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Mientras caiga la lluvia [EreMika]

Eren y Mikasa mantenían una correspondencia mediante las que se descubrían el uno a otro a través de los poemas de sus cartas. No obstante, han pasado varios años desde aquello, y ni Mikasa es la chica perfecta de antes, ni Eren aquel joven responsable. Cuando sus caminos vuelven a encontrarse, esta vez en la universidad, descubren que la química que los unía todavía no ha desaparecido. Y como si no tuvieran suficiente tratando con su propio juicio, las etiquetas sociales, el alcohol, el sexo y las drogas les hará replantearse su lugar en el mundo. "¿Y quién eres ahora exactamente, Eren? ¿Una persona sociable, o un porreta?" "Alguien capaz de hacer cualquier cosa por la chica a la que quiere." //________________________________________// Eren x Mikasa // AU de "Shingeki no Kyojin" // Historia con desarrollo lento // Contiene escenas explícitas // Prohibida su copia / adaptación.

ShiroKiba · Anime et bandes dessinées
Pas assez d’évaluations
7 Chs

Perdona, ¿nos conocemos?

___ EREN ___

Dejo escapar una bocanada de aire cuando me miro al espejo y compruebo las huellas de mi falta de sueño bajo mis ojos. No es que le haya dado demasiadas vueltas, pero no he conseguido pegar ojo después de la conversación que tuve con Armin, a quien acabé llamando a las once de la noche para continuar la charla que empezamos en su casa y la cual no acabó hasta las dos de la madrugada.

Otro suspiro roza mis labios antes de relajar los hombros y apretar con fuerza la pequeña encimera de mármol que rodea el lavabo. Agito levemente la cabeza en un vano intento por terminar de despertarme y me aseguro de espabilarme un poco llevándome agua fría a la cara con las manos.

No es que haya mejorado mi aspecto ni mucho menos, pero al menos ya no parece que me haya esnifado un kilo de coca.

Meto torpemente mis cuadernos en la mochila, aunque procuro llevar más cuidado con el libro de Mikasa. Me cuelgo el asa de la bolsa al hombro, deslizo mi móvil en el bolsillo trasero de mi pantalón vaquero y saco mi tabla de skate de debajo de la cama.

Intento no caer escaleras abajo cuando mis torpes pies acaban resbalando en la madera y bufo tras recordarme que odio los lunes. No obstante, mi fastidio no aumenta hasta que entro en la cocina y encuentro a mi viejo leyendo tranquilamente el periódico del día.

Me limito a dejar con desgana la mochila sobre la mesa y abro los armarios que hay por encima de la encimera para hacerme un desayuno bastante improvisado. Al final acabo cogiendo un par de magdalenas y una barra de Huesitos que acabará quitándome Connie a menos que me la coma antes de verle.

Vuelvo a echarme la mochila a la espalda y me dispongo a salir de la cocina sin molestarme en cruzar miradas con mi padre.

— Levi estará aquí a las cuatro— le escucho decir con voz monótona al tiempo que se lleva una taza de café a los labios, sus ojos clavados en el titular del periódico—. Espero que esta vez seas puntual.

— Pues espera sentado— le espeto con frialdad.

A veces preferiría que esto no fuera así. Me gustaría seguir viviendo en Washington con mi madre, leyéndole libros y esperando con ansias que acabase el mes para poder cartearme con mi chica de Londres.

Si aún durmiera bajo el mismo techo que mi madre, seguiría yendo a clases en coche, y jamás hubiera aprendido a hacer skate en mi intento de apañármelas para llegar a la universidad. Podría gastarme mis ahorros en una bici, en una moto o incluso coger el autobús, pero prefiero invertirlos en cosas más importantes como ropa, videojuegos y alcohol.

Tampoco es que me importe demasiado. A fin de cuentas, tener tiempo para aclarar mis pensamientos es lo único que me ayuda a mantener la calma a lo largo del día.

