Las próximas horas de esa temprana mañana se dedicaron a un entrenamiento intenso. Klaus estaba concentrado, pero sus pensamientos seguían volviendo a la conversación que había tenido con Emma.
Cuando tiraba de la cuerda del arco y apuntaba a los objetivos, su mente oscilaba entre sus propias preocupaciones y la determinación que ahora sentía. Más que nunca, necesitaba trabajar duro para compensar la carga que tendría que llevar a partir de ahora. Ya no había distinción entre Kaizen y Klaus, desde ese día eran uno.
Mientras Klaus practicaba, el sol se alzaba lentamente sobre el horizonte de Los Ángeles. Estaba tan sumergido en sus pensamientos que apenas notó cuando alguien se le acercó. Fue solo cuando una voz familiar lo llamó después de finalizar una sesión de flechas que se volvió, un poco sorprendido.
—Entrenando así, Klaus, ¿eso es dedicación? —dijo Andrew, uno de sus colegas del departamento.
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