webnovel

Capítulo 4: Juicio de un Mortal

En medio de sollozos, lo abracé, mojando su camisa con lágrimas. Sus manos acariciaron mi cabello antes de deslizarse con suavidad hacia mi espalda. Me besó en la frente y descansó su mentón sobre mi cabeza.

Joe me envolvía entre sus brazos mientras me apretaba contra su cuerpo. Tomé una bocanada de aire, tratando de aspirar su sutil aroma masculino para asegurarme de que fuera real. Tenía miedo de despertar en cualquier momento y darme cuenta de que no estaba ahí, de que no podía tocarlo.

—No llores —suplicó, limpiando mis lágrimas con sus dedos—. Me hace daño verte llorar.

—No eres culpable de nada —murmuré—. Donovan fue el responsable, nos embistió a propósito con el auto. Todo fue intencional.

Mientras su pecho presionaba el mío, deseaba que se apretara a mi cuerpo con mucha fuerza, hasta no dejarme respirar.

El rugido de un motor y un chasquido metálico interrumpieron el momento. Joe se separó de mí cuando el fiel Impala de Adolph aparcó ante nosotros. Los faros del auto proyectaron una luz incriminatoria sobre nuestros rostros, haciéndonos sentir como un par de delincuentes.

Los tres vampiros saltaron fuera del Chevy. Una ola de incredulidad distorsionó los rasgos de Alan, el asombro cruzó el semblante de Adolph, y Nina se aventuró a correr hacia los brazos de Joseph. Él la recibió con un abrazo afectuoso y cálido.

Al dirigirnos al vehículo, no pude evitar advertir las muñecas magulladas de Joe, marcadas con líneas rojas horizontales de sangre seca, como si hubiera desgarrado sus venas con una daga. Por el momento, decidí no indagar.

—¿Qué es lo que sucedió, Joseph? —inquirió Adolph, acomodándose en el asiento del conductor.

Joe rodeó mis hombros con un brazo, manteniéndome aprisionada a un costado de su cuerpo mientras acariciaba mi rostro con su mano libre. Aclaró su garganta antes de sumirse en un silencio inhóspito y deletéreo.

—No lo sé —admitió finalmente, deslizando sus dedos por su cabello negro y brillante—. Entregué mi sangre a Jonathan, perdí el conocimiento y luego desperté. No tengo idea de lo que pasó.

—Esto no me gusta —intervino Alan desde el asiento del copiloto—. Alguien debe haberte traído de vuelta y, supongo, tendrá sus propios intereses sobre ti.

—Lo que haya pasado no importa ahora —Nina le restó valor—. Tenemos a Joe y a Angelique. Están vivos. Lloré durante dos días enteros. Necesitaré mucho maquillaje para ocultar las bolsas bajo mis ojos.

Incapaz de expresar la felicidad que me invadía, recliné la cabeza sobre el hombro de Joe y cerré los ojos durante todo el camino, hasta que el auto se detuvo frente a nuestro hogar.

Al llegar a casa, los dos nos acurrucamos en el sofá. Sus manos jugaban con mi cabello, su mirada se posaba en mis labios y su sonrisa perversa estaba dibujada con tanta hermosura que mi corazón se contraía, mandando una ráfaga de sensaciones inquietantes a mi sistema.

Después de todo lo que habíamos pasado, me seguía sintiendo nerviosa ante su presencia. Me hacía sonrojar tanto que mi piel ardía como el fuego mismo. Con sus ojos fijos en los míos, acomodó mis cabellos sueltos detrás de mi oreja.

Traté de leer sus expresiones, ansiando descifrar sus pensamientos. Pero era imposible penetrar esa plateada mirada centelleante.

—Todavía no puedo creer que estés aquí… conmigo —balbuceé cuando juntó su frente con la mía.

—Tampoco yo —contestó, rodeándome la cintura con una mano— Deberías dormir, te ves cansada.

—Estoy de acuerdo.

