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PRIMERA SELECCION PARTE 2

-¿Es real lo que está diciendo?-

-Actualmente sus habilidades son patéticas, pero claro, todos tienen potencial, para convertirse en grandes Guerreros, sus habilidades de juego mejorarán y a medida que avances se les abrirá campo como protagonistas en este torneo- Hana.

-Esto es increíble-

-¿Cómo podemos confiar en ti?-

-Sí, quiero ver a alguien respetable y de confiar-

-Yo jamás la he visto-

-¿Qué piensan hacer realmente?

-Si esto es sospechoso- Ordoñez.

-Cállense malditos niños, bien, asumo que te creo, esto sería una inversión realmente grande ¿Qué ganarían ustedes? Ya que nada en esta vida es gratis- Killer.

-Sabía que eras astuto chico, me presento mi nombre es Clark, soy como muchos sabrán el dueño del equipo de Real Múnich-

-¿Es él? Increíble- Ordoñez.

-Bien para responder a tu pregunta, es simple, ocho de los Guerreros me pertenecerán, y por diez años, sus vidas, sus relaciones serán de mi pertenencia, yo armare y destruiré su vida a mi placer como pago por convertirlos en los mejores del mundo- Clark.

-Está loco-

-Váyase a la mierda-

-Los veo muy tensos, lárguense, los que quieran son libres de irse, si prefieren ser patéticos, y quedarse como simples aficionados o amateurs y no llegar a profesionales ni a las grandes ligas, son libres de irse- Clark.

-¿En verdad, prefieren vivir bajo la mierda, prefieren seguir comiendo insectos, muriendo de hambre y por sobre esfuerzo, que sacrificar diez años de su vida en la grandeza? Lárguense, no quiero a gente patética en mi grupo- Karla.

-Bien, Bien, Bien, ¿Dónde tengo que firmar? Me convertiré en el mejor, y llevare tu equipo a la gloria, pero quiero que me des lo mejor de lo mejor a cambio, así que acepto, ¿Dónde firmo?- Killer.

-¿Estás loco?- Ordoñez.

-Tú cállate, no me importa, mi vida es una mierda, pero esta es mi oportunidad, la única y la última- Killer.

Sus ojos envueltos en un fuego, se acerca a la tarima, y observa directamente a Clark, gira y observa a Karla, mientras sonríe arrogantemente.

-Maldito- Ordoñez.

-Me apunto a tu maldito juego-

-yo igual-

-Y así Karla es como se incentiva el fuego en los corazones de estos chicos, ahora por favor, entrenarlos bien, quiero a los mejores, así tengas que destruirlos en el proceso- Clark.

Los jóvenes abandonaron el pueblo y se dirigieron hacia unas nuevas instalaciones situadas en las afueras de la ciudad, un complejo dividido en cinco distritos, cada uno destinado a un propósito específico en su entrenamiento. Este sería su hogar durante el tiempo que durara su preparación, un lugar donde dormirían, comerían y, sobre todo, entrenarían. Un lugar donde la convivencia se tornaría en una mezcla de alianzas, rivalidades y, en ocasiones, enemistades. Porque no solo era un campo de entrenamiento; era, sobre todo, un terreno de guerra, un espacio donde las habilidades se pondrían a prueba en cada momento, y donde el esfuerzo de cada uno marcaría la diferencia entre la gloria y la derrota.

Killer avanzó por el distrito que le había sido asignado, sus pasos firmes sobre el suelo polvoriento mientras recorría los caminos solitarios que lo separaban del campo al aire libre. Al llegar, encontró a un grupo de veinticuatro integrantes reunidos, hombres y mujeres, cada uno de ellos con una expresión que oscilaba entre la tensión y el cansancio. En medio de este grupo, reconoció al instante a Ordoñez, el capitán del equipo de la UNAD, y a su inseparable amiga Suarez, quienes parecían no haberlo notado aún.

—¡Hola, Killer! —saludó Ordoñez con una sonrisa de complicidad, extendiendo una mano hacia él. Su tono de voz denotaba algo de alivio al ver una cara conocida en ese lugar extraño y distante de todo lo que conocían.

—Pero miren nada más... la parejita del año —comentó Suarez, con un tono burlón pero amigable, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y cierto afecto. La tensión que había envuelto al grupo en sus primeros momentos parecía diluirse en ese instante.

—Ya lo creo —añadió Vanessa, quien se encontraba a su lado, con una sonrisa que evidenciaba una chispa de humor.

Sin embargo, la interacción fue interrumpida por una figura holográfica que apareció de repente ante ellos, proyectándose en el aire como una imagen nítida y precisa. El holograma mostraba a un hombre alto, de complexión robusta, con una barba bien cuidada que tomaba la forma de un candado. Su cabello, de un tono castaño oscuro, caía en ondas controladas sobre su frente, y sus ojos azules, intensos y penetrantes, parecían observar a cada uno de los jóvenes con una mirada severa pero no exenta de autoridad.

—¡Hola, hola, mocosos! —dijo la figura, su voz resonando con una firmeza que rápidamente apagó cualquier intento de charla ociosa—. ¿Ya se pusieron su uniforme?

El tono de su voz no dejaba lugar a dudas: aquellos que no estuvieran preparados no estaban listos para lo que venía. La imagen del hombre en el holograma era imponente, y su presencia, aunque digital, tenía un peso tan real como el aire que respiraban.

Killer, como los demás, se detuvo, sabiendo que lo que les esperaba en ese lugar iba más allá de lo que podían imaginar.

—¿Quién eres tú? —preguntó Helen, con una mirada curiosa y alerta mientras observaba al hombre que había aparecido ante ellos.

