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Capítulo 3: Sangre

Exhalé el suspiro que había contenido durante tanto tiempo. Pasé horas gritando sin cesar y tratando de escapar de la habitación de Joe. Aún cuando sabía que nadie podía oírme, despedí maldiciones furiosas hasta estar exhausta.

El sol despuntaba en el dorado cielo cuando me desperté bruscamente. De nuevo.

Antes de abrir los ojos, percibí el dolor que recorría cada diminuta y aparentemente inútil parte de mi cuerpo. Los abrí de golpe, jadeando. Me sentía terriblemente fría, pero acalorada al mismo tiempo. Mi ropa se adhería a mi piel gracias al sudor y la sangre seca que la empapaban. Una mezcla repugnante.

Respirar era un desafío. Mi garganta se sentía áspera, sin una gota de saliva. Los labios resquebrajados. El más mínimo movimiento me provocaba un dolor desmesurado. Inhalar, parpadear o incluso apretar los puños hacían que mi cuerpo se entumeciera.

¡Mierda! ¡Estaba viva! Pero me sentía muerta.

El techo, adornado con figuras de yeso, se extendía frente a mis ojos y las sábanas sedosas rozaban mi espalda, sólo que no eran nada cómodas cuando mis músculos se contraían adoloridos, como si hubiera estado haciendo ejercicio por una eternidad.

Ignorando cualquier molestia, abandoné la cama. De inmediato, me percaté de lo trabajoso que era moverme. Cada uno de mis huesos ardía, al igual que mis heridas. Mi musculatura se negaba a relajarse y mis pies pesaban como si tuviera rocas atadas a los tobillos. No obstante, no me importaba.

Observé la cama vacía detrás de mí.

¡Dios, por favor, que esto signifique que he regresado! Rogué en un profundo pensamiento de agonía.

Todo lo que tenía que hacer era hallar a alguien que pudiera verme y oírme. Alguien distinto a Darius, por supuesto.

Dispuesta a demostrar que estaba con vida, me apresuré hacia la puerta. Justo antes de que pudiera alcanzar el pomo, éste comenzó a moverse y la cerradura emitió un sonido metálico. Retrocedí cuando la puerta se abrió con un estruendoso golpe, desprendiéndose del marco.

Me quedé helada al verlos bajo el umbral: Alan, Adolph y Nina, con rostros pálidos.

Nina corrió hacia mí, abriendo los brazos para estrecharme en ellos al tiempo que tiritaba.

—¡No puede ser, no lo hizo! —exclamó Adolph en tono tajante.

—Lo hizo —confirmó Alan.

—¿Dónde está Joe? —fue lo primero y lo único que logré decir.

Nina se alejó para estudiarme con la mirada. Tenía los ojos hinchados, enrojecidos y brillantes tras un velo de lágrimas transparentes.

—¿Qué sucede? —pregunté vacilante, con incertidumbre.

—Joe acaba de hacer un trato —respondió Alan con los dientes apretados antes de retirarse con enojo.

Adolph fue el siguiente en apretarme contra su cuerpo, pero estaba demasiado aturdida para apreciar su afecto.

—No lo entiendo. ¿Dónde está Joseph? —insistí.

El hombre abrió la boca, pero hizo una pausa antes de hablar, como si le costara horrores darle voz a las palabras.

—Joe acaba de sellar un pacto con un demonio —logró balbucear—. Ha cambiado su vida y su alma por la tuya.

Por un momento creí que mi corazón se había detenido. Dejé de respirar hasta que mi rostro se tornó de color rojo y cálidas lágrimas brotaron de mis ojos.

Temblando, me aferré a los hombros de Adolph con tanta fuerza que mis uñas se enterraron en su camisa.

—Dime que no es cierto —dije sin aliento, con un nudo en la garganta.

Sentí que mi pecho se cerraba, impidiendo la entrada de aire. El ardor en mi interior persistía, mil veces peor que cualquier dolor físico.

Me ahogué en sollozos al tiempo que mi piernas flaqueaban. Adolph me sostuvo para no dejarme caer. Me recliné sobre su pecho y lo empapé de lágrimas.

¡No! ¡Por favor, que no sea verdad!

Quería despertar de nuevo, deseaba desesperadamente abrir los ojos y que todo se tratara de una pesadilla.

Joe, ¿por qué me has hecho esto?

—Tranquilízate, Angelique, vas a estar bien —me intentó reconfortar Nina, poniendo una mano encima de mi hombro.