Puse mis palmas sobre sus mejillas y examiné su perfecto rostro con atención, concentrándome en cada detalle. Su barba incipiente raspaba mis manos.

Luego de asegurarme de que era real por milésima vez, acomodé mi rostro sobre su pecho y, en menos de un minuto, me sumergí en un sueño profundo mientras me aferraba a su camiseta.

***

Exploré con mis manos la suave superficie de tela y la montaña de cojines apilados a mi lado antes de abrir mis párpados.

Joe, pensé, ya no estaba.

Exasperada, jadeé. La luz hería mis ojos mientras miraba a mi alrededor con aturdimiento.

—Hey, nena —tan pronto escuché su voz, los músculos de mi pecho se relajaron—. Has dormido como una roca. Ya te extrañaba.

Entorné los ojos hasta que Joe cerró las cortinas y las sombras asaltaron la habitación como un enjambre de espectros oscuros.

—¿Cuánto he… —murmuré, intentando arreglar mi cabello con mis dedos—. ¿Cuánto tiempo estuve dormida?

Aún me sentía agotada y tenía dificultad para mantenerme erguida. El mundo parecía dar vueltas.

A diferencia de mí, él lucía impecable.

—Unas pocas horas, no lo sé. Tal vez unas treinta —comentó, sonriéndome.

Me dejé caer nuevamente sobre los cojines, completamente abatida. Percibí un aroma peculiar en el aire, cálido y salado. De repente, mi lengua anhelaba saborear algo delicioso.

—Nina ha decidido cocinar hoy. Has despertado justo a tiempo —anunció, abriéndose espacio en el sofá—. Macarrones con queso.

Miré de cerca sus labios.

¡Al diablo con los macarrones! Quería devorar su boca y su lengua, con una cereza de postre.

Relamí mis labios, observando los suyos. Me acerqué a su rostro mientras me reprendía mentalmente por no haberlo besado antes. Él me dirigió una mirada juguetona por el rabillo del ojo, sujetó mi cuello y presionó su boca contra la mía de manera vehemente y voraz.

Percibí su fragancia masculina con esa inconfundible mezcla de aromas: cuero, jabón de vainilla y loción de afeitar. Abrí mis labios, permitiéndole succionar suavemente mi lengua hacia el interior de su boca. Me saboreó con desempeño antes de mordisquear mi labio inferior, rasguñándolo placenteramente con sus dientes. En respuesta, hice lo mismo: capturé su carnoso labio inferior, apretándolo entre los míos.

De forma inesperada, solté un gemido de goce. Mi cuerpo enfebrecido palpitaba y mi corazón golpeaba violentamente contra mi pecho. Tenía la sensación de que choques eléctricos viajaban a través de mis terminaciones nerviosas.

Joe se estremeció al escuchar mi gemido de satisfacción. Un gruñido salió de su garganta mientras aplastaba mi cuerpo debajo del suyo con intemperancia. En contra de mi voluntad, mis dedos se aferraron a su espalda con urgencia.

Me alejé para respirar. Mi pecho subía y bajaba rápidamente.

Él separó mis piernas para acomodarse entre ellas y así poder profundizar en el siguiente beso. La urgencia con la que poseyó mi boca provocó que mis venas se llenaran de fuego y que mis colmillos crecieran hambrientos.

Después de que sus labios abandonaron los míos, avanzaron hacia mi cuello. Entretanto, sus raudas manos se introducían por debajo de mi blusa. Tan pronto como sus dedos hicieron contacto con mi piel, me retorcí de placer. Él alzó el borde de mi camiseta hasta dejar al descubierto mis abdominales. Cuando besó mi vientre, arqueé la espalda, al tiempo que un sonido gutural salía de mi garganta.

Mi cuerpo necesitaba más.

Sentí su boca recorrer mi abdomen mientras sus labios me entregaban sensuales masajes, succionando ligeramente mi piel. Su lengua trazaba figuras alrededor de mi ombligo.

