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Capítulo 2. El nuevo CEO se esconde

Un reloj reposaba en la pared.

Tic… tac…

El sonido llenó la habitación. Un escritorio y un ordenador estaban frente a una silla de color negro. La oficina se sentía vacía, el silencio se interrumpía sólo por ese incesante reloj. Aiden miró su nueva oficina con desprecio. Parecía una ofensa tener que trabajar en medio del caos.

Una ventana enorme estaba colocada detrás de su escritorio. Él podía ver lo que hacían sus empleados desde ahí, pero ellos no podían verlo. Su hermano mayor le insistió en presentarse en su primer día, pero él no quería ver a nadie. Su padre había muerto, y su hermano solo pensaba en trabajar. Su hermano mayor era un imbécil.

Aiden se dejó caer en la silla, su cabeza colgaba hacia atrás. Su padre, su confidente, el hombre de humor extraño se había ido. A pesar de que ambos eran muy diferentes, esa diferencia hacía que se complementaran muy bien.

Recordó las típicas risas de su padre y sus bromas de mal gusto. Una terrible sensación se apoderó de su cuerpo. ¿Quién reiría ahora en las cenas familiares? Aiden agachó la cabeza y masajeó su frente con los dedos. Sacudió la cabeza, no quería nada que le recordara a su padre.

Se puso de pie decidido a no pensar. Aiden se acercó a una caja color café donde guardaba sus pertenencias, y pasó sus dedos por la cinta en busca de una ranura para removerla.

Tshhhk…

La cinta se removió con facilidad. Con el apoyo de sus dos manos abrió la caja. En cámara lenta comenzó a sacar unos pocos objetos: dos libros sobre economía, un péndulo de Newton, su bolígrafo preferido, cinta, y unas tijeras guardadas en su estuche.

Por último sus dedos chocaron con un cristal. Lo había olvidado. Con dedos temblorosos sacó un recuadro con la foto de sus padres. Su madre, una mujer asiática de mediana estatura, piel clara, ojos oscuros y cabello negro sonreía con delicadeza. Junto a ella estaba su padre; con su cabello café claro, y ojos color avellana, también había una gran sonrisa en su rostro. Aiden sintió un nudo en la garganta. Respiró profundo y colocó la foto de sus padres en el escritorio. Ordenó el lugar con lentitud.

Al otro lado la oficina comenzaba a llenarse de empleados. Los empleados caminaron a sus respectivos compartimentos sin hacer ruido. Aiden aprovechó esa tranquilidad para ponerse a trabajar. De seguro su hermano había dejado un montón de trabajo amontonando para complicarle más la vida. Estaba en lo correcto. Cuando inició el ordenador encontró una nota con una lista de trabajos pendientes.

Quizá era lo mejor. El trabajo le ayudaría a olvidar a su padre. Aiden se puso a trabajar con rapidez.

Tap…tap…tap. El sonido del teclado se combinó con el sonido del reloj en la pared. Pasaron varias horas, pero Aiden no se levantó ni por un segundo. El silencio le ayudaba a concentrarse. Su cabeza no pensaba en otra cosa más que en el trabajo frente a sus ojos.

El avance pintaba de maravilla hasta que Aiden comenzó a irritarse por alguna razón. Un ruido de fondo perturbaba sus oídos.

Tap…tap…tap… risas.

El ruido molesto provenía de risas y voces. Aiden lanzó su asiento hacia atrás y fijó los ojos en la ventana.

El ambiente fuera de la oficina se había vuelto más dinámico de repente. Pronto descubrió la razón. Una chica de baja estatura y rizos negros; que nunca había visto antes, iba y venía de un lado a otro distrayendo a los empleados. No podía trabajar ahí pues llevaba un vestido blanco a juego con sus zapatos también blancos. En el edificio la gran mayoría vestía colores oscuros, sin importar el departamento.

Aiden siguió con la vista a la joven. Los empleados parecían estar familiarizados con ella. Parecía lógico que su padre hubiera contratado a alguien nuevo en los tres años que Aiden estuvo en Corea ayudando a su madre, pero, por qué nadie se lo mencionó.

El rostro sonriente de la chica enfureció a Aiden. Con brusquedad sacó su celular y buscó el contacto de su hermano mayor Elian.

Beep…beep…beep.

«Correo de voz».

Aiden maldijo en silencio. Marcó unas tres veces más hasta que su hermano se dignó a contestar.

—¿Qué quieres? —escupió su hermano mayor.

Aiden arrugó el rostro. —¿Por qué hay una extraña en el edificio?

—Específica. No creo que un extraño logre entrar al edificio con facilidad. —Las palabras hostiles de su hermano Elian destruyeron el tímpano de Aiden.

—Hay una chica. Se ve muy joven, ni siquiera creo que tenga la edad para trabajar aquí.

