Clei, con su corazón dividido entre los reinos celestial e infernal, se encontraba en un dilema constante. Theiman, el hermano más sabio y tranquilo, lo observaba con preocupación. Aunque no estaba de acuerdo con mantener la puerta abierta, Theiman había optado por guiar a Clei en lugar de enfrentarlo directamente.
"¿Por qué te enojas con ellos, Clei? Solo están tratando de protegerte", dijo Theiman mientras entraba al despacho de Clei, sosteniendo un chocolate caliente y una manta celeste. Clei, absorto en sus pensamientos sobre el presagio que lo atormentaba, respondió: "Thei, no tengo tiempo para chocolate. Debo organizar el festival, que está a punto de comenzar".
Theiman lo miró a los ojos, Clei se paralizó por la mirada casi igual a la de el,recordando las manos que alguna vez lo habían acogido con cariño y en futuro lo señalaban con desprecio. "Lo sé, Clei, pero no comer te lastimará. Todos hicimos lo imposible por mantenerte con vida cuando eras un bebé". Clei suspiró, cansado de llevar la contraria, y aceptó el chocolate con una sonrisa.
"Si algún día me traicionan, si me traicionas, aún los amaré a todos", murmuró Clei, su mente dividida entre lealtades y conflictos internos. Theiman asintió, sabiendo que el amor entre hermanos era más fuerte que cualquier diferencia. El festival de las estrellas se acercaba, y Clei se preparaba para enfrentar su destino, sin saber que su elección afectaría a todos los que lo rodeaban.