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Capítulo Tres

Giorno de Santoro y Vega salió del lugar donde vivía, una residencia de mala muerte situada a solo unas calles del barrio más peligroso del país, conocido como la letrina de los gatos, un lugar lleno de criminales e indigentes, donde nadie, en su sano juicio, entraría por su propia voluntad, ni la policía era tan tonta como para entrar, de hecho el solo vivir tan cerca de ese lugar ya de por sí era peligroso, pero un muerto de hambre como él, no tenía que preocuparse por eso, él era menos que un insecto para las bandas criminales, siempre que no pisara su territorio, por supuesto.

Giorno se paró afuera de su pocilga y miró a su alrededor, ver de nuevo esta ciudad que ya ni siquiera sentía familiar le proporcionó una extraña sensación de nostalgia, después de todo habían pasado más de 500 años, en ese otro mundo. Aunque para todos en este mundo sólo había sido una noche, para él eran al menos una docena de vidas. Sin duda, ese otro lugar era mucho más real que ésta lúgubre y mugrienta urbe.

La ciudad apestaba a suciedad y smoke. El rancio olor invadió los pulmones de Giorno quien tosió ante el impuro aire, eso le llamo la atención, Su cuerpo debería estar acostumbrado a este ambiente, pero al parecer no era así, sentía que algo había cambiado, realmente ahora mismo era mucho más delgado de lo que él recordaba, pero estaba seguro que este cuerpo era el mismo que tenía antes de ir al otro mundo. Aunque se sentía mucho más fuerte, vivo, rebosante de energía. Le pareció extraño por su pésima alimentación, aunque no se comparaba con cómo se sentía en el otro mundo. Le sorprendía la vitalidad que tenía. Se examinó detenidamente, notó su cuerpo diferente, parecía traer parte de su anterior ser, a este mundo.

Dirigió su mirada a la 'letrina de los gatos', contemplando un ambiente gris, el cual se sentía podrido y peligroso, incluso el cielo se veía nublado sobre ese lugar, contrastaba con el día despejado que podía apreciar sobre la parte más privilegiada de la ciudad a su espalda.

Su cuerpo, por algún motivo que ni él mismo entendía se movió lentamente dirigiéndose al barrio que nadie quería visitar, atraído por un magnetismo del cual no podía, o del que no quería escapar.

Finalmente, luego de algunos minutos de caminar se detuvo, se quedó quieto, mirando al frente; enfocó su mirada en lo que parecía un edificio abandonado, a medio terminar, un monumento a la corrupción y maldad de la política local, ese edificio en algún momento prometía ser el más alto y lujoso de la ciudad, ahora era conocido como el "castillo de las damas muertas", sabía de rumores sobre una trágica historia detrás de ese nombre, sólo que realmente nunca le importó.

Caminó hasta una puerta de hojalata, donde vio su reflejo distorsionado por el metal y a pesar de que se vistió de la mejor manera y con lo mejor de su ropa, aun así, se vio como un completo arruinado y aquel reflejo se lo restregó en su cara.

Si estuviese en el otro mundo, ya habría matado alguna bestia para comercializar sus partes, o haría alguna tarea peligrosa que le permitirá ganar mucho oro. Por supuesto, algo impensable en este lugar... O tal vez no, una idea pasó por su mente y aceleró el paso para ingresar a la letrina de los gatos.

Caminó con firmeza en la dirección opuesta a su trabajo, algo que de otro modo jamás se hubiese planteado, por algún motivo que él desconocía, sentía una emoción inimaginable en su interior, tanto que una sonrisa malvada se dibujó en su cara, recordó que cuando estaba en el otro mundo, lo primero que hizo fue descubrir sus habilidades y luego dominarlas tanto como fuera posible, pero luego esas habilidades fueron insuficientes y se vio obligado a aprender esgrima y otros diferentes estilos de lucha y manejo de armas. De alguna forma, él lo sentía, aun podía recordar todo lo que aprendió, incluso su cuerpo, de alguna manera, también tenía la memoria muscular ganada en cientos de miles de batallas, lo podía sentir en cada fibra de su ser.

No pasó mucho cuando un grupo de vándalos lo interceptó. Supo su intención desde que se encaminaron hacia él, no le sorprendió darse cuenta que podía sentir la sed de sangre y el instinto asesino emanando de quienes lo rodeaban, pero no sentía miedo, esos vándalos no representaban mayor peligro para él, que el que podría representar un grupo de hormigas a su paso.

A lo lejos, con una actitud pedante, y al mismo tiempo agresiva se acercaban varios sujetos, mientras, ya había otra persona con la intención de bloquear su huida tras él, sus vestiduras al estilo punk y peinados estrambóticos, los hacía fácilmente reconocibles, eran los que solían cobrar el peaje de ingreso al barrio, conocidos como "los porteros", reconocidas como una de las pandillas de menor rango en el barrio, las otras pandillas los habían apodado de esa forma con el objetivo de humillarlos, pero eso no les molestaba, los enorgullecía, y al parecer los llenaba de dinero también por lo que podía ver Giorno, quien los miró de forma analítica, todos iban vestidos con sus clásicas ropas de cuero y accesorios punk.

