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Sombras Divididas

El destino es confuso. A veces pasa sin ser percibido, otras puede volver del revés la vida de alguien. Un chico normal, con problemas normales, viviendo una vida normal, justo como cualquier humano común... con la diferencia que el destino tenía otros planes para él. Un día, después de un extraño evento, se topó con dos chicas aladas y su vida se volvió mucho menos... normal. Fue arrastrado fuera de su planeta, probando la existencia de otros mundos y de extraños poderes como la magia misma. Desgraciadamente, el camino de regreso a su casa fue cerrado tras de si, dejando como única opción para regresar a su casa vagar a través de diversos mundos desconocidos . Al mismo tiempo, descubrió que no era capaz de usar magia, pero en su lugar obtuvo un extraño poder que le permitía tomar la energía del propio mundo, junto a otro extraño poder acompañado por una misteriosa y tenebrosa existencia despertando dentro suyo, sin la menor idea de si se trataba de un amigo o enemigo.

Gascart · Fantaisie
Pas assez d’évaluations
67 Chs

¿Miau?

Dicen que cuando vas a morir tu vida pasa por delante tuyo como si de una película se tratara. Yo no estoy tan seguro de eso, o por lo menos no fue mi caso. No obstante, hay una parte de verdad en esta afirmación. Cuando estás delante de la misma muerte te planteas muchas cosas sobre tu vida, haciendo regresar a tu cabeza tus mayores lamentos.

Multitud de preguntas llenaron mi cabeza: ¿Por qué tengo que morir? ¿Mi vida tuvo algún sentido? ¿Mi muerte valió para algo? ¿Le importará a alguien si muero? ¿Habrá algo después de morir o dejaré de existir? … La cantidad podría llenar por completo un libro de mil páginas, pero de entre todas ellas había un par que no paraban de repetirse en mi mente como si alguien me estuviera susurrando constantemente al oído: ¿Quién soy y qué soy?

No entiendo el motivo por el cual esta pregunta dio tantas vueltas en mi cabeza, pero me llevó a recapacitar seriamente sobre mi existencia. ¿Quién era? Probablemente un simple grano de arena en un desierto que no paraba de crecer. ¿Y qué era? A esta siquiera fui capaz de encontrar una respuesta adecuada.

En concepto de especie se me podría llamar un humano, pero… ¿qué es un humano en realidad? Un ser racional que se había considerado la forma de vida más avanzada… de su mundo. Tras descubrir la existencia de otros seres similares me di cuenta de la posición en la que me encontraba, la más baja.

Los seres racionales de otros mundos parecían superarnos de lejos en todo. Yo era un humano… un simple humano sin poder, incapaz de defenderse a sí mismo… a diferencia de Raidha…

«¿Por qué de entre todas las cosas tuve que pensar justamente en ella? Espero que al menos ella pudiera escapar…»

Raidha me había salvado la vida varias veces, fuera directa o indirectamente. Incluso en el momento en el que yo ya había dado por perdida toda esperanza, ella decidió no abandonarme por algo tan simple como una simple y estúpida promesa. En cambio, por mi parte, no había podido hacer absolutamente nada para ayudarla en los momentos críticos…

«¿Qué clase de hombre estoy hecho para dejar que la princesa me salve?»

Esa debilidad… era algo que nunca me podría llegar a perdonar… pero ya era demasiado tarde para eso, después de todo, no había forma humana de que mi cuerpo hubiera aguantado después de haber sufrido tanto daño. Aún así, si pudiera volver a empezar, si al menos tuviera una segunda oportunidad… entonces yo...

Algunos rayos de luz se filtraron a través de mis párpados cerrados. La sensación hizo que mi consciencia empezara a medio despertar poco a poco.

«¿No estoy muerto?»

Aunque se sentían pesados, intenté abrir mis ojos lentamente.

—Ugh…

La luz entró con fuerza, haciendo que me doliera la vista y obligándome a cerrar de nuevo los ojos con fuerza.

—¡¿Miau?! ¡De verdad sigues vivo! Es increíble, seguir vivo con tales heridas.

Una emocionada voz llegó a mis oídos… Vivo, realmente quería escuchar esa palabra… De verdad la quería escuchar… ¡pero no con un maullido delante!

«¿Miau? Pero qué cojones...»

Forcé de nuevo a abrir mis ojos lentamente, dejándolos acostumbrarse a la luz. Lentamente, una silueta empezó a tomar forma delante de mis ojos. Su aspecto era el de una persona, pero algo encima de su cabeza no encajaba con mi concepto de "persona".

«Esto no puede ser real.»

Dejé caer de nuevo los párpados, esperando que hubiera sido una alucinación, pero aún así la voz no paró.

—Espera, estás despierto, ¿verdad? No te desmayaste de nuevo, ¿verdad? ¡Levanta! ¡Levanta! ¡Levanta! ¡Levanta! ¡Miau, reacciona!

Se trataba de una molesta e insistente voz que lentamente consiguió arrastrar de regreso mi consciencia.

—¡Lo sabía, miau!

Al final, aún en un estado a medio camino de la consciencia y la inconsciencia, pude empezar a reconocer lo que tenía encima.

—Estoy alucinando... Sí... seguro que es una alucinación o una pesadilla. Quizás si me duermo de nuevo puedo regresar a la realidad... Nos vemos dentro de ocho horas, o mejor dicho, no nos vemos.

