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Capítulo 15: Imprudencia

—¿Por qué? —cuestioné, sobresaltada y sin aliento.

Sus ojos se oscurecieron, sumidos en una penumbra tan densa que su mirada se perdía por momentos fugaces. Supe entonces, que ya no era él. Con su amplia mano, inmovilizó mi rostro, obligándome a mirarlo. Se aferraba a mi mandíbula con tanta fuerza que me causaba dolor.

—Siempre tienes que preguntar, ¿verdad? —murmuró entre dientes—. Luego lloriqueas cuando te rompen el corazón. No debes beber mi sangre porque no quiero que lo hagas, ¿entiendes?

Con la mandíbula apretada, gruñí un poco. Era evidente que algo siniestro habitaba en el cuerpo de Joe. Sus ojos estaban llenos de odio e ira, con pinceladas de funestos sentimientos que nunca antes había visto en él. Ése no era el Joe que conocía y amaba.

—Me estás lastimando, Joe —mi voz se escuchó ronca, pero mi tono era totalmente reticente y displicente.

—Ah, ¿sí? —Frunció el ceño con dubitación—. No me di cuenta —aunque sí se había percatado. De hecho, ni siquiera me soltó—. Ven a la cama conmigo, mujer.

Hice una mueca de enfado. Tenía miedo de ese ser sanguinario que estaba apoderándose de mi Joseph.

—No iré a ningún lado si no eres Joe —mascullé por lo bajo, con los dientes apretados.

Con agilidad, cerró sus puños en mis delgadas y huesudas muñecas. Desnudó sus colmillos de manera intimidante, su mirada estaba cubierta por una máscara de acrimonia y crueldad. Su rostro enrojeció mientras profería maldiciones en voz alta.

—Anduviste por las ramas, seduciéndome. Ahora dame lo que quiero, Angelique —me exigió.

En las profundidades de ese monstruo, escuchaba a Joe llamándome, al verdadero. Una especie de alarma se activó en mi interior, algo que clamaba a gritos que me alejara de él. Una oleada de espanto y terror.

Corre, vete, sálvate. Esas palabras resonaban una y otra vez en mi mente.

Sus brazos rígidos me envolvieron, apretándome contra su pecho con una fuerza formidable. No podía respirar debido a la presión que ejercía estrujando mi menudo cuerpo, en contraste con el suyo.

—Estuve seduciendo a Joe, no a la bestia despiadada —murmuré con la voz ahogada. Sabía casi con seguridad que me haría daño. Mis huesos protestaron cuando me apretujó, igual que una pitón enrollándose a mi alrededor—. No... puedo... respirar —jadeé—. Me haces daño, suéltame.

—Te lo advertí, linda. —Acarició mi cabello con rudeza—. Te dije que te alejaras de mí, que debíamos romper, que ya no era el mismo. Te lo dije de mil maneras y no lo entendiste. ¡No comprendiste! —su grito desgarró el aire con aspereza. Las vibraciones del sonido me estremecieron.

Rodeándome el cuello con los dedos, comenzó a ahorcarme. En pocos segundos, empecé a toser y mi garganta dolió bajo su agarre. La aplastó con tanta fuerza que creí que se quebraría como un frágil fragmento de cristal.

—¡Ahora es demasiado tarde para ambos! —continuó.

Mis ojos brillantes por las lágrimas de miedo buscaron su mirada, con la esperanza de hallar a Joe en ese mar plateado.

"Debes confiar en Joe y apoyarlo. Él jamás haría nada para lastimarte, puedes creerme cuando te lo digo. Joseph estará enredado en problemas y no debes perder la fe en él, porque si lo haces, perderá la confianza en sí mismo. De ahora en adelante, te necesita mucho".

Las palabras de Darius rebotaron en las paredes de mis pensamientos, pero no estaba segura de si era él o sólo su recuerdo.

—Joe, regresa —musité en un hilo de voz temblorosa. Lo enfrenté con la mirada. Liberó mi cuello, y después de toser, añadí—: Sé que éste no eres tú. El verdadero Joe no me haría daño.

Cuando tomé su rostro entre mis manos, su piel ardió contra mis palmas. Estaba lleno de furia, con las mejillas coloreadas en un matiz escarlata.

—¿Por qué no me escuchaste? ¡¿Por qué no oíste cuando te dije que debíamos mantener distancia?! ¡Maldita sea! ¿Por qué demonios no me obedeciste?

—Mírame, Joe —le imploré, todavía sosteniendo su cara—. Tranquilízate; estoy bien. Aún no me has lastimado. Sólo vuelve, por favor.

Sus ojos resplandecieron al encontrarse con los míos, de repente tersos, vidriosos y salpicados de miedo. Había regresado, era él mismo. Ocultó el desconcierto que sintió al reconocerme. Pude advertir su confusión, aturdimiento y desorientación. Lo abracé, aferrándome a su espalda y hombros mientras hundía el rostro en sus pectorales.

Con delicadeza, me apartó y se arrodilló frente a mí. Desde el suelo, abrazó mis caderas, presionando su mejilla contra mi pelvis. Le acaricié el cabello.

—Mi amor —murmuró con agonía—, necesito… —su voz se quebró—. Debes prometerme que no permitirás que te haga daño. Te lo ruego.

Le hice levantarse del suelo.

—Tú me necesitas —susurré—. Yo también te necesito. Vamos a superar esto, pero tengo que saberlo todo, saber lo que te sucedió. Quiero ayudarte.

Acarició mi rostro. El sufrimiento en su mirada hizo que el alma se me cayera a los pies.

—Nada me sacará de esto —dijo con certeza—. No podremos estar más juntos, eso es todo lo que pasará.

Mi corazón se contrajo con dolor y cólera. Fruncí los labios.

Se marchó por el pasillo. Quería seguirlo, pero algo en su forma de andar me advertía que no debía acercarme. Tragué saliva al escuchar su grito de furia y lo vi golpear la pared con un puño.

Toqué mi cuello, aún adolorido por el asedio de Joe. Sabía que no había tenido la intención de herirme, pero aquella cosa que se apoderaba de él cada vez tenía más control sobre sus acciones. O tal vez eso quería creer. De cualquier manera, no planeaba dejarlo solo cuando más me necesitaba.

Permanecí allí, sola durante largos minutos, sin saber qué hacer. Tenía que encontrar a alguien que pudiera ayudarme con Joseph. Alguien debía saber lo que le ocurría y cómo revertirlo.

A continuación, Adolph apareció desde otra habitación y me miró con severidad.

—¿Te pasa algo, pequeña?

Negué.

—Adolph, tienes que ayudarme. Llévame con Jonathan Ravenwood.

—¿Perdón?

—Ayúdame con Joe —insistí—. Algo le está sucediendo y no quiere decirme nada. Jonathan tiene que saber algo. Él me ofreció el alma de Joe después de su muerte, debe tener información.

—Joe acaba de hablarme —me indicó—. Me dijo en un ataque de rabia que lo expulsara de la casa porque podría hacerte daño a ti y a todos nosotros, pero sabes que no puedo hacerle tal cosa.

—Llévame ante ese demonio —solicité—. Algo le está pasando y necesito descubrir qué es.

—No —se negó—, no te llevaré con ese vampiro cuando sabes perfectamente que no confío en él.

—Iré yo misma de todos modos si no quieres hacerlo.

—¡Angelique! —se quejó.

Estreché los ojos para mirarlo duramente.

No me importaba si pensaba que era una chiquilla caprichosa. Me encontraría con el mismísimo Satán para ayudar al hombre que amaba.

Me crucé de brazos.

—Adolph —lo contradije.

Él resopló, también cruzando los brazos sobre su pecho.

—¡Demonios! A veces eres tan insoportable —protestó.

***

Subí al Impala y ajusté el cinturón de seguridad. Una sonrisa de victoria se dibujaba en mis labios.

—Siempre ganas, ¿eh? —masculló Adolph, sentado frente al volante.

Me encogí de hombros mientras observaba por las ventanillas cómo la noche caía triunfalmente y una luna eclipsada se alzaba sobre mi cabeza, siguiéndonos durante todo el camino. Adolph no era muy conversador, se limitaba a mirar hacia adelante y de vez en cuando elevaba el volumen de la radio cuando sonaban los Beatles o U2.

Nos detuvimos frente a la imponente mansión Ravenwood. Contemplé el vasto jardín con fuentes y césped rodeando el sendero de asfalto que conducía a las monumentales puertas dobles de la entrada. Un enrejado negro delimitaba el jardín. Adolph bajó las ventanillas para llamar a través del intercomunicador. El aparato zumbó cuando una voz femenina respondió al otro lado.

—Soy Crowley. Adolph Crowley.

La mujer se escuchó igual que garabatos enredados a través del altavoz. Presté atención, curiosa. Tan pronto como Adolph asintió, las puertas eléctricas se abrieron, permitiendo la entrada al anticuado vehículo. Aparcamos junto a un par de automóviles modernos y ostentosos.

—Espera aquí —Adolph me entregó un teléfono celular—. Iré a preguntar por Jonathan. Si algo te pasa, marca asterisco seguido del número dos. Estaré atento. Si por alguna circunstancia no puedes llamar, grita.

Asentí, ligeramente ruborizada.

—No me complace la idea de quedarme aquí, pero ya he discutido lo suficiente esta noche. Ve antes de que me arrepienta.

Él me dedicó una sonrisa juvenil, sus ojos verdes resplandecieron como los de un niño. Partió con pasos desgarbados y desapareció después de atravesar el amplio pórtico de caoba. Pasaron minutos: cinco, diez, quince, mientras me retorcía en el asiento, deseando estirar las piernas, salir de ahí, hacer algo, cualquier cosa. Odiaba la espera, la incertidumbre, las sorpresas…

Cada vez que alguna criada cruzaba el umbral, anhelaba que fuera Adolph con noticias y salvación. Recorrí todas las estaciones de radio una y otra vez en segundos, fisgoneé entre los CDs que guardaba bajo el asiento y cambié la música varias veces sin decidirme por nada. Estaba ansiosa por llamarlo y preguntarle por qué tardaba tanto, pero me contuve para evitar que se preocupara.

Inquieta, abrí la guantera. Me puse a revisar todo ociosamente. Había algunos pañuelos, servilletas y un pasaporte. Eché un vistazo a la pequeña fotografía envejecida del documento. Adolph con el mismo rostro, los mismos rizos encantadores castaños y aquellos ojos verdes. Pero la fecha… 1969. ¡Santos cielos! Ese año había nacido mi padre, quien tenía más de cuarenta años. En cambio Adolph lucía exactamente igual desde ese entonces, como si el tiempo jamás hubiera pasado.

Aún curiosa, encontré algunas cosas que cualquier ser humano podría tener en su guantera: cupones de dos por uno para combos de hamburguesas, hilo dental, caramelos y… ¿qué era eso? Me sonrojé al darme cuenta de que sostenía en mis manos una pequeña bolsita cuadrada de un preservativo masculino.

Un cosquilleo recorrió mi estómago. ¿Quién necesitaba condones? Éramos vampiros. ¡Vampiros! No nos infectaríamos nunca con alguna enfermedad humana y no había riesgo de que alguien quedara embarazado. Dejé la bolsita allí mismo.

Entre algunos papeles hallé un pequeño libro, polvoriento y de terciopelo verde oscuro, con el nombre de Adolph Peter Crowley en letras cursivas y doradas en el borde inferior. Al abrirlo, noté que era un cuaderno, un diario.

Me invadió un nerviosismo profuso mientras pasaba rápidamente las páginas amarillentas, intentando no leer demasiado. Los bordes estaban gastados, deteriorados y manchados. La letra de Adolph era extravagante, hermosa y cursiva. En algunos párrafos, temblorosa, en otros, firme y gruesa. Podía notar manchas de vejez, tinta de bolígrafo corrida e incluso lágrimas de emoción en cada hoja.

Por más que intenté frenar el impulso, las letras capturaron mi atención y caí en la tentación de leer. Comencé entre líneas, cuando ciertas palabras suscitaban mi interés. Él mencionó su fecha de nacimiento, 1936. ¡Oh, Dios! El diario se remontaba a 1952, advertí. Aventuras plasmadas en cada línea, llenas de emoción, pasión y guerra. Todo escrito en un inglés anticuado, diplomático y literario.

Adolph narraba con fervor sus batallas en guerras y sus viajes por el mundo. Había vivido la Segunda Guerra Mundial cuando era un niño y describía crudamente las muertes que había tenido que soportar. Más adelante, hablaba sobre las personas que había tenido que matar en guerras posteriores. Mencionaba con detalle el poder que sentía un hombre tras sus armas de fuego y su deseo de morir luchando.

Había sido convertido en vampiro por una traición y por el mero poder de la seducción. Una mujer lo había enamorado, consiguiendo llevarlo a la cama. Él despertó varios días después siendo un chupasangre, sediento.

También escribió sobre las apasionadas noches que compartió con cientos de mujeres a lo largo de su vida. Fue un soldado, estuvo en prisión, luchó día y noche para defender a su amada familia. Casi lloré al leer las temblorosas letras que describían la muerte de sus seres queridos. Sus hermanos fueron asesinados en la guerra mientras que su madre y hermanas envejecieron hasta fallecer.

Secándome los ojos, descubrí una división en el diario. "Mi vida después de Nina" era el título de la segunda parte de sus escritos. Todo narrado con intensidad hacia la mujer que amaba.

"No era más que un muerto en vida, hasta el momento en el que la conocí a ella, Nina le Boursier. La vi danzando sensualmente para un público de borrachos y adictos al sexo. ¿Cómo era posible? ¡Era sólo una niña! Todavía había inocencia en sus ojos oscurecidos en sufrimiento. Sin dudarlo, pagué a su padre por una noche con esa pequeña chica de quince años. Como quien compra un pájaro para liberarlo luego.

Jamás me hubiera atrevido a tocarla, no era más que una joven adolescente. No podía verla sino con los ojos de alguien que protege a una criatura de los horrores del mundo. Cuando se acostó en la cama para mí, acaricié su cabello con una ternura paternal. Y, en el momento en que empezó a desnudarse con una expresión de pánico, la detuve. Le aseguré que nunca tendría que hacer tal cosa para mí.

Al oír aquello, sus ojos saltaron de alegría. Y, como quien necesita ser escuchada, comenzó a contarme entre sollozos sobre la explotación a la que era sometida por parte de su padre y sobre toda la humillación por la que había pasado después de la dolorosa muerte de su madre. Nina era todavía tan ingenua que había confiado en mí en el mismo momento en el que le dije que no le pondría un dedo encima.

Desde ese entonces, empecé a visitar el prostíbulo cada noche y pagaba lo que fuera necesario para que nadie tuviera que poseerla nunca más. Ni un solo hombre volvería a tocarla. Lo único que hacíamos era conversar hasta el amanecer. Gastaba todo mi dinero para verla quedarse dormida a mi lado en medio de una charla.

Poco a poco, con el paso de los años, la vi convertirse en mujer. Pero con ella también creció su deseo. Aunque trataba de no fijarme en ello, era consciente de que sus pechos habían crecido y de que su cuerpo se había vuelto voluptuoso y escultural. Fue casi inevitable empezar a verla con ojos de hombre. Cuando ella apoyaba su cabeza en mi pecho y yo olfateaba su aroma femenino, cuando se quedaba dormida tan cerca que su respiración me calentaba el alma, cada vez que me tocaba, me dejaba sin aliento. Había una lucha interna dentro de mí mientras intentaba cumplir con mi promesa de jamás tocarla. Sin embargo, me percaté de que no era el único que estaba enloquecido de deseo. Ella también me deseaba. Sus esfuerzos por seducirme eran cada vez más notorios".

Adelanté algunas páginas con entusiasmo.

"Aquella fue la primera vez que me atreví a probar sus labios", leí impacientemente. "Mi deseo por ella había estado reprimido tanto tiempo… No pudimos evitar tocarnos, desnudarnos, hacernos el amor".

En esos párrafos se plasmaba un amor profundo. Él expresaba con intensidad desbordante cuánto la amaba. Mientras leía, sentía un nudo en la garganta. Nunca imaginé que un hombre pudiera amar de esa manera, equiparable al amor de una mujer, entregándose por completo a alguien. Jamás creí que un hombre pudiera pasar el resto de sus días y noches pensando en la mujer que consideraba la única para él.

La Nina que describía en esas páginas resultaba muy diferente a la que conocía. Ella aparecía como una figura frágil, sumida en sufrimientos, buscando consuelo constante en los brazos de Adolph. Un contraste marcado con la imagen que siempre tuve de ella: una mujer fuerte e independiente.

"Después de tantas noches compartidas, no pude seguir resistiendo el impulso de morder su cuello. Aunque había sido un accidente, todavía recuerdo el terror y agonía reflejados en su rostro al verse ensangrentada y al vislumbrar mis colmillos. Sus lágrimas, cristalinas y saladas, caían mientras sollozaba. Nunca me perdonaría por causarle ese sufrimiento. En medio de su llanto, me gritó que me alejara de su vida, que era un monstruo. Y supe con pesar que tenía razón.

Sin embargo, no podía concebir la vida sin ella. No permitiría que otros hombres la tuvieran o que volviera a su antigua vida. Era mía.

Fue un largo proceso para que Nina comprendiera que también me necesitaba y aceptara mi naturaleza. Pero finalmente lo hizo. Amó al monstruo en mí.

No obstante, esa aceptación trajo la desgracia para ella. Algunas veces, durante nuestras noches de pasión, mi dolorosa hambre se hacía evidente. Y siendo el alma bondadosa que es, me entregaba su consentimiento para beber de ella. Incluso en ocasiones me pedía, a ruegos, que la mordiera. Gracias a mi egoísmo y sed, le había hecho caso. Aunque pude haberme negado, no quería. En primer lugar porque era malditamente difícil mantener el control, en segundo, porque en mi oscuro interior no quería verla morir. Deseaba que fuera mía durante el resto de la eternidad.

Hasta que, una noche en especial, después de haberla mordido por enésima vez, la condené a la inmortalidad. La vi convertirse en la misma bestia asesina que yo era. Me aterroricé."

Continué avanzando entre las páginas, sedienta de lectura.

"El día que nos casamos, ella irradiaba belleza, sensualidad y sensibilidad. Había lágrimas iluminando sus mejillas. Le había pedido que llevara su cabello rubio natural, que era el que más me gustaba, porque hacía una feroz combinación con sus felinos ojos verdes. Mis manos temblaban al colocarle el anillo y sostener su delicada palma en la mía; mi voz se quebraba al pronunciar los votos. ¡Cómo amaba a esa mujer!

Sin embargo, nuestra noche de bodas había ido fatal. Porque ella estaba sedienta. Y cada vez que debía asesinar a un humano, se sentía mal, se debatía a sí misma, me culpaba. No quería ser malvada ni acabar con vidas inocentes. Tras aquella gran pelea, la vi llorar en su vestido de novia manchado de sangre, mientras se encargaba de despedazarlo con sus propias manos. No puedo recordar si la sangre era mía, suya o de algún mortal. Objetos rotos yacían dispersos por doquier. Estaba furioso, me odiaba a mí mismo".

Lamentablemente, la historia carecía de un final feliz. A medida que las páginas se deslizaban bajo mis dedos, era evidente que la relación se debilitaba, oscilando en una balanza de peleas y agresiones. Adolph expresaba con furia y pesadumbre el daño que su relación les infligía, reconociendo que ella sufría por su culpa. Ambos eran temperamentales, posesivos, celosos y orgullosos.

Los relatos más recientes, fechados hacía un año, se teñían de una letra temblorosa y manchas de lágrimas que corrían la tinta. Pude visualizar a un Adolph iracundo, sollozando sobre un escritorio mientras plasmaba cómo Alan le arrebataba a la única mujer que amaba. Desde el primer día que ese joven coqueteó con su esposa, Adolph quiso odiarlo, pero Alan, con su juventud y sensatez, se convirtió en su amigo. Así que le ocultó su relación durante todo ese tiempo, con la esperanza de que ella pudiera ser más feliz a su lado.

—¿Qué estás haciendo?

Después de dar un salto, casi dejé caer el cuaderno. Mi corazón latió apresurado cuando vi a Adolph abrir la puerta del automóvil y sentarse a mi lado. Me atrapó en pleno delito.

—Adolph, yo… —Me moví nerviosamente en el asiento. Él cerró de un portazo antes de arrebatarme el cuaderno de las manos. Agaché la cabeza para disculparme—. Lo siento, no era mi intención…

—No importa —refunfuñó—, es mi culpa. No debí dejar mis cosas tan expuestas si no quería que fueran vistas.

—¿Y Jonathan? —inquirí al notar que encendía el motor del auto.

—No está en casa.

—¿Cómo? —mi voz sonó casi igual que un chillido—. ¿No puedes llamarlo a su teléfono celular? Necesito sacar a Joe de esto. No puedo permitir que…

—Angelique —me interrumpió mientras abandonábamos la mansión—. Jonathan es demasiado ancestral para tener un teléfono móvil. Pero no te preocupes, intentaré localizarlo mañana. Te prometo que te ayudaré con esto. También me preocupa Joseph, siento que algo va muy mal en él.

—Oh, ¡carajo! —exhalé con rabia—. ¡Maldita sea! Quería ayudar a Joe y ese bastardo hijo de…

—¡Hey! —me cortó—. Yo no te he enseñado esas malas palabras. Y no conoces a la madre de Jonathan, así que no deberías insultarla.

Respondí con una risa ante su fingido tono paternal.

—Cualquier mujer que haya dado a luz a ese individuo no puede ser demasiado buena —repuse.

—Él no es un mal tipo —aseguró con seriedad, sin rastro de sarcasmo—. No tiene la culpa de ser un demonio.

Pese a que le dirigí una severa mirada, continuó sonriendo.

—Bueno, ¿qué tanto leíste? —me interrogó, enseñándome su diario.

De nuevo me puse nerviosa.

—No tanto —mentí—. Amas profundamente a Nina, ¿verdad?

Devolvió el diario a la guantera y apretó los puños sobre el volante.

—Pongámoslo así: Si ella no estuviera, me quitaría la vida —tragué con dificultad, percibiendo la sinceridad y emotividad en su voz—. Aunque no lo quieras creer, Joe también te ama de esa manera. Pero hay personas que lamentablemente no conocen la forma correcta de amar, ¿y quién lo hace? El amor es sumamente complicado. Sin embargo, es la fuerza más poderosa del universo. Nunca lo olvides.

Cuando regresamos a casa, Adolph me dejó en la entrada y se marchó en el auto, sin revelar su destino.

La residencia estaba en silencio. Me dirigí a tocar las puertas de Nina, Alan y Jerry. Incluso busqué en el dormitorio de Joe, pero no encontré a ninguno de ellos. Después de revisar todas las habitaciones, se me ocurrió pasar por la sala de entrenamiento. Fue allí donde hallé a Joe, acostado sobre una máquina de ejercicios mientras sostenía con ambas manos la barra metálica de una colosal pesa.

Al verlo mi aliento se escapó de un tirón en una exhalación errática. Mi cuerpo se calentó, paralizándose.

No tenía ropa puesta, únicamente una toalla azul rodeaba sus caderas. Mi garganta se secó al tiempo que mi sangre empezaba a escocerme por dentro.

¡Jesús! ¡Esos músculos!

Mientras ese sexy vampiro me ignoraba, observé cómo contaba en voz baja, acercando la barra metálica a su pecho y luego elevándola con los brazos extendidos, una y otra vez en un ciclo perfecto. Los músculos cubiertos por el sudor del ejercicio se contraían y relajaban, las venas en sus brazos sobresalían, y sus abdominales se endurecían mientras trabajaba cada área bien formada.

Mordí mi labio, conteniendo un gemido de éxtasis mientras disfrutaba de la visión de su cabello humedecido por el sudor y su piel desnuda con un exquisito brillo. Necesitaba morder un poco de eso. Ansiaba hincar mis colmillos en su cuello expuesto y acariciar esos abdominales que se desplegaban como una red de cuadrantes de carnosidad endurecida.

La respiración me faltaba al tiempo que sentía una especie de agitación en el vientre. Con una mano, abaniqué mi rostro, mientras escuchaba a Joe murmurar las repeticiones de sus ejercicios. Sus palabras se convertían en suspiros, un deleite auditivo.

"Quinientos dos…", un gemido brotó de su boca. "Quinientos tres…", volvió a gemir.

Mis latidos estaban desbocados ante esos sonidos gratificantes.

"Quinientos cuatro…".

—Nueve mil doscientos cincuenta —gruñó en voz alta tan pronto como se percató de mi presencia.

Después de dejar la pesada barra metálica en su soporte, se sentó. Me dedicó una mirada cómplice, acompañada con una sonrisa traviesa. Mi rostro se tiñó de rojo, como si fuera una ingenua niña y él el primer chico que me sonreía.

¿Por qué conseguía que mis rodillas se debilitaran tan fácilmente? ¿Qué hechizo poseía ese espécimen masculino que me hacía ponerme tan nerviosa y temblorosa?

—No sabes contar —le reproché. Su risa sicalíptica y erótica resonó en el aire mientras se ponía de pie y tomaba una botella de agua del suelo—. Por favor, no empieces a derramarte agua por el cuerpo.

Volvió a reírse.

—¿Por qué? —murmuró con fingida inocencia antes de beber un sorbo.

Porque me estás llevando al borde de un ataque al corazón, pensé para mí misma

Incluso el simple movimiento de su garganta al tragar agua me resultaba estimulante.

Opté por no responderle.

—¿Me alcanzarías esa toalla? —me pidió cortésmente, señalando detrás de mi hombro.

Tomé la toalla que reposaba en el respaldo de una silla y me acerqué para entregársela. Ansiaba con urgencia su tacto, sus caricias, el roce de su cuerpo y de sus indomables manos, pero me decepcioné cuando agarró la toalla sin tocarme, ni siquiera un poco.

—¿Dónde están todos? —pregunté.

—¿Alan, Nina y Jerry? Dos posibilidades: o los dos vampiros acordaron llevarse al humano para beber su sangre, o los tres decidieron hacer un trío.

Hice rodar mis ojos, intentando reprimir una sonrisilla.

—Espero que estés equivocado. Ahora en serio, ¿dónde están?

—No lo sé, pero sea lo que sea, me molestaré con ellos por no invitarme.

—Bueno, ¿y por qué estás desnudo?

Un escalofrío recorrió mi espalda al pronunciar esas palabras.

—No vas a creer esto, un grupo de mujeres siniestras entró por la ventana, me desnudó y se llevó toda mi ropa —dijo en tono serio, aunque sus ojos brillaban con astucia.

—Si no te conociera tan bien, podría creer que estás diciendo la verdad —Estreché los ojos—. ¿Nunca dices nada en serio? Eres diabólico, Blade.

Su piel todavía relucía por el sudor y su torso desnudo ejercía una atracción imposible de ignorar, como si me susurrara que lo tocara. La toalla en la parte baja de su cadera sugería más de lo que mostraba.

La censura conduce al deseo. Y lo deseaba.

—Sí, sí, lo sé, soy tan malvado. —Me arrojó una mirada ardiente—. La verdad es que pensé que estaba solo en casa.

—¿Por qué haces ejercicio? ¿Acaso quieres ponerte en forma para conquistar a una horda de mujeres?

—Hmm, puede ser —gruñó con picardía—. ¿Qué opinas? ¿Crees que funcionará?

Apretó los músculos de su pecho y abdomen al tiempo que flexionaba los brazos para exhibir el resultado del entrenamiento.

Conmigo funciona, pensé.

—Seguramente, grandulón —lo golpeé suavemente en el abdomen con mi puño cerrado.

Sonrió y me besó delicadamente en la frente antes de rodearme con un brazo para abrir la puerta a mis espaldas, la cual estaba bloqueando con mi cuerpo. Por un momento su pecho desnudo rozó el mío, provocando que mi respiración se alterara. Pronto me quedé sola en la pequeña sala de estar, frotándome la frente, aún sintiendo el hormigueo donde me había besado.

***

Me hallaba en el borde de la piscina, con las puntas de los pies sumergidas en el agua fría mientras contemplaba la solitaria noche.

Después de varios días sin ver a Joe, lo extrañaba demasiado. A mi vampiro de siempre, no al demonio en su interior. A pesar de que tenía un nudo atragantado en la garganta, no permití que las lágrimas me asaltaran. No iba a llorar.

Los dos estábamos bien. Era mejor si estábamos alejados, si nos odiábamos.

Sí, claro, sigue engañándote. Murmuraba la voz sarcástica en mi cabeza.

¿Puede alguien callar a esa estúpida voz?

Alcé la vista al firmamento al escuchar el viento desgarrarse y un enjambre de alas agitándose en alguna parte. Parecía como si en el cielo se estuviera abriendo un agujero negro justo encima de mi cabeza. Parpadeé varias veces antes de comprender lo que estaba ocurriendo.

Se trataba de cientos de aves arremolinándose en las alturas, preparándose para caer en picada directamente hacia mí. Grité al tiempo que sacaba mis pies del agua y apoyaba las manos detrás para levantarme. Antes de que pudiera concluir la acción, decenas de cuervos formaron un torbellino alrededor de mí.

¿De dónde habían salido?

Me cubrí el rostro con los brazos para protegerme de las garras y picos que me arañaban. Lancé alaridos, intentando bloquear los ataques. Me arrastré por el suelo. Mis gritos se ahogaban en el ensordecedor sonido de los chillidos de las aves y el estrépito de sus alas moviéndose, las cuales generaban una bruma de viento helado. Mis ojos estaban cerrados con fuerza y mi cuerpo ardía debido a las heridas superficiales que habían logrado hacerme.

Sacudí mis manos desesperadamente en distintas direcciones para librarme de la bandada de animales. El terror colmaba mis sentidos, podía sentir mis nervios palpitando.

De repente, se detuvieron. La calma reinó de un segundo a otro, como si los cuervos nunca hubieran estado allí. Me pregunté si estaba alucinando, si acaso era otro de los aterradores juegos de Darius.

Cuando abrí los ojos, no había nada. Ni aves, ni viento, ni chillidos, ni picos, ni alas, ni garras. Sin embargo, mis brazos rasguñados sangraban. ¿Qué había sido todo eso?

Perpleja, tragué, pero mi garganta estaba seca. Sentía como si estuviera engullendo astillas y polvo.

Al ponerme de pie, descubrí a un solitario cuervo inmóvil sobre el tejado, equilibrándose con sus patas.

—¿Qué diablos…?

El cuervo extendió sus alas, que de repente adquirieron la apariencia de descomunales alas de demonio. Una oleada de pavor y escalofríos me invadió.

¡Mierda!

Las enormes alas se sacudieron y liberaron ráfagas de viento que levantaron todo a su paso: las sillas se elevaron, el agua de la piscina formó pequeños remolinos por las corrientes de aire, mi cabello azotaba mi rostro y cuello mientras volaba descontrolado. Entrecerré los ojos antes de alzar una mano frente a mi cara en un gesto de protección.

La violenta fuerza del viento me arrojaba hacia atrás. Lo que antes era un modesto cuervo se había transformado en un pájaro negro de proporciones demoníacas, que me recordaba a un pterodáctilo maligno.

En medio de la oscuridad letal, los únicos destellos eran los ojos amarillos y resplandecientes de la criatura.

Aquella mirada amarilla... la conocía.

La bestia rugió antes de transformarse en una sombra que abarcaba todo el espacio. Se desplazaba de aquí para allá como un espectro del infierno, en una danza macabra. Súbitamente, la silueta se desplomó en el suelo, convirtiéndose en un montón de polvo negruzco a mis pies. Anonadada, no pude ni siquiera moverme.

Las cenizas se alzaron para tomar la forma de un contorno humano al tiempo que los ojos áureos del ser cobraban vida. Finalmente, Jonathan Ravenwood se materializó frente a mí. No sabía si sentir alivio o un terror más profundo. Sólo era consciente de que mis piernas trepidaban y mi garganta se cerraba, al igual que mi pecho.

—Siento haberte asustado —sonó su sanguinaria voz—. Escuché que me estabas buscando.

Retrocedí, incrédula y aterrada.

—No... yo no... no esperaba que aparecieras en mi casa con todo ese espectáculo —tartamudeé.

Soltó una risa siniestra.

—Ajá. Disfruto de tu expresión cada vez que descubres que puedo tomar forma animal. Y créeme, han sido más veces de las que recuerdas —Sujetó mi brazo después de acercarse—. Ahora, necesito hablar con algún mayor, niñita. ¿Hay alguien responsable en casa?

Tiró bruscamente de mi brazo, obligándome a caminar hacia el gran salón de juegos, donde los chicos estaban reunidos haciendo bromas. Sus rostros palidecieron cuando me vieron entrar con Jonathan. Adolph, que estaba en el suelo, se levantó rápidamente al ver a ese demonio. Como era costumbre, Joe no estaba allí.

—Vaya recibimiento —se quejó Ravenwood irónicamente—, ni siquiera un "hola". Las nuevas generaciones están cada vez más estropeadas.

Nuestro líder tragó saliva antes de responder.

—No esperábamos tu agradable visita. —No supe si hablaba en serio con lo de "agradable visita", ya que su tono no era nada sardónico—. ¿Podrías soltar a Angelique?

Jonathan observó la mano con la que rodeaba mi brazo y mantuvo su sonrisa.

—Sí, lo siento. —Me liberó antes de empezar a sacudir su vestuario como si le quitara el polvo—. Crowley, qué gusto verte de nuevo. Debes saber que uno de tus niños está fuera de control. Vine a informarte sobre algo que podría interesarte. Hace días mi mansión fue invadida. Hubo un intento de robo, quisieron llevarse La Daga de Fuego. Por suerte, no lo lograron.

Después de un corto silencio, Adolph frunció el ceño, con interrogantes en su semblante.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—¿Aún no lo sabes? —contrapreguntó Jonathan—. Realmente eres peor líder de lo que pensé. Creí que al menos podrías imaginar lo que trato de decirte. El delito lo cometió uno de los tuyos.

Por un momento, la habitación se llenó de tensión, las miradas se volvieron inquietantes. Cerré los ojos, esperando que no fuera lo que estaba pensando.

—¿Joe? ¿Joe intentó robar La Daga de Fuego? —articuló Adolph—. ¿Eso es lo que estás intentando decirme?

—Eso es, lo has comprendido —lo felicitó Jonathan. Advertí los rostros de asombro de todos los presentes—. Me gustaría que tuvieran la más mínima idea de todo lo que está sucediendo, pero veo que tendré que explicárselos —suspiró, mortificado—. Ustedes no tienen protección, como les hice creer a los Black. El único que está protegido es Blade, y yo no le di esa protección. Ha sido alguien más, un demonio, el demonio que lo trajo a la vida. —Se volvió hacia Adolph—. Crowley, tú sabes que sólo hay dos formas de traer a alguien a la vida. La primera es mediante un pacto, así es como la señorita Moore está hoy con nosotros. Y la segunda, un ritual con La Daga de Sangre, así es como Blade está con vida. —Ravenwood esperó una respuesta durante algunos segundos. Como nadie dijo nada, continuó—: La Daga de Sangre, que supuestamente estaba desaparecida, ha estado escondida en el infierno, en manos del gran demonio Sam. Este demonio hizo vivir a Joseph y ahora lo obliga a servirle. Por alguna razón, el tipo está en busca de nuestras dagas. Cuando el Sr. Black convocó a Alan a un juicio, lo hizo porque una vez más La Daga de Cristal había desaparecido, en la actualidad. Él no hablaba de la vez que robó la daga cuando era un niño, sino de un reciente robo. Y se le ocurrió culpar a su hijo de eso. Pero Alan seguía defendiéndose por los hechos del pasado. Por eso iban a torturarte, niño —concluyó, mirando al Zephyr.

¡Oh, Dios! ¿Por qué, Joe?

En esos instantes, me encontraba consternada. Asimilar tanta información era difícil, y más aún si se trataba del hombre a quien más amaba.

—¿Eso quiere decir que el verdadero ladrón de La Daga de Cristal ha sido Joe y que intenta conseguir La Daga de Fuego también? —interrogó Adolph. Su rostro estaba pálido, con expresión confusa.

—Sí, lo más probable es que Blade esté involucrado en el robo de La Daga de Cristal. —La mirada de Jonathan se hizo más dura. Él miente, pensé, tiene que estar mintiendo—. Joe está siendo influenciado por fuerzas demoníacas. Todos sabemos que el ritual con La Daga de Sangre consiste en poner sangre de demonio en el cuerpo fallecido para darle vida nuevamente. De otra manera, no podría vivir. Y si Angelique ha bebido de Joseph, seguramente también estará infectada con su sangre.