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Capítulo 14: Magia Negra

—¿Qué? —cuestionó Joe antes de apartar el arma del pecho de Jerry—. ¿Qué estás buscando? ¿Quieres a Angelique, verdad?

Cuando Jerry me lanzó una mirada efímera, acompañada de una bonita sonrisa, Joe presionó la daga contra su mejilla, haciéndolo girar el rostro para obligarlo a mirarlo.

—No, hombre —negó el humano—. Angelique fue mi excusa para acercarme a ustedes. Más precisamente a ti, José.

De un salto, Joe retrocedió.

—Lo sabía, resultaste ser un acosador —rezongó—. Eres desagradable. Para tu información, no me gustan los hombres.

Abrí los ojos de par en par.

¿Acaso Jerry intentaba robarme a mi chico?

Fruncí el ceño automáticamente. Joe estaba tan rígido como una vara.

La carcajada de Jerry fue estridente y puramente divertida. No podía parar de reír, incluso perdió el aliento y le llevó varios minutos recobrarse.

—Sí, amigo —se burló entre risotadas—. Debes creer que eres tan jodidamente sensual que nadie puede resistirse a tu cuerpo de dios y tu encantadora personalidad.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres de mí, humano?

Jerry seguía mostrándose animado.

—Definitivamente no es acostarme contigo, vampiro —le respondió—. El asunto, mi querido chupasangre, es que estuve ahí cuando despertaste de la muerte. Y he visto a quien te devolvió a la vida. También te he seguido los últimos días y…

—¡Cállate! —sonó la voz de Joe a modo de advertencia.

Lo miré con reparo y aprensión. ¿Qué secretos ocultaba? ¿Por qué no permitía que Jerry continuara?

—Sí, esperaba que habláramos a solas sobre esto, pero no me diste elección —siguió el mortal—. Mira, esto es crucial para mí. Tenía una hermana pequeña que falleció hace un año, y quiero traerla de vuelta. Además, sé que has tenido encuentros con el tipo que te ayudó a vivir y que…

—¡Dije que dejaras de hablar! ¿Me oyes? ¡Silencio! —ordenó Joe, apuntando nuevamente su arma al pecho del muchacho—. No puedo ayudarte con lo que quieres, la gente no regresa del infierno, ¿entendido? Sólo yo lo he hecho, y no creo que nadie más quiera estar en mi lugar. La única sugerencia que puedo hacerte es que, si realmente quieres a tu hermanita de vuelta, busques a un demonio y realices un cambio. Ofrécele tu alma a cambio de la suya.

Aturdido, el joven humano asintió.

—Estás sirviendo al que te trajo de la muerte, ¿cierto? —me apresuré a interrogar. Joe se giró hacia mí—. Eso es lo que no querías decirme. Ahora que tengo suficiente información, podrías terminar de contarme. Dime, ¿quién es ese tipo? ¿Qué te obliga a hacer?

El suspiro de Joe cortó el aire como un cuchillo afilado.

—No, Angelique —dijo casi en una súplica—. Deja de especular, quiero que te mantengas al margen de esto y de mi vida privada.

Me sentí atrozmente herida. Pensé en mil insultos y maldiciones para dirigirle.

—Lo siento, pero no soy estúpida, me doy cuenta de las cosas —di un paso hacia él—. Responde a mis preguntas.

Jerry nos observaba distraído mientras alisaba su camisa con las manos y se recomponía de su palidez.

—Mira, preciosa —Joe guardó su daga—. No sé mucho más que tú sobre el tipo que me trajo de vuelta, así que no puedo darte muchas respuestas. Lo único que sé es que es un demonio. Y como me dio la vida, me obliga a trabajar para él. Hago encargos y me recompensa, eso es todo.

No podía ser tan simple, debía haber algo más oculto.

—¿Qué clase de encargos?

Joseph se dirigió hacia nuestras motocicletas, que se encontraban estacionadas una al lado de la otra. Me percaté de que la suya no había estado ahí antes, lo que significaba que había llegado después de que Jerry y yo lo hiciéramos.

¿Nos había seguido?

—Deja de acosarme con tus preguntas —refunfuñó al tiempo que se subía al vehículo.

Dio una palmada en su pierna, indicándome que me sentara en su regazo.

—Vine con Jerry, me iré con él —me opuse.

No seas tonta, ¿crees que Joe se pondrá celoso? Sonó una vocecita molesta en mi cabeza.

¡No pretendía provocarle celos! Me quejé para mis adentros.

Sí, claro. Me contradijo esa voz burlona.

Él se encogió de hombros.

—Podrías intentarlo, pero no voy a dejarte —dijo con calma, confianza y una gran dosis de arrogancia.

—Sólo fue una sugerencia, no tenías que amenazarme —discutí con un toque de humor—. A ver, dime. ¿Qué harás si no quiero subirme contigo a la moto?

Jerry y Joe resoplaron al unísono, como si de pronto se hubieran puesto de acuerdo. Me paré en medio de ambas motocletas, entre los dos hombres.

—Te obligaría —soltó en un gruñido.

—Angie, compórtate. Ve con tu novio Drácula —intervino Jerry.

Con una sensación de derrota, me acomodé entre las piernas de Joseph. intentando ignorar la paralizante sensación de su pecho contra mi espalda, de sus musculosas piernas rodeando mis caderas y muslos, de su respiración sobre mi cuello…

Me puse tensa de pies a cabeza.

—¿Vendrás conmigo sólo porque tu amiguito te lo pidió? —preguntó Joe en mi oído antes de encender la moto.

Un escalofrío recorrió mi piel cuando su aliento me hizo consquillas en la oreja.

—¿Quieres que me vaya contigo o no? —repliqué con irritación.

Había cedido, me encontraba entre sus piernas, siendo rodeada por sus fuertes brazos… Y aun así él seguía tratando de avivar mi furia.

¡Cállate de una vez, vampiro sexy y diabólico! Quise decirle.

A pesar de que Joe no dijo nada, me pareció percibir una sonrisa detrás de mí, pero era demasiado cobarde para volverme sobre mi hombro y comprobar mi teoría. Porque esa sonrisa encantadora era malditamente irresistible.

Mientras avanzábamos bajo el sol, sentía cómo mi cuerpo ardía, sin entender muy bien la razón. Por un lado, el sol golpeaba directamente mi piel, y por otro, el hombre que estaba detrás de mí me provocaba una especie de cálido nerviosismo.

A diferencia de Jerry, este vampiro me sujetaba de forma protectora, rodeándome la cintura con un brazo mientras su mano descansaba sobre mi abdomen. Cuando sentí que no podía respirar, incliné la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. Comencé a sentirme adormecida, a punto de desmayarme.

Minutos más tarde, nos detuvimos frente a nuestra mansión. Casi hiperventilando, salté de la motocicleta. Di un traspié hacia adelante, sintiendo que todo daba vueltas a mi alrededor.

—¿Te encuentras bien? —oí a Joe preguntarme con preocupación.

—El sol —balbuceé—. ¡Creo que estoy calcinándome!

Una capa fina de sudor envolvía mi cuerpo.

—Estás enrojecida —dijo Jerry al tiempo que me miraba horrorizado.

—Maldición, entremos a casa rápido —exclamó Joe antes de conducirme hasta el recibidor principal—. Recuéstate —me pidió mientras acomodaba los cojines en el sofá para mí.

Sonreí débilmente.

—Eres tan exagerado, estoy bien. Nadie muere por el sol, ni siquiera un vampiro, ¿verdad?

Con escepticismo, Jerry me estudió de arriba abajo, sus ojos ensanchados como platos.

—No pareces estar tan bien, tus mejillas lucen rojas como la sangre —aseguró—. Pareces sofocada.

—Lo estoy.

Tan pronto como me tumbé en el sofá, Joe me alcanzó una lata de Coca Cola fría.

—¿Estás segura de que no vas a morir o a desfallecer? —Puso una mano en mi frente.

Me reí.

—De hecho, creo que deberían ir preparando mi funeral. No se olviden de poner la canción "Helena" de My Chemical Romance —me burlé—. ¿Estás delirando, Joseph? Sólo enciende el maldito aire acondicionado.

Él tomó el control del aparato y lo encendió.

—¿Estás segura de que...?

—Sí, estoy segura.

—Lo digo porque necesito salir y quiero asegurarme de que estás bien.

Pensándolo bien…

—En realidad, creo que estoy mareada. Deberías quedarte y vigilarme. Quizás pierda el conocimiento o algo así.

Atendí a la risa que Jerry intentaba reprimir.

Joe sujetó mi barbilla entre su dedo pulgar y el índice.

—Hermosa y manipuladora, ¡cómo me gustas! —me dijo—. Les pediré a los chicos que te cuiden, de todos modos.

Cuando aproximó sus labios a los míos, creí que me besaría. En respuesta, abrí ligeramente la boca para recibirlo, pero una vez que estuvo tan cerca como para dejarme sin aliento, se alejó. Se despidió con la mano y abandonó la casa.

En cuanto la puerta se cerró, lancé un grito de frustración, maldiciendo mil veces. Detestaba que se que hubiera marchado y cada palabra que me había dicho; como cuando mencionó que sentía que me odiaba, o cuando afirmó que su amor se había desvanecido, incluso cuando hicimos el amor y me dijo que nunca debió haber sido mío.

La ira en mi pecho me asfixiaba. Maldije el nombre de Joe con cada poro de mi piel y cada centímetro de mi cuerpo.

—Nunca había visto a alguien tan testarudo como ustedes dos —escuché a Nina irrumpir en el salón.

Ella se acomodó junto a Jerry en uno de los sillones.

—¡Qué suerte tienes de no haber pasado el día entero con ellos! —señaló el mortal.

—¡Uh! —Nina fingió una cara de desagrado—. ¿En qué momento se te ocurrió meterte en semejante pesadilla?

Fulminé a ambos con la mirada. Ellos rieron.

—Bueno, mi querida Nina —dijo Jerry—. Por favor, dile a Adolph que he traído a la pequeña Angie sana y salva. Quiero conservar mis pelotas.

Nina salió de allí mientras le dirigía una astuta sonrisa al humano. Contemplé al muchacho acusatoriamente, con reproche. Él conocía el significado de esa mirada tan bien como si hubieran sido palabras rezumando de mis ojos. En el momento en que Nina desapareció, suspiró a modo de disculpa.

—¿Vas a contarles sobre mi traición y sobre Somersault? —me preguntó en susurros.

—No.

—Y… ¿por qué?

—Porque, a pesar de que todo indica que no debería, confío en ti. Y espero que eso no vuelva a suceder. No lo de llevarme a ese sitio, sino la traición. Además, quiero que me cuentes todo lo que has visto cuando estuviste siguiendo a Joe.

—Ya me parecía —dijo un poco decepcionado—. Te revelaré todo lo que sé, que es realmente poco. Estuve presente cuando Joe despertó de la muerte. Fue un hombre quien lo hizo volver a la vida, pero llegué muy tarde para ver todo el ritual. Lo único que sé es que de un momento a otro tu vampiro estaba vivo, y ese demonio desapareció. —Agitó su cabello rubio con gracia—. La noche que saliste a conocer a mi banda y fuiste atacada por Donovan, Joe estaba tan… digamos que furioso. En cuanto te quedaste dormida, salió. Lo seguí y estuve allí cuando mató a tu ex-novio. Te mentí sobre haber escuchado rumores, lo vi con mis propios ojos. Después de eso, se reunió con el mismo hombre del que te hablé. El tipo le dio armas y dinero. Eso es todo, ahora sí puedo jurarte que no sé nada más.

—Y sobre mi hermana, todo era cierto —añadió—. La única y verdadera razón por la que vine aquí fue para averiguar sobre el regreso de tu novio, porque quiero de vuelta a mi hermana. Infiltrarme entre ustedes y engañarte para darle información a la pandilla enemiga fue sólo otra excusa, igual que estar cerca de ti para que Joe pudiera acercarse a mí —Bebió un sorbo de mi lata antes de continuar—. Sabía bien que José no iba a permitir que quisiera ser su amigo ni nada por el estilo. —Se arrimó más hacia mí en el sofá, donde su brazo podía tocar el mío—. Ahora debes estar imaginándote por qué anhelo ser inmortal como ustedes. Si mi hermanita hubiera sido un vampiro, quizás jamás habría muerto.

Esa información me hizo sentir repugnantemente usada y traicionada, incapaz de confiar más en ese chico. Tal vez vivía con el enemigo. Me había hecho creer en lo que decía, pero siempre estuvo mintiendo. La posibilidad de que todavía estuviera engañándome era casi irrebatible.

—Bueno —mascullé—. Ahora háblame sobre eso de que tienes sangre de hechicero…

—Debes creer que soy peligroso —me detuvo—. La verdad es que no hago nada sobrenatural ni mucho menos. Todo lo que sé es que la anciana que me crió me dijo que era un mestizo. Me contó que tengo sangre mezclada, debido a que provengo de la unión de una hechicera y un humano. Pero nunca he poseído algo parecido a la magia. He estado esperando a que se desarrollen mis poderes o algo así. Ni siquiera sé qué edad tengo o si soy lo suficientemente mayor para desarrollar alguna "habilidad especial" —enmarcó las últimas palabras haciendo comillas en el aire con los dedos—. Por los momentos el único beneficio que tengo es libre acceso a los portales hacia el inframundo, ultramundo, dimensiones abstractas y esas cosas. Y, bueno, que mi sangre no se infecta con la de los vampiros. También practico la magia negra, pero eso podría hacerlo cualquiera, aunque no lo creas.

El mundo estaba lleno de cosas extraordinariamente sorprendentes…

—Una última cosa…

—¿Qué? —me dijo mientras jugaba con los hilos deshilachados de las esquinas de los cojines.

—Tú… —Mi rostro se sonrojó, anticipando la siguiente pregunta—. Tú eres… ¿Cómo decirlo? Te gustan… quiero decir, tus preferencias… ¡Oh, al diablo! ¿Eres gay?

Sus ojos se abrieron con estupor.

—¿Perdón?

Sus mejillas estaban ruborizadas en un tono escarlata fuerte, y las mías también. Me encogí de hombros, ansiosa por su respuesta.

—¿Acaso lo parezco? —consultó después.

—Bueno, creo que no. Es decir, nunca lo noté, pero Joe dijo…

Para hacerme callar, se inclinó hacia mí y me besó… apasionadamente. Sus labios forzaron los míos a abrirse antes de que su lengua penetrara en mi boca.

Atónita, fui incapaz de reaccionar. Hasta que mis sentidos se volvieron hacia su cuerpo, enfocándose en cada latido de su corazón apresurado, en su respiración saliendo de manera atropellada de sus pulmones, sus venas palpitando… Percibí su aroma a vainilla, pero sobre todo a sangre, mientras la sed me atacaba despiadadamente.

Mi mandíbula comenzó a doler cuando mis colmillos se desplegaron, hiriendo sus labios. Tan pronto como degusté la sangre en mi lengua, me obligué a apartarlo de un empujón. Sorpresivamente, el humano voló lejos, hasta estrellarse contra la pared más cercana.

Se levantó sin aliento, sangrando y con una sonrisa satisfecha.

—¿Eso responde a tu pregunta? —cuestionó al tiempo que daba zancadas lentas hasta el sofá en el que estaba sentada.

Dios sabía que cualquier cosa que le hubiese preguntado, ya se me había olvidado. Sólo pensaba en la sangre que goteaba despacio de sus labios. Como en cámara lenta, observé el líquido escarlata brotar de su rosada carne. Cuando una gota cayó de su barbilla, escuché el sonido que hizo al golpear el suelo. Mi corazón dio un doloroso y estridente latido en mi pecho.

Un instinto primitivo se despertó en mí, una especie de sed histérica reprimida… Mi garganta gruñó.

Jerry sabía cuán peligrosa era en ese estado, y a pesar de eso, se estaba aproximando más a mí.

Si quería ser mi víctima, lo sería.

No tenía nada que perder. No se convertiría en vampiro y, si moría… al diablo. Después de todo, no era más que otro humano, con la sangre más deseable y apetitosa que jamás había probado.

—Pequeño y dulce mortal, te deseo, ahora mismo —mi voz era caprichosa, demandante y despiadada, como cuando era la princesita humana que se paseaba por los pasillos de la escuela en busca de víctimas.

La sonrisa de gusto en el rostro del humano se mantuvo.

—Entonces, tómame.

Tómame, bébeme. Sonaba igual para mí. Quería hundir mis angulosos dientes caninos en su garganta.

Sujetando su camisa, la arrojé al sofá. No había tiempo para tomarse las molestias de buscar una toalla o cuidar que su ropa no se manchara. Agarré el cuello de su camisa antes de tirar de la tela, hasta que se rompió en dos. Subí a horcajadas en sus caderas y mordí su cuello.

Bebí tanto que estaba comenzado a sentirme vigorosa, espléndida, poderosa y saciada cuando, de un momento a otro, perdí la consciencia. De repente, todo se tornó distante y sombrío. En ese lugar lejano, hacía frío, como si estuviera a punto de morir.

—Angie —me llamaba la voz de Jerry—. ¡Hey, Angie, muñeca, despierta!

Recuperé el conocimiento, desesperada por respirar, necesitada de aire.

—¿Qué pasó? —chillé. Apenas podía hablar, debido a que estaba sin aliento.

—Shh —dijo el mortal. Su bonito rostro con anteojos, arete en la ceja y su característico humor, apareció frente al mío—. Adolph no se puede enterar de esto.

Gemí, sintiéndome nauseabunda y adormecida. Mi boca se llenaba de saliva, como si estuviera a punto de vomitar. Escuché pisadas acercarse.

—¿Te sientes bien? —me habló Nina.

Entre las sombras, distinguí su cabello de color plata brillante. Me incorporé sobre una cama en una habitación completamente desconocida. Las paredes, extensas y libres de afiches, estaban cubiertas de un tapiz de terciopelo en tonos fucsia resplandeciente, amarillo vibrante y verde flourescente. Las sábanas, aparentemente de piel de cebra, emanaban calidez. Había tantos colores y luces que parecía un club nocturno.

—¿Tu santuario personal? —pregunté a Nina con curiosidad.

Ella me sonrió.

—Sí, bienvenida a mi habitación.

A eso se le llamaba el estilo Nina, muy acertado para su alocada personalidad.

—¿De qué no se debe enterar Adolph? —lancé mi segunda pregunta.

—De que me has mordido de nuevo y luego te has desmayado —admitió Jerry—. Él creerá que te hice daño a propósito. Aún no quiero revelarle mi naturaleza de hechicero mestizo. Debí advertirte sobre los efectos secundarios de beber demasiada de mi sangre.

Me quejé con un gemido.

—¿Cómo cuáles?

—Como desmayarte —puntualizó Nina.

—¿No notaste que mi sangre es excepcionalmente más apetecible que la del resto de los humanos? —explicó Jerry—. Primero deseas beberla, luego te vuelves adicta. Al ingerirla, te sientes más fuerte y poderosa, pero cuando pasa el efecto, te sientes enferma. Y si te excedes bebiéndola, terminas desmayándote. Estas son las consecuencias de morder a un chico que es mitad mago.

Consternada, recapitulé cada palabra que había dicho. Era exactamente lo que me había pasado. Era como drogarse o algo parecido.

—¿Y por qué Nina sí puede saberlo? —inquirí.

Considerando su relación con Adolph, era probable que pudiera contarle en cualquier momento.

—Porque ella también bebe de mí.

Algo de sospecha me invadió.

—¿No estarás intentando matarnos o algo así, verdad? —le espeté al humano—. Sí, eso debe ser. Tu sangre nos envenena y quieres acabar con nosotros lentamente.

El muchacho se rió, Nina no.

—Tienes una imaginación desbordante, dulzura —respondió, dirigiéndose a mí como si hablara con una niña pequeña—. ¿Si quisiera envenenarte, te diría los efectos que causa mi sangre? Muchos vampiros han bebido de mí, los efectos son pasajeros, te lo aseguro.

—¡Vaya! —Me volví hacia Nina—. Bebes su sangre, ¿eh? Eso explica muchas cosas.

El humano… hechicero, caminó hacia la puerta.

—Bellezas, tengo que marcharme —anunció—, antes de que sus novios comiencen soltar maldiciones sobre mí.

Tan pronto como salió de la habitación, Nina me miró ansiosa. Me levanté de su cama para dirigirme hacia el espejo frente a su tocador, el cual estaba repleto de maquillaje y pelucas.

La imagen reflejada delante de mí era considerablemente diferente a mi figura humana. Me frustré al pensar en cuánto extrañaba mi vida anterior. Lo que estaba contemplando en el espejo era una versión aterradoramente más fría de mí. Mis ojos eran más salvajes, profundos y oscuros, mis rasgos más angulosos y distinguidos. Podría decirse que era mucho más hermosa, más mujer.

En mi antigua vida habría necesitado mucho maquillaje para parecer tan sensual e indómita. En la actualidad, pese a que todo el tiempo olvidaba arreglarme, siempre parecía lucir atractiva. Era una ventaja de ser vampiro.

Aparté la vista súbitamente de mi maligno reflejo. Nina estaba recostada en su cama, observando su mano con atención. Pronto me di cuenta de que no era su mano lo que miraba, sino el anillo dorado que adornaba uno de sus dedos. Di pasos hacia su cama.

—¿Es tu anillo de bodas? —curioseé.

Nina se sobresaltó y me arrojó una mirada de confusión.

—¿Anillo de bodas? —repitió antes de sentarse.

—Sí, de cuando te casaste con Adolph, ¿cierto?

Ella abrió los ojos con sorpresa.

—¿Quién te lo dijo?

—Todos saben que están juntos. Adolph confesó su amor por ti frente a todos —desvié la pregunta.

—Sí, pero ¿cómo sabes que estamos casados?

Mordí mis labios con culpabilidad.

—Alan me lo dijo —admití.

—¡Oh! —exclamó, y luego más suavemente—: Oh, debí imaginar que él lo sabía. Bien, sí, es mi anillo de bodas. ¿Y qué hay del tuyo? ¿Dónde está? ¿Cuándo piensas sacar la banderita blanca?

—¿De qué estás hablando? —resoplé nerviosamente.

—¡Oh, vamos! No te hagas la inocente conmigo. —Sus intensos ojos verdes me fulminaron—. Fui con Joe a comprar tu anillo, y tú lo rechazaste, niña malcriada.

Vacilé unos segundos antes de replicar.

—No me reprendas por eso. Cuando me propuso matrimonio, me sentí muy nerviosa. Estaba aterrada —me justifiqué—. No es que no lo ame, ni que tenga miedo al compromiso. Es sólo que no quería que dejara de amarme si se lo ponía tan fácil. Pensé en todas las relaciones destruidas después del matrimonio… Incluso pensé en ustedes, en ti y en Adolph, que estuvieron todos esos años casados y apartados uno del otro. De cualquier modo, es tarde para aceptar su propuesta, no creo que esté dispuesto a hacérmela nuevamente. Me odia y rompió conmigo. Todo se acabó.

—¿Te odia? —casi dio un alarido—. Estás muy mal, ¿no has visto cómo te mira? Nunca he visto a un hombre más enamorado, nunca antes había conocido a un tipo que mire a una mujer de la manera que él lo hace contigo. Tú no lo escuchaste hablando de ti mientras elegíamos el anillo, ni viste lo emocionado que estaba. Para Joe eres la mujer más hermosa y valiente de este planeta, la única por la que vale la pena regresar de la muerte. Cada vez que dice tu nombre, puedo notar lo mucho que te ama y te desea, con locura. Debes estar muy ciega para no darte cuenta. Te amó probablemente durante millones de vidas, como para que un arranque de rabia termine con todo. Lo de ustedes va mucho más allá.

Sonaba furiosa, como si me hubiera escuchado decir una terrible insensatez.

—Eso no fue lo que él me dijo —dije en mi defensa.

—¡A la mierda lo que dijo! Si uno de ustedes no agacha la cabeza, nada va a terminar bien —me riñó con ira antes de dejar escapar un suspiro—. Mira, Angie. —¡Genial! Ahora todos querían llamarme Angie—. Hazme caso, los quiero mucho a los dos. Sé por experiencia propia que si ambos se declaran la guerra, todo terminará hecho pedazos. No quiero ver sufrir a ninguno de ustedes. Por tu bien y el suyo, sigue mi consejo.

Como si fuera tan fácil…

—No es tan sencillo —repetí en voz alta mis pensamientos—. Ojalá consistiera en simplemente bajar la guardia, rendirse… Esto es mucho más complicado, no lo entenderías, Nina.

Ella alzó una ceja.

—¿Estás segura? —objetó.

—Sí —hablé con firmeza.

Con inexplicable ira, salí de su habitación.

"Joe esto, Joe lo otro, baja la guardia, lánzate a sus brazos, perdónalo…".

Todos estaban de su lado.

¿Qué querían que hiciera? ¿Que me echara a llorar a sus pies?

Eso de ninguna manera sucedería, y aunque funcionara, nunca podría.

No era la misma situación. No podía compararse con la relación de Nina, porque Adolph no había regresado de la muerte siendo otra persona de vez en cuando.

Mis pasos furiosos se escuchaban pesadamente en el pasillo mientras me dirigía hacia la sala principal.

—Oye, creo que le has hecho un hoyo al suelo —habló casualmente Jerry cuando aparecí en la estancia.

Su tono de voz fue tan natural que tuve el reflejo de mirar hacia el piso para asegurarme de que no era cierto.

Él se rió de mí. Se hallaba sentado en el sillón reclinable con los ojos puestos en su consola portátil PSP. Como es lógico, estaba jugando Resident Evil.

Oí el rugido de una motocicleta estacionarse afuera. Luego de unos instantes, Joe estaba allí. Atravesó la puerta antes de hacer su rutina de colgar las llaves, el abrigo y empezar a quitarse la ropa.

Al verlo, Jerry decidió desaparecer discretamente.

Como siempre, lucía diabólicamente atractivo, a pesar de que parecía estar ignorándome.

¡Háblale! Me ordenó una voz en mi cabeza.

No lo haré, contradije a mi otro yo.

—Hola —me saludó.

Mi corazón dio un respingo al oír su voz, que sonó sensual y espontánea. Pensé que me pondría a tartamudear cuando respondiera.

—Hola —conseguí decir.

Nadie dijo nada más mientras se desprendía de su ropa como solía hacerlo.

—Jerry no es gay —rompí el silencio.

Joseph se detuvo en el acto de desabrochar los botones de su camisa. Mantuvo el silencio durante agónicos segundos que parecían ser eternos. Después, se aclaró la garganta y se giró para verme a los ojos desde la distancia.

—¿Te acostaste con él?

Asombrada ante su comentario, negué categóricamente.

—¡No! —me defendí, ligeramente ofendida—. ¡Vamos, por supuesto que no! ¿Cómo puedes pensar una cosa así? Jerry me besó, de nuevo. Me dio un apasionado beso cuando le pregunté acerca de su orientación sexual.

Tras otra pausa silenciosa, agregó:

—¿Y por qué estás diciéndome esto?

Porque creí que te importaría al menos un poco, dije en mi mente.

Suspiré, abatida.

—No fue agradable besar a otro hombre diferente a ti —pensé que las palabras saldrían más rebeldemente, pero éstas se escaparon de mis labios a borbotones—. Si te hace sentir mejor, me hubiera gustado que estuvieras allí para sacármelo de encima.

—Es bueno saber eso.

Lo miré con deseo mientras continuaba quitándose la camisa. Esperaba ansiosa, sin apartar la mirada. Pude ver el inicio de su pecho desnudo y la camiseta de color negro que traía debajo. Casi inconscientemente, mis pies se movieron hacia él. Quería decirle algo como: "Puedo ayudarte con eso", pero me contuve.

Un recuerdo me sacudió violentamente, con tanta rudeza que tuve que decirlo.

—Recuerdo cuando te vi por primera vez —susurré. Él me miró otra vez, sus ojos grises habían recuperado su suspicacia—. Era la noche de máscaras —narré—. Me saludaste con tu profunda voz sensual mientras me sonrías perversamente. Ahora que lo pienso, creo que ése fue el momento en que me enamoré de ti. Traías un aura de misterio con ese bonito traje y un antifaz, y comenzaste a perseguirme. Aunque tenía mucho miedo, en lo más profundo de mi ser deseaba que me atraparas. Y cuando lo hiciste… recuerdo tu peso aplastándome, tu aroma, tus labios tocando mi cuello, tus dientes hundiéndose en mi garganta y tu lengua saciándose de mi sangre. —Joe respondió acortando la distancia entre nosotros, tanto que nuestras respiraciones se mezclaron. Todos sus músculos estaban tensos—. Nunca había visto a nadie con tanta seguridad y malicia, además de mí. Por eso estaba aterrada, pero ahora sé que en realidad me enloquecías.

—Estás haciendo muy mal al hablarme sobre esa noche —me dijo, sonaba jovial e incluso nervioso—, porque la recuerdo de otra manera. Puedo verte a ti en ese provocador vestido de gala, preciosa, tentadora como un fruto prohibido, con un aire de divinidad. —Hizo una pausa—. No podía evitar odiarme a mí mismo por lo que estaba a punto de hacerte, pero no pude evitarlo. Te quería, fuera como fuera, y rompí todas las reglas para tenerte. —Su expresión pareció oscurecerse tras una sonrisa pérfida—. Te recuerdo corriendo descalza, escapando de mí —una risa profunda se escapó de su garganta—. No sabes el placer que me causó encontrarme con tus zapatos después de que los dejaste caer en el asfalto. Recuerdo desear tus labios y todo tu cuerpo cuando te atrapé debajo de mí. Tus pequeñas y delicadas manos empujaban mi pecho inútilmente. Jamás olvidaré tu aroma, el del último día que fuiste humana. Olías a vino, rosas y sangre. Todavía puedo sentir tus pechos contra el mío, tus fuertes latidos apresurados y tu respiración frenética rozando mi cuello, provocando tensión en cada músculo de mi cuerpo. —Eso era porque mis exhalaciones entrecortadas golpeaban su piel en ese instante. Mientras hablaba, me imaginaba vívidamente cada palabra, cada segundo de nuestro primer encuentro, reviviéndolo con cada uno de mis sentidos—. Te juro que no podía esperar para saborearte. Me pusiste caliente con tus pequeños gritos de terror y los insultos que lanzabas. Finalmente, cuando tu piel suave se abrió al contacto con mis colmillos, te probé con mi lengua. —Por algún motivo, me estaba sintiendo excitada y tensa. Toqué su brazo desnudo con una caricia mientras él recorría un hueso de mi garganta con un dedo—. Cuando quedaste inconsciente, te besé, de esta manera —presionó suavemente sus labios contra los míos, apenas rozándolos. Mi cuerpo tembló de necesidad—. Tú nunca lo supiste, pero lo hice, te besé. Después acaricié tu precioso cabello suelto, como de costumbre, te tomé en mis brazos y te llevé a la guarida.

—¿Y a ti te gusta mi cabello suelto? —le pregunté al tiempo que ponía mi palma sobre su rasposa mejilla.

—Sí, porque te hace ver más salvaje. —Sonrió coquetamente—. Y cuando estamos en la cama, amo que me haga cosquillas en el pecho.

Perdí el aliento abruptamente, como si él me lo hubiera arrebatado. Aquellas confesiones eran demasiado para mí.

Entonces, me dispuse a cumplir mi juramento de hacer que me deseara con urgencia, con cada parte de su ser. Comencé a trazar las curvas de su musculatura con mis dedos antes de atrapar sus brazos para hacer que rodeara mi cintura con ellos.

—¿Sabes lo que a mí me complace? —susurré en su oído de forma seductora.

—Muero por escucharlo, si estás dispuesta a decírmelo.

—Adoro cuando acaricias mi espalda desnuda con tus palmas, cuando besas mi vientre, cuando hablas cerca de mi oído…

Agarré sus manos, conduciéndolas dentro de mi blusa. Sentí su tacto en mi columna, por debajo de la tela.

—Creí que te gustaba que mordisqueara tus hombros. —Apartó de su camino los tirantes de mi blusa y empezó a hacer la demostración, clavando suavemente sus dientes en mi carne. Me conocía a la perfección—. Y tus labios.

Cuando agachó la cabeza para tomarlos, me paré en las puntas de mis pies para recibir su beso hambriento. Sentí sus afables mordidas en mis labios mientras mi lengua rozaba sus puntiagudos colmillos.

—Eso me gusta —confirmé—. Y me gusta sentir tu áspera barba raspando mi cara.

Con una mano sujeté su rostro antes de frotar mi mejilla contra la suya para sentir la fricción. Lo rodeé con mis brazos, atrayéndolo hacia mí para sentir su calor abrasador. Él acunó mi cabeza contra su pecho.

Mis colmillos empezaron a doler en respuesta al cálido aroma que emanaba de su cuerpo: una fragancia masculina a perfume, jabón y cuero.

—Te quiero, Joseph —murmuré—. Déjame beber un poco de ti.

Mis labios se posaron en su cuello, mis manos aferraron su camisa y mi boca se abrió, ansiosa por morder. Todo para que de un momento a otro me apartara bruscamente, con crueldad. Mis colmillos palpitantes dolieron con mayor intensidad, y mi respiración se volvió agitada, indómita.

—¡No! —exclamó con firmeza—. No puedes beber mi sangre, no debes.