¿Dónde había aprendido tales maniobras? Era todo un profesional en hacerme perder la cordura.

—Joe, cariño —me esforcé para que mi voz no sonara temblorosa—. ¿Qué estás haciendo?

Él se detuvo para mirarme a través de sus espesas pestañas.

—¿No te gusta? —murmuró antes de depositar otro beso en mi vientre bajo.

—No… no te detengas.

Con una sonrisa astuta, prosiguió. La piel de su rostro se sentía suave al rozar la mía, era evidente que no hacía mucho había rasurado su incipiente barba.

¿Cómo podía ser tan irresistible?

—Los macarrones… —la voz de Adolph irrumpió en la sala—, están listos.

En menos de un segundo, nos distanciamos. Cada uno se movió hacia el extremo contrario del sofá.

Mi nerviosismo era notorio. En cambio Joe parecía sereno e imperturbable. Sin embargo, tenía el presentimiento de que estaba un poco irritado y avergonzado. Gruñó por lo bajo.

—Muy buen momento para interrumpir —resonó su irónica réplica—. Porque necesitaba esos macarrones más que cualquier otra cosa en el mundo en este momento.

—Lo sé, he llegado en el momento justo. Sé que no te gusta la comida fría.

—Gracias por avisarme, cariño. No sé qué haría sin ti —le respondió Joe con tono burlón antes de levantarse para dirigirse a la cocina

Adolph largó una risita traviesa.

—Lo siento, no quería interrumpir —se disculpó el hombre, levantando las cejas de forma insinuante—. Vamos, pequeña, creo que necesitas comer. Considerando que llevas varios días dormida, debes estar hambrienta.

Me puse de pie y sacudí mi cabellera coquetamente para tratar de ocultar lo avergonzada que estaba.

—En realidad, quiero beber varios litros de sangre, pero eso de los macarrones con queso tampoco suena mal. —Sonreí.

—Te encantará, Nina es una excelente cocinera.

El plato de macarrones con queso emanaba un sutil vapor. Lucía tan apetitoso que mi estómago rugió. Nina se movía ágilmente alrededor de la mesa, sirviendo a todos una deliciosa porción. Esa tarde, su cabello era azul brillante, corto hasta su cuello. Su rostro estaba repleto de maquillaje y su sensual vestido coincidía en color con su peluca, haciendo juego con unos tacones altos, que debían medir más de diez centímetros.

Cuando me senté a la mesa, los ojos de Joe siguieron cada uno de mis movimientos. Su escrutinio me hizo ruborizarme. Era como si su mirada estableciera un contacto íntimo conmigo.

Antes de probar el primer bocado, dirigí una mirada a los otros cuatro vampiros y me detuve en Joseph. Aún sostenía su característica sonrisa letal mientras jugaba con la comida en su plato, fingiendo comer. Llevó el tenedor a su boca sin apartar la vista de mí, clavando sus ojos grises sobre todo mi cuerpo al mismo tiempo. No era como si enfocara un área específica; más bien, su campo visual parecía abarcar toda mi complexión.

El vampiro irradiaba una presencia tan impactante y hermosa que se me hacía agua la boca. Mi apetito por él superaba con creces cualquier otro. Su camiseta sin mangas, que utilizaba cuando estaba en casa, se ajustaba estupendamente a su pecho, delineando las hendiduras de unos pectorales bien definidos, compactos como peñascos.

Humedecí mis labios secos mientras devoraba con la mirada al hombre ardiente frente a mí. Era la encarnación de la perfección, la fantasía de cualquier mujer: su rostro simétrico con facciones masculinas, su cabello negro desordenado, sus colmillos insinuándose en su sonrisa, su cuerpo repleto de músculos esculpidos en marfil…

Sentí un fortuito torrente de deseo doloroso. Mis pensamientos subieron de tono, adentrándome en sucios escenarios lujuriosos. Me imaginaba atando a Joe a mi cama mientras lo despojaba de su ropa y cubría su torso bronceado con besos.