Bajo del skate cuando me encuentro frente al campus de la facultad. Normalmente hubiera ido primero a casa de Connie para venir juntos, pero no sé si sigue enfadado y aunque sé que me comporté como un gilipollas, no es plan de disculparme con el enano. Al fin y al cabo, el también me la lía bastante.

Consulto la hora en la pantalla de mi móvil y compruebo que quedan veinte minutos para que comiencen las clases, así que me limito a pasear por los sinuosos caminos adoquinados que serpean entre las pequeñas parcelas de hierba del campus.

Decido ponerme los auriculares para aislarme del mundo y sumirme en mis pensamientos gracias a la profunda voz de Kodaline. Me dejo arrastrar de nuevo por la única idea que me ha estado distrayendo de la realidad durante un día entero y dejo escapar una bocanada de aire mientras arrastro los pies por el pavimento del campus, cabizbajo.

Aún no entiendo cómo es que he acabado contándole a Armin lo primero que se me pasó por la cabeza, aunque tampoco voy a ignorar el hecho de que me siento bastante más aliviado.

La idea de haberme enamorado de la chica que acaba de colarse en mi vida me pone de los nervios, aunque me molesta aún más el hecho de que me parezca interesante. No obstante, lo que realmente me lleva de cabeza es el cúmulo de sentimientos contradictorios que se han instalado en mi corazón, como si de okupas se tratara.

Agito levemente la cabeza para dejar esos pensamientos a un lado de mi mente. Clavo mis ojos al frente, deslizo una mano en el interior del bolsillo de mi sudadera y sujeto firmemente la tabla de skate con la que me queda libre.

Aminoro el paso cuando mi mirada se topa con un grupo de personas que hay congregado al otro lado del campus. Todas sus caras me resultan familiares de la fiesta en la residencia, pero lo que consigue que me arranque los auriculares de los oídos y me decida por acercarme a ver qué está pasando es la voz de Reiner, que se escucha por encima del bullicio de la multitud.

— [...] así que lárgate de aquí, canijo— amenaza.

— ¿Qué coño está pasando aquí?— interrumpo cuando consigo abrirme paso entre la gente para situarme en el centro del círculo de personas.

Connie y Reiner me observan por el rabillo del ojo antes de volver a fulminarse con las miradas. Armin se encuentra con los puños apretados al otro lado del círculo, y aunque me ofrece una mirada de advertencia, decido pasarla por alto cuando reparo en la presencia de Annie y Bertolt, que están respaldando a Reiner por detrás de él.

Sé que a Armin no le importaría ser intimidado y ninguneado por nadie, pero eso es algo que ni Connie ni yo permitimos. No obstante, no puedo culpar a Armin de ser demasiado inteligente como para no intervenir en nuestras peleas de gallos, ya que sin él no tendríamos ninguna oportunidad contra los Titanes.

Por suerte o por desgracia para Connie y para mí, nosotros no somos como Armin. Así que dejo mis cosas de mala hostia en el suelo, ignoro las miradas de advertencia del rubio y me sitúo al lado de mi calvo para hacerle frente a Reiner, que nos mira con aire de superioridad.

— Vaya, por fin se digna a aparecer la princesita...— ríe al tiempo que se cruza de brazos, ofreciéndome una sonrisa, que más que desafiante, es irritante.

— Ey, Reiner, ¿por qué no os vais el Armario, la Napia y tú a tirarle piedras a los patos?— le devuelvo el gesto, pasando por alto el comentario de antes.

Connie se lleva una mano a la boca para ahogar una risa tras escuchar los motes que decidimos ponerle a la chusma de Reiner. Por otro lado, Armin esconde el rostro en la palma de su mano y niega lentamente con la cabeza, exasperado.

Annie y Reiner fruncen el ceño y se acercan a nosotros en un vano intento de intimidarnos, cosa que no nos afecta ni al calvo ni a mí. O bien porque ya estamos acostumbrados, o bien porque somos más gilipollas de lo que pensaba. Bertolt, en cambio, decide no moverse ni un milímetro, sino que prefiere mantenerse al margen de todo.

