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9: Cambio de color (Parte 1)

Encontraron a la pelirroja ayudando a varios de la fundación sobre informática, está saludó al verlas.

— Chicas, ¡qué alegría veros! — se acercó con esa agradable sonrisa —. Supongo que venís a buscar trabajo, ¿verdad? — cuestionó a lo que ambas dijeron que sí con la cabeza —. He encontrado tres puestos vacantes para trabajar como limpiadoras en una propiedad privada — dijo con una pizca de emoción. Amara abrió los ojos como platos ante tal respuesta, parecía convencida.

— ¿Cuánto pagan? — realmente mostraba interés, ya estaba haciendo cálculos en su cabeza.

— Alrededor de diez dólares la hora.

— ¿Y cuántas horas son? — Lana respondió curiosa.

— Ocho horas diarias de lunes a viernes — aclaró —, si no me equivoco es turno partido, de ocho a doce y luego de cuatro de la tarde a ocho de la noche.

Un resquicio de esperanza hizo que sus pupilas se dilataran, era buen trabajo para empezar a ahorrar dinero, además con eso le daría de sobras para acumular unos buenos ahorros, en lo que se ponía de acuerdo a regresar a la universidad.

Amara pensó en lo estupendo que le vendría para ella y Anne, el horario no era tan flexible como esperaba, no obstante, el salario era bueno.

— Y bien... ¿Qué decís? — Lora quiso saber.

— Yo me apunto — dijo la morena decidida, quería ese puesto.

—Yo también — Lana respondió después. Su amiga le agarró fuerte las manos con ilusión, ella hizo lo mismo, sentía la frecuencia que su energía transmitía.

Se sentaron al ordenador y se apuntaron a la oferta enseguida, acto seguido Lana le envió un correo a Jean para ver como estaba, ya lo echaba de menos.

Después de comer subió a su habitación, se lavó los dientes y se peinó, tenía que salir a comprar los boletos del tren, mañana en la mañana planeaba ir hacia Stockton, necesitaba recoger sus pertenencias y algo de dinero que había logrado ahorrar. Cuando salió se aseguró de llevar consigo la llave de su habitación. Bajó por el ascensor y antes de salir del refugio se despidió de la secretaria.

Estiró el cuerpo cuando se quedó en la entrada, hacía un día muy soleado y agradable, necesitaba pasear bajo el día radiante. Caminar la hacía sentir mejor siempre, además era una actividad que elevaba su humor, mejoraba la circulación y además prevenía el deterioro cognitivo.

— Lana — susurró una voz grave profunda, le causó escalofríos, era él. Su corazón todavía no se acostumbraba a su presencia, empezó a bombardear con una fuerza superior a la suya, se mordió los labios —, ¿dónde vas tan temprano? Apenas son las cuatro de la tarde — susurró tan bajito y tan sutil que por un momento sintió quedarse sin aliento, sus susurros le acariciaban el cuello y despertaba todos sus sentidos, cada uno de ellos. Cuando fue consciente se percató de lo fuerte que apretaba la comisura de sus labios.

La brisa caliente primaveral, su olor a menta, su cuerpo cerca del suyo, hizo que entrara en calor en cuestión de cero comas, tragó saliva, definitivamente estaba fuera de lugar. — Soy una chica deprimida, caliente y con los sentimientos a flor de piel, no me pongo de acuerdo conmigo misma, estoy trabajando contra mi voluntad — pensó exhalando aire. "Una perra deprimida caliente".

— Jean — mencionó su nombre como si su voz fuera un hilo fino. Se dio la vuelta encontrándose cara a cara con él, a tan pocos centímetros que hasta Jean notó sus latidos rápido, su boca cerca de la suya, divisando sin cesar. Le gustaba esa sensación, sentirla nerviosa, percatándose de que sus latidos estaban tan descontrolados como los suyos.

— ¿Cómo estás? — preguntó refiriéndose a lo pasado el día anterior. Ella se separó poniendo distancia.

— Mucho mejor — por alguna razón se notaba cierta duda en su voz —. Bueno en realidad... No te voy a mentir, estoy viva a penas, consumida por mis pensamientos — carraspeó, habitaba mucha verdad en su dulce voz.

— Quiero llevarte a un lugar si no tienes nada que hacer — dijo, deseando que dijera que sí.

—No— respondió —, ósea sí, pero tengo varias cosas por hacer, excúsame Jean — por poco hizo una reverencia, tímida porque si pasaba tiempo con él no iba a acabar bien. No se reconocía ni ella misma, deseaba estar a su lado porque lo echaba de menos, pero a la vez no quería estar aproximada a su presencia. Pero a su vez deseaba besarlo y no soltarlo nunca jamás.

Él esbozó una sonrisa medio traviesa.

— No te hagas la difícil — ahora mostró sus dientes sonriendo tan plácidamente, que picarón llegaba a ser, la conocía tan bien en tan poco tiempo.