Entretanto, me rodeaban murmullos de las conversaciones de los chicos. Voces lejanas flotaban a mi alrededor como si me encontrara en otra dimensión, donde solo él y yo existíamos. Todos charlaban alegremente, excepto nosotros dos.

—¡Angelique! —una voz femenina y enérgica irrumpió abruptamente en mis fantasías. Nina agitaba su mano extendida delante de mis ojos—. ¿No piensas probar un bocado?

Me sobresalté, saliendo de mi maliciosa ensoñación.

—¡Ah! Sí —me llevé un poco del alimento a la boca, sin detenerme a considerar su sabor, del cual todos coincidían en que estaba delicioso.

Tras terminar de comer, Nina se marchó a su trabajo de medio tiempo, Adolph desapareció en algún lugar y Joe se encerró en su habitación. Por muchas horas me sentí tentada a tocar su puerta y deslizarme en su cama. Pero entonces vi a Alan en la sala de estar, mirando melancólicamente la pantalla de la televisión, la cual transmitía una serie policiaca de crímenes en Miami.

Algo andaba mal.

Me senté a su lado. Le observé ignorarme.

—Estoy bien, de verdad —farfulló con aburrimiento.

Aclaré mi garganta.

—¿Podríamos alguna vez hablar sin que invadas mis pensamientos?

Me sonrió.

—Lo intentaré ahora. ¿Sabes? Es complicado acostumbrarse. Lo único que pienso al hablar con alguien es si está siendo sincero o no —reconoció—. Pero sé que tú no me mentirías, confío en ti.

—¡Vamos! ¿Crees que soy sincera por elección propia? No me dejas ninguna opción. Contigo, solo puedo ser sincera o muy sincera —bromeé entre risitas.

Alan soltó una risa quedamente, de forma bastante desanimada.

—¿Qué pasa? —lo interrogué—. Es Nina y Adolph, ¿no es así?

Enarcó una ceja, estudiándome con detenimiento.

—No me digas que también has aprendido a leer mentes —casi fue una pregunta.

—¡Oh, no! —Le mostré mis palmas en forma de negación—. Llámalo intuición femenina. ¿Necesitas un abrazo?

Alzó ambas cejas, abriendo sus ojos con asombro.

—Lo necesito —admitió, asintiendo con la cabeza.

Abrí mis brazos y lo estreché entre ellos. Su pecho irradiaba calidez y confort, y sus brazos se sentían pesados, aunque realmente se trataba de su desmedida fuerza al abrazarme. Su aroma era dulce, como la vainilla, posiblemente porque usaba el mismo jabón que Joseph.

Espero que no de la misma barra…

—No siempre es necesario leer los pensamientos para saber lo que una persona quiere —argumenté—. Cuéntame, ¿cómo te sientes?

Cuando sus brazos me rodearon con más fuerza, casi no pude respirar. Sostuvo mi espalda con firmeza antes de dejar escapar un anhelante suspiro y ocultar su rostro en mi cabello. Tal vez no quería mostrarme su cara o buscaba consuelo.

—La amo, quisiera que ella me hubiera elegido —en su voz se escondía un profundo dolor—. Pero todo ha sido mi culpa, siempre supe que no me amaba. Jamás debí enamorarme.

Aún abrazándolo y sin saber qué hacer, acaricié su espalda lentamente.

—Alan, amar a alguien no es algo de lo que puedas culparte —le aseguré—. A veces simplemente sucede y ya.

—Y a veces sales lastimado —añadió con un tono impregnado de pesar y furia reprimida.

Nunca fui buena para dar consejos, y tampoco era la más indicada para hacerlo, considerando que mi vida amorosa era un completo desastre de celos y posesión. ¿Qué debía decir para animarlo? ¿El clásico: "Si amas algo, déjalo ir"? Sería un descaro sugerir tal cosa cuando mi situación era completamente la opuesta. Joe y yo nos amábamos de una manera muy diferente.

