El anciano daimio de la nación del Fuego estaba en su habitación. Él estaba sentado en un sillón mientras miraba los cuadros de los anteriores daimios puestos en las paredes. Entre él y los cuadros, había cinco metros de distancia, con un suelo recubierto de fina alfombra de color burdeos. Sus ojos pasaban por la cara de todos sus distinguidos antepasados, preguntándoles si su movimiento contra Tobirama había sido el correcto.
Tres metros por detrás del daimio estaban parados sus dos consejeros. Hombres de avanzada edad, túnicas negras y largos bigotes cenicientos que le llegaban hasta el pecho. En el entretecho estaban los shinobis resguardando su seguridad y en el pasillo que daba a la salida de la habitación, había otro grupo de diez shinobis vestidos como guardias apostados a los lados.
El daimio sentía la incomodidad de sus dos consejeros a sus espaldas, también sentía la animosidad de los shinobis en el entretecho y, por último, pudo ver la severidad en los ojos de los shinobis que funcionaban como guardias en la entrada. Cada uno de ellos lo cuestionaba por los movimientos bruscos y poco elegantes que había hecho contra Minoru Senju, hijo del Dios Shinobi y sobrino del actual Hokage.
No obstante, el daimio contemplaba la cara de todos sus antepasados pintados en cuadros de fondos oscuros y marcos dorados, entendía mejor que nadie que debía proteger su legado. No era posible que en su administración sus descendientes perdieran su estatus. Al menos, no mientras él este vivo. Si Yahiko, una vez nombrado daimio decide abdicar, eso ya es cosa suya. Sin embargo, él no perdería, no había durado tanto tiempo en su puesto como daimio solo para ceder su título a un mugroso shinobi. Ellos eran sirvientes, siempre habían sido sirvientes, debían conocer su lugar.
Un guardia en la entrada de la habitación avanzó por el pasillo y se acercó a la entrada. Al abrir la puerta corredera vio al joven príncipe Yahiko y este le dijo algo. El guardia asintió, cerró la puerta y camino hasta uno de los consejeros del daimio. El consejero asintió y el guardia se retiró.
El anciano consejero, de largos bigotes cenicientos que le llegaban hasta el pecho, se acercó al daimio y le susurró al oído.
El daimio dio un leve respingó y volteó su rostro para mirar al consejero. El consejero le volvió a susurrar y el daimio agacho la mirada, pensando en cómo afrontar a su nieto. Él era un príncipe, llevaba la sangre de sus ancestros, aunque estuviera un poco contaminada por la sangre shinobi, pero seguía siendo de la realeza. Yahiko era inteligente, se daría cuenta con facilidad de los movimientos detrás del telón.
El daimio miró a su consejero y le dijo -que pase-
El consejero asintió y fue a trasmitir la orden. De esa manera, Yahiko entro al pasillo de acceso a la habitación imperial. Sin embargo, para sorpresa de todos, una vez que él entro, señalo la salida y mando a todos a salir de la habitación. Los guardias quedaron confundidos, pero Yahiko insistió con voz enérgica, señalo que pronto sería el daimio y que, si no obedecían ahora, en el futuro se cobraría esta desobediencia. Los guardias dejaron la habitación, seguros de que los anbus en el entretecho protegerían al daimio de cualquier incidente.
Una vez que los guardias salieron, Yahiko avanzó por el pasillo y miró a los dos ancianos consejeros de largos bigotes cenicientos -necesito que salgan- dijo con voz autoritaria. Sin embargo, y pese a su comando, los consejeros del daimio tenían un estatus especial y el único que los podía ordenar era el daimio. Incluso si Yahiko se convertía en daimio en una hora más, la lealtad de los dos ancianos estaba con el actual daimio.
-Salgan- dijo el daimio con voz seca mirando los cuadros de sus antepasados -necesito conversar con mi nieto-
Los dos ancianos hicieron una reverencia y miraron al joven Yahiko a los ojos, como advirtiéndole que no hiciera nada alocado. Incluso si estaba a punto de convertirse en daimio, matar al anterior daimio era un crimen capital. Incluso si el daimio rogaba por la muerte y le ofrecía el mundo a cambio, seguiría siendo un crimen. Las leyes antiguas, con más de quinientos años de antigüedad lo decían.
Yahiko camino frente al sillón de su abuelo y lo miró con severidad mientras veía como salían los consejeros. Una vez que se quedaron solos, Yahiko se humedeció los labios y mascullo furioso -¡has hecho una locura! no sabes en el terrible peligro que nos has puesto-
El daimio contemplaba los cuadros a lo largo de la muralla del frente y de los lados, respondió -he hecho lo necesario para proteger a mi familia. No me arrepiento de nada-
Yahiko se quedó congelado por un momento y le grito -¡¿No te arrepientes de nada, viejo loco?!-
Entonces el daimio se sobresaltó por el grito y miró a su nieto quien lo miraba con un rostro deformado por la ira. Jamás lo había visto tan loco, era la expresión de un demonio.
