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Mientras caiga la lluvia [EreMika]

Eren y Mikasa mantenían una correspondencia mediante las que se descubrían el uno a otro a través de los poemas de sus cartas. No obstante, han pasado varios años desde aquello, y ni Mikasa es la chica perfecta de antes, ni Eren aquel joven responsable. Cuando sus caminos vuelven a encontrarse, esta vez en la universidad, descubren que la química que los unía todavía no ha desaparecido. Y como si no tuvieran suficiente tratando con su propio juicio, las etiquetas sociales, el alcohol, el sexo y las drogas les hará replantearse su lugar en el mundo. "¿Y quién eres ahora exactamente, Eren? ¿Una persona sociable, o un porreta?" "Alguien capaz de hacer cualquier cosa por la chica a la que quiere." //________________________________________// Eren x Mikasa // AU de "Shingeki no Kyojin" // Historia con desarrollo lento // Contiene escenas explícitas // Prohibida su copia / adaptación.

ShiroKiba · Anime et bandes dessinées
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7 Chs

Un amor por correspondencia

___ MIKASA ___

Una historia de amor puede surgir de muchas maneras. Las que más me gustan suelen ocurrir bajo el toldo de una cafetería en un día de lluvia, o un tropiezo casual en un paseo marítimo poco transitado. Adoro que comiencen con un cruce de miradas o con un roce de manos.

Dicen que el amor siempre entra por los ojos, aunque en mi caso, yo todavía no he conocido al mío. Mi fantasía no empezó en ninguna cafetería o en un paseo marítimo. No hubo contacto físico ni miradas maravilladas. Lo único que hemos intercambiado son palabras, promesas escritas en tinta y envueltas en un sobre con una bonita dedicatoria.

Cartas.

Cartas que ambos esperábamos con impaciencia todos los meses, escritas de nuestro puño y letra, con la caligrafía cursiva y más perfecta que nos permitían nuestras manos. Las mías solían ir acompañadas de alguna pulsera de cuerda que hacía yo misma; las suyas, venían impregnadas de fragancias aromáticas y puntos de lectura hechos con hojas y flores silvestres.

Lo nuestro, era un amor por correspondencia.

Decidimos que era mejor seguir manteniendo el anonimato; si alguna vez nos veíamos, queríamos que fuera en persona. Pero eso no ocurrió. Sus cartas dejaron de llegar desde Washington (Estados Unidos de América) tras recibir la llave que abría las puertas de mi corazón, el cual acabó por romperse en pedazos.

Mis amigas dicen que las relaciones a distancia no existen, que no se pueden conservar porque lo que nos llena son los besos y las caricias. Me he cansado de discutir lo contrario, aunque aún guardo sus mensajes en una caja de madera junto a un jarrón de rosas que me hace recordar el perfume que los papeles han ido perdiendo con el tiempo.

Abro mi cofre del tesoro y saco el último sobre, prometiéndome que esta será la última vez que le eche una ojeada. Deslizo mis dedos por el labio del papel para despegar el adhesivo y extraigo de su interior la nota que tanto me he molestado en conservar. La leo en silencio, mis orbes grises perdiéndose entre la tinta negra que ocupa la mayor parte del folio. En su momento lo consideré un poema precioso; ahora, las palabras no causan ningún efecto en mí.

Mi correspondiente había bautizado a su poesía por "Mientras caiga la lluvia", una farsa que narra en verso cómo dos enamorados se reúnen— únicamente en días lluviosos— en el mismo callejón donde se conocieron por primera vez para permutarse frases y promesas de amor.

Arqueo las cejas para darle vida a una expresión sarcástica. ¿Se supone que estos íbamos a ser nosotros?

— Menuda bobada— y vuelvo a meterlo todo dentro del cofre.

Escucho el inconfundible motor de mi coche favorito aparcando frente a mi puerta y enseguida olvido mi estúpido romance de hace dos años. Me miro al espejo una última vez para asegurarme de que estoy perfecta y me cuelgo las asas de mi mochila al hombro.

Bajo las escaleras lo más rápido que me permiten mis piernas y cierro la puerta con llave tras salir de casa. Le dedico una sonrisa radiante a Jean, quien me mira desde el otro lado de la ventanilla de su coche. Ya no sé de qué forma agradecerle todo lo hace por mí. Me acomodo en el asiento del copiloto y él me da un tierno beso en la mejilla, su mejor manera de darme los buenos días.

— ¿Lista para tu primer día de universidad?— canturrea al tiempo que sonríe de lado.

Asiento con la cabeza y pronuncio más la curva de mis labios, estoy realmente eufórica. Jean fija su mirada en la carretera y cambia las velocidades de la palanca de marchas antes de pisar el acelerador. Decido cambiar los estruendosos ruidos a los que llama música por un disco de Imagine Dragons, y miro por la ventanilla.

