Daohua siempre había sido reacia a casarse.
A pesar de que había vivido en tiempos antiguos durante doce años y se había acostumbrado a las reglas de la era, todavía había algunos conceptos que encontraba inaceptables.
Las costumbres matrimoniales antiguas enfatizaban la autoridad parental y las palabras del casamentero, valorando la alineación del estatus social y los intereses familiares sobre todo, con poca o ninguna preocupación por los afectos entre el hombre y la mujer involucrados.
Muchas personas se casaban sin siquiera haber visto la cara del otro.
La sola idea de vivir la mayoría de su vida con un completo extraño hacía temblar a Daohua incontrolablemente.
En estos tiempos antiguos, las familias que eran ligeramente indulgentes con sus hijos permitirían, como mucho, que los futuros novios se conocieran durante el proceso de emparejamiento. El deseo de Daohua por valores compartidos, temperamento y entendimiento mutuo no era más que una fantasía diurna.
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