No, no iba a estar bien. Nunca lo estaría.

Desconsolada, me tumbé en la cama, que aún olía como Joe. ¿Cómo podía persistir su fragancia cuando ya no existía?

—¿Cómo han permitido que haga tal despropósito? —dije entre llanto. Mi voz apenas salía de mis labios.

—Tratamos de impedirlo, pero él sólo quería hacerse daño —aclaró Nina—. Juro que lo intentamos, ¡no nos escuchó!

—Quiero verlo —sollocé—. ¿Dónde está su cuerpo? ¿Qué queda de él?

—No te tortures así, no será bueno verlo de esa manera —se opuso Adolph.

—¡Quiero verlo!

Desde el umbral de la puerta, Alan reapareció, cruzando los brazos sobre su pecho mientras me miraba con desaprobación.

—No te lo permitiré —resonó su rigurosa voz, cargando la habitación con una energía que me erizaba la piel—. No dejaré que lo veas. Sé lo que estás pensando, Angelique. No repetirás sus mismas acciones. No permitiré que entregues tu vida por la suya, incluso si tengo que encerrarte. Ustedes dos, cobardes impertinentes enamorados, ¿creen que el resto de quienes los rodean no se preocupa por ambos? Sólo piensan en sí mismos. Para evitar el sufrimiento, se autodestruyen, sin considerar a los demás. ¿Crees que a Joe le gustaría estar aquí sin ti? No seas ingenua y deja de pensar en idioteces. Piensa antes de actuar. Sé lo mucho que están dispuestos a dar el uno por el otro y, ¿sabes qué? Eso no es saludable. Ni para ustedes ni para nadie.

Nunca lo había escuchado hablar en ese tono. Estaba verdaderamente furioso e incluso herido.

Sin embargo, no podía controlar mis impulsos. La idea de arrojarme por un acantilado era lo único que cruzaba por mi mente. Y sabía que Alan podía ver aquello en mis pensamientos.

"Por favor, Alan", le supliqué en mi cabeza.

—No juegues con la muerte, Angelique —me reprendió—. Será un ciclo constante. ¿Darás tu vida por él y luego qué? Él se quedará solo y te traerá de vuelta. ¿Y nosotros? ¿Quieres tenernos sufriendo por ambos el resto de nuestras vidas? Si fueras un chico, te estaría golpeando, igual que lo hice con Joseph. No me importa cuánto me ruegues. Si es necesario, utilizaré la fuerza bruta para mantenerte bajo llave. Esto es serio, olvida a Joe y sé feliz. Así es como él quiere verte.

Caminando con desenvoltura, Alan se retiró mientras me dirigía una mirada de reprimenda y le daba órdenes a nuestros compañeros, como si de repente se hubiera convertido en el líder.

—¡No la dejen salir! Y retiren de la habitación cualquier objeto peligroso con el que pueda hacerse daño —dijo con severidad, frunciendo los labios.

Por un momento sentí la necesidad de maldecirlo y soltar todos los insultos que conocía. Incluso si él tenía razón, en ese instante había perdido todo sentido común. Mis ojos se llenaron de lágrimas de impotencia.

A pesar de que sólo unas horas habían pasado desde el accidente que me arrebató la vida, sentía que habían transcurrido años desde la última vez que estuve junto a Joe.

Nina y Adolph intercambiaron miradas antes de dirigirlas a mí con expresión de lástima.

—Lo siento —me dijeron al unísono.

Incapaz de responderles y con los labios trepidando, me hundí en la cama, dispuesta a dormir hasta morir.

El hambre de sangre estaba perforando mi estómago, pero no tenía ánimos para beberla.

—Pequeña, deberías darte una ducha, comer, beber algo y dormir un rato —me aconsejó Adolph.

¿Mi novio acababa de quitarse la vida y este hombre esperaba que hiciera todas esas cosas?

Alan regresó con un recipiente metálico de sangre, lo destapó y lo acercó a mi rostro.

—Tampoco dejaré que mueras de sed —gruñó.

Tan pronto como olfateé la sangre, mis colmillos se dilataron y mi estómago rugió, al igual que mi garganta seca. Una vez más, me sentí como esa empedernida chupasangre en la que me había convertido después de la primera mordida de Joe. Era como una adicta descontrolada.