Una bóveda azul cian se extiende por encima de los edificios de Londres, reflejando completamente mi estupendo estado de ánimo. Jean parece darse cuenta, y decide hacer un sugestivo comentario sobre mi nuevo corte de pelo, a lo que yo respondo un tanto cortada. Me encanta que se fije en mí.

Pasamos frente a una tienda de coches de segunda mano y no puedo evitar volver a meditar sobre empezar a darle uso a mi recientemente adquirido carnet de conducir. Agradezco de corazón que Jean se ofrezca a llevarme a todos lados, pero no me gusta tener que depender de él para desplazarme por la ciudad.

Aparca cerca del campus y terminamos nuestro recorrido a pie mientras hablamos sobre lo que pensamos que viviremos este año. Sé que está intranquilo, lo conozco demasiado bien como para pasar por alto su risa nerviosa. Aunque no lo culpo, también es su primer año.

A diferencia de mí, a Jean le cuesta más acostumbrarse a nuevos entornos, sobre todo cuando hay una gran cantidad de gente a la que no conoce. Le tomo de la mano.

— No va a ver ningún problema— le aseguro para intentar tranquilizarlo—. Marco y Sasha también estarán aquí, y siempre podremos juntarnos en los descansos.

Jean tira de mí para acercarme más a él y me da un cálido beso en la frente, dándome a entender que no quiere que me preocupe en exceso. Siento a mi corazón dar saltitos de alegría.

Noto cómo mi barbilla roza el suelo cuando mis ojos dan de bruces con el campus. Es mucho más grande de lo que imaginaba. Suelto inconscientemente la mano de Jean y acelero el paso para empaparme de todo lo que hay a mi alrededor. Ver a gente tan diferente conviviendo en el mismo lugar, me encanta. Jean se cruza de brazos y arquea las cejas.

— Pareces una cría en un parque de atracciones.

— ¿Tú crees?— me sonrojo, no me gustaría llamar demasiado la atención.

Él se encoje de hombros y se sitúa a mi lado, estudiando con la mirada el gran edificio que hay frente a nosotros. Distingo a unos cuantos amigos de Jean al otro lado del pasillo empedrado que divide el césped en parcelas.

— ¿No son esos Marco y los chicos?— le pregunto tirando del dobladillo de su chaqueta de piel.

Mira en mi dirección y sonríe de oreja a oreja al reconocerlos. Vuelve a clavar sus ojos en mí, una expresión interrogante.

— No te preocupes— digo.

— ¿Estás segura? ¿Estarás bien?

— ¡Claro que sí, tonto!— río—. ¿Qué podría pasar?

Me devuelve la sonrisa y me aprieta la mano a modo de despedida antes de echar a andar hacia ellos.

— ¡Nos vemos luego!— me dice.

...

..

.

Abro mi taquilla y guardo un par de libros para librarme de peso innecesario. Saco un rollo de cinta adhesiva de mi mochila y pego en la chapa de acero el horario de clases, de modo que cada vez que abra la puerta, pueda consultarlo sin problemas.

— ¿A ver? Perdona...— oigo una voz por detrás de mí.

Me aparto para que el chico pueda acceder a su taquilla, la cual está pegada a la mía, y me limito a terminar de organizarlo todo en mi compartimiento. Una vez todo colocado, me ciño más mis pulseras de cuerdas a la muñeca izquierda y sonrío. Mis amuletos de la suerte.

— ¡¡Ey, cabrón!! ¿Dónde has escondido mi móvil?— grita alguien a mis espaldas.

El chico de al lado a penas tiene tiempo de darse la vuelta antes de que el tipo se le eche al cuello. Al principio me pongo nerviosa, pero me relajo un poco cuando los escucho reírse a pesar de que se están dando contra el resto de taquillas. Me siento incómoda cuando me fijo en que todos están mirando en nuestra dirección. ¿No pueden hacer el tonto en otra parte?

— ¡Espera, espera!— intenta negociar el que ha llegado primero, a carcajadas—. Te lo doy enseguida, pero estate quieto.

— Venga, suéltalo.

Siento curiosidad por saber quiénes son para intentar no cruzarme demasiado con ellos, parecen el tipo de personas a los que les gusta meterse en líos. Decido darme prisa en terminar de repasar el horario de hoy. Un brazo asoma por encima de la puerta de mi taquilla, sostiene en la mano el objeto que reclama el otro.

— ¡Cógelo!— oigo decir al propietario de dicha extremidad, y lo deja caer.