—Me gustaría saber más del amor para así poder darte un consejo, pero…

Él se separó de mí, volviendo su vista al televisor de la pared para luego interrumpirme.

—No tienes que saber nada sobre el amor, no quiero eso. Que estés aquí para darme un abrazo es suficiente. Te quiero, Angelique. Eres grandiosa, por eso confío en ti. Sé que eres una excelente amiga.

Me recliné para darle otro pequeño abrazo, el cual correspondió.

—También te quiero, Alan, porque… yo… Nunca había tenido amigos, nunca reales.

—Somos tus amigos, verdaderos —me respondió, forzando una sonrisa lánguida.

Cuando Joe apareció en el umbral del pasillo, los dos fijamos nuestras miradas en ese agraciado vampiro. Se veía absolutamente hermoso vestido de traje mientras hacía un torpe nudo en su corbata.

Lástima que lleva tanta ropa.

—¿Adónde piensas ir? —le pregunté, cautivada por su belleza y ansiosa por oír su respuesta.

—Afuera. A cenar.

—¿Con quién? —me levanté, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Con una chica —respondió con una sonrisa torcida. Arqueé una ceja antes de inhalar profundamente—. Te llevaré a cenar, linda —reveló finalmente.

Mi rostro volvió a su color normal.

—¿Estás invitándome a cenar? —me aproximé, todavía examinándolo con la ceja levantada.

—Eso es exactamente lo que estoy haciendo —me sujetó de la cintura antes de apretarme contra su pecho.

En ese mismo instante nació en mí el deseo de mordisquear su apetitoso cuello.

—¡Wow! —exclamó Nina tan pronto como apareció en la puerta de entrada junto a Adolph—. Alguien está muy bien acicalado hoy.

—Te ves ardiente, podría morderte —bromeó Alan, estudiando a Joe de arriba abajo.

Este último soltó una risa suave.

—Sé que soy irresistible, tengo ese efecto en las chicas... —hizo una pausa antes de continuar con la broma—. Y algunos chicos. Lamento informarte que ya tengo una cita, amigo.

Una sonrisilla tímida y encantadora mantuvo curvados sus labios después de hablar.

Los demás rieron al unísono.

—Ponte un vestido ardiente, preciosa. Esta noche es tuya —me indicó Joe después de besar tenuemente mis labios.

Tiré un poco de su corbata para acomodar el maltrecho nudo.

—Son tan adorables —se escuchó a Nina suspirar.

Ruborizada, me dirigí a darme un baño y cambiar mi ropa.

***

Ataviada con un sensual vestido rojo, me enganché al brazo de Joe.

—Traten de regresar vivos —se despidió Adolph a su manera, dándole unas palmadas en la espalda a Joe.

Un escalofrío me recorrió la espalda cuando vi las cuatro motocicletas aparcadas en frente.

Sí, al menos durante un tiempo, sentiría vértigo al observar esos artefactos de alta velocidad.

Para mi fortuna, Joe tomó las llaves del auto.

Una vez más, me encontré a solas con él en ese Chevy Impala antiguo. Y me sonrojé al recordar lo que había sucedido en el asiento trasero la última vez que estuvimos en una situación similar. Él puso en marcha el vehículo, luciendo sensual en su elegante traje mientras su mano se apretaba a la palanca de cambios.

Jugueteé con el colgante en mi cuello antes de hablar.

—¡Vaya! ¿Una cena? Esto es inesperado, ¿cuál es el motivo?

Creí verlo sonreír con la mirada fija en el tráfico casi detenido mientras cerraba su puño en el volante de cuero.

—Tú y yo… esto… bueno…

¿Acaso estaba tartamudeando?

Oh, sí. Ese hombre imposiblemente seguro de sí mismo estaba vacilando al intentar articular sus palabras.

Hice una mueca con mis labios, esperando a que continuara.

