Para cuando Zaki finalmente se calmó, Sei todavía estaba sin moverse. Al parecer no tenía intención de comerse las tiernas galletas después de todo.
Al ver esto, Zaki se puso de pie de inmediato y se sentó al frente de Sei, tratando de convencerlo egoístamente.
—Oye Sei, no me digas que realmente estás pensando en preservar esas lindas cositas y tenerlas en tu propio museo.
Las palabras de Zaki eran de cierta forma fastidiosamente traviesas, sin embargo, el hombre ni se molestó y lo ignoró por completo.
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