Bertolt es como "el Armin" de los Titanes, solo que mucho más tonto, puesto que si mi rubio tuviera el tamaño de una puta farola, estoy seguro de que no se quedaría de brazos cruzados.

— ¿Qué acabas de decir, gilipollas?— me espeta a poco centímetros de mí, fulminándome con la mirada.

Su tono se ha vuelto mucho más amenazante, y de no ser porque sé que no es capaz de levantarme la mano delante de tanta gente, yo ya hubiera barajado la posibilidad de dar media vuelta y salir corriendo.

Por suerte para mí, Connie deshace la tensión que se ha formado entre nosotros interponiéndose entre ambos. El enano se coloca de espaldas a mí y señala a Reiner con un dedo amenazador.

— Mira, están volando hostias y tienes cara de aeropuerto...— le advierte con una sonrisa ladina en el rostro—, así que no me toques los cojones a menos que quieras el puño de "la princesita" en tu cara.

Odio que me meta de por medio en sus provocaciones. Odio que use los tristes apodos que Reiner tiene para mí y odio que encima de todo, el rubio descargue su odio conmigo en vez de desquitarse con el calvo.

Reiner me fulmina con la mirada y yo le devuelvo el gesto, aunque no me olvido de propinarle disimuladamente un codazo de advertencia a Connie.

— Chicos, ¿qué tal si nos olvidamos de...?

— ¡Cierra la boca, Himan!— ruge Reiner.

Frunzo el ceño y tenso la mandíbula al tiempo que aprieto los puños con fuerza para controlarme. No me gusta que llamen así a Armin, y a pesar de que él mismo diga que no le importa, sé que no es cierto.

Annie chasquea la lengua y apoya una mano en el hombro de su compañero para recordarle que se controle. No obstante, Connie debe de haber hecho un buen trabajo antes de que se me ocurriera meterme en todo esto, pues Reiner no da su brazo a torcer y vuelve a ofrecernos una mirada que hace que un escalofrío me recorra la espalda.

— Deberíamos irnos, Reiner— sugiere Bertolt.

Al menos Armin y el Armario hacen algo productivo como intentar relajar las cosas. No como nosotros cuatro, que solo nos metemos mierda.

— No hasta que este hijo de puta se disculpe por todo lo que ha hecho— declara, señalándome con un dedo acusador.

Lo cierto es que no logro entender a qué se refiere y aunque intento ser razonable, mi cabeza solo tiene hueco para las palabras que me acaban de taladrarme el corazón de la peor de las maneras.

— Te voy a cambiar el signo del zodiaco de una hostia, gilipollas— salta Connie en mi defensa.

Yo le pongo una mano en el hombro y niego con la cabeza lentamente. Sé defenderme solo.

— Si mi madre es puta, la tuya es de coño ligero— le ofrezco una sonrisa socarrona a Reiner.

— ¡Sí! Es tan fácil que los tíos la llaman "la tabla del cero"— ríe Connie.

Armin se acerca a paso rápido hacia nosotros, nos coge a ambos por los brazos y hace ademán de sacarnos de allí antes de que Reiner tenga tiempo de partirnos la cara. Sin embargo, estoy tan concentrado en devolverle la mirada de odio al rubio, que apenas soy consciente de que Armin me está pidiendo que lo deje.

— Hay tres maneras de hacer las cosas, Eren— me recuerda Reiner, su voz apenas es un susurro—: bien, mal y como yo las hago. Créeme. Preferirás que las haga mal a que las haga a mi manera...

Estoy a punto de aconsejarle que se vaya a la mierda, cuando mis ojos se encuentran con unos orbes grises que me observan con expectación desde el corro de personas que aún esperan a que pase algo interesante.

Algo se rompe en mi pecho y me obligo a apartar los ojos antes de que esa mirada me carcoma más la conciencia. Miro a Reiner por última vez, chasqueo la lengua y doy media vuelta para alivio de Armin.

