webnovel

Capìtulo-1

Reflexionamos mucho sobre la muerte y el temor que provoca en la sociedad, especialmente al imaginar que marca el fin definitivo de nuestra existencia. Quizá por eso nos aferramos a la idea de que algo nos espera más allá de ese umbral: el cielo o el infierno, destinos a los que llegamos según nuestros actos en vida. El cielo, como recompensa por nuestras buenas acciones, y el infierno, como castigo por los errores cometidos en la Tierra. Sin embargo, me parecía ridículo que fueran nuestras acciones las que decidieran adónde ir. ¿Qué pasa si, durante toda nuestra vida, no hacemos nada extraordinario, ni bueno ni malo? ¿Quedamos atrapados en ese umbral, sin ser capaces de definir si somos buenos o malos?

Estas eran algunas de las ideas que, a menudo, llenaban mi mente. Pero no eran las únicas. Me cuestionaba hasta dónde podría llegar la maldad del ser humano, incluso en una era de avance y progreso. Había nacido en una familia acomodada dentro de la sociedad, y eso me daba la oportunidad de pensar en estos temas. Tal vez era el único que se hacía estas preguntas tan raras, especialmente cuando no sabía qué hacer con mi vida. No tenía claro qué estudiar ni en qué quería convertirme. Me sentía perdida, haciendo las cosas sin cuestionar demasiado el porqué de mi existencia. Solo cuando estas preguntas comenzaron a invadir mi mente, empecé a buscar respuestas.

Un día, mientras regresaba a casa, la tragedia me sorprendió. Un robo en una tienda se descontroló, y desde la distancia, observé la escena. Pero de repente, una bala perdida me alcanzó en el cuello. Caí al suelo y, mientras la vida se escapaba de mi cuerpo, vi mi existencia desfilar frente a mis ojos. Sentí miedo por lo desconocido, pero también una profunda rabia, no solo hacia el ladrón que me puso en esa situación, sino también hacia mí mismo, por no haber encontrado un propósito claro.

Cuando llegó mi momento de enfrentar la muerte, lo hice lleno de temor. Sentir cómo la vida se desvanecía lentamente fue una experiencia aterradora. Irónicamente, me aferré a los recuerdos de mi vida, como si pudieran detener el avance del final. Las memorias pasaban una tras otra, como escenas de una película. Extrañamente, ese repaso de mi existencia me brindó una breve sensación de calma, a pesar de la oscuridad inminente.

Aún después de morir, seguía sintiendo, de alguna manera. Tal vez ya no era consciente de mi cuerpo, pero mi mente permanecía allí. La oscuridad me envolvía, y sin embargo, mi conciencia persistía. Fue entonces cuando un dolor abrumador me recorrió, y ante mí apareció una luz. A pesar de no tener fuerzas, avancé hacia ella, como si fuera mi última esperanza.

Al alcanzar la luz, el resplandor golpeó mis ojos con fuerza, obligándome a cerrarlos. Sentí el aire regresar a mis pulmones de forma dolorosa, como si volviera a respirar por primera vez, y rompí a llorar. Lentamente, mis sentidos se adaptaron a la claridad, y el dolor se desvaneció. Al abrir los ojos, observé mi nuevo entorno. Al principio, pensé que había llegado al infierno, un lugar de sufrimiento por todo lo que había pasado, pero la imagen ante mí no encajaba con la idea de mares de llamas y gritos que siempre me habían contado.

En lugar de eso, una mujer me sostenía en sus brazos, y a su lado, un hombre la observaba con una sonrisa serena, irradiando felicidad. Estaba en una choza rústica, con paredes de madera y un techo de paja. Al ver sus rostros amables, una idea me golpeó: reencarnación. Pero, ¿por qué? No era alguien especial, ni un héroe de las historias de fantasía que solía leer, ni alguien con un propósito claro. En mi antiguo mundo, había muchas personas mejor preparadas para enfrentar un desafío como este.

