El estruendo de la puerta Matías al cerrarse resonó como un trueno sordo, marcando el fin de una era y el comienzo de otra. Los supervivientes, ahora a salvo tras la muralla, se enfrentaban a un nuevo enemigo: el remordimiento y la culpa que carcomían las almas.
— ¿Qué hemos hecho? —susurró Taveras, su voz apenas audible sobre el sonido de los motores.
— Sobrevivir —respondió Torres, aunque su tono carecía de convicción.
Los rostros de los supervivientes estaban marcados por el conflicto interno, una batalla entre la gratitud por su propia supervivencia y el horror de las vidas sacrificadas. Algunos lloraban en silencio, otros miraban al vacío, y algunos rezaban por los caídos.
López, con una expresión grave, entregó a Torres el informe detallado de los caídos. Además, se encargó de llevar a cabo un ritual solemne para los soldados, erigiendo tantas piras funerarias como almas perdidas. En un círculo macabro, los cuerpos eran representados por objetos inflamables, y al encenderse, las llamas danzaban como si fueran las almas de los difuntos, ascendiendo al más allá en un espectáculo de fuego y sombras.
— Debimos haber hecho más... —murmuró Vidal, mientras su rostro pálido reflejaba la luz mortecina del atardecer.
— No había nada que hacer. Eran ellos o nosotros —replicó Duarte, intentando convencerse a sí mismo tanto como a los demás.
En medio de la conmoción... me encontraba con vértigo y un fuerte zumbido en el oído, que casi me imposibilitaba escuchar las opiniones y críticas de mis compañeros. No podía soportar la situación en la que me encontraba, porque nunca había concebido un mundo hostil fuera de la universidad, y ahora veo personas... matar personas, personas... sacrificar a otras personas.
La situación no hacía más que agravarse y con ella: mi cabeza daba vueltas, mis oídos se desconectaron, me temblaban las manos, un sudor frío me escurría de la frente y cuando quise hablar... Me desmayé.
La marcha del convoy era lenta, casi ceremonial, como si cada giro de las ruedas fuera un tributo a los que habían quedado atrás. La atmósfera estaba cargada de un silencio pesado, interrumpido solo por el ocasional sollozo o el crujido de la carretera de piedra caliza bajo las ruedas.
Almánzar, se detuvo un momento para mirar hacia atrás, hacia la puerta que ocultaba los horrores que acababan de presenciar.
— Nunca olvidaremos este día —dijo con voz ronca—. llevaremos el peso de esta decisión por el resto de nuestras vidas.
La lluvia golpeaba sin piedad, como si presagiara la oscuridad que se cernía sobre nosotros. El grupo, una sombra errante en la tormenta, se adentraba en un asentamiento que más parecía un refugio de almas perdidas, a la orilla del siniestro bosque Cayo Oscuro. Buscamos refugio en un antiguo molino, cuyas paredes susurraban historias de tiempos más simples, cuando solo era el corazón de un pequeño pueblo de granjeros.
Desperté bajo el manto de la luna alta, mi mente aún prisionera de las visiones de terror que habían quedado atrás, más allá de la gran muralla.
— ¡Por fin despiertas! —La voz de Vidal cortó el silencio, su figura se perfilaba en la penumbra, un centinela en la noche.
— ¿Qué ha pasado? —mi voz sonó distante, como si emergiera de un sueño profundo.
— Fue demasiado para ti... Aquí, bebe esto —me extendió un frasco con suero líquido, un elixir en medio del caos.
— Gracias. ¿Y la disputa? —pregunté mientras me hidrataba.
— No ha terminado, más bien... quedó inconclusa. Torres y un equipo de nueve se han aventurado hacia la puerta Matías. Almánzar, González y otros valientes les acompañan.
— ¿Por qué separarnos ahora, y llevarse a González con ellos?
— Torres quiere saber qué sucedió con el pelotón de guarnición de Catha. Está muy paranoico y sospecha que quizás tengamos un infiltrado. Con respecto a González... si encuentran los restos del pelotón de Catha, necesitarán su ojo experto.
La conversación se tornó más oscura, hablando de carroñeros y revolucionarios, de traiciones y paranoias. Cada palabra, cada sospecha, añadía peso a la atmósfera.
— ¿Y si hay un traidor entre nosotros? —la pregunta colgó en el aire, pesada como la lluvia que no cesaba.
— Torres ha mostrado ser paranoico, y ahora todos compartimos ese miedo. Incluso tú, ¡tic!, nervioso, ha regresado —Vidal intentó bromear, pero su risa se perdió en la gravedad del momento.