—Ya sabes, no somos precisamente… novio y novia —prosiguió—. Pero, no quiero que pienses que estoy contigo solo por el sexo. Es decir, no quiero que creas que lo nuestro son sólo revolcones. Bueno, no es que no me guste hacerlo, pero… ¡maldita sea! Lo estoy arruinando —concluyó, gruñendo.

Me reí.

¡Pobre! Podía soltar tres mil insultos en diferentes idiomas en menos de dos minutos y parlotear sobre sí mismo hasta cansarse, pero titubeaba al hablar sobre compromiso.

—Estoy escuchándote, continua —lo insté.

—La cosa es que… pensé que te merecías esto, ya sabes, hacer cosas como una chica normal, como una pareja normal. Después de todo, te alejé de tu vida humana. Así que creí que quizás te gustaría tener alguna vez una cena romántica y hacer esas cosas que hacen los mortales. Aunque no soy de ese tipo de hombres, quiero decir, románticos… De cualquier forma, te amo, y haría cualquier cosa para complacerte —suspiró con impaciencia—. Te mereces una noche especial, Angelique. Ya sabes, vino, comida, velas… No me refiero a otra cosa. A menos que quieras concluir la velada en mi cama. En ese caso podría flexibilizar el itinerario. Sólo si tú quieres, ¿eh? Es decir, lo haría exclusivamente para satisfacer tus pecaminosos deseos. No es que yo planee ninguna de esas cosas sucias. ¡Demonios! ¡Tú entiendes!

Divertida, solté una carcajada al tiempo que Joe me observaba con timidez y me dedicaba una sonrisa nerviosa.

—Gracias, de verdad. —Acaricié su cuello con mis dedos—. Pero si éste no es tu estilo, no tenías que molestarte. Continuaría amándote aunque fueras uno de esos machos brutos con rechazo al romanticismo.

—Por suerte soy todo un caballero.

—Lo eres —estuve de acuerdo—. De hecho, podríamos ahorrarnos las formalidades y tener una bonita cena en casa. Así estaríamos más cerca de la cama, o al menos el sofá.

Su sonrisa se ensanchó hasta desnudar sus colmillos blancos y afilados.

—Sabía que eras bastante pervertida —en su voz resonaban las sombras de su risa masculina—. A veces me preocupas, eres demasiado joven para esto. Tendrías dieciocho años como mucho, y no te imaginas lo hábil que eres. Seduces como una experta. Sólo espero que reserves ese encanto únicamente para mí —manifestó con baldías muestras de posesividad—. En todo caso, no te preocupes por el lugar. ¿Una cama? ¿Un sofá? Eso es poco original. Ya lo hemos hecho antes. Siempre hay autos, vestidores y baños públicos. A veces es mejor con adrenalina. Deberías intentarlo. Conmigo, por supuesto.

En el espejo retrovisor, alcancé a ver cómo mi rostro se tornaba de color rojo. Mi sangre estaba ardiendo.

Él acarició mi barbilla antes de detener el vehículo en el estacionamiento de un restaurante. No era un bar barato, ni un local de comida rápida, mucho menos un lugar de mala muerte. Era uno de los restaurantes más costosos y prestigiosos de todo Nueva York. El peor auto allí aparcado era el nuestro.

—Espera —me advirtió después de bajar del vehículo—. No te bajes. Quiero tratarte como una dama, si me lo permites.

Rodeó el auto y abrió mi puerta.

Debía admitir que estaba comportándose muy galantemente.

La ciudad estaba peculiarmente oscura cuando salté fuera.

Atendí a murmullos y risas de una pequeña horda de personas en algún lugar cercano. Justo cuando entrelacé mi brazo con el de Joseph, escuché un alarido de horror. Por su voz, podía adivinar que era un chico joven. Había gritado con genuino pánico, como si estuviera siendo torturado. La piel de mi nuca se erizó. Giré el rostro al mismo tiempo que lo hizo Joe, buscando entre las penumbras cualquier cosa inusual.