Me costó aceptar la realidad. Me encontraba en un lugar extraño, como si todo fuera un sueño, pero sabía que era real. Solo me mentía a mí mismo al pensar que despertaba en mi vida anterior. Al reflexionar sobre mi situación, comprendí que esta era una oportunidad que no debía desaprovechar. No quería morir de nuevo sin haber dejado una huella, sin haber hecho algo por mí mismo, incluso si nadie más lo reconocía.

A medida que me adaptaba a mi nueva vida, crecí junto a quienes ahora eran mis padres. El proceso fue difícil; acostumbrarme a un entorno tan diferente, a un lugar caótico donde el peligro acechaba en cada esquina. Vivíamos en constante movimiento, enfrentándonos a criaturas extrañas y hablando un idioma que no comprendía. Este era un mundo donde solo los más fuertes podían sobrevivir.

Pero todo cambió el día que reconocí una figura que pasó cerca de mí. Aunque no me notó, yo la identifiqué al instante: una pequeña criatura rosada, con una larga cola y ojos grandes. No cabía duda, era una figura que conocía muy bien de los juegos y animes que tanto me habían fascinado en mi otra vida.

Estaba en el mundo de Pokémon, y ese descubrimiento me dejó sin palabras. La sorpresa y la incredulidad me invadieron. Sabía que estaba lejos de lo que una vez conocí, pero al mismo tiempo, un extraño sentimiento de emoción y temor se mezclaban en mi pecho. Había renacido en un mundo que siempre había considerado fantasía, y ahora era real para mí.

Era difícil de comprender: no solo había renacido en el mundo de Pokémon, sino que también me encontraba en una época antigua, muy diferente a la que conocía por los juegos y animes. Todo era más rudimentario, más salvaje, y la convivencia con los Pokémon era mucho más peligrosa. Con el tiempo, me acostumbré a este entorno y, poco a poco, logré entender su idioma, algo completamente desconocido para mí tanto aquí como en mi mundo anterior.

Al llegar a la adultez, tomé una decisión que cambió el rumbo de mi vida: encontré un huevo de Pokémon y decidí llevarlo conmigo. No era un Pokémon poderoso ni especial, sólo un huevo que contenía una vida que quería proteger. Sin embargo, la comunidad donde vivía no compartía mi visión. Consideraban un peligro que un Pokémon desconocido naciera bajo nuestra vigilancia. A pesar de mis intentos de explicarles que esto podría traer un cambio positivo, no me escucharon, y me expulsaron del lugar.

Mis padres, que me habían acogido en esta vida, ya habían muerto durante una cacería, así que no había nadie que pudiera interceder por mí. Solo y sin un lugar al que llamar hogar, viví una temporada enfrentándome a los múltiples peligros que había en este mundo. La vida en soledad no fue fácil, y el día en que la dureza de este mundo me venció, fallecí junto a mi compañero Pokémon, que había nacido del huevo. Pensé que ese sería mi final.

Sin embargo, incluso después de morir, desperté de nuevo. Esta vez, no sentí la misma esperanza de la primera reencarnación. La pérdida de mi compañero Pokémon me afectó profundamente; no podía dejar de pensar en él, recordando cómo habíamos luchado juntos para sobrevivir. La tristeza me sumió en un estado de apatía, y durante mucho tiempo, me mantuve al margen de todo, perdido en mis pensamientos y recuerdos.

Pero la vida no se detiene, y una tragedia me sacó de mi inercia. Un día, nuestro campamento fue atacado por una criatura feroz. Los gritos de las personas resonaban mientras la desesperación se apoderaba de todos. Vi a los niños indefensos, y comprendí que no podía quedarme de brazos cruzados. Me lancé al combate, luchando con todo lo que tenía para protegerlos y ponerlos a salvo.

La batalla fue difícil. Logré sacar a los niños del peligro, pero en el proceso, fui herido mortalmente por un Pokémon salvaje. Esta vez, a diferencia de la anterior, no tenía arrepentimientos. Sentí una paz extraña al saber que mi muerte había significado algo, que al menos esta vez había logrado proteger a otros.