El día se acercaba a su fin y el sol descendía en el cielo a medida que pasaban las horas. El cielo se pintaba con tonos anaranjados y rosados, que se intensificaban a medida que la luz se iba apagando.
El aire se volvía más fresco y la brisa pronosticaba el frío de la noche. La gente se preparaba para pronto retirarse, algunos con harapos y otros con sonrisas.
Al salir la luna, su pálida luz iluminó el paisaje, proyectando largas sombras sobre el suelo. El viento arremetió, soplando desde el norte, y el aire se volvió aún más frío.
La combinación de la luz de la luna y el viento helado creó una atmósfera espeluznante, las sombras parecían retorcerse y retorcerse bajo la luz mordaz y relajante.
Con el estado crepúscular, las personas empezaron a empacar y retirarse. Intercambian saludos y deseos. Otros de forma predictiva para su pesar, quedaron atrás con el presagio de soportar los vientos bajo la luz lunar, en base a su fortuna de sobrevivir un día más.
Usualmente provenian de territorios alejados a la ciudad, sin hogar y con la obligación de trabajabar a tiempo completo de diferentes rubros precarios, con el ideal de poder asentar a sus generaciones próximas en la prospera ciudad, en base a una cultura de trabajo férrea.
Bajo acuerdos tácticos, se disponían de ocuparse de sus cosas en lugares estratégicos, lejanos a la vista pública. Ocultandose de los guardias a proximidad e incluso los árboles.
Los cuales crujían y gemían, sus ramas se mecían con el viento, mientras las hojas susurraban y susurraban, como si compartieran secretos en la creciente oscuridad.
El mundo parecía contener la respiración, esperando a que la noche descendiera por completo.
La luz de la luna y el frío del viento creaban una sensación de presentimiento, como si algo misterioso y siniestro acechara más allá del límite de la percepción.
El rostro de un joven era iluminado, sus facciones al descubierto. Sus labios suaves enuncianban una sonrisa, disfrutando de la luna menguante. En su mano delgada cubierta por un guante hecho harapos, sostenía firmemente un bastón negro.
El sonido era rítmico, rodeado de silencio, ascendente y descendente. Pero no fallaba en el singular sonido producido.
Sus ojos no reflejaban la luna llena, en cambio, únicamente el irracional meneó de las ramas solitarias. Cual tentáculos, se extendían como látigos.
"La noche es temprana, ¿por qué todos se retiran?". Enunció al mundo.
Su risa se extendió cual garrapatas al resto de la calle silenciosa, abrazando al mundo.
"Loco". Dijo un hombre que pasaba, su voz entremezclada con lástima y un leve arrepentimiento.
Como el jefe de una orquesta dando la finalización de un espectáculo, los movimientos del joven se detuvieron. Los papeles se intercambiaron, su bastón que anteriormente simulaba a las rampantes ramas, ahora permanecía en quietud como las ramas ante la paralización del viento de vida.
Con una sonrisa, el joven se giró.
"Oh, agradezco su indicación y lamento mí desliz anterior, gran señor. Aquí tiene, dos monedas como muestra de mí sinceridad".
En realidad, había extendido dos monedas de alta denominación entre sus dedos índice, medio y anular.
El hombre, quién a pesar de su anterior negatividad, fue muy volátil. Extasiado, recuperó las monedas como orgulloso benefactor, sin demostrar ningún apice de rechazo.
"¡Compañero, eres verdaderamente sabio, una eminencia de primera categoría! Sabes, si sufres otra vez de lo mismo, puedes llamarme". Dijo mientras se retiraba con una gran carcajada.
Era un hombre experimentado de las calles, reconociendo que no podía intimidar a alguien que podía despedirse tan fácilmente de tal denominación. A tal punto fue su precaución, que a pesar de su risa exagerada, su paso solo aceleraba con cada segundo.
Rápidamente dobló y desapareció.
Ante esto, Federick reanudó su práctica con su bastón.
Un intercambio simple...
...
Paula, una mujer en su treintena, llevaba un largo periodo buscando a su marido, Bob. Quién con un encargo de su empresa, tuvo que visitar tierras vecinas, pero aún no había vuelto a pesar de haber pasado la fecha
Las promesas habían perecido, extinguido.
En base a ideales, había invertido sus mayores esfuerzos en intentar conocer la verdad. Visitando su empresa, preguntó por él, pero nadie le había visto ni escuchado sobre él. Bajo un informe oficial de la empresa, la caravana aún no había vuelto de su viaje.
Incluso acudió a las autoridades locales, pero le dijeron que no podían hacer nada sin más información.
Desesperada y emocionalmente angustiada, Paula decidió buscar a un adivino de quién se rumoreaban que sus capacidades destapaban el velo eterno de los vivos.
Paula era escéptica respecto a esto, pero estaba dispuesta a intentar cualquier cosa para encontrar a su marido.
Cuando se acercó a la tienda del adivino, un hombre se encontraba en el interior.
"¡Ah, querida, llegas justo a tiempo!". Le dijo, con voz cargada de falsa sinceridad.
"Te estaba esperando. Ven, déjame enseñarte lo que puedo hacer".
