Deja un corazón destrozado. Maldito es el sonido tan agudo de ese canto indefinido. Arde ese ruido. Son pobres los oídos atacados por los llantos. Nunca seré lo suficientemente fuerte para soportar de otra persona su gritar. A un señor tuve que visitar antes de que fuera a trabajar. Su puerta toqué y le dije que debía venir conmigo, pero no me escuchó. Desde la puerta se escucha su fuerte tos. Trabajar debía yo. Me había marchado en busca de quién me busca y en busca del que no busca. Pasaron la horas y salió de su casa gracias a la vida que Dios le dio. Junto la puerta al marco y caminó hacia el jardín. El aire fresco daba un limpio oxígeno cargado de ese olor a dulce pastel de manzana y la boca se le hacía agua. Su paciencia le dejaba ver florecer la semilla que sembró en este mundo. Es octubre, el mes que estamos. Los bolsillos estaban vacíos y no sabían lo que venía. ¡Ahí está! La tos volvió y un desmayo ocurrió. Hasta que un buen hombre blanco llegó y me tuve que largar. Llorar no nos sirve, decía el radio que el sujeto regaló.
Al señor que temprano se levantó una fuerte noticia le llegó. Había velas de santos para salvarlo de esta. Nada iba a cambiar que las cuencas del rosario cayeran. Iba de camino a su trabajo de mala paga. Trabaja y trabaja porque su jefe lo mandaba. Cuando llegó a la casa, yo sabía que era el momento. La mesa estaba vacía y con hambre se fue a la cama por un fuerte dolor en el pecho. Al menos había una sopa que terminó comiendo. No tenía pollo, pues todo era puro vegetales de su huerto casero. Se sentía un poco mejor. Al demonio todo mandé, pues no le pude ni siquiera hablar. Maldita sea la justicia ¿Por qué es tan jodidamente relativa?
¡Debe venir conmigo! le grité, pero no me escuchó. Empezaba el último mes del año y ese día fui decidida. Es claro que todo es muy feo para mí, porque los colores no son lo mío. Estuve en las afueras alrededor de la casa y me percaté que había un hombre con un arma apuntando a otro. Me toco ir ayudarlo. Di mi mano y le dibujé una sonrisa a su cara que estaba despavorida. Volví a la casa a ver si ya podía entrar. ¡Es sangre lo que baja! gritaba esa mujer preocupada. La puerta se abrió. Entre a ver. Vi que sufría ese pobre hombre y me tuve que despedir de la habitación. Salí de la casa muy apresurada. Afuera se derramaba por el suelo la sangre del hombre que había ayudado en la calle. Esto es la vida, algo que se va cuando menos lo esperas. De la nada.
Debe venir conmigo, no me escuchó. La música en esa casa se podía oír aún bloqueando los oídos y alejándose tres kilómetros. Ese día era Nochebuena y los villancicos se cantaban. Cantaban Noche de paz, todos duermen en derredor. Es un momento que te hace olvidar y devuelve la esperanza. La poca comida estaba puesta en la mesa, ambos iban a disgustar, pero una cabeza mareada y la falta de aire apagaron todo. El árbol navideño se entristeció, la comida se perdió, era todo gris y la alegría desapareció. Se acercaba el día de navidad y un señor llega con medicamentos. Esto es lo único que tengo, decía la mujer y el hombre pedía más dinero. Él señor se tomó el medicamento y me alejé de la ventana. Hablaba mal de ellos porque ambos eran negros, pues para la gente lo importante era el dinero. Ese hombre que le exigió más dinero a la pobre mujer, debía ser el que se jodiera. Me fui por mi camino a trabajar sin descanso y escuche que aún decía ¡uy! esa negra.
No toqué la puerta, hoy sí entraba, aunque no me dejaran. Con seguros estaba la puerta, unas cortinas opacan la vista. El tragaluz se cubría de papel. No iba a salir de su casa, pues la luz no quería ver. Aunque no sabes ni la hora, ni el lugar, comprendes que un día llegará. Mi momento de entrar es ahora, pero el hombre blanco muy inteligente por pena iba a pasar. Trata de ayudarlo para que sea un sobreviviente y comienza la etapa que nadie entiende. Incluso a mí se me hace fuerte, pero hay que seguir siempre de frente. Casi muere, eso creo y ahora estoy aquí. El hombre que ayudaba a los necesitados se marchó. Me daba pena la casucha a la que no puedo entrar. Después de todo solo sé que hoy es hoy.
Empezaba el año. Entre a la casita. Esta vez caminé tranquilamente y nadie se percató de que estaba. Fui silenciosa como algunos muertos. El me vio y empezó a llorar. No era felicidad lo que fui a provocar, pero llevaba un alivio que lo iba a sanar. Casi no se entendía, dijo dame un tiempo más, ya no podía seguir dándole tiempo, alguien debe entender que así no es esto. Su cuerpo temblaba y la maldita cama chirría. Su esposa corrió a la habitación y lo más que hacía era gritar ¡ayúdenme! Hasta que una sonrisa apareció en su rostro al tocar mi mano. Lo llevé conmigo y la esposa solo quería llorar de envidia. Al señor que temprano se levantó un tiempo infinito Dios le dio.
Pasaron unos días... todos vestían de negro. Paseaba por ese lugar donde se guardan los cuerpos de los muertos. En el nombre del padre del hijo... decía el sacerdote. Amén. Malditos chirridos, toda mi existencia y aun lastiman mis oídos. Lo que tenía que hacer no era fácil. Iba en busca del que no busca. Pasé por el lado de la esposa y vi su cara destrozada. Esos ojos no daban abasto para más lágrimas. Así como la luna se refleja en el mar, la agonía estaba en su cara. Es que nadie me veía, pero ella si me vio fuera de su tiempo. Sutilmente me acerqué a la semilla que él había visto florecer y para acabar me sonrió. Es negra y hermosa. Un sentimiento desconocido me penetró y una lágrima de un ojo cayó. La cubría con mi rebozo de color negro. A un lugar mejor la llevé, cuando el hambre y calor le quité. Sin llorar por favor.
AᗺƧTЯAƆTO
Los cuentos del hoy.