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El chico de la mala suerte

Para ese momento me había dado cuenta que mi abuela tenía razón, el pueblo había cambiado mucho desde la última vez que venimos, y ya no estaba segura de que se le pudiera llamar pueblo, más bien se había convertido en una pequeña ciudad.

No podía evitar pensar en la última vez que estuve aquí y lo diferente que se veía. Por ese entonces mi padre tenía mucho trabajo, al igual que mi mamá, por lo que visitar a mis abuelos se había vuelto algo complicado.

Y, aun así, henos aquí, como cambian las cosas en cuestión de tiempo….

Mi mente distraída volvió en sí cuando recibí una notificación en el celular. Era la primera notificación que recibía de la app de Azuha y en cuanto la leí no pude evitar sentirme incrédula.

9:30 AM. Anuncio importante:

Un oso extremadamente peligroso ha escapado de un circo.

Si lo ve, proceda con cautela y llame de inmediato a la policía.

Junto con el mensaje venía la foto del oso quien llevaba puesto unos guantes de boxeo con él.

Pero ¿qué diablos? ¿Cómo era posible que hubiera pasado algo así? ¿Sería una broma? Pensé.

Mientras estaba concentrada en el extraño mensaje, un fuerte sonido me sorprendió: ¡un joven que cruzaba la calle había sido atropellado! Todos alrededor nos quedamos inmovilizados por la escena, sin saber cómo reaccionar, hasta que el vendedor de un puesto ambulante se acercó a ver al joven, que yacía tieso en el suelo, sin emitir señal alguna de seguir con vida.

—Chico, ¿estás bien? —preguntó el vendedor, irónicamente, supongo. ¿¡Quién iba a estar bien tras recibir un golpe así!?

En eso alguien gritó:

—¡Llamen una ambulancia!

Varias personas empezaron a marcar al número de emergencias mientras que algunos sujetos que pasaban por allí se acercaban para tomar vídeos con sus celulares.

Yo estaba paralizada. Nunca había visto algo así tan cerca, lo único en lo que pensaba era en que ese chico estaba muerto.

Por algo no se movía, por algo no respondía, nadie puede sobrevivir a un golpe como ese, pero, de repente, escuché una especie de suspiro colectivo que provenía de las personas que estaban alrededor de él.

El joven se había levantado del suelo de forma repentina, como si nada hubiese pasado. Creo que eran más las personas asombradas por el hecho que las que se alegraban por verlo moverse. El conductor, quien no había salido del vehículo hasta ese momento, se le acercó y como si nada le preguntó:

—Chico, ¿estás bien?

¿De nuevo esa pregunta? ¡Lo acababa de atropellar, por el amor a Dios! Aunque la respuesta del joven me dejó aún más desconcertada.

—Sí, no se preocupe —contestó, mientras se sacudía la ropa—. Ya estoy acostumbrado.

¿Acostumbrado? ¿A qué? ¿A qué lo atropellaran o a que le hicieran preguntas estúpidas?

—¿Estás seguro? Puedo llevarte al hospital si lo deseas —se ofreció el conductor.

—No es necesario, estoy bien. En serio, no se preocupe.

Me tomó un largo rato digerir la escena. Ese sujeto recibió un buen golpe, debería estar muerto o con varios huesos rotos, al menos.

"¿Quién era ese chico?" Una fuerte curiosidad se apoderó de mí; y esa curiosidad se hizo más fuerte cuando escuché murmurar a algunas chicas que estaban a mi lado:

—Ese es el chico que te mencionaba.

—¿El de la mala suerte?

—Sí, las personas de su vecindario incluso le tienen miedo, no se acercan a él. Dicen que a su alrededor ocurren muchas tragedias.

—Deberíamos alejarnos ya mismo. Vámonos por el otro camino, no quiero estar cerca de él. No vaya a ser que también nos atropellen a nosotras.

—Tienes razón, ¡Vámonos, vámonos!

¿Mala suerte? ¡Qué tontería! Después de recibir unas mil disculpas del conductor y de haber rechazado su oferta de llevarlo al hospital y de una remuneración por centésima vez, el joven retomó su camino, y mi interés hacia él logró vencerme, así que lo seguí. Aunque, luego de fijarme bien por dónde se dirigía, parecía ser que íbamos al mismo lugar.

Tomé impulso y troté hasta alcanzarlo.

—¡Hey! —le dije, mientras tocaba su hombro por detrás.

—¡Ah! —se detuvo de repente, dando un pequeño salto—. ¡Qué susto me diste!

—Disculpa, no quería asustarte.

—Descuida —inmediatamente se calmó.

—Oye, ese golpe de allá atrás sí fue feo, ¿seguro que no necesitas ir al hospital?

Me miró como un bicho raro y empezó a reírse.

—No es necesario, ya estoy acostumbrado —y siguió riéndose.

De nuevo, ¿acostumbrado? ¿Quién se acostumbra a que lo choquen y se ríe como si nada luego de casi morirse? Qué extraño... ¿Acaso ese muchacho era inmortal? ¿Sería esto parte de un reality show?