Sujeté el vaso entre mis trepidantes manos, lo acerqué a mi boca y bebí con tanta avidez que el líquido rojo comenzó a derramarse por las esquinas de mis labios, goteando hasta mi cuello.

Jadeé de satisfacción después de consumir todo el contenido.

—Debes descansar —sugirió Nina.

—Quiero estar sola —farfullé.

Más tarde, la estancia se encontraba vacía. Sólo estaba yo y las sábanas de Joe.

¿Cómo lo había perdido de esa manera? ¿Por qué había cometido esa locura? Me había dejado tan sola... ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir sin él?

Lo único que podía hacer era maldecir hasta que me enviasen al infierno.

Obedeciendo a nuestro líder, fui a darme un baño. Me sumergí en la bañera y cerré los ojos, sintiendo el agua caliente y la espuma cubrir mi cuerpo adolorido. Aún no lograba creer que Joseph había muerto. No podía apartar de mi mente su rostro, su recuerdo... No iba a vivir así de ningún modo. La tentación de desgarrar mis venas con un cuchillo me atormentaba.

****

Cerca del final de la noche, había persuadido a todos para que me permitieran salir a caminar sola. Incluso Alan se había convencido, aunque con disgusto y desagrado evidentes. Todavía no estaba lista para enfrentar las pesadillas, así que me aventuré a la luz de la luna en busca de problemas.

Los problemas no siempre pueden venir hacia ti. A veces, tienes que ir por ellos. Deseaba que unos cazadores me capturaran y me asesinaran, que Deborah regresara del infierno para dispararme, que otro automóvil me arrollara…

Con las manos en los bolsillos, caminé por las calles iluminadas y abarrotadas de humanos.

La sed crecía en mí cada vez que inhalaba el aire saturado de aroma humano y sangre. Evité respirar lo más que pude mientras deambulaba sin rumbo, atravesando callejones y mirando las vidrieras de las tiendas.

Vislumbré los faros de los autos, la luna y las estrellas sobre mi cabeza, los letreros brillantes y el irritante tráfico. Nueva York desplegándose a mi alrededor en todo su esplendor. La gran ciudad murmurando los secretos encerrados en la noche, desafiando al infierno en la tierra.

Todo parecía normal. La brisa enfriaba mi piel y desordenaba mi cabello al tiempo que mi sombra me seguía igual que un espectro. Nadie se acercaba a mí. Hoy no era la chica sexy de labios rojos; más bien, era la joven deprimida con jeans, capucha, el rostro pálido y los ojos ahogándose en lágrimas.

Giré en la esquina hacia un callejón oscuro y solitario. Antes de llegar al final, percibí pasos detrás de mí. Me detuve en seco y me volví hacia atrás, entrecerrando los ojos en busca de movimiento en la oscuridad. Cuando hallé un gato de pelaje negro y ojos amarillos, casi sonreí. Cerré mi chaqueta antes de continuar caminando con la cabeza baja. Después de unos pasos más, reparé en que el felino aún estaba siguiéndome. Ignorando al animal, me dejé envolver por el viento hasta que un sonido entre maullido y ronroneo interrumpió mis cavilaciones.

Me di la vuelta para enfrentar al gato que me había seguido desde varias calles atrás. Contemplé sus ojos ambarinos hasta que me percaté de que el animal estaba comenzando a adoptar otra forma. Tal como si fuera una sombra en la pared, se fue transformando hasta parecer una silueta humana.

Jonathan Ravenwood apareció allí, tomando el lugar del felino. Sus ojos eran del mismo matiz amarillo fulgente.

Parpadeé con estupefacción. Él esbozó una sonrisa reluciente que dejaba ver un par de colmillos.

—Tú… —dejé que mi voz se disolviera en el aire.

—No —intervino—. No estoy muerto, jamás lo estuve. El agua bendita no puede matarme. Sólo me mantiene… ocupado, por un tiempo.

—Eres un demonio, ¿verdad? —pregunté para asegurarme.

—Sí —respondió—. Y sé lo que quieres. Yo te he traído a la vida, y tengo lo que deseas. Tengo el alma del muchacho, y puedo devolvértelo. No te pediré nada… nada más que tu alma bajo mi poder —el hombre joven se rió entre dientes—. Me divertiré mucho con ustedes dos.

—¿Qué tengo que hacer?

Ravenwood alzó la mano frente a mí.

—Shhh —me silenció—. Algo viene —olfateó el aire y concluyó—: Vampiro, Succubus.