— Vámonos— murmuro, impotente por no ser capaz de aguantar ni un segundo más en este infierno de falsas amenazas.

— Pero Eren...— está a punto de replicar Connie, pero lo sujeto por el brazo, cojo mis cosas del suelo y arrastro a mi calvo fuera del círculo de gente.

...

..

.

— ¿Se puede saber qué coño te pasa?— Connie me sacude por los hombros—. Estábamos a esta de callarles la boca para un mes— y forma un cero con los dedos que me planta a pocos centímetros de la nariz.

— Esa no es la cuestión— le recuerdo—. Dijimos que nada de problemas. Las pruebas son en octubre y no nos conviene cabrearles.

Armin asiente con la cabeza y nos da unas palmaditas en el hombro.

— Será mejor que vayamos a clases antes de que volvamos a toparnos con ellos.

— No les tengo miedo.

— Ya lo sabemos, enano— me burlo—, pero intenta que no se note demasiado a menos que quieras que te partan la calva.

Connie me ofrece una mirada irónica, deja sus cosas en la taquilla y se despide de nosotros antes de desaparecer entre el montón de gente que ronda los pasillos de la facultad.

Sin embargo, a pesar de que quiero olvidar el tema y limitarme a pensar en alguna escusa para no estudiar con Levi— alias, el Caniche— esta tarde, la mirada de Armin me demuestra que tengo pocas oportunidades para hacerlo.

— ¿Qué ha pasado?— se cruza de brazos. Yo me encojo de hombros y me dirijo a clase, indiferente. Armin me sigue—. No es que no me alegre de que hayas dado media vuelta, pero... tú no eres de dar el brazo a torcer, y lo sabes.

— Ella estaba allí— sentencio, aunque procuro no darle mucha importancia a mis palabras—. Paso de que me vea así.

Mi confesión parece ser suficientemente razonable como para mantener callado a mi rubio durante el resto de la mañana. Las clases pasan lentas y aburridas, pero cuando por fin empiezo a creer que puedo despejar la mente para dedicarme un tiempo a pensar en las rimas que me vienen a la cabeza al recordad sus ojos grises, la realidad vuelve a sacarme de mi ensimismamiento.

— Pst, Eren— me llama Jean desde la fila de atrás.

Hago oídos sordos y continúo escribiendo en mi cuaderno, intentando enfocar en mi mente la imagen de una media melena oscura y sedosa, y unos labios rosados y carnosos.

— Eren— vuelve a llamarme, aunque esta vez me lanza una bola de papel a la cabeza para asegurarse de que le presto atención.

— ¡Déjalo ya, Jean!— le regaña Marco , susurrando.

— Te he visto esta mañana. No has estado nada mal— continúa él—. Espero que tus batallitas de rap sean tan entretenidas como el espectáculo que habéis montado.

Aprieto los puños y tenso la mandíbula. Yo ya sabía que Jean muestra un interés mínimo por el rap y todo lo que tenga que ver con el arte de hacer unos versos improvisados al ritmo del Beat Box. Pero las cosas están un poco más tensas entre nosotros desde que he descubierto que le gusta Mikasa, y desde que él nos vio juntos en la residencia.

Ignoro a Jean el resto de la clase, el resto de la jornada y estoy dispuesto a ignorarle el resto del día entero. Al menos hasta que se me pase la mala hostia que he cogido desde mi enfrentamiento con Reiner.

He buscado a Mikasa durante los cambios de clase y durante el descanso, pero dado que no la he encontrado ni siquiera al lado de Jean, me he limitado a pensar en ella. En solo dos horas, me ha dado tiempo a escribir tres sonetos y cuatro romances, los cuales pienso quemar nada más llegar a casa.

No es por nada, pero paso de que se vuelva a repetir la escenita que montaron Marco y Connie en mi habitación.