-Tú estás viejo, te vas a morir, pero yo y Kasumi vamos a tener que enfrentar la ira del hokage- grito Yahiko a todo pulmón -no sé qué te hizo pensar que vencerías, pero solo nos has condenado. No me sorprendería que una vez que termine la guerra, Tobirama-sama deshaga el país del Fuego y forme un nuevo país. Nuestro legado y familia ha terminado por tu culpa. Minoru-nii-sama tenía a Tsunade y Nawaki, ellos tenían nuestra sangre y podrían haber gobernado algún día. Pero ahora cualquier posibilidad se ha perdido, ahora todos estamos muertos-
El anciano daimio agarro al reposabrazos mientras sus músculos de las manos se agarrotaban y hundía los dedos en el terciopelo del sillón -¡¿Qué sabes tú?!- grito de vuelta -eras incapaz de defender tu linaje, todo porque quisiste jugar al shinobi y creer que podrías ser el siguiente dios shinobi. Tobirama de todos modos nos habría hecho a un lado y robado lo que es nuestro. Tenía que hacer algo para proteger nuestro legado, tenía que cobrar la deuda con ese maldito y demostrarle que podía devolverle el golpe. Me mintió, me timo y me robo. Nos convirtió en meros objetos decorativos de este palacio. Tenía que reclamar venganza-
Yahiko miraba con odio a su abuelo mientras sus manos estaban cerrabas y sus uñas clavadas en la palma de sus manos. Quería golpear a este anciano demente, que solo por orgullo, desafío a uno de los shinobis más temibles, incluso que el propio Dios Shinobi. Hashirama podía perdonar, pero Tobirama nunca. Él jamás perdonaría y en represalia erradicaría su linaje solo perdonando a Minoru, su esposa, Tsunade y Nawaki. El resto serían silenciados por una espada.
Yahiko tomo una profunda respiración y dijo en un tono estricto -quiero que liberes a Minoru-nii-sama. Al menos de esa manera, podré rogar misericordia para Kasumi. Lo más probable es que tú y yo tengamos que morir-
El anciano daimio abrió los ojos amplios ante el comentario, pero de repente afloro una sonrisa en sus labios y se largó a reír, dejando a Yahiko helado. La risa del daimio se elevó con cada carcajada hasta que se volvió una risa demencial. Yahiko no entendía a su abuelo, pero su sola reacción lo estaba asustando.
-¿Po-po-por qué te, ríes?- preguntó Yahiko
El daimio se continuó riendo, Yahiko le repitió la misma pregunta varias veces hasta que se aburrió, se acercó al anciano y lo tomo por los brazos. Después lo remeció haciendo que la cabeza del anciano se azotara en el respaldo de sillón y por fin, el daimio se tranquilizó.
-No hay vuelta atrás, Yahiko- dijo el anciano daimio con una sonrisa enloquecida en los labios -no hay salvación para él, ni para nosotros. Ve, futuro daimio y trata de proteger tu reino a punto de desaparecer- el daimio hizo una pausa y su rostro se volvió serio -veamos que puede hacer un hombre tan sabio, lleno de respuestas-
-¿Qué hiciste?- preguntó Yahiko asustado, al borde de las lágrimas. Una vez más tomo al daimio por los brazos y lo remeció -¿Qué hiciste maldito anciano demente?¿Qué mierda hiciste?- empezó a gritar en su desesperación. Pero el anciano solo lo siguió mirando, sin pronunciar respuesta alguna. Solo miraba la imagen de su nieto remeciéndolo con furia, como si de alguna forma, quisiera que la respuesta se le cayera de la ropa. No obstante, fue claro en su mensaje. No había vuelta atrás-
Yahiko siguió preguntándole al daimio lo que había hecho para que no hubiera vuelta atrás, pero al final, el daimio se quedó callado. Yahiko lo soltó y lo miró lleno de odio. Después le dio la espalda y camino rápidamente a la salida. Los guardias lo vieron salir de la habitación enojado, con un rostro pálido y los ojos rojos de tanto llorar. Se preguntaron qué había pasado, así que entraron a los aposentos, solo para encontrar al daimio sentado en su sillón. Su cabello y ropa estaban desordenados, pero no parecía estar herido. Sin embargo, sus ojos habían perdido cualquier signo de vida y lo único que miraban eran los cuadros de sus antepasados.
Por su parte, Yahiko salió del castillo imperial y fue al sector donde estaba la prisión. Ahí debería estar Minoru, Sakumo y Akane. Mientras él pudiera alcanzarlos, algo se podría hacer. Ahora sería el daimio, su abuelo lo había hecho, podía hacer todo lo que estuviera para asegurar la vida de Kasumi.