Las pisadas se aproximaron y, segundos más tarde, vi aparecer una figura masculina.

—Te he encontrado, dulzura —dijo la armoniosa voz de Donovan.

Cuando busqué a Jonathan con la mirada, ya no estaba. Me encontraba a solas con el Succubus.

—Tenía muchas ganas de verte —murmuró, aproximándose.

—Maldito, voy a matarte, te mataré con mis propias manos. ¡Fue tu culpa, por tu culpa Joe se ha ido! —respingué.

Donovan acortó la distancia entre nosotros, esbozando una sonrisa. La penumbra oscurecía la mitad de su rostro, mientras la otra se iluminaba con la plateada luz de la luna llena. Cruzó los brazos y me observó con determinación.

—No ha sido mi culpa —explicó con indiferencia—. Tú eres la responsable. Dio su vida por ti, y ahora pagas el precio, hermosa.

En el momento en el que intentó acariciar mi rostro, retrocedí, mostrando mis colmillos y emitiendo un gruñido profundo.

—¡Uhh! Te ves ardiente cuando te molestas. Me agrada cuando son salvajes —alegó—. Vamos, no seas tan hostil. Te divertirás conmigo.

—¿Qué quieres, imbécil? —resoplé.

Suspiró.

—Tienes coraje. Admiro eso de ti —confesó—. Has asesinado a mi dueña, se necesita valor para hacer eso. Por eso estoy aquí, acechándote. Sabes lo que quiero y aún así me insultas. Te prometí que serías mía… Siempre cumplo mis promesas.

—Te mataré antes —lo amenacé—. Has cometido un grave error al arrebatarme lo que más quería. Juro que te haré pagar, Donovan.

Él simuló un ademán de miedo.

Sin perder un segundo más, me abalancé sobre él, lo sujeté y hundí mis colmillos en su cuello. Había comenzado a beber su sangre cuando me empujó, enviándome hacia el otro lado de la calle. Mi espalda chocó contra el escaparate de un comercio cerrado, rompiendo el vidrio y causándome daño.

Apoyé las manos en el suelo y me levanté. Con mis colmillos ardiendo, ansiosos por morder, volví a atacar. Aferré mi mordida a su cuello con la intención de dejarlo seco. Él gimoteó antes de apartarme con otro embate. Una vez que se enderezó, palpó las contusiones en su garganta.

—Esto no funcionará si te pones tan difícil —jadeó.

Desde el suelo, con más heridas que antes y decidida a aniquilarlo, vi su sombra cuando saltó sobre mí. Tan pronto como abrió la boca para morderme, alcé mi puño y lo golpeé en la mandíbula. De inmediato, sentí como si los huesos de mis dedos se quebraran.

Donovan torció su rostro, manteniéndose en su lugar mientras luchaba por capturar mis manos y sujetarme con su cuerpo. Sus manos atraparon mi abrigo. En una fracción de segundo, escuché la tela rasgarse y solté un estridente alarido. Movió una mano hacia mi boca, presionando con fuerza mis labios hasta que no pude respirar. Respondí con patadas y puñetazos descontrolados.

El vampiro emanaba aroma a cigarrillos y jabón de baño, mientras que su sangre tenía un provocativo olor metálico. Su cabello lucía más desordenado de lo habitual. Seguía siendo apuesto, pero su naturaleza sanguinaria y su actitud pretenciosa persistían.

Con todas mis fuerzas, rodé sobre él y arañé su rostro. Rápidamente, volvió a tomar la ventaja, posicionándose sobre mi cuerpo una vez más. Mientras me aplastaba, juntó sus labios a los míos. Giré el rostro al tiempo que gruñía una maldición.

Él reveló sus afilados colmillos, que bajo la luz plateada de la luna parecían navajas. Cuando sentí sus dientes rozando mi piel, solté otro grito agudo. En ese preciso momento, Donovan fue lanzado hacia atrás, como si hubiera sido expulsado por una fuerza invisible.

Jadeé al ponerme de pie. Tan sólo había dado un par de pasos hacia atrás cuando tropecé. Mi espalda impactó contra algo tan duro como una pared. Di un salto del susto.

El sudor recorría mi espina dorsal. O quizás era sangre, pero no me importaba. Todo mi cuerpo estaba magullado, las palmas de mis manos tenían laceraciones y mis temblorosas piernas estaban fallando.

¡Los chicos van a matarme! Pensé de repente.