Clara entró en la tienda con el corazón acelerado. El adivino, que se presentó como Kansis, quién empezó a hablar en un tono bajo e hipnótico.
Kansis observó su estado desesperado y afligido, similar al actual suyo. Sintió compasión, lo que era raro.
"Dime, dama afligida, ¿cuál es tu necesidad de visitar estos lares?". Dijo, con los ojos brillando con una luz cambiante.
"Mí, mí marido. Él está desaparecido, y las autoridades han dicho que no tienen poder en absoluto sobre el caso. Por favor, sea benevolente y ayúdeme". Paula pronunció cada palabra con resequedad.
"Dime información básica sobre tu marido y te ayudaré hasta dónde lleguen mis esfuerzos". Kansis dijo.
"Él, él se llama Bob. Es un hombre que trabaja en una empresa de transporte, quienes le encargaron dirigirse a una aldea cercana, de lo cual, hasta hoy sigue desaparecido. No sé su edad exacta, pero la aldea se llamaba "Doder". Por favor... Ayúdeme". Paula suplicó intentando organizar sus palabras.
"No se preocupe, no se preocupe y espere". Kansis dijo de forma comprensiva.
Kansis desgraciadamente, rápidamente hizo una demostracion de dados, con una sonrisa lamentable.
"Lo lamentó mucho, pero su marido está rodeado de peligro... Su paradero es desconocido y su vida o muerte no se pueden determinar".
Paula sintió que un frío temor le subía por la espalda mientras escuchaba las palabras de Kansis. Como un mortífero veneno, su expresión se volvió pálida.
"¿Cuánto sería el servicio?". Preguntó con voz temblorosa.
Kansis sonrió levemente con clemencia.
"Ah, querida... No soy un monstruo, sino un ser empático como cualquier otro... La casa cubrirá el costo por hoy. Te puedes retirar". Kansis dijo con sus ojos brillando.
Paula quién estaba desesperada con el corazón apesadumbrado, agradeció con sus fuerzas restantes, mientras besaba la palma del adivino.
'Supongo que la donación benéfica cubre los gastos de la casa... Je'. Kansis pensó burlándose de su desgracia.
Paula salió de la tienda con el corazón oprimido por la desesperación. A pesar de ser superada por las circunstancias, su intención no flaqueó. Se prometió que permanecería fuerte... Fuerte.
Mientras Kansis observaba la figura de Paula en retirada, se dio cuenta que no la había acompañado según lo pautado...
La mujer, quién caminaba de vuelta por las frías y oscuras calles, no podía evitar la sensación de que la estaban observando. Aceleró el paso, con el corazón acelerado por el miedo, pero sabía que nunca podría escapar de estos recuerdos que la enjaulaban a su realidad.
Quién para su horror, observó como una figura oculta en la oscuridad se acercaba. Las calles estaban vacías, alimentando su temor, pero intentó actuar con naturalidad.
"Una moneda, una moneda, señorita". Interceptó la figura.
"No, lo lamentó, no tengo dinero sobre mí". Paula dijo con una sonrisa modesta.
"Es solamente una moneda, señorita... Sea benevolente y tenga clemencia de está pobre persona". Dijo el mendigo.
"Se lo juró, así que no molestes más". Paula dijo con la voz temblando.
Su estado de ánimo estaba al máximo de penurias, con el riesgo de explotar en cualquier momento. Había salido con dinero, pero era excesivo; había desvalijado los ahorros de su familia con la intención de pagar el rumoreado precio exorbitante de los servicios del adivino.
Pero contra sus expectativas, el inofensivo joven de repente explotó en furia.
"Tú... ¡tú, maldita zorra despechada! Tu destino ilusorio ha sido cerrado, ¡y lo sabes! Ya no lo verás más... ya no lo verás más... Bob... Bob". Repetía incesantemente el mendigo sin racionalidad.
Ante este arrebato, Paula únicamente atinó a huir despavorida, en shock y al límite emocional. Las lágrimas recorrieron sus mejillas y el temor crónico inundó su pecho.
...
'Acaso, ¿esto tiene sentido?'. Federick pensó.
Él fue quién actuó como mendigo y espantó a la mujer. Probablemente podría excusarlo como un experimento social en su anterior mundo, pero aquí era la pura frivolidad del fuerte sobre el débil.
Había actuado bien y mal. Lo idealizado y lo incorrecto.
Con la información registrada y la ayuda de su sistema, de hecho había confirmado que el esposo de la mujer aún estaba vivo.
Sus dedos ya estaban fríos debido a la helada. Había negociado tres clientes desafortunados, pero no tenía la intención de quedarse ni de anunciar su despedida.
Así, una figura en harapos se retiró en el frío clamor de la noche.
El ruido de su bastón se extendía por las calles...
...
Pero el destino burlándose de sus pensamientos, cambió las tornas del control.
Para desconcierto de los miembros del circo, la carpa de Kansis aún seguía en funcionamiento a pesar de la hora prolongada del día.
Quién se encontraba barajando sus cartas intentando encontrar entretenimiento en sus acciones. Pero para su sorpresa, un cliente abordó sus servicios...
Un cliente desafortunado.