El aparato cae en el interior de mi mochila. Apenas me da tiempo a replicar cuando uno de ellos empuja la puerta, golpeándome el hombro con fuerza. Consigo recuperar el equilibrio y dejo escapar una queja. Uno de ellos deja de reírse; al otro, parece haberle echo bastante gracia. Apenas me he dado cuenta de que se me ha caído el macuto al suelo.

— Ey, lo siento mucho, de verdad— se disculpa el que reclamaba su pertenencia.

Se agacha y recoge mis cosas de una forma algo desastrosa, aunque lo agradezco igualmente. Lo primero en lo que reparan mis ojos es en su baja estatura y en su cabeza rapada. Se incorpora para devolverme la mochila e intercambiamos miradas. Parece arrepentido.

— No te preocupes— aunque duele un poco. Sus ojos son de color avellana.

Cierro mi taquilla y le devuelvo su móvil con una sonrisa. Su amigo ya no le ve ninguna gracia al asunto y nos mira con el ceño fruncido. Es un poco más alto que yo y tiene el pelo corto, cuya parte delantera cae a ambos lados de su frente. Evito mirarlo demasiado.

— Muchas gracias— responde el bajo. Se hace a un lado y señala con el pulgar al otro—. Me alegra saber que aún hay gente considerada en el mundo, no como este imbécil.

El chico aprieta los labios para reprimir una sonrisa y mira hacia otro lado. Cambio el peso de mi cuerpo a la otra pierna, incómoda. No sé qué decir.

— Me llamo Mikasa— me presento con un nudo en la garganta. El tipo de la taquilla me espía por el rabillo del ojo.

— Yo soy Connie, y este soplaflautas es Eren— me responde.

Lo saludo con mi mejor sonrisa, pero él se limita a ofrecerme una mirada gélida. Me retuerzo los dedos, nerviosa.

— Connie, venga— dice Eren con desaire, las manos escondidas en los bolsillos.

— Sí— responde—. Bueno, nos vemos más tarde, Mikasa— me da una palmada en el hombro cuando pasa por mi lado—. ¡Mucho gusto!

El moreno lo sigue sin dignarse a mirarme siquiera. Aprieto los labios. ¿Por qué estoy tan nerviosa?

...

..

.

La última lección antes de que acabe la jornada es una de mis favoritas, así que procuro llegar lo más rápido que puedo para tomar asiento en primera fila, cosa que me gustaría hacer el resto del curso. Saco mi cuaderno de apuntes y preparo el material que pienso que voy a necesitar. Estudio con los ojos el semblante de la gente que va entrando por la puerta y ahogo una expresión de sorpresa cuando distingo entre ellos a Eren.

Nuestras miradas se encuentran. Estoy a punto de saludarlo cuando pone los ojos en blanco y echa a andar hacia el final del aula. Hago un mohín. ¿Qué le he hecho para que se comporte de esa forma tan apática? Aparto esos pensamientos de mi mente.

Durante la clase consigo entablar amistad con una chica muy maja que se sienta a mi lado. Se llama Historia, y hemos quedado mañana para comer juntas en la cantina. Me gustaría pedirle a Connie que se uniera a nosotras, pero no logro encontrarlo cuando acaba la lección y lo busco por los pasillos.

Cuando me doy por vencida, decido volver a mi taquilla a recoger todos los apuntes para estudiarlos en casa, pero me topo de nuevo con Eren. Está de espaldas a mí, dejando unas cosas en su compartimento. No me mira cuando llego y recojo mis cosas. Por el rabillo del ojo compruebo que de su cuello cuelga una llave de color dorada.

Las cartas de mi anhelado romance inundan mis pensamientos. Quiero pensar que los ojos azules verdosos del moreno no tienen nada que ver con la descripción que me dio mi querido destinatario. Trago saliva y decido salir de dudas.

— Eh... oye, ¿nos conocemos...?

Eren cierra su taquilla y se gira para mirarme.

— Vaya, ¿quieres ligar?— sonríe de lado.

— ¿Eh? ¡¡N-No intento ligar!!— más roja que un tomate.

— Tranquila, princesa— apoya el antebrazo en las taquillas y se inclina un poco—. Si te molo, puedes venir a la fiesta que habrá el viernes en la residencia. Allí puedes verme siempre que te apetezca— baja la voz—. Si quieres, puedo hacerte un hueco en mi agenda.

Aprieto los labios y cierro los puños, claramente ofendida. No sé por quién me toma, pero desde luego no soy de las que él se piensa. Me tiembla el pulso de los nervios y se me ha hecho un nudo en la garganta.

— ¡No me molas!— declaro, y me alejo de él a paso ligero.

— Eh, espera— dice sin moverse del sitio—. ¡Mikasa!— está loco si piensa que voy a quedarme a escuchar sus tonterías.

Que asco de niñato. Es imposible que alguien como él sea el autor de mi poema favorito.