No obstante, una vez que Yahiko entro a la prisión subterránea, solo iluminada por algunas antorchas, encontró el sitio vacío. La policía militar que debería estar custodiando las celdas se había ido. Sin embargo, Yahiko no se hizo problemas y tomo las llaves puestas en la muralla de la entrada. Después avanzó por un largo pasillo de piedra, iluminado solo por antorchas y reviso las celdas una a una. Solo había paja en una esquina a modo de cama y un cubo de madera donde los prisioneros hacían sus necesidades. No había ventanas ni ventilaciones, así que el aire estaba estancado y olía a una humedad y tierra.
Pasado unos minutos, Yahiko llego a una celda donde escucho el roce de las cartas. Abrió la puerta y vio a una pareja de jóvenes shinobis jugando a las cartas sobre un futon. Los rostros de ambos eran iluminados por las antorchas ancladas a las paredes mientras se veía a su alrededor pocillos con palitos para dangos. Por otro lado, el muchacho de cabello gris, de espaldas a la puerta llevaba puesto un grueso haori verde pasto mientras la muchacha en contraposición, llevaba un haori purpura con la silueta de una sensual mujer estampada en dorado.
Yahiko se quedó congelado al verlos tan cómodos y preguntó -¿Ustedes no estaban encarcelados?-
Akane depositó una carta sobre el futón y respondió -sí, pero ya ves, ser la hija del capitán de la policía militar tiene sus ventajas-
Sakumo se dio la vuelta, sonrió y le pregunto -¿Cómo estás daimio? Eres daimio ¿cierto? El otro día vi a Minoru-nii-sama siendo llevado a la celda del fondo porque había sido derrotado. Me dijeron que estaría ahí hasta que tú fueras nombrado daimio-
-Sí- respondió Yahiko algo confundido -perdón, pero ¿Y la policía militar?-
-Deberías preguntarle a tu estúpido abuelo- respondió Akane con el ceño fruncido mientras miraba las cartas en sus manos.
-Perdón, pero no creo que mi abuelo me diga algo-
-Bueno, cuento cortó, tu abuelo despidió a mi padre de la capital y lo mando a encarcelar por ineptitud (según él). El resto de los Uchihas se indignaron y se fueron a Konoha dejando la capital bajo la jurisdicción de los anbus-
Yahiko agacho la mirada y Akane y Sakumo se levantaron del futon notando que Yahiko tenía un rostro demasiado preocupado para alguien que era la persona más importante en la nación del Fuego. Más que verse en control, parecía desamparado.
Yahiko les dio la espalda, camino a paso rápido agitando el manojo de llaves y Sakumo y Akane lo siguieron. Desde la perspectiva de estos últimos, Yahiko se veía muy perturbado.
Yahiko continúo avanzando hasta el final del pasillo hecho de roca solida hasta encontrarse con una puerta metálica. Intento con varias llaves hasta que dio con la correcta y le dio vueltas hasta que la puerta se abrió. Las bisagras de metal rechinaron y Yahiko empujo la puerta solo para encontrarse con un pasillo oscuro, solo había un tragaluz de barrotes en el techo que dejaba entrar luz exterior. Yahiko avanzó sin notar que lo seguían Sakumo y Akane, giro hacia la izquierda hasta llegar al final y bajo por una escalinata hecha de piedra. Una vez que llegó al final de los escalones, vio una gran habitación con tres celdas. No había luz, así que trato de retroceder, pero al darse la vuelta, se encontró con Akane llevando una antorcha.
-Toma- dijo Akane y le tendió la antorcha.
Yahiko solo asintió, tomo la antorcha y siguió avanzando. Fue a la celda de la derecha, la abrió y la encontró vacía. Sin embargo, había un intenso aroma a pus y carne podrida en el aire mientras las moscas volaban con libertad, lo cual le hizo pensar en el peor de los escenarios.
Después Yahiko reviso la celda de en medio y no encontró nada en especial. Sin embargo, el aroma a podrido se hizo más intenso y las moscas se multiplicaron sustancialmente. Yahiko cerró los ojos y ya podía ver el resultado de lo que había dicho su abuelo "no hay vuelta atrás".
Yahiko salió de la celda del medio se encontró con Sakumo y Akane quienes se tapaban la nariz con las manos tratando de soportar la peste. Entonces él los miró aterrorizado y sus piernas perdieron todas sus fuerzas. Yahiko cayó de rodillas, el golpe de la rotuna contra el piso de piedra fue contundente, pero era como si él no sintiera nada. Él levantó su rostro y miró a Sakumo y Akane mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
< No hay vuelta atrás> escucho Yahiko la voz de su abuelo dentro de su mente.