Tras levantarse, Abel por primera vez guardar el preciado revolver en su pantalón y se dirigió hacia el escritorio, tomó el estuche con velas y luego el hombre perdió un poco de tiempo haciendo ruido mientras contaba el tiempo pasando en su mente, de tal forma el proceso de huida no sería extraordinariamente corto y por tanto no llamaria la atencion del acechador.
Cuando pasó el tiempo suficiente como para considerar estos movimientos como parte de la rutina, el joven se acercó a la caja donde se encontraba la trampilla, la misma ya estaba abierta por lo que Abel solo tenia que bajar por las escaleras y una vez hecho eso no se molestaría siquiera en cerrar la trampilla, puesto que la clave de todo el plan es que el acechador nunca tendría las dudas suficientes como para entrar al sótano para verificar si Abel estaba haciendo silencio o había desaparecido.
Al llegar a la caja, Abel no perdió el tiempo y se metió por la trampilla, comenzó a descender los escalones confiando en su instinto dado que esta vez no tenía el celular para guiarse y bajar con una vela prendida en la mano era una tarea imposible . Al llegar al suelo, Abel prendió una vela y usando su luz comenzó a alejarse con lentitud y sin hacer mucho ruido por el angosto pasillo que tenía al frente.
Tras llegar a aproximadamente la mitad del trayecto, Abel hizo una pausa y aprovechó el mortuorio silencio de esta mansión para comprobar que su plan había tenido éxito: el acechador no había entrado al sótano, o al menos no había ruidos indicando que eso pasara.
Sin festejar su triunfo con ningún grito de victorio, Abel con ironía y de forma burlesca sonrió de la misma forma horripilante y forzada con la que sonreía el asechador que lo había estado irritando más de la cuenta.
Abel podría jurar que se había pasado un dia entero en ese sótano y si bien no tenía hambre y mucho menos sueño, el viudo aún sufría de una gran fatiga mental y un fuerte dolor en uno de su brazo, los cuales estaban ahí para recordarle que ese mal nacido lo había mantenido en ese sótano por no menos de medio dia.
Con pasos lentos y con la suficiente locura o coraje para no tener temor, el hombre fue avanzando por el pasillo hasta que finalmente llegó al final de este pasillo. Como el pasillo subterráneo no era muy largo, solo demoro unos pocos minutos recorrerlo en su totalidad y al llegar al final Abel se detuvo para mirar el techo del pasillo, al igual que la anterior vez algo de luz se colaba por los tablones de madera de la trampilla que daba salida a este pasadillo, indicando que probablemente la lámpara en el dormitorio aun siguiera prendida.
Probablemente este era la parte más fácil del plan, pero también era la parte que más dudas le generaba a Abel, puesto que el viudo recordaba que había tenido varios problemas encontrando esta trampilla la anterior vez, por lo cual el hombre temía que la trampilla se halla quedado trabada o algo por el estilo haya pasado, si ese fuera el caso entonces sería complicado escapar de esta mansión sin ser detectado.
Sin embargo no había forma de averiguarlo si es que no se molestaba en intentar abrirla y por suerte el coraje del exitoso plan que acababa de ejecutar le estaba dando al viudo la suficiente confianza como para probar suerte sin dudar mucho.
Abel dejó la vela prendida en el piso del pasadillo y comenzó a subir por las escaleras, mientras soportaba el inundable dolor que le generaba usar el brazo roto. Al llegar al final el hombre se topó con la trampilla y pidiéndole a dios un poco de ayuda probó abrirla, por suerte esta vez dios escuchó y la trampilla comenzó abrirse con la misma lentitud con la cual el hombre se movía.