Elian hizo una pausa y murmuró algo intangible a alguien al otro lado de la línea. —Me parece que hablas de June.

Aiden se volvió a masajear las sienes.

—¿Quién?

—Era la asistente de nuestro padre.

—O sea que ahora es tu asistente —expresó Aiden.

El chirrido de una silla moviéndose llegó hasta los oídos de Aiden. —No. Ahora es tu asistente —respondió Elian.

Aiden tardó varios segundos en procesar sus palabras.

—¡Qué!

Retrocedió en cuanto comprendió las palabras de Elian. —No necesito un asistente.

—Mira Aiden no tengo tiempo para esto. A diferencia tuya tengo mucho por hacer.

Su hermano cortó de golpe. Aiden lanzó su celular sobre el escritorio. Un asistente no era más que un estorbo.

.

.

.

El departamento de finanzas siempre se veía desanimado. Esto porque a su antiguo CEO, el hijo mayor del señor Firestorm le gustaba el orden. Los empleados tenían casi prohibido hablar. Luego de conocer a Elian Firestorm, June se lamentó. No quería ser su asistente. Por suerte, Elian Firestorm no se veía feliz de tener la ahí.

—No necesito un asistente —dijo Elian con el ceño fruncido—. Ve con mi hermano al

departamento de finanzas.

June no conocía a los hijos del señor Firestorm. Al hijo mayor lo veía de vez en

cuando en las reuniones del director. Su hija menor Elisa Firestorm atendía los eventos sociales de su padre, pero nunca le había dirigido la palabra. Aiden Firestorm; el hijo del medio, viajó a Corea del Sur justo el año en que ella fue contratada. Lo imaginaba como un niño pequeño, porque vio su foto de niño en el escritorio del señor Firestorm.

Tenía la sensación que Aiden Firestorm tampoco deseaba su ayuda. De no ser por el testamento del señor Firestorm, probablemente ya la hubieran despedido. June se sentía perdida sin el señor Firestorm. Cuando llegó al departamento de finanzas el ambiente se sentía tenso. Supuso que al nuevo CEO también le gustaba la calma.

—¡June! —dijo una joven al verla.

June sonrió. —Buenos días Kiara. ¿Quieres que te traiga un café?

No se atrevía a visitar la oficina del nuevo CEO, por lo cual prefirió ocuparse con los empleados del departamento.

—¡Es justo lo que necesito! —exclamó Kiara estirando los brazos.

—Yo también necesito uno —dijo un joven asomando la cabeza por uno de

los cubículos.

Minutos después cada empleado del departamento también exigía un café. June negó con la cabeza.

—¡Eres la mejor June! —proclamó alguien cuando ella se dirigió a la cocina.

Comenzó a repartir el café mientras conversaba con los empleados. El ambiente apagado se fue animando poco a poco. No tenía la intención de distraer a nadie, aunque ella misma necesitaba distraerse. La muerte del presidente había sido tan repentina y extraña. La causa fue un paro cardíaco, pero el señor Firestorm nunca padeció del corazón.

Desde su muerte la empresa comenzó a verse más agitada. June temía que la empresa se viniera abajo. Solo ella y el señor Blake comprendían los principios del Señor Firestorm.

—¿Ya conocieron al nuevo CEO? —inquirió June después de repartir el café.

Kiara movió su silla hacia atrás. —¡No! —suspiró.

—Creemos que no vino a trabajar hoy —admitió el compañero de Kiara.

Ellos dos eran los más jóvenes del departamento.

—Es un cobarde. —Se rió Kiara.

Cobarde o no, la compañía no podía dejar de funcionar. El señor Firestorm pretendía expandir sus hoteles en todo el mundo. Por supuesto, solo había pasado una semana desde la muerte del presidente, quizá su hijo no estaba preparado aún.

—Dicen que no es muy atractivo y se ve mayor para su edad —comentó una mujer de treinta y cinco años.

Un coro de voces femeninas afirmaron este comentario.

—No deberían hablar mal de alguien que no han visto —manifestó June.

Ella también tenía una mala idea del nuevo CEO en su cabeza, quizá por el hecho de haber conocido a Elian. No podía evitar imaginar a Aiden como un terrible tirano sediento de poder.

—¡Oh June! —dijo Kiara de repente—. No me digas que estás aquí para despedir a alguien.

Los empleados se pusieron tensos al escuchar las palabras de la joven. La mayoría del tiempo el presidente encargaba a June ese trabajo. Ella era agradable de naturaleza, por esa razón podía indicar los fallos de los trabajadores sin lastimarlos.

—No —indicó —. No estoy aquí por eso.

Ese comentario arruinó su humor. Debía visitar la oficina del nuevo CEO, no podía ser despedida con facilidad, pero no debía confiarse. Con suerte los empleados tendrían razón y la oficina estaría vacía.

June decidió no posponerlo más. Se despidió del equipo y se encaminó a la oficina.