— Ya no soy ese niño asustadizo —repliqué—, aunque en mi interior, el miedo se retorcía como una serpiente en su nido.
La charla derivó en recuerdos de la universidad, de cómo cada uno había desarrollado sus propias manías tras jornadas de trabajo de hasta catorce horas diarias. Vidal, siempre usa guantes para evitar los gérmenes, limpia sus lentes cada vez que puede y evita toda suciedad; Gonzales, habla con los muertos y su falta de empatía; Duarte, se encerró en solo protegerse así mismo, solo existe él en su mundo... y finalmente yo... yo había superado mi tic, hasta ahora.
— ¡Larel! Si estás bien, deberías bajar. Los científicos nos necesitan. —Duarte irrumpió en la habitación, su preocupación era palpable.
Me incorporé con determinación, resuelto a no permanecer inactivo mientras otros combatían y laboraban. El equipo de la OMS, sin tareas específicas, se disponía a adentrarse en el bosque en busca de indicios sobre la corrupción que lo invadía. Las conjeturas surgidas en la mesa redonda sugerían la presencia de alguna criatura o planta desconocida que había echado raíces en estos parajes enigmáticos.
— Necesitamos muestras de todo —ordenó Binet, líder de los científicos y aparentemente en esta expedición.
— ¿Por qué los trajes tienen armas? —La pregunta de Vidal reveló una verdad incómoda tras ver las cajas repletas de balas y los trajes equipados con Mauser C96.
— Esa misma pregunta nos hicimos y, eventualmente, la hicimos, pero, pregúntate esto, ¿somos capaces de sobrevivir en este país hostil únicamente con medicamentos? —Binet respondió con una pregunta que resonó en todos nosotros.
— Si es para protección, pienso que está bien, ¿no? —se entromete Duarte evitando un conflicto.
— Tú te callas, Duarte, somos doctores... Salvamos vidas, no las quitamos.
— ¡Ah!, ¡¿con qué ahora salvan vidas?!
— ¡Basta de peleas entre ustedes! —interrumpió López—. Si ganas de pelear tienen, háganlo contra la podredumbre.
— ¡Descuide, señor! No estamos peleando, solo le recuerdo al señor Vidal, que no pueden salvar vidas... y que estas armas son para evitar más desgracia como la de los desdichados que dejamos en la gran muralla —exhorta Binet mientras retoma su labor.
El equipo proporcionado por la CDE, basándose en el equipo de Catha, nos protegía de la cabeza a los pies. Tuvieron que modificar radicalmente los equipos, debido a que el equipo mostrado era deficiente, ¡algo arcaico! Parecía más sacado de algún documental de la peste bubónica. El equipo actual recopilaba lo mejor de la medicina moderna, en un traje de Grafeno y Larimar del 95% de aislamiento, pero que, por desgracia, no se tuvo el tiempo suficiente de probar o de hacerse mejoras.
Binet y su equipo ayudaron a colocar los trajes anti-podredumbre. Con meticulosidad, nos asistieron para vestirnos, asegurando cada junta y válvula con precisión quirúrgica. Equipados, la máquina de descontaminación nos bañó en una neblina purificadora, erradicando cualquier partícula que pudiera comprometer nuestra seguridad. Luego, las hierbas y fármacos contenidos en los filtros del traje comenzaron a ejercer su efecto, adormeciendo nuestros sentidos con su mezcla narcótica.
Equipados y advertidos, nos adentramos en el bosque, cada paso un eco en la oscuridad. El equipo de la CDE nos protegía, pero nada podía prepararnos para lo que encontraríamos.
Tras terminar de equiparnos y recibir las indicaciones y advertencias del traje. Emprendimos nuestro viaje junto a López, quien nos dirigía; un explorador, quien tenía conocimientos del país y de varias de sus localidades; Duarte, Vidal, Tavares, dos guardias y yo.
Nos adentramos al bosque y...
Me encontraba tumbado y resguardándome detrás de un árbol, estaba asustado, hiperventilando deliberadamente, con fuertes espasmos musculares en las piernas, que evitaban movilizarme; si no fuese por la inyección y el traje, estaría vomitando y teniendo vértigos, pero, las hierbas y medicinas dentro del filtro, impedían que pudiese desmayarme o vomitar.
