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Capitulo 23: Antes de que me desvanezca.

Día 8.

Jueves 11 de mayo.

Conteo progresivo.

¡Tic Tac!¡Tic Tac!¡Tic Tac!

13.15 hs.

El dulce aroma de masa quemada llena la cocina de Soichi, despertando a Lían tras una noche agitada. No fue hasta las cinco de la mañana que el hombre logro calmar los recuerdos y conciliar el sueño. 

Un gatito negro enroscado como un bollo duerme plácidamente en el sillón. El horno permanece abierto, liberando los últimos vestigios de humo. De fondo, una melodía desconocida se entrelaza con el sonido rítmico del repasador que el joven mueve frente a la mesada.

Descalzo y con el pelo revuelto, Lían bosteza y se refriega un ojo.

—¿Estás bien?

Pero el joven avergonzado no responde.

—¿Cocinando? ¿Por qué no me despertaste? Te hubiera ayudado.

Soichi seguía indignado ante el fracaso. Descargó una aplicación de recetas, siguió todos los pasos. Uno por uno, incluso cronometró el tiempo. Sin embargo, este fue el tercer bizcochuelo arruinado.

—Yo... quería preparar el desayuno —murmura, mirando al suelo con frustración.

A centímetros de la espalda, el hombre se acerca y mira de reojo al joven que oculta el rostro. Con una voz tranquilizadora, trata de reconfortarlo.

—No está mal, no te preocupes.

Soichi voltea hacia él, revelando ojos acuosos como los de un niño que ha puesto mucho esfuerzo en algo. Era tierno; pero no quiere perder la compostura frente a esa mirada cálida. Aunque en realidad está muy triste, tanto esfuerzo en algo tan simple. Si supiera que antes había intentado otras cosas, cada una de ellas destinada a la basura. El joven gira para observar nuevamente el resultado de su trabajo y la vergüenza lo invade.

—¿En serio? ¿Esto tiene solución?

Lían apoya la barbilla sobre el hombro de Soichi y señala las partes quemadas mientras sonríe.

—Apenas se enfríe, retiras esas partes con un cuchillo y listo.

La sutil respiración que se desliza por la piel del cuello tiñe la punta de sus orejas del joven.

—Lo siento... pensé que me saldría.

Un pequeño hormigueo y la necesidad de abrazar a la figura deprimida, pone ansioso el corazón del hombre.

Pero no era el momento, tal vez...

¿Si era rápido? ¿Si luego corría?

A veces el cuerpo reacciona de forma inconsciente. Cuando despierta de sus pensamientos, ya se había aferrado a la cintura joven.

Soichi baja las pestañas mientras siente el aroma dulce... un perfume que ya se ha anclado en sus sentidos. Volviéndolo familiar pero desconocido, haciendo tortuosa la cercanía y al mismo tiempo dolorosa la abstemia lejanía. Elevando fantasías ocultas y reprimidas se producen ráfagas de inconsciencia ambigua. Y aun así... se siente bien.

Aunque no lo rechaza, Lían se aparta y le da dos toquecitos en la cabeza a Soichi, como si acariciara a un cachorro o a un niño inocente. No puede percibir el calor bajo la piel translúcida, ni leer los deseos tácitos del otro.

—Voy a lavarme la cara, ahora vuelvo para ayudarte —dice con una mirada llena de ternura.

La calidez se desvanece, desapareciendo tan fácilmente como había llegado. El joven no puede evitar sentir una inquietud, un vacío que se instala en su pecho.

No obstante, a mitad del camino, Lían consulta:

—¿Qué dice la letra de la canción? ¿Lo sabes?

En ese instante, Aidez-moi de Louane Emera se escucha de fondo. Soichi permanece de espaldas y solo niega con la cabeza. No ve la expresión que Lían lleva en el rostro.

—Parece una canción triste... —murmura con aflicción.

En realidad, Soichi conoce la traducción de la canción. Podría haberle contado lo que dice en ese preciso momento.

"Aidez moi, je sens monter l'angoisse"

«Ayúdame, siento que la ansiedad aumenta»

"Aidez moi, avant que je ne m'efface"

«Ayúdame, antes de que me desvanezca»

"Aidez moi, j'ai mal, est-ce que ça passe?"

«Ayúdame, tengo dolor, ¿está bien?»

Cada palabra estremece su pecho. Los labios se resisten a separarse con temor a equivocarse. El corazón de Soichi late con fuerza en cada "Aidez moi".

13.35 hs.

Las personas a veces pasan por alto el esfuerzo y los detalles, pero Lían es diferente. Su fascinación se desborda mientras observa las dos tazas de café recién preparado y las delgadas rodajas de bizcochuelo de vainilla. Frente a él, el joven muestra una expresión de disgusto al ver su intento fallido de elaboración.

El hombre siente que repetir esta escena lo haría increíblemente feliz. Toma una de las rodajas, ya atravesada por el filo del cuchillo y la lleva a la boca. El sabor no es malo; no ha sido invadido por la corteza quemada. Con una energía contagiosa y arqueando las pestañas felicita al cocinero.

—¡Hey! ¡Está bueno!

Soichi detestaba la condescendencia; prefería que le dijeran: "Esto sabe a mierda". Aunque en este momento un pequeño brote de orgullo asomaba en su pecho; la próxima vez, lo haría mejor.