Apoyo la espalda en el frío metal de las taquillas y me dejo caer al suelo mientras un suspiro de agotamiento roza mis labios. Son las tres de la tarde y el instituto parece una cárcel fantasma en la que prefiero no quedarme mucho tiempo.

No he coincidido con Mikasa en ninguna clase, ni la he visto deambulando por los pasillos, ni ha contestado mis mensajes, y a pesar de que Armin me ha dicho que es posible que no haya venido, sé que la he visto cuando discutía con Reiner en el campus.

Dejo que mis ojos se paseen por la encuadernación del libro que debo devolverle y me pregunto por qué soy tan gilipollas, aunque no es algo que me interese saber, la verdad.

Estoy a punto de decidir que es mejor darme por vencido e irme a casa, cuando escucho unos pasos acercándose desde el final del pasillo. Alzo la cabeza y nuestras miradas vuelven a cruzarse.

— Eren, ¿qué estás haciendo aquí?— me pregunta.

Parece sorprendida, pero lo cierto es que podría preguntarle lo mismo.

— Tenía que devolverte esto— vuelvo a sonreír como un imbécil y le tiendo el libro de Shakespeare.

Ella me devuelve el gesto a modo de agradecimiento, abre su taquilla para recoger su mochila y yo me permito el lujo de fisgonear sus cosas. Reparo en el orden con que guarda sus libros, en las fotos con Jean y Sasha que decoran el interior de la puerta de la cabina y en las pulseras de cuerda que hay amontonadas al fondo del compartimento.

Enseguida recuerdo a mi chica de Londres. A las cartas que intercambiábamos que, además de contener puras declaraciones de afecto, siempre iban acompañadas de algún dulce olor a rosas, puntos de lectura hechos a mano, pulseras de cuerda...

Pulseras de cuerda...

No me doy cuenta de que he estado aguantando la respiración hasta que me falta el aire en los pulmones. El corazón me late tan rápido que puedo sentir sus molestas pulsaciones en el cuello y mi cerebro procesa la realidad a cámara lenta.

De alguna forma, consigo salir de mi trance.

Me acerco a la taquilla de la morena, estiro el brazo para alcanzar una de las pulseras y la examino en mi mano, como si se tratara de algún experimento de ciencias. Mikasa arquea las cejas en una expresión interrogante, pero estoy demasiado confundido como para preocuparme por lo que pueda estar pensando de mí en este momento. Alzo la mirada y nuestros ojos se encuentran.

Qué belleza. Nunca pensé que el gris pudiera transmitir algo más que no fuera tristeza.

Vuelvo a estirar el brazo, esta vez para coger su mano. Ella se deja y yo le ciño la pulsera a la muñeca con manos temblorosas. No sé qué está pasando, pero ella también parece haberse percatado de que hay algo raro. O quizás solo está asustada por mi comportamiento. No lo sé.

— Eren...— se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja con la mano que tiene libre y desvía la mirada, un poco avergonzada.

¿Avergonzada de mí? ¿De la situación?

He sido tan estúpido con ella como con el resto del mundo, pero es que básicamente no tengo remedio.

Me fijo en su mano; en la combinación del color de nuestras pieles en contacto; en lo nervioso que estoy como para hacer un solo movimiento; y en sus ojos de nuevo.

La imagen de Jean pavoneándose de mí invade mi cabeza y yo le escupo a su recuerdo con indiferencia.

Me llevo involuntariamente la mano que tengo libre al bolsillo delantero de mi pantalón, procurando que sus ojos grises no me hipnoticen del todo.

<< ¿Por qué me va a explotar el pecho? >>

Ella desvía la mirada hacia la llave que sostengo en mi mano a la altura de nuestros pechos. La misma que me ha acompañado a todos lados desde que recibí su última carta. Mikasa separa los labios e inhala sonoramente por la boca en una expresión de asombro, sin apartar los ojos del objeto que se interpone entre nosotros. Yo sujeto su mano con más fuerza.