No puedo recordar cómo corrí hasta ese lugar, solo puedo recordar al explorador gritarnos y después todo se volvió confuso... Los crujidos de pisadas alertaban a mi cuerpo de un terrible peligro. Juraría que el sonido era de alguien o algo grande, quizás la situación me jugaba un mal momento de disociación de la realidad, sumado a las drogas del traje. El sonido de las pisadas se sentía detrás de mí, sentía cómo rasguñaban el árbol y cómo este me ocultaba, al igual que la capucha me ayudaba a ocultar mi presencia. Duarte apareció lanzándose hacia mí, revisando que estuviera bien, puesto que recibimos un ataque sorpresa en el cual tuvimos que separarnos y huir por nuestras vidas.
— ¿Estás bien? —preguntó, pero su voz se perdió en el sonido de disparos.
— Eso creo. No puedo respirar, siento que me ahogo con este traje —le respondí intentando quitarme la máscara.
— No puedes quitarte la máscara, no sabemos si hay concentración de podredumbre. Tenemos que buscar a Vidal y a los demás, resisten un poco más.
— Corrimos por nuestras vidas, además no tenemos ideas de dónde buscarlos.
— ¿Deberíamos regresar?
— Llevaríamos al enemigo a nuestra base, no podemos.
— ¡¿Entonces, Larel?!, No quieres moverte, no quieres buscarlos y ni siquiera quieres huir, ¿qué pasa contigo?
— No... No lo sé.
En esos instantes escuchamos disparos por parte del explorador, quien nos estaba buscando con desesperación; corrimos hacia el explorador tratando de reagruparnos, pero, el enemigo apareció y le destrozó el rostro con su escopeta m97. Mi cuerpo no respondía y solo me quedé paralizado mientras él intentaba recargar nuevamente el arma.
Vidal apareció disparando, quitándole la vida a uno de los enemigos y empujándome en el acto. Duarte corrió junto a nosotros desesperado, pero nos volvimos a separar; esta vez, corría junto a Vidal, pero, Duarte corrió hacia otro lado buscando salvarse. Vidal terminó cayendo en una trampa para osos que casi le destroza la pierna. Si no hubiera sido por las botas y el traje de Grafeno, su pierna hubiera quedado completamente destrozada. Yo caí en una trampa de lazo colgante con la que me golpeé la cabeza, por suerte la máscara me ayudó a no recibir el fuerte impacto en la nuca que pudo acabar con mi vida, pero el enemigo que nos perseguía al final nos alcanzó, y sin tener cómo correr, nos encontrábamos a su merced.
Mi mente se nubló al ver cómo se acercaba aquel monstruo a quitarle la vida a mi compañero; en esos segundos, Vidal posó sus ojos en mí y todo mi mundo se derrumbaba. Sin esperarlo y de cabeza, mi cuerpo se movió rápido, sacando la Mauser c96 y disparándole dos veces en el pecho del enemigo, quien se resistía a caer; no se detuvo y mi desesperación aumentaba, al ver que seguía con su plan de matar a Vidal, cuando pensé que perdería a uno de mis hermanos... Duarte se abalanzó hacia él y con una roca lo golpeó varias veces hasta dejarle la cabeza toda destrozada.
Escapamos, dejando atrás a los demás y cualquier esperanza de entender la podredumbre. Por suerte López nos encontró y juntos nos dirigimos hacia el asentamiento. Teníamos planeado regresar por los demás, pero, la situación era crítica y sin saber cuantos enemigos deambulaban todavía por el bosque, se nos era difícil regresar.
Al regresar al asentamiento, encontramos a Torres y su grupo, que habían llegado apenas unos minutos antes que nosotros. Sus rostros reflejaban desgracias ocultas, prontas a ser reveladas, un espejo de la desolación que todos sentíamos. De los labios de Torres brotó la razón de tan devastadora expresión, el motivo de su sufrimiento. Mientras el grupo de médicos de la CM nos examinaba, Torres relataba los terribles sucesos de su trayecto.
**Relató de Torres**
Después de dejar al primer grupo en el molino, partimos rumbo a la puerta Matías, teníamos la esperanza de encontrar algo o más bien a alguien que pudiese aclarar las dudas.
El camino se mostraba pacífico y sin señales de infectados o de enemigos. Los trajes mantenían la moral alta y las armas daban confianza al equipo; el color del traje nos ayudaba a mezclarnos con la oscura noche, solo el trotar de los caballos rompían el silencio. Íbamos a buen ritmo y pegados a la muralla, lo suficiente para no ser detectados por algún asentamiento o poblado.
Frente a la puerta Matías, se nos reveló el motivo de la ausencia del pelotón de guarnición de Catha. El pelotón se encontraba mutilado sin piedad alguna.
