—¿Qué había desaparecido? —La mente de Angélica solo estaba enfocada en la sensación que recorría su cuerpo. Simplemente lo miraba fijamente. Específicamente su boca.
Como si se diera cuenta de lo que acababa de hacer, soltó su dedo y aclaró su garganta antes de voltearse. Miró hacia abajo, a su plato, antes de sonreír para sí mismo mientras negaba con la cabeza. —¿Qué estoy haciendo? —murmuró.
Ella se preguntó lo mismo. ¿Qué le estaba haciendo él? Debe ser capaz de escuchar su corazón latiendo fuerte y su respiración temblorosa. Debe ser capaz de ver sus mejillas sonrojadas, su cuerpo derritiéndose si no su cerebro derritiéndose. Debe saber cómo la dejó sentirse.
Angélica dejó caer su brazo paralizado de la mesa a su regazo. Dejó ambas manos allí debajo de la mesa.
—Lo que dije esta mañana parece haber tenido el efecto contrario. Incluso te arreglaste —habló en voz baja.
Despacio levantó la mirada hacia la de ella. —Y tu corazón late rápido, pero no es por miedo.
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