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SEGUNDA SELECCION PARTE 1

A la mañana siguiente, el equipo se reunió en el campo de entrenamiento, donde la realidad de su situación se hizo más evidente con cada ejercicio que realizaban. Mientras sus compañeros delanteros, como Suarez y Danna, parecían tener habilidades físicas ligeramente superiores a las de Killer, él no pudo evitar sentir un golpe de realidad. El entrenamiento, que al principio parecía una oportunidad para mejorar, solo le recordó su posición: el último clasificado, con las peores estadísticas. Ahora entendía por qué había sido asignado al peor distrito, por qué estaba tan abajo en el rango. No solo era el número 600, sino que también carecía de las habilidades físicas que muchos de sus compañeros ya poseían.

La sesión de entrenamiento terminó con la sensación de haber sido más un castigo que un paso hacia la mejora. Todos estaban agotados, pero al menos, pensaban, podrían descansar y reponerse. Sin embargo, la sorpresa vino después.

Al llegar al comedor, se encontraron con que la comida había vuelto a ser la misma de antes: pan duro, agua y unas pocas verduras marchitas. El banquete de la noche anterior parecía una fantasía lejana y olvidada. Los murmullos de descontento comenzaron a elevarse entre los miembros del equipo, mientras otros, más resignados, ya intuían la razón detrás de ese cambio.

—¿Qué rayos pasa aquí? —preguntó Danna, su voz llena de frustración, mientras observaba el plato casi vacío frente a ella.

—Extraño mi camita —comentó Ana, mirando los platos de comida como si estuviera esperando que algo más sucediera.

—Solo fue una noche —respondió Suarez, intentando restarle importancia a la situación.

—No importa, ya me había enamorado. Era el amor de mi vida —murmuró Ana, con una sonrisa amarga mientras tomaba un trozo de pan seco.

—Así que de eso se trata —comentó Jefferson, entre risas nerviosas.

—También lo creo —agregó Alex, rascándose la cabeza mientras observaba el plato con indiferencia.

—¿Saben lo que ocurre? —preguntó Dairo, su tono pensativo mientras analizaba la situación con una mirada inquietante.

—Es algo lógico —respondió Killer, con un tono casi filosófico, pero también lleno de la frustración que le corroía por dentro.

—Somos los peores. ¿Cómo podríamos aspirar a algo así? —dijo David, mirando el plato de pan y el agua con desdén, aunque la aceptación comenzaba a asentarse en su rostro.

Justo en ese momento, la voz de Max resonó en el comedor, cortando cualquier discusión que pudiera haber surgido.

—¡Hola, hola, mocosos! ¿Cómo la están pasando? —Max apareció, como siempre, con su tono despreocupado y una sonrisa burlona en el rostro.

—Ve directo al grano, ¿quieres? —respondió Killer, fastidiado por la aparición del entrenador, sin ganas de perder tiempo con preámbulos.

—Tu siempre tan irritante —dijo Max, riendo levemente antes de dar un paso al frente—. Como se habrán dado cuenta, sus comodidades, su comida y todo ha cambiado. La respuesta es sencilla: solo les di una pequeña muestra de lo que disfrutan los mejores del estrato uno. ¿Quieren gozar de eso? Pues ganen. Aquí comienza la segunda selección.

Los jóvenes intercambiaron miradas confundidas, sin comprender del todo lo que Max quería decir.

—Los equipos que están aquí jugarán un partido. Si ganan, se les otorgarán tres coronas. Si empatan, recibirán una. Si pierden, no ganan ninguna. Los dos equipos con el mayor número de coronas avanzarán. Para los tres equipos restantes, los que tengan el mejor desempeño serán tenidos en cuenta, y la suerte decidirá quiénes avanzan.

La tensión creció en el aire mientras las palabras de Max calaban hondo en los aspirantes. Nadie había considerado que la competencia fuera tan despiadada. Era un juego de coronas, un sistema donde no bastaba con tener talento: había que demostrarlo, y al final, todo dependería de la suerte.