Gonzales se adelantó a revisar los cadáveres mientras el resto investigábamos los alrededores; tenía la certeza de que encontraría una pista de quién hizo todo esto... Para nuestra sorpresa, encontramos dos de los cadáveres metidos en el mecanismo de la puerta; razón por la que no podíamos subir la puerta desde el otro lado. Su cuerpo impedía el movimiento del mecanismo.
Contamos los cadáveres y estaban los veinte miembros de guarnición completos, muertos y cortados con tal precisión que juraría que algún desquiciado cirujano, jugaba a desarmar al pelotón con un bisturí.
— No parece tener sentido viniendo de Torres, pero, es exactamente lo que pensé —aclaró González mientras se prepara a redactar el examen post mortem—. Revisé los cadáveres meticulosamente, las heridas y la posición en la que quedaron los cuerpos. Veinte hombres de más de 25 años y menor a 40 años, cortados con una delicadeza magistral, sabían dónde y cómo cortar, puesto que los huesos quedaron intactos. Cortes limpios a los músculos sin estropear la carne.
Los cuerpos medían entre 165.1 y 182.88 centímetros de alto, ¡se me complicó tomarles medidas al estar troceados y más al que estaban dentro del mecanismo de la puerta, pero no fue imposible! Cinco encontrados a pocos pasos de la puerta, dos en el mecanismo, diez en la retaguardia y tres encima de la muralla, y todos cortados en trozos iguales.
— No creíamos que había un traidor debido a que se encontraba todo el pelotón, pero —exhortó Torres.
— Medí el calzado y corroboré huellas. Todos tenían el tamaño de calzado promedio de un adulto, que serían unas 11,5 pulgadas... El problema es que, cuando comparé huellas y pisadas, había una más pequeña, muy pequeña, para ser de un hombre; la huella parecía pertenecer a una mujer de unas 5,0 pulgadas, pero, en la guardia, no hay mujeres... ¿Verdad?
— Así es González, no se les permite a las mujeres enlistarse. Cómo habrán sospechado también, había veintiuna distintas huellas y la más pequeña estaba incluso detrás de la retaguardia. González cree que desde esa posición tuvo suficiente rango para matarlos a todos —dijo Torres.
— ¿Cómo una persona pudo contra veinte guardias? — preguntó Duarte asombrado.
— ¡No puede! Pienso que hubo más participantes... tal vez del otro lado de la muralla. Nunca investigamos a fondo la ciudad de Pontos, por lo que es probable que de ahí matarán a los vigilantes que estaban en la muralla... quizás fueron los mismos que nos persiguieron dentro de la gran muralla —reforzó Torres.
— Sea quien sea, ¡el maldito es tan bueno que cortó en partes iguales a cada guardia! Quien lo hizo está enfermo —dice González con ira y dejando escapar una leve sonrisa desconcertante.
— Aún no hemos revelado todo. —Torres se levantó con un aire solemne, sus ojos recorriendo cada uno de nuestros rostros antes de desvelar lo que ocultaba bajo el vendaje que el médico de la CM le había aplicado—. En el preciso instante en que González examinaba los cadáveres, tres guardias y yo nos aventuramos en la torre, en busca de respuestas. La única respuesta que obtuvimos fue que la torre estalló en llamas, dejándome como el único superviviente. La combustión debió ser una mezcla extraña, dada la rapidez con la que incineró los cuerpos de los guardias; algo similar a lo utilizado en la guerra del norte, contra el continente de Drust. No puedo explicar cómo comenzó la explosión, pero de algo estoy seguro... no somos bienvenidos en este país —concluyó su relato, mostrando la devastación de su lado izquierdo, completamente quemado.
Esa noche, bajo la tormentosa lluvia y con batallas perdidas, sentimos el verdadero peso de nuestros actos. Sabíamos que no volveríamos a ser los mismos, el pasado se veía manchado por un nuevo rumbo de muerte, traiciones y decepciones poco éticas. Vidal, quien creía ferviente en el salvar y nunca matar, acabó con la vida de una persona y, al igual que él, Duarte y yo por igual, nos ensuciamos las manos con la sangre de un ser humano. La paranoia de Torres se volvió verdadera, pero, para un capitán perder a tantos hombres y sin dar peleas... deja un hueco en su pecho y una quemadura tatuada que le recordará su fracaso. Almánzar, quien deseaba buscar justicia por su familia, solo se quedó a ver cómo más morían sin hacer nada, sin siquiera ayudar o ser de utilidad alguna. El peso de lo que ocultaba González se volvería un castigo en el futuro... Se volvería su lápida.