—Sí, estoy listo para confesar, ¡Alfa! —repitió Mateo, más fuerte.
—¿Qué estás haciendo, Mateo? —Selene dejó al pícaro y se enfrentó a su esposo.
—Papá... —sus hijos gimieron.
—Alfa, por favor te lo suplico con todo lo que te hace feliz en esta vida, por favor perdona a mis hijos y esposa. La culpa es mía. De acuerdo, estoy confesando el crimen. Planifiqué una traición... —Mateo decía.
—¿Qué? No, Mateo, no cargues con la culpa por mí. ¡No! —Selene lloró. Mateo sacudió la cabeza hacia ella y continuó.
—Planifiqué una traición pero fue sin el conocimiento de mi esposa e hijos. Por favor no permitas que enfrenten la muerte por lo que no saben nada. —él suplicó.
—Ya que he confesado mi crimen, debería ser yo el sometido a la pena capital. No debería enfrentar la muerte junto con mi familia inocente. —continuó suplicando.
—No, Alfa. Él miente. Miente porque yo... —Selene intentó protestar pero él le sostuvo las manos.
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