A unos metros de allí, un grupo de jóvenes reía con carcajadas malévolas, rodeando un cuerpo inmóvil que yacía a sus pies. No fue difícil percatarme de que se trataba de una pandilla de vampiros con una víctima humana. Observé atentamente aquel joven agonizante tumbado sobre el asfalto. A pesar de que apenas podía distinguir algo bajo la espesa oscuridad, vislumbré sus fuertes brazos dorados sacudiéndose debido a sus convulsiones.

Los tatuajes… pensé.

Conocía a una persona con esos mismos tatuajes.

El sujeto que me salvó la otra noche de Donovan, aquel rubio guapo cuyo nombre no recordaba.

Impulsivamente, me aventuré a correr hacia el grupo de vampiros que lo tenían rodeado. Unos fuertes brazos detuvieron mi avance, rodeando mi cintura desde atrás.

—¿A dónde crees que vas? —me riñó Joe con firmeza.

Aturdida, intercambié una mirada con él. El roce de su cuerpo me hizo estremecerme de pies a cabeza.

—Joe, ese chico…

—No te acerques —me advirtió con seriedad—. Si tienes sed, puedo conseguir a cualquier otro mortal, pero por nada del mundo interrumpas a un grupo de novatos mientras beben.

—¡No! —murmuré quedamente—. No entiendes, ¡conozco a ese chico! No puedo dejar que lo maten.

Cuando forcejeé en sus brazos, me apretó aún más.

—Ni lo pienses. Sólo es un chico —refunfuñó—. No hagas locuras, pequeña aventurera. No hay nada que puedas hacer por él. Es hombre muerto.

Le fruncí el ceño.

Le debía un favor a ese joven. ¡Había salvado mi vida! Necesitaba hacer algo.

—No creerás que voy a ceder así de fácil, ¿o sí? —lo desafié, decidida.

—Angelique, por favor.

Lamentaba tener que decepcionarlo, pero me sentía en deuda con el chico rubio. No lo había dejado con vida para que, días más tarde, una pandilla de vampiros lo drenara.

Aclaré mi garganta y tomé aire, preparándome para gritar.

—¡Suéltenlo!

Inmediatamente, Joe cubrió mi boca con su palma para silenciarme. Aunque era tarde, porque el grupo de vampiros ya se había girado en mi dirección. Me contemplaron con curiosidad, entretenidos. Como si fuera su próxima presa, como si les pareciera realmente interesante.

Un muchacho de cabello negro y ojos frívolos dio zancadas hacia nosotros.

—Está bien, pueden seguir. Ella no quería molestarlos —la voz de Joe sonó casi como un gruñido de amenaza.

El joven, en lugar de proseguir con su caza, fijó sus ojos en mí, estudiándome abiertamente mientras yo balbuceaba palabras endebles bajo los dedos de Joseph.

Por un momento, la manada se olvidó del humano. El chico de adelante atravesó la calle para encontrarse cara a cara conmigo.

—¿Qué es lo que dices? No puedo entenderte. ¿Necesitas deshacerte de este pelmazo? —me preguntó antes de dirigirse a Joe—. ¿Podrías quitarle las manos de encima? No puedo comprender a la bella dama, amigo.

Los ojos de Joe se incendiaron.

—Es mi novia, puedo hacer lo que quiera con ella. Y no soy tu amigo —sus palabras salieron de su boca como un montón de gruñidos de provocación.

Tan pronto como soltó mis labios, me agarró de los hombros, lastimando mis débiles huesos al sostenerme.

—¿Este salvaje te está haciendo daño? —continuó interrogándome el vampiro—. Si me lo permites, puedo darle una paliza. No es bueno aceptar maltratos, Angelique.

Arqueé una ceja con estupor.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Se encogió de hombros antes de agacharse para recoger un papel del suelo. Era uno de esos volantes con mi fotografía que decía "DESAPARECIDA" en letras grandes y tenía el número de teléfono de mis padres.