Todos por igual tenían cara de pocos amigos. Sin embargo, uno sobresalía de los demás, tenía un reloj que parecía fino y en su otra muñeca algunas pulseras, cadenas y anillos de oro, cargar todo eso en este barrio sería suicida, así que seguramente él tenía alguna posición de poder que lo protegía, bueno a decir verdad no podía estar seguro que en verdad fueran oro, pero se podría averiguar eso una vez se lo quitara.

Fue lo que pensó hasta que algo curioso pasó, en el otro mundo poseía una habilidad llamada tasador nivel 100, que le permitía estimar el valor de los objetos con solo verlos, a pesar de no estar en ese otro mundo podía percibir con solo ver las joyas de ese maleante que en efecto eran valiosas. No solo eso, podría decir que llevaba encima joyas por un valor cercano a los 1300 dólares, esa cifra aparecía en su mente de manera casi mágica, el ostentoso era el líder, no había duda, entre los otros no llevaban más de 400 dólares juntos.

- Mira pues, pero que tenemos aquí... dijo uno de los hombres. Ese estaba al lado del líder, mirándolo de arriba abajo con una sonrisa repugnante en su rostro. El grupo estaba impregnado de un fuerte olor corporal, para ser sincero, no se sabía a ciencia cierta si era la combinación de los 4 o de alguno en particular, lo que sí era claro es que este grupo era repulsivo.

- Parece que el pobre se perdió... Respondió otro, rodeándolo como si una manada de lobos hubiese encontrado un cervatillo perdido.

- No somos malas personas, dijo el líder

- Debemos indicarle la salida... Por un módico precio, claro está, ¿qué tal un riñón o tus retinas?, escuche que la "vieja Baba", necesitaba retinas para sus trabajos...

- Esas son ¡buenas noticias!… le respondió uno de sus subordinados, y agregó: esa vieja siempre paga bien sus encargos. Entonces sé un buen chico y entrega ese par de ojos que tienes.

Giorno no lo pudo evitar, una sonrisa se dibujó en su rostro, estaba formulando una teoría y estos tipos eran justo lo que él necesitaba para probarla.

Sin pensarlo más Giorno arremetió contra el punk que se acercaba. No lo podía comprender, pero algo dentro de él ardía de emoción. Si su teoría era correcta, no necesitaba conformarse con ser el dueño de una mega corporación, ¡podría ser el dueño del mundo!

Se movió con una destreza y agilidad que no parecía humana. Su ataque fue rápido e inesperado, directo al líder. Su puño impactó en su manzana de adán haciéndolo vomitar sangre, he impidiéndole respirar. Tomó la cadena de su cuello y, jalándola hacia él, le dio con la otra mano un puñetazo en la nariz. Sintió que su puño se clavaba en su cara terminó de arrancar la cadena con un último tirón. Luego lo pateó en el suelo sin piedad, hasta que uno de los subordinados trató de apuñalarle por la espalda.

-"Que movimientos tan torpes y predecibles" pensó Giorno, mientras se giraba sobre sí mismo, para tomar la muñeca del punk con una mano y con la otra darle un puñetazo directo a su codo que logra romperle el brazo. El crujido del hueso fue más bullicioso de lo esperado gracias al eco del lugar. Giorno no perdió el tiempo y tomó el cuchillo que tenía en la mano del mismo brazo roto del vándalo, y de un movimiento rápido y contundente lo enterró en el cuello del desdichado punk, dándole directo en la carótida. Sin siquiera inmutarse, Giorno, lo arrancó violentamente del cuello, para luego lanzarlo, sin mirar, directo a la rodilla de otro de los subordinados que lo intentaba atacar.

El hombre dio un grito al sentir entrar el cuchillo exactamente en el cartílago de su rodilla. El dolor sumado a la parálisis en su pierna, por el arma enterrada en ella, lo derribaron inmediatamente, por reflejo trato de quitarse el cuchillo en medio de un grito de dolor, pero antes que se diera cuenta el pie de Giorno impacto directo en su oreja haciendo vibrar su cerebro. Dejándolo completamente inconsciente en el suelo, para cuando el vándalo recobró su lucidez pudo ver a los otros muertos o gravemente heridos. El mal vestido e insignificante hombre al que planearon robar, ahora se encontraba saqueándolos a ellos.

- Me llevaré esto como compensación a su falta de respeto, les dijo Giorno- ¿están de acuerdo?

El punk, estaba más preocupado por la sangre en su pierna y que ésta no se movía. Miró a su líder, y estaba muerto. Luego dirigió una aterrada mirada al hombre que los había humillado y, sin más remedio, asintió con la cabeza.

El supuestamente intrascendente hombre que se suponía sería su juguete, ahora los miraba como simples cucarachas. En su rostro no había odio o rabia, solo una fría indiferencia por sus vidas. Una expresión que sólo le podía recordar la de un demonio. El punk recordó que esa era la misma cara que solía poner aquel que reinaba en el Castillo de las Damas Muertas, ese era el rostro de un ser superior, muy maligno.

- Bien, continuó Giorno, entonces si no hay ningún problema, les recomiendo tengan más cuidado la próxima vez...

El punk lo vio con auténtico terror en su cara, mientras Giorno se marchaba, aunque lo intentara jamás podría olvidar esa cara, aun así, una leve alegría tocó su corazón, ese bastardo pagaría lo que hizo, nadie se metía con el barrio y salía ileso, pensó.