Íleo escuchaba a Faris con la respiración contenida. Sus puños se habían cerrado tan fuertemente que sus nudillos estaban blancos. Faris tomó otro gran trago y luego se limpió la boca con la manga.
Una de las serpientes abrió el saco, sacó a la pequeña niña inconsciente y la transfirió a lo que parecía un ataúd. La mujer alada tocó el ataúd y este se encerró en luces cerúleas que danzaban a su alrededor —dijo Faris. Se lamió los labios con su lengua—. El de pura sangre asintió. Otros se unieron a él para levantar el cofre y luego todos entraron en el océano con él. No sé si la niña sobrevivió o no —bebió más.
—¿Viste a esa mujer alada de nuevo? —preguntó Kaizan.
Faris negó con la cabeza —No, ella nunca vino.
—¿Viste a la niña en el ataúd salir... alguna vez? —preguntó Anastasia esperando que él la haya visto.
Él negó con la cabeza de nuevo —No —miró a los tres con una mirada curiosa—. ¿Por qué preguntan por ella? No creo que deba estar viva.
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