—Gracias.

Ambos permanecieron en silencio por un momento. De forma inesperada, el inexperto cocinero deseaba iniciar una conversación.

Hace mucho tiempo, él era un niño que disfrutaba de charlas largas con los adultos. Se aferraba a su padre cuando venían a visitarlo. El señor Takahashi, al igual que Hanna, era una persona con la cual daba gusto conversar. Tenía oídos pacientes y consejos sabios.

Un día, un hombre desagradable apareció. Se había casado hacía unos meses, pero decidió abandonar a su esposa para quedarse con su joven amante. El padre de Soichi, un hombre experimentado que había conocido el mundo, podía racionalizar la situación. Sin embargo, el hombre desagradable no volvió a poner un pie en su casa, y el señor Takahashi dejó de conversar con ese viejo amigo.

El niño que había escuchado esa conversación también estaba disgustado; tenía unos valores muy altos.

¿Cómo podía una persona ser tan cruel y reírse de una hazaña tan mediocre?

Él quería ser como su padre, amar a una sola persona y darle su vida entera. Si algún día encontrara a su persona especial, no lo tomaría a la ligera. No podría herirla de esa manera.

Su abuela era una mujer excepcional. Tenía muchos amigos y siempre estaba dispuesta a ayudar. Constantemente compartía nuevas historias y brindaba sabios consejos. Después de sus visitas al centro de jubilados, donde solía jugar al bingo con otras seoras, regresaba a casa con un aire afligido.

Todas las ancianas con las que compartía esos momentos se lamentaban por lo mismo.

Soichi, ya en su adolescencia, la escuchaba con atención. No lograba comprender cómo algunos hijos podían abandonar a sus madres enfermas o cómo los nietos podían abusar de las tarjetas de crédito de las abuelas.

Aunque ambos eran objetivos y entendían que habría asuntos desconocidos, les resultaba doloroso. A pesar de cualquier daño que le hubieran hecho, él no se atrevería a actuar de manera similar.

¿Quizás era demasiado inocente? ¿O tal vez simplemente era demasiado bueno?

Hubo una época en que Hanna estaba profundamente comprometida con una persona. Aunque para ella era un niño, era unos años mayor que su nieto.

El joven se había perdido, sumergido en la noche y atrapado por las garras de los depredadores. Parecía un pequeño zorro al que habían despellejado. Hanna lloraba al pensar en esa criatura herida con la mirada perdida.

Aunque su abuela no le había comentado mucho al respecto, él supo por ella misma que esa persona lo había logrado.

Y ese joven había comenzado a vivir de nuevo. Esa persona era agradecida; unas semanas después de que Soichi cumpliera quince años, lo interceptó y le entregó un obsequio con gentileza.

Pero en ese momento el no le prestó mucha atención.

"Espero que te guste, yo no soy de leer... Pero tu abuela me dijo que te gustaban los libros"

Soichi estaba somnoliento, las consecuencias de sus acciones lo sumergieron en un estado de pacífico ensueño. Solo tomó aquel libro y agradeció.

El joven que le llevaba un par de años y varios centímetros de altura, le dio unos toquecitos en la cabeza. Antes de irse le sonrió con ternura.

"Feliz cumpleaños Soichi, que tus deseos se cumplan"

Cuando ojea Belleza y verdad, Soichi recuerda esa situación. Es un amante de los libros y un romántico de clóset; apreciaba mucho ese regalo. Sin embargo, nunca supo el nombre de la persona que se lo dio. Buscaba en sus memorias, pero no lograba recordar su rostro. Si no hubiera estado caminando sobre nubes en ese momento, tal vez podrían haberse hecho amigos. Deseaba ser amable con esa persona a la que su abuela apreciaba tanto.

Soichi se encuentra absorto en sus pensamientos una vez más. Lían, visiblemente preocupado, le ha estado hablando durante un rato, pero el joven parece perdido en algún otro mundo.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —responde levantando la taza de café que se ha enfriado.

El hombre arquea una ceja, mirándolo con escepticismo.

—¿Seguro?

—En serio, estoy bien... ah, me olvidé. Ahora tengo que hacer un trámite.

—¿Querés que te acompañe?

Le hubiera gustado decir que sí, pero es un asunto que debe resolver en privado.

—No es necesario.

«¡Oh Jesucristo! ¿Has resucitado el muro de Berlín? ¿Estás jugando de nuevo con esta descarriada oveja? ¡Señor, pagué la multa por su atrevimiento! » , exclama Lían en su mente.

El abrazo que le había dado a Soichi parecía estar pasándole factura. Avanzar un paso, retroceder diez. La situación era agobiante. Sin embargo, había aprendido a ver el lado positivo de las cosas. Tenía intenciones de hacer algo por la tarde, así que en realidad, esto era beneficioso.

—Bien, entonces cuidaré a la mini bestia —dice con una sonrisa que se extiende de oreja a oreja.

Soichi lo mira con desagrado. No le gusta que se exprese de esa manera. Pero el joven no comprende que tanto el gatito como Lían se han vuelto... seres sin intenciones de llevarse bien. Solo agradece de forma seca y procede a terminar el desayuno tardío.

14:10 hs.

Soichi sale a visitar a un viejo conocido.

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