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Despertó sintiéndose desorientado ante el inmenso dolor de su cuerpo. Soltó un quejido cuando logró sentarse en la camilla, miró a sus lados en busca de aquella bella mujer que lo había acompañado anoche, pero simplemente su rastro había desaparecido.
Suspiró sintiéndose patético por esperar que ella estuviera con él al despertar.
—Buenos días Giyuu-san— esa dulce voz regreso a invadir su mente.
En ese momento ya no sabía que era real y que era parte de su imaginación. Levantó la mirada esperando que su cerebro no le jugará una broma de mal gusto.
Pero para su fortuna o infortunio, no era una broma. Aquella pelinegra estaba parada en la puerta de la habitación con una bandeja de comida para él y una tierna sonrisa en el rostro.
¿A dónde se había ido la Shinobu que lo molestaba constantemente?
—Buenos días Kocho— respondió tratando de mantener su ya tan conocida actitud seria.
Estar junto a ella le ponía nervioso, su corazón latía con fuerza al conectar con esos ojos morados que le volvían loco –aunque no lo pareciera–.
—Puedes llamarme por mi nombre— habló manteniendo su sonrisa mientras se adentraba a la habitación —Ahora por favor come en lo que voy por las vendas— agregó dejando la bandeja en las piernas del pilar.
Después de eso se alejó saliendo de la habitación. Dejando al azabache con el corazón latiendo y un reciente sonrojó que para su suerte había aparecido cuando la pilar del insecto se había alejado.
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Trataba de mantenerse en calma, pero la cercanía de la pilar no ayudaba. Sentía que ella en cualquier momento le restregaria lo ridículo que se veía nervioso.
—Giyuu-san... Estás muy rojo, ¿tienes fiebre?— preguntó confusa la mujer enfrente de él.
Se maldijo en sus pensamientos, ¿por qué no podía controlar su cuerpo?
—No— respondió rápidamente tratando de no tartamudear en el proceso.
—Mmm, no creo que sea así— agregó no tan convencida la Kocho.
Sin previo aviso se acercó a su compañero, juntando sus frentes en un intento para medir la temperatura del pelinegro con la de ella.
Aquello empeoró el estado de Giyuu Tomioka, quien ya no solo se sentía nervioso, sino que también inquieto.
¿Por qué lo torturaba de esa manera?
—Tu temperatura es normal. ¿Qué te sucede?— preguntó tratando de disimular su preocupación.
—No es nada— respondió indiferente, desviando la mirada.
¿Acaso había preocupación en su mirada?
¿Estaba delirando?
¡Si! Quizá la medicina de la Kocho lo hacía delirar. No era posible que ella se preocupará por él, después de todo le repetía constantemente que "todo el mundo lo odiaba".
¿Era verdad?
Tal vez si, tal vez no. No estaba del todo seguro, tampoco le importaban los demás.
La única que le importaba era ella, y le dolía. Le dolía que lo odiara.
—¿Giyuu-san, me estás escuchando?— agitó su mano enfrente del rostro del pilar haciéndolo regresar a la realidad —Estás muy distraído, ¿te sientes bien?— agregó acercándose a él.
El pelinegro trató de alejarse, si se acercaba a él, posiblemente no resistiría más y terminaría haciendo una estupidez.
Aquel rechazo a su cercanía afecto de una u otra forma a la pilar del insecto, la cual comprendió que él no la quería cerca. Y por alguna extraña razón sintió sus ojos arder. ¿Lloraría?
No, él no merecía sus lágrimas.
Se había preparado por mucho tiempo para el rechazo del pelinegro, pero en ese momento. Después de la esperanza que tuvo en la noche, creyó que todo cambiaría. Que tenía una oportunidad.
Que equivocada estaba...
—Está bien, creo que quieres descansar...— interrumpió aquel silencio que se formó entre ellos —Te dejaré descansar Tomioka-san— agregó mientras se alejaba de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas.
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