—Mi nombre es Max, y seré su entrenador durante su proceso en las instalaciones —respondió el hombre con una voz profunda y autoritaria. Su presencia en la habitación era imponente, aunque su rostro permaneciera impasible, su mirada era clara y calculadora, como si evaluara a cada uno de los jóvenes presentes.

—Bien, vamos directo al grano. En las mangas de su uniforme tienen un número que va del 1 al 600. Ese número representa su posición en cuanto a habilidades de juego —continuó Max, sin darle vueltas al asunto.

Killer, al escuchar esto, no pudo evitar sentirse abrumado. Sus ojos se dirigieron rápidamente hacia el número en su manga, y el desgano lo invadió al ver que el suyo era el 600.

<<Mierda, el 600. Estoy en la puta mierda>> pensó Killer, con la frustración apoderándose de él, pero sin exteriorizarla.

—Ahora bien, este será su examen de ingreso —dijo Max, el tono de su voz no dejaba espacio para dudas—. Tres atacantes jugarán en un duelo contra un Holograma de un portero. Aquel que anote más puntos será el vencedor. Los centrocampistas deberán burlar a los hologramas de defensas y enviar un pase a un holograma de atacante para que anote. Quien realice más asistencias, vencerá. Los defensas deberán evitar que anoten, y el portero, por supuesto, deberá detener la mayor cantidad de tiros posibles. Tienen cinco minutos para completar esta prueba. Los ganadores avanzarán a la siguiente etapa, los perdedores deberán abandonar las instalaciones.

Un murmullo de asombro recorrió el grupo. Nadie se esperaba tal nivel de exigencia. Killer sintió una presión extra sobre sus hombros, como si el aire se volviera más denso y difícil de respirar.

—¿Así que los perdedores no clasifican? —comentó Suarez, visiblemente sorprendida. Su rostro reflejaba la misma incredulidad que los demás, pero su tono se mantenía calmado. —Muy bien, tiene lógica.

Max, sin inmutarse, dejó que las palabras calaran en los jóvenes antes de añadir una última pieza de información.

—Y por cierto, antes de que inicien... —dijo, con una sonrisa que no llegó a ser amable—. Los que pierdan también quedarán excluidos del mundo de este juego para siempre. Buena suerte. La van a necesitar.

El ambiente se volvió denso. Los jóvenes se miraron entre sí, la idea de ser eliminados no solo de la prueba, sino de su única oportunidad de acceder al nivel profesional, caló hondo. Pero todos sabían que no podían darse el lujo de dudar. Si no sobrevivían en ese campo de batalla, jamás podrían medirse contra los grandes jugadores del mundo.

—Tiene sentido —murmuró Killer, con una mezcla de enojo y determinación—. ¿Cómo podrían medirse con los mejores del mundo si ni siquiera son capaces de vencer a alguien más débil que ellos?

De repente, una voz se alzó detrás de él, llena de desdén.

—Eres muy arrogante para estar entre lo más bajo —interrumpió Danna, quien con su número 586 se encontraba entre los peores clasificados del grupo, pero su tono indicaba que no le gustaba la actitud de Killer.

El joven atacante no tardó en responder.

—¿Oye, Ordoñez, eres el mejor de nosotros, no? Tienes el 576. Bien, lucharemos tú y yo. Vine aquí a ser el mejor del mundo, vine a destronarte. Así que, ¿qué dices? —Killer se acercó, desafiante. La diferencia en su estatura era notoria; él era más bajo que el imponente Ordoñez, pero eso no le impedía mantener la mirada fija en su objetivo.

Ordoñez, al principio sorprendido por la audacia de Killer, comenzó a sentir cómo una chispa de ira le quemaba la garganta. Su mirada se tornó dura y desafiante.

—Detesto esa maldita actitud arrogante. Pero qué se le va a hacer... —dijo, como si aceptara el desafío a regañadientes—. Por lo visto, quieres morir aquí. Acepto el desafío. Después de todo, ya te vencí una vez. ¿Quién dice que no se repetirá?

Killer esbozó una sonrisa fría, confiado en su propio talento. Luego, sin darle mucha importancia a Ordoñez, se dirigió hacia otra persona en el grupo.

—Oye, Vanessa, tú eres la número 577, ¿Aceptas el desafío? —preguntó, con una sonrisa que escondía el fuego de su ambición.

Vanessa, una chica de porte delgado pero firme, lo miró con una mezcla de sorpresa y determinación. No iba a dejar que alguien con un número tan bajo le desafiara sin respuesta.

—Está bien. Voy a destruirlos, si eso es lo que quieren. Además, vencer a alguien mejor que yo me asegurará un cupo más —respondió, con una sonrisa que reflejaba su propio afán de demostrar su valía.

El intercambio no terminó ahí. Ordoñez, aparentemente intrigado, no pudo evitar una pregunta.

—Oye, ¿qué edad tienes? —le preguntó, mientras la observaba con una mirada inquisitiva.

—Tengo 21 años —respondió Vanessa, sin inmutarse.

Ordoñez la miró unos segundos más, como si intentara entenderla, antes de soltar una risa burlona.

—En serio... te ves de 15 años, pareces una niña —dijo, sin poder evitar una sonrisa irónica.

Vanessa no se alteró ante el comentario, como si ya estuviera acostumbrada a ese tipo de bromas. Sin embargo, el desafío había quedado claro. El enfrentamiento no solo se jugaba en el campo, sino en las palabras, en la actitud, en la forma de afrontar la prueba. Cada uno de ellos, con sus propios sueños y ambiciones, estaba dispuesto a arriesgarlo todo en ese juego, porque en ese mundo solo había espacio para los que eran capaces de alcanzar la grandeza.