—¡Miau, no! ¡No te duermas de nuevo!

Al final la voz no paró de gritar hasta que me desperté del todo. Abrí de par en par los ojos. La voz pertenecía a una chica que me miraba desde arriba, apoyada ligeramente en lo que parecía ser una cama, donde yo estaba acostado.

—No me lo puedo creer…

Tenía una cara redondeada, con un cabello completamente negro, largo hasta la mitad de la espalda. Sus ojos también eran negros y me observaban con emoción junto a una gran sonrisa que dejaba ver un colmillo felino asomándose por arriba… Sí, colmillo felino, aunque no se diferenciara de otros tipos de colmillos, me era imposible pensar en otra cosa después de ver de frente a esa mujer...

«Una chica... ¿gato? ¡Una maldita chica gato!»

Su rostro era bastante humano, pero se podían apreciar ciertas facciones felinas, concretamente sus ojos, cuyas pupilas eran idénticas a las de un gato. Por encima de su cabeza se levantaban un par de orejas triangulares cubiertas de ese mismo pelo negro, a excepción de su punta, que era blanca. Por detrás suyo también se levantaba una cola con el mismo aspecto: cubierta de pelaje negro con la punta blanca. Vestía una simple camisa de una tela parecida a lino de color gris oscuro junto a unos pantalones gris claro, que daban la sensación de ser ropas típicas de algun antiguo pueblo rural.

«Nunca esperé encontrarme algo así… Bueno, con todo lo ocurrido no sé ni por qué me sorprendo tanto…»

No me podía creer que algo así existiera de verdad, pero no podía negar lo que tenía justo delante de mi cara. La chica gato estaba sonriendo gratamente al ver que realmente me encontraba consciente. Tardé un poco en reaccionar, pero finalmente descarté toda mi sorpresa, pues había algo más importante que atender.

—¡Raidha! ¿Dónde está Raidha? —me levanté de golpe— ¿Qué...? Arg... —y el dolor me recorrió de arriba a abajo.

—Mejor no te muevas mucho. Tus heridas son horribles. Tu compañera está aquí mismo, durmiendo con normalidad. Ella no corre peligro, miajaja.

Giré mi cabeza. Raidha estaba acostada justo a mi lado. Suspiré aliviado. Por fin conseguí calmarme y dar un vistazo a mi situación. Estaba acostado en una cama dentro de una casa cuyas paredes parecían estar hechas de madera. Todo mi cuerpo estaba vendado de arriba abajo.

—Ya veo... es una suerte que no tenga nada serio... —alcancé a decir más relajado.

—Tiene una herida bastante profunda, pero comparado contigo la suya es una mera herida superficial. Tú, por el contrario, estás completamente destrozado. ¡Miau, tienes unas heridas que se podrían considerar fatales! En toda mi vida encontré a nadie capaz de sobrevivir con un agujero en la barriga. Es un auténtico milagro que no hayas muerto.

Me era imposible saber exactamente el estado de mi cuerpo, pero ciertamente tenía que ser horrible. Costillas rotas, un agujero a través del cuerpo... y eso era solo lo fácilmente visible. Viendo como sangraba por todos lados estaba claro que tenía los órganos hechos papilla. Palidecí al pensarlo y apenas pude dejar salir un suspiro apagado. Por lo menos seguía vivo y Raidha estaba bien.

—Me alegra escuchar esto... Por cierto, ¿dónde estamos? —le pregunté a la gata.

—Estás en la aldea de los Faerain, en medio del bosque de Fandragoth. Os encontré heridos delante del árbol sagrado y os traje aquí. Mi nombre es Mirthia y, como puedes fácilmente deducir, soy una Faerain. Miau, ¿qué sois vosotros?

—Puedes llamarme Drayd... soy un... esto… un simple humano. No creo que veas a muchos de mi especie por aquí. Ella es Raidha, una silphen... Probablemente sea mejor que no veas a ninguno más de la suya...

Ante mi respuesta inclinó la cabeza hacia la derecha en una clara muestra de duda mientras meneaba las orejas. No tenía ni idea de qué era un Faerain, pero tampoco era muy difícil deducir que era el nombre de la gente gato.

—¿No sois de la misma raza? A mí me parecéis idénticos.

—Bueno, normalmente los suyos tienen alas. Hasta hace unos días ella tenía un par bien grandes y esponjosas, pero... por cierto incidente las ha perdido.

—¡Miau! Eso tiene que ser doloroso. Por cierto, puedes relajarte un poco, no hace falta que sigas sosteniendo esa espada.

—¿Espada?

Vurtalis estaba en mi mano derecha. Hasta que lo mencionó ni me di cuenta de que la sostenía.

—Desde que te recogí no has soltado esa espada ni por un segundo. ¿Es acaso valiosa? No se ve como un arma muy útil para el combate.

«¿De verdad? Quizás porque Raidha me la dio... No, no es posible...»

Le eché un buen vistazo. Su hoja reluciente me reflectaba a la perfección. Vi mi rostro y mis casi siempre somnolientos...

—¡¿Queeeeeeeeé?! ¡¿Qué les ha pasado a mis ojos?! ¿Por qué son verdes?

—¿Miau?