Estuve tentada de mirar a mis alrededores a ver si veía una cámara, pero no, era demasiado irreal. Decidí mejor continuar con una conversación normal, quizá así le sacaría algo de información.

—Así que... ¿también te diriges al instituto? —le pregunté.

—¿Cómo lo supiste?

—Bueno, pareces tener mí misma edad y según el mapa del celular este es el camino más corto para llegar al instituto, solo ato los cabos.

—Guau, ¿acaso eres detective? ¡Genial! —su emoción llegó a ser sorprendente.

—¿Eh? No, no es para tanto, cualquiera lo habría deducido. ¿Te vas a matricular o tienes otras cosas pendientes?

—Voy a matricularme.

—Al último momento, ¿eh? Bueno, no te puedo criticar, yo también voy a matricularme recién ahora, aunque no fue mi culpa que fuera así.

Extrañado por mi comentario me preguntó:

—¿Y de quién fue?

—De mi abuelo —largué un suspiro antes de continuar—. Se le olvidó hacerlo, o, mejor dicho, lo dejó para último momento. ¿Y tú? ¿Se te olvidó o algo así?

—No, de hecho, este es mi décimo cuarto intento.

—¿¡Décimo cuarto...!? —pero, ¿qué diablos?— ¿Cómo es que no te has matriculado aún?

En eso el joven cubrió su rostro con sus manos, ¿iba a llorar? No estaba segura, no lo oí llorar. Qué extraño era…

—Me ha pasado de todo. Este choque, el que tuve la semana pasada y…

— ¿¡Otro choque!?

—Un día me robaron la billetera y no puedo ir sin presentar mi identificación. Después, unos perros salieron de la nada y no dejaron de perseguirme, luego una señora que se había perdido… Y lo otro, ¡ni quiero mencionarlo! ¡Fue horrible! Siempre me quedo a una cuadra de llegar…

—¿Lo dices en serio? —pregunté incrédula.

—¡Pero esta vez lo lograré! Es mi última oportunidad.

—Eres muy extraño...

—Ja, ja, ja, me lo dicen muy seguido. Por cierto, ¿por qué sigues a mi lado?

—¿Eh...? Pues, vamos al mismo sitio, ¿no? Podemos ir juntos.

—¿No tienes miedo? —detuvo por un momento la marcha.

—¿Miedo? ¿Por qué debería? ¿Piensas hacerme algo?

—¡No! ¡Claro que no!

—Entonces no veo nada de malo en que te acompañe.

Nos quedamos unos segundos en silencio. El muchacho parecía estar tan confundido conmigo como yo con él. Finalmente, habló:

—Tengo mala suerte y, debido a eso, muchas personas suelen alejarse de mí. Genero problemas a dónde sea que vaya.

—¿Por qué piensas que tienes mala suerte? ¿Cómo estás seguro de eso?

—Nací un viernes trece —afirmó con total seriedad.

—Ja, ja, ja —no pude evitar reírme muy fuerte—. ¡Qué tonterías dices! Nacer un viernes trece no hace que tengas mala suerte de por vida. ¿Tienes idea de cuántas personas nacen un viernes trece?

Pero no pude terminar de hablar, ya que, de repente, comenzó a caer una gran cantidad de agua que parecía esmerarse en caer justo sobre él, aunque el muchacho se moviera. Después de unos segundos cesó, pero había hecho suficientes estragos como para dejar al chico empapado.

—¡Lo siento mucho! —se escuchó venir una voz desde arriba nuestro—. No me di cuenta que había alguien abajo... ¡Cuánto lo siento! —no era más que una señora desde el segundo piso de su casa.

—Tenga más cuidado —le reclamé—. Mire por dónde tira el agua la próxima vez.

—Lo siento, de verdad —dijo una vez más, para luego desaparecer tras una ventana.

—Tú también dile algo, acaba de darte un buen baño.

—No te preocupes —me respondió mientras intentaba secarse la cara con su camiseta mojada, obviamente sin resultado—. Igual me refrescó el día, ja, ja, ja.

—¡Pero qué tonterías dices!... ¿Y bien? ¿Te regresarás a tu casa?

—Ni de broma, tengo que llegar al instituto cómo sea.

—Si así lo deseas, por mí está bien. Ven, sigamos nuestro camino.

—¿Eh? —el muchacho se detuvo en seco apenas di un paso adelante.

—¿Qué te pasa ahora?

—¿Después de esto no te irás? Bueno, no puedo obligarte a que no te vayas, pero tampoco es una obligación que te quedes a mi lado, sobre todo si corres peligro.

—Ya te dije, no creo en esas cosas y será mejor que tú también dejes de creer en eso. Ahora sigamos para que podamos regresar rápido.

Después de reflexionar unos segundos, el muchacho notó que no iba a poder hacer que yo cambiara de opinión fácilmente y se resignó:

—De acuerdo.