El suspiro de Seian se mezcló con la penumbra de la habitación, como si las sombras también compartieran su pesar. Clei yacía en la cama, su piel pálida como la luna, ajeno a las palabras que Seian murmuraba en la quietud.
"Perdón por no haberte defendido hoy," susurró Seian, como si el aire mismo fuera testigo de su confesión. "Pero también sentí un poco de celos. He incumplido mi promesa de cuidarte."
La habitación parecía sostener su secreto, y Seian se inclinó para dejar un pequeño beso en la pierna blanquecina de Clei. No importaba que el príncipe no lo escuchara; las palabras flotaban en el espacio, como estrellas que buscaban su lugar en el firmamento.
El festival de las estrellas había dejado huellas en todos los corazones, y Seian sabía que su papel no solo era proteger al príncipe, sino también enfrentar sus propios demonios. En la oscuridad, mientras Clei dormía, Seian se prometió que encontraría la redención en los días por venir.