—Debo haber dañado tu mente la última vez —dijo el Rey Elbas mientras su sonrisa se ensanchaba al ver al Dios Mono—. Tus recuerdos deben estar equivocados. Ya te he derrotado.
El Dios Mono se detuvo a cierta distancia del Real. La criatura no se atrevía a entrar en el alcance de sus llamas.
El mundo a su alrededor era un lío carbonizado cubierto de grietas y agujeros. Los continuos intercambios entre el Rey Elbas y las defensas habían destruido cada región por la que había caminado.
El poder del Rey Elbas era claro para cualquiera que hubiera presenciado la batalla, pero el Dios Mono no mostró temor cuando se enfrentó a él. Muchos humanos no podían ver las emociones irradiadas por su expresión, pero Noah podía ver su determinación.
El Mono no luchaba por sí mismo, y no le importaban en lo más mínimo las organizaciones. Su determinación provenía de su deseo de proporcionar un futuro a su especie.
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