—Estás en todas partes, muñeca. Eres como una estrella de rock —me respondió con arrogancia.

—¡Vámonos, Angelique! —me ordenó Joe, haciendo fuerza para desplazarme.

—El mortal que tienen ahí, no pueden matarlo —protesté.

—No me digas —el tipo alargó las palabras de manera maliciosa y levantó su mano para alzar mi barbilla.

Joe me apartó bruscamente.

—¡No la toques! —exclamó de forma amenazante mientras exhibía sus colmillos.

Encolerizado, tiró de mi brazo para alejarme del vampiro.

—No te metas en problemas, Angelique —me dijo con seriedad—. Si el muchacho muere o es transformado, nos culparán a nosotros. No quiero tener más conflictos con Edmond, sus hermanos o ninguno de los Ravenwood.

Suspiré.

—Joseph, ¿sabes lo que sucede cuando quiero algo?

Él comprendió a la perfección mi chantaje. Entrecerró los ojos para mirarme con reprobación.

—Sí, lo sé —contestó a regañadientes—. Y debo complacerte, ¿no es así?

No había respondido cuando empezó quitarse el saco, el cual arrojó al suelo antes de arremangarse la camisa. Rápidamente, se aproximó hacia la manada de chupasangres y se cruzó de brazos.

—No quería tener que pelear, pero mi chica lo desea. Y no hay nada que no haría para verla sonreír —espetó Joseph, dirigiéndose al cabecilla—. Exijo que dejen al muchacho con vida, es nuestro. Si no acceden, se arrepentirán.

Cuando el líder soltó una carcajada, me acerqué a ellos. De manera sobreprotectora, Joe me empujó para ocultarme tras su espalda.

—Muy considerado —se burló el jefe de nuestros oponentes—. ¿Qué te hace pensar que haremos lo que nos pides? Te superamos en número. Supongo que no puedes con todos nosotros.

La sonrisa que Joe esbozó pareció iluminar todo el lugar.

—Supones muy mal.

Tan pronto como alzó su puño hacia el vampiro, éste salió despedido al suelo de un golpe.

La pandilla se abalanzó sobre Joe, pero estaba segura de que podría contra ellos. Mientras tanto, corrí sigilosamente hacia el mortal, que aún se retorcía en su propia sangre. Contuve la respiración para evitar sentirme atraída por su aroma.

El humano de cabellos dorados se encontraba tumbado en el pavimento, con el cuello ensangrentado. Aquel líquido carmesí corría desde las magulladuras en su garganta hasta el borde de su camiseta de franela. Sus gafas rotas le cubrían la cara, sostenidas por su fina nariz. Junto a su cuerpo inerte, yacía una pequeña mochila negra con logotipos de algunas bandas de rock, la cual supuse que le pertenecía. La recogí y la eché a mi hombro. Luego le sujeté los brazos para empezar a arrastrarlo por el asfalto, con el objetivo de meterlo en el automóvil.

A mi espalda, Joe combatía de manera amaestrada con el grupillo de vampiros. Cuando lo escuché gruñir, me volví para contemplar la escena que se desarrollaba a mi alrededor. En ese momento, se levantó del suelo, con el rostro ligeramente rasguñado. Gran parte de los chupasangres ahora huían o se encontraban derribados en el suelo.

No obstante, aún quedaba una chica de pie, la única mujer del clan. Su cabello rojo y ondulado caía hasta su cintura. Era voluptuosa, con apariencia juvenil. Su rostro exhibía rasgos refinados y delicados, semejantes a los de un felino. Vestía un traje de cuero que se adhería a su cuerpo, realzando sus curvas.

—Joe —dijo ella mientras yo continuaba arrastrando al humano con esfuerzo, pues era pesado y macizo como una piedra—. No irás a matarme, ¿o sí? Tú y yo todavía podemos…

Él resopló con hastío, interrumpiendo súbitamente a la mujer.

—No, no podemos —le aclaró con firmeza—. Corre, Caroline.