—Bien, con eso claro, me despido. Buena suerte, mocosos —dijo Max, dándoles la espalda mientras se retiraba, dejando a los jóvenes con un sabor amargo en la boca y el peso de la competencia sobre sus hombros.

El comedor volvió a sumirse en el silencio, solo roto por los murmullos nerviosos y las preocupaciones de los chicos. Habían estado viviendo en una burbuja, creyendo que la prueba había terminado, que ya no había más obstáculos por superar. Pero ahora entendían que apenas estaban comenzando. No solo tendrían que enfrentar a sus propios compañeros, sino a otros equipos que, sin duda, estarían luchando con la misma intensidad.

Killer, que se encontraba al margen de la conversación, se quedó mirando su plato vacío. Sentía una presión creciente, un deseo de no ser solo el último clasificado, de no quedar atrapado en esa cadena de mediocridad que parecía devorar a todos los demás. Había algo en su interior que ardía, algo que le decía que no podía detenerse ahí. Tenía que ascender. Tenía que devorar a los rivales, como Max había dicho.

Los otros miembros de su equipo compartían la misma incertidumbre y deseo, aunque en diferentes grados. La comida escasa y las camas desaparecidas eran solo un recordatorio de que las comodidades, la seguridad y el bienestar solo existían para los que realmente demostraban ser los mejores. Ahora sabían que el verdadero desafío apenas comenzaba.

—Tenemos que ganar este partido —dijo Killer, rompiendo el silencio mientras su mirada se volvía más intensa—. No podemos quedarnos atrás.

Todos lo miraron, asintiendo lentamente, comprendiendo lo que estaba en juego. La lucha por la supervivencia había comenzado.

Un holograma proyectado en el aire iluminó la sala con una imagen nítida y fría. La pantalla mostró el nombre y las estadísticas del equipo blanco, su próximo rival. La reunión comenzó inmediatamente después de que la imagen desapareciera, con todos los miembros del equipo rojo reunidos para trazar su estrategia.

El aire estaba cargado de tensión, y la mayoría de los rostros estaban marcados por la determinación. Sabían que ganar no era solo una cuestión de orgullo, sino una necesidad para mantenerse en el torneo. Para algunos, la eliminación significaba el fin de su sueño, mientras que para otros, significaba que nunca volverían a pisar un campo de juego.

—Bueno, ya tenemos claro que solo hay una opción, ¿verdad? —dijo Dairo, con la voz firme—. Debemos ganar.

Los demás asintieron, pero pronto comenzó a surgir una grieta en la planificación. El equipo no estaba dividido en posiciones claras. Los tres defensores, Alex, David y Dairo, solo habían jugado en el carril central, por lo que ninguno estaba completamente preparado para cubrir las bandas. En el mediocampo, las cosas eran menos complicadas, pero el verdadero caos se desató cuando llegaron a la delantera.

—¿Quién se encargará de la banda izquierda? —preguntó Suarez, frunciendo el ceño. —Ninguno de nosotros juega bien por ahí.

Hubo un silencio incómodo. Todos los delanteros miraban al suelo o se cruzaban de brazos, evitando hacer una sugerencia directa. Nadie quería admitir que esa era una debilidad del equipo.

—Vamos, esto no puede ser tan difícil —dijo Danna, intentado aligerar el ambiente—. De alguna forma tenemos que repartirnos las posiciones, o nos veremos como unos tontos en el campo.

A medida que la discusión avanzaba, los ánimos se iban elevando. Algunos insistían en que los defensores debían adaptarse, otros decían que los delanteros debían aprender a cubrir la banda. Los egos chocaban, las voces se alzaban y la estrategia parecía desmoronarse en cuestión de minutos.

—¡Basta! —gritó Killer, cortando la discusión de golpe. Su voz tenía una autoridad que sorprendió a todos. —Vamos a hacer esto de una vez. No tenemos tiempo para pelear.

Sin más preámbulo, Killer organizó un pequeño juego de manos para decidir quién jugaría en qué lugar. Rápidamente, las posiciones se repartieron: Suarez se quedaría en la banda izquierda, Danna tomaría la derecha, y killer, dominaria en centro. Aunque nadie estaba completamente feliz con las decisiones, al menos la discusión había terminado.

La reunión concluyó con la sensación de que, aunque no era la estrategia perfecta, tenían que trabajar con lo que tenían. No había lugar para más dudas. Cada miembro del equipo sabía que su único camino a la victoria era la cooperación.

—¿Y ahora qué? —preguntó Alex, buscando una respuesta que lo tranquilizara.

—Descansar. Mañana es otro día, y el partido no espera a nadie —respondió Killer, decidido a no dejar que el estrés lo venciera. El grupo se dispersó hacia sus respectivas habitaciones, pero Killer, aún con la mente acelerada, no pudo relajarse. Mientras sus compañeros se retiraban, él tenía claro que tenía que prepararse más, entrenar más.

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Horas después, Killer estaba en el campo de entrenamiento, lanzando balones al arco desde diferentes posiciones. Cada tiro era una declaración silenciosa de su determinación. Si quería ser el mejor delantero, no solo necesitaba habilidades físicas, sino también una comprensión profunda del campo, de cada ángulo, de cada movimiento. Su cuerpo ya estaba agotado, pero la necesidad de perfeccionarse lo mantenía en pie.

—Si quiero ser el mejor como delantero, debo dominar el campo. Debo ser capaz de anotar desde cualquier posición —pensó, mientras ajustaba su postura y se preparaba para otro disparo.

El sudor caía por su frente, y las horas pasaban volando. Pero al final, su cuerpo ya no pudo más. Exhausto, con los músculos temblando, decidió que era hora de retirarse.

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Al llegar a las duchas, Killer se encontró con su primo David, quien ya estaba allí. Mientras ambos se limpiaban, la conversación se tornó relajada, casi como si estuvieran de vuelta en casa.

—¿Y cómo la has pasado? —preguntó David, notando el agotamiento en los ojos de Killer.

—Para nada bien —respondió Killer, sin poder ocultar la fatiga en su voz.

—¿Por qué no fuiste con nosotros? Sabes que mami te hubiese aceptado sin problema alguno —comentó David, mientras frotaba su cabello.

—No quería molestarlos. Además, ya es muy difícil alimentarlos, no quería sumar una boca más —dijo Killer, mientras se pasaba la mano por el rostro, notando las cicatrices y moretones que había acumulado.

—Ya veo. Por lo visto, esas cicatrices no son solo de la competencia, ¿eh? Pero te ayudaré en este torneo. Juntos, podemos ser los mejores del mundo —dijo David, con una sonrisa alentadora.

Killer lo miró por un momento, agradecido por las palabras de su primo.

—Gracias. Mañana aplastaremos a ese equipo —respondió Killer, sintiendo una chispa de motivación renovada.

Una vez que ambos terminaron de ducharse, se dirigieron a su habitación. Al entrar, se encontraron con las chicas, y como siempre, los comentarios no tardaron en llegar. Ana y Suarez se sonrojaron al ver a los chicos semi desnudos, y Danna no perdió la oportunidad de hacer bromas que hicieron a todos sentir cierta incomodidad.

—¿Qué tal, chicos? —preguntó Danna, provocando una risa nerviosa entre los muchachos.

La noche continuó entre risas, comentarios vergonzosos y burlas amistosas, pero Killer no podía dejar de pensar en lo que le esperaba al día siguiente. El encuentro era solo un par de horas de distancia. No podía permitirse distraerse.

Mientras todos se acomodaban en sus camas, Killer se quedó mirando el techo, perdido en sus pensamientos. El recuerdo de su proceso de selección, la energía extraña que había sentido, el aura que había experimentado y la pequeña lesión en sus piernas, todo eso rondaba en su mente.

—¿Qué fue eso? —pensó, mientras cerraba los ojos, intentando encontrar respuesta a la sensación que lo había invadido en ese momento crítico.

Finalmente, la tensión lo venció, y se quedó dormido con la incertidumbre de lo que el torneo y el futuro le deparaban. Mañana, todo cambiaría.