— ¿Qué te hace pensar eso? — lo retó con la mirada, enarcando una ceja, cruzando los brazos.

— Porque sé que quieres estar conmigo, sino ¿por qué me escribirías ese correo? — arqueó también la ceja, se relamió los labios.

Lana comenzó a respirar pesadamente, maldición qué labios tan bonitos, quería probarlo como si fuera un caramelo. Sacudió la cabeza pateando esos pensamientos tan impropios, apretó las piernas con esa sensación vergonzosa, él se había dado cuenta.

— Quizás sí, o quizás no. — Sin darse cuenta respiraba pesante, deseaba darle un beso.

— Pero yo sé que sí, encanto — tragó y después volvió a humedecerlos, quería besarla, acercarla, rodearla con su brazo y perderse en su cuello.

—Yo... Creo que lo mejor que puedo hacer es irme — ella apartó la vista, se sentía como una presa enjaulada en aquella mirada feroz, Jean desprendía fuego de sus ojos. Él seguía permaneciendo inmóvil como si no se fiara de sus movimientos —. En realidad, quisiera irme contigo, me sabe mal marcharme después de que hayas hecho el esfuerzo de venir.

"Lana, eres muy bipolar"

—Pues haz que valga la pena — le guiñó el ojo derecho, cosa que la dejó parpadeando —. Ahora en serio, si estás muy ocupada te dejo tranquila, podemos vernos otro día.

—¡No! — exclamó alto, cuando se percató, volvió a bajar la voz —. Solamente tengo que ir a la estación de tren.

Jean puso las manos en los bolsillos del tejano. Se atrevió a darle una ojeada rápida, llevaba; el cabello castaño despeinado cayendo por su frente, pero el ligero aire lo hacía bailar, un polo color azul cielo, tejanos oscuros y unas Nike del mismo color del polo.

Parecía sacado de una revista Vogue.

— Perfecto, te acompaño a la estación, ¿quieres ir en coche o prefieres ir caminando? Hay media hora de camino — propuso. Lana consideró el motivo de su salida, hoy le apetecía caminar y estirar las piernas.

—Prefiero andar — le respondió mostrándole una agradable sonrisa después —. Siento que contigo pasará rápido.

Ambos comenzaron a emprender la ruta hacia la estación, yendo uno al lado del otro, antes de girar a la izquierda hacia Howard Street, Jean le acarició su sedoso cabello y se acercó de nuevo a su oído diciendo:

— Vamos a tener grandes experiencias juntos — acurrucó su cabeza con la de ella, agarrando confianza, por pocos segundos después de volver a susurrar.

— ¿Qué te hace pensar eso? — ella formuló la pregunta con urgencia, para que él respondiera. Lo tenía cerca de su cuerpo, demasiado...Como la anterior noche.

Él se mantuvo en silencio analizando, sabía que la ponía nerviosa, pero bajo esas facciones tan dulces se ocultaba deseo. Y lo sabía.

— No te imaginas.

Ella paró en seco, arqueando la ceja a modo de respuesta.

— ¿Qué es lo que no me imagino? — preguntó más seria y con los latidos fuertes y fuera de control.

Jean se humedece los labios y luego lanza una sonrisa vaga, antes de añadir lo siguiente:

— Todo lo que pasa por mi cabeza.

—No me piensas revelar nada, porque sería Spoiler, ¿o me equivoco?

— No, no te equivocas. Prefiero ser reservado, así poco a poco te voy a ir revelando la película que hay en mi mente.

La Respiración es pesada, la descarga de hormonas también; adrenalina y noradrenalina, por todo el cuerpo, estas provocaron que le latiera el corazón hasta tres veces más rápido de lo normal.

Pupilas dilatadas, mejillas sonrojadas, la sangre corriendo por sus venas, tan caliente como la lava.

Intentaba disimular su lenguaje corporal, pero con él era prácticamente imposible, despertaba esa ansia y deseo, jamás había sentido algo así por alguien.

Él estaba ahí apreciando cada mínimo detalle, asegurándose de grabar hasta cada mínima peca de su rostro tanto como cada cambio de color en sus ojos..., colapsando su mirada con la suya, que ya decía mucho a través de esta. Esos ojos rasgados, le rasgaba el alma. Lo deseaba demasiado.

Más de lo que quisiera, aunque le doliera aceptarlo.

— Creo que es mejor seguir caminando. — Empezó a dar pasos hacia delante dejándolo a él atrás, arrepentida por ser tan curiosa. Si no hubiera preguntado tanto, ni hubiera sido tan insistente, ahora mismo estaría tranquila. Pero no, siempre tenía que fisgonear.

Jean con la mano en los bolsillos la observó, con una sonrisa victoriosa y negando con la cabeza, esa chica lo estaba volviendo loco.

— Y... — Él se colocó a su lado, yendo a su paso —. ¿Para qué quieres ir a la estación de tren?

Ella miró hacia enfrente, no deseaba cruzar su mirada con la suya, estaba enloqueciendo.

— Mañana me voy.