Me había metido en demasiados problemas en una sola noche.

Al darme la vuelta, me di cuenta de que no había chocado contra una pared, sino contra el pecho firme y musculoso de un muchacho. Se trataba de un joven rubio, grande y fornido. Sus ojos brillaban tras los cristales transparentes de unos anteojos con montura de pasta negra, su camiseta de mangas cortas se adhería a sus abdominales bien definidos. Además, gran parte de sus brazos estaban cubiertos por tatuajes. Otra cosa que resaltaba era el aro en la esquina de una de sus cejas rubia y poblada. Era extremadamente atractivo. Y definitivamente humano.

Me quedé sin aliento al contemplarlo.

De pronto, Donovan se precipitó velozmente hacia el chico de cabello dorado. Golpeó al mortal en el rostro, haciéndolo caer al suelo, pero éste se levantó al instante. El humano sangraba a través de una herida que el vampiro le había abierto en los labios. El líquido rojo descendía desde su boca entreabierta hasta su barbilla.

Mis pupilas se dilataron por la anticipación a la sangre humana. Necesitaba beberla.

El chico rubio esquivó los siguientes ataques de Donovan antes de desenfundar una daga de su cinturón y hundirla en su espalda.

Herido, el Succubus se mordió el labio inferior para soportar el dolor. Tumbado en el pavimento, me arrojó una mirada fulminante.

—Volveré por ti, Angelique —me amenazó.

Se arrastró varios metros hasta que logró ponerse de pie. Luego se marchó, disipándose en la oscuridad.

Le dirigí al mortal una mirada hostil, teñida de reproche.

—No sabía que los vampiros se enfrentaban entre sí —dijo sonriendo—. Tal vez pienses que soy entrometido, pero si tengo que elegir un bando, definitivamente me quedo con el de la chica sensual de la capucha.

Después de la pelea, mi capucha se había resbalado hasta mi espalda. Me obligué a no respirar para evitar el atrayente aroma de la sangre del mortal. Pese a que deseaba asesinarlo para beber de él, había decidido perdonarle la vida porque había salvado la mía. Al final, aún quedaba algo de compasión en mí.

—¿Quién eres? ¿Un cazador? —pregunté, conteniéndome para no morderlo.

El joven negó, elevando aún más las comisuras de sus labios. ¿Todavía no sabía lo peligrosa que era para él?

—No soy cazador —habló desde las sombras con un tono juvenil y asquerosamente relajado—. Soy nada más un chico que sabe que ustedes existen, los vampiros. Mucho gusto, lindura, soy Gerardo Harris. Pero la gente me llama Jerry, sólo Jerry.

Extendió fuerte su mano en un gesto de presentación. En lugar de estrecharla, coloqué mi brazo sobre mi nariz, intentando concentrarme en el olor de mi chaqueta de tela. A pesar de eso, el aroma a jabón de ropa no era lo suficientemente penetrante como para eclipsar la fragancia de la sangre.

—Estás hablando demasiado —me quejé—. Lárgate si no quieres que te muerda y te desangre. Estoy teniendo problemas de autocontrol. Y no soy precisamente vegetariana.

El mortal mantuvo su sonrisa. No había ni una pizca de miedo en su olor, no estaba asustado de mí.

—Te daré sangre si lo deseas. He sido mordido varias veces y he proporcionado sangre a vampiros en bastantes ocasiones. Sólo no me dejes seco, o podría morir. Estoy dispuesto a cooperar si quieres beber de mí.

El joven, y su excesivo parloteo, lograron impresionarme.

—¿Estás loco? ¿Qué clase de hierbas fumas? ¿Acaso quieres morir? —traté de disuadirlo—. ¿Sabes que si te muerden varias veces te convertirás en un chupasangre?

Se encogió de hombros.

—Lo sé. Y eso quiero, quiero ser como ustedes. Me importa poco ser donante de sangre para murciélagos. Y sólo para que sepas, dejé de fumar hace mucho, hermosura.

—No voy a morderte, hay reglas —repliqué, aún con la nariz enterrada en mi codo—. Si te infectas y te transformas en uno de nosotros, los Zephyrs nos matarán a ambos. Y a mi pandilla. Se necesita un permiso para eso. Así que si te muerdo, tendré que matarte. Márchate, ¿quieres?

Él hizo caso omiso a mis palabras y se acercó más, señalando la abertura ensangrentada de su labio inferior.

—No quieres matarme, muñequita. Eso es tan tierno… —farfulló con arrogancia—. En serio, puedes beber de mí.

—Angelique —lo corregí antes de desenterrar mi cara del abrigo—. Soy Angelique, no muñequita, ni hermosura, ni lindura —recordé cada apodo que me había puesto.

—Lo siento… —comenzó a balbucear, pero fue interrumpido cuando lo azoté contra un muro, perdiendo el control.

El mortal pareció asombrado, sus latidos eran irregulares. Lanzó la cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello para que lo mordiera.

Autocontrol, pensé. El chico es guapísimo y ha salvado tu vida, Angelique. Autocontrol. Repetí en mi cabeza mientras mordía mis labios.

Sin poder dominar mis instintos, lo acorralé y observé detenidamente la gota de sangre que brotaba de su carnoso y agrietado labio. Tragué saliva antes de deslizar mi lengua desde su mentón hasta sus labios húmedos, saboreando el líquido escarlata.

Él se estremeció, sacudiéndose como si estuviera siendo invadido por escalofríos.

—¡Eh! Eso… —murmuró, tiritando—. Eso ha sido excitante, preciosura. Digo, ¿Angelina?

Me aparté de un salto mientras mentalmente mandaba a la mierda a mis incontrolables impulsos.

—Angelique —refunfuñé, exponiendo mis colmillos a modo de amenaza.

El muchacho guapo asintió amablemente. Se llevó las manos a la nuca con nerviosismo antes de darme la espalda para marcharse tranquilamente, ignorando que una vampira peligrosa luchaba ferozmente contra sí misma para no asesinarlo. Lo habría hecho si no hubiera estado entretenida observando cómo se movía con gracia y elegancia al alejarse.

Finalmente, su silueta desapareció a lo lejos.

Exhausta, me tambaleé y me dejé caer lentamente sobre el asfalto frío. No había dormido en mucho tiempo, mi cuerpo aún no se recuperaba de las heridas. Mis párpados se sentían pesados, mis pies parecían pegados al pavimento. El aire olía a comida humana en los alrededores: hot dogs, hamburguesas y papas grasientas del puesto de comida rápida de la esquina.

Abatida, apoyé la frente sobre mis rodillas y lloré, con la esperanza de que Jonathan apareciera nuevamente.

Permanecí tal vez otra hora tirada en el mismo lugar. En casa, aquellos tres vampiros sobreprotectores seguramente habrían salido a buscarme. Probablemente estarían detectando mi aroma en las calles, deduciendo y descartando lugares en los que podría estar, concluyendo que no debía hallarme muy lejos debido a que me había marchado caminando. También era posible que les preocupara que hubiera cometido alguna locura.

Una pelea con Donovan no era precisamente un suicidio, pero estaba cerca. Era una perfecta distracción, que alejaba mis pensamientos de la realidad. En cambio, quedarme tumbada en el suelo de un callejón, expuesta a todos los peligros de la noche, como cazadores, hechiceras, demonios, fantasmas, Zephyrs o cualquier otra cosa; era más bien una llamada de auxilio.

—Joe, vuelve, te amo —sollocé sin fuerzas.

Cuando oí a alguien suspirar, levanté la mirada.

—También te amo —escuché la voz de Joe tras el suspiro.

Tragué saliva, petrificada. Contemplé su silueta dibujada entre las sombras y las tenues luces. Mi corazón se saltó un latido cuando se aproximó corriendo. Perpleja, me puse de pie bruscamente.

Él vino hasta mí, inundándome con su aroma, rodeándome con su formidable cuerpo y esos brazos que tanto había anhelado sentir a mi alrededor.

Lágrimas se deslizaron por mis mejillas mientras me hundía en su pecho. Lo toqué, palpé su rostro perfecto, examiné sus labios con las puntas de mis dedos y acaricié sutilmente su espalda.

—¡Oh, Dios mío! Dime que no eres un sueño. Por favor, quiero que seas real —susurré contra el hueco de su garganta.

Me abrazó con más fuerza, acariciando mi columna y apretándome contra su torso.

—Soy real, estoy aquí —aseguró—. Tócame, puedes tocarme.

Tomó mis manos entre las suyas, guiándolas a sus mejillas y seguidamente a su pecho.

—Siente —me dijo. Detrás de su camiseta, su corazón latía contra mis dedos—. Está latiendo, porque estoy vivo, por ti.