que representaba a Seralitio. "El inframundo está lleno de seres malignos", decían. "Debemos unirnos contra ellos antes de que sea demasiado tarde". Así fue como logró crear una imagen distorsionada de su hermano ante los ojos del mundo.
A medida que pasaba el tiempo, la tensión crecía entre los reinos celestiales y oscuros. Los mortales comenzaron a ver a Seralitio no solo como un dios distante sino como una amenaza real. Sintio se regocijaba al ver cómo su plan tomaba forma; Se había convertido en su hermano en el villano perfecto para desviar la atención de sus propios fracasos.
Sin embargo, lo que Sintio no anticipó fue la resistencia creciente entre aquellos que conocían la verdad sobre Seralitio. Algunos dioses comenzaron a cuestionar las narrativas impuestas por Sintio; recordaban momentos en los cuales Seralitio defendía con fulgor la igualdad entre los reinos y el equilibro de las fuerzas de la luz y la oscuridad, para mantener a salvo la oportunidad de vida que Ghea les había regalado.
Sintio se dio cuenta de que había subestimado tanto a su hermano como al pueblo al que había jurado proteger. La sombra del conflicto se cernía sobre ambos reinos mientras él intentaba consolidar su poder mediante mentiras y manipulaciones. En lo profundo del inframundo, Seralitio sintió el cambio en la atmósfera; Sabía que algo estaba sucediendo pero no podía imaginar cuán lejos había llegado la traición de su hermano.
Pero no tomarían en cuenta el secreto que tras la reciente creación de los seres humanos traería mas adelante.