Anastasia giró su cabeza hacia ella. —¿Qué pasa, Paige? —preguntó.
Kaizan, que hasta ahora estaba sentado en el taburete del bar y apoyado en la barra, se puso en pie de un salto. Miró a su hermana intensamente con toda atención. Estaba tan desaliñada. Tenía barro por toda la ropa.
—¡Necesito tu ayuda! —dijo Paige, con los ojos yendo de Kaizan a Anastasia.
Anastasia se quitó la manta y, sin preguntar qué tipo de ayuda necesitaba, empezó a caminar hacia la puerta. Íleo saltó del diván y estaba a su lado. Miró a Kaizan antes de cruzar la habitación, preguntando con la boca qué había pasado. Kaizan se encogió de hombros.
Paige los guió hacia afuera de la mansión. Entró en el callejón de atrás. Un lobo yacía allí en un charco de sangre. La nieve alrededor estaba carmesí. —¡Dioses! —Kaizan habló con dificultad y corrió hacia el lobo.
—¿Quién es? —preguntó Anastasia acercándose al lobo. Los guardias a su alrededor se dispersaron.
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