Zamiel se retorcía en el suelo, gimiendo de dolor. No se detenía. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que terminara?
Entonces, de repente, dejó de luchar contra él. No quería darle a Razia la satisfacción de verlo sufrir. Simplemente se acostó allí tratando de moverse lo menos posible. Se dijo a sí mismo que pronto estaría todo terminado.
Razia se agachó y luego lo miró donde yacía. No había emoción en sus ojos. Solo vacío.
—No me odies, Zamiel. Solo estoy tratando de ayudar. No estabas haciendo nada con tu vida, así que tenía que hacer algo. Querías sumirte en un sueño profundo, te ayudaré con eso. Si solo durmieras aquí, cualquiera podría entrar y hacerte daño. Así que encontré el lugar perfecto para dormir y esconderte. Un ataúd muy cómodo. No hará frío en su interior. Me aseguré de que esté cálido. Puedes dormir sin preocuparte de nada. Cerraré el ataúd con un hechizo para que nadie pueda abrirlo —explicó.
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