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El mentiroso

La inmensidad del túnel se alargaba cuanto más me acercaba, pero su música, bestial y divina, me rugía que había llegado. 

Una mujer tomó mi mano y me sacó de la bruma, arrastrándome detrás de ella mientras corría. Su mano, cálida y húmeda, no me soltó cuando todo el suelo comenzó a temblar. No importaba que el mundo se cayera a pedazos, ella seguía con esa mirada imperturbable. 

Las luces yacen inconfundibles en los cielos, entre todas las densas nubes. Como si hubieran 20 pequeños pero gloriosos amaneceres en un mismo día.

El rostro de aquella mujer permaneció difuso al igual que los detalles más precisos en aquel escenario de caos y vacío. Pero lo que no podía ver con claridad sólo era un minúsculo fragmento comparado con lo que sentía a mi alrededor.

Con el suelo quebrantándose bajo nuestros pies, entramos al primer refugio que vimos en aquella llanura de tierra seca y estéril. Una caverna oscura y sin vida en la que el desastre parecía ajeno.

Más personas, vistiendo prendas desgarradas y sucias, salieron de donde se escondían y, desesperadas, corrieron hacia nosotros. Las primeras en llegar abrazaron con fuerza a la mujer que no soltaba mi mano, pero ella volteo y se arrodillo para verme, puso sus manos en mis mejillas y besó mi frente como a un hijo.

En aquel momento, sus ojos resplandecieron ante los míos, hablándome con algo más que solo palabras. Abriendome su alma. Mostrandome su realidad en aquel mundo...

Estaban en la era 484, la última era, creía ella. Luego de superarlo todo, incluida la sociedad, aquel mundo parecía no poder cargar con más vida sobre él. Con temperaturas, cada temporada más frías, y con luz solar escasa, los habitantes no tenían más que su fe a las divinidades. Esperando tan milagrosa ayuda es que se propusieron a reconstruir muchos  templos hacia estos dioses.

Ella se encontraba en uno de los templos dedicados a los oniros, hasta que fuera oyó los gritos de A'al, la tormenta. Con una sonrisa en el rostro, salió corriendo para oír y ser testigo de la tan esperada llegada, pero tan solo unas gotas podrían crear un diluvio. 

Entre la fuerte voz divina, los gritos de ovación llegaron, pero con ellas también la de los desamparados. Ciegos de lo que en realidad ocurría, los ancianos seguían allí, arrodillados ante tal muestra de poder mientras que el viento arrasaba con cada ápice de vida.

Cuando por fin se dio cuenta de que no estaba para ayudarlos, sino que para ponerles fin, corrió a buscar a su pequeño hijo, un niño de melena rubia que la esperaba todos los días fuera del templo. Pero la tormenta había tomado su mayor fuerza, levantando toda la tierra del suelo e incluso objetos, y era casi imposible ver a través de ella. Hasta que oyó su voz clamando por su ayuda.

La voz de aquel niño, que debía ser serena y aguda, se transformó por un instante en un poderoso rugido, opacando, incluso, a la de un dios.

Antes de que los ojos de la mujer se apagaran, y mucho más antes de que el cielo y la tierra de la caverna se abriera tragándome con ella, paso una idea por su mente, una de esperanza. ¿Y si aquel era un falso dios?, un usurpador... un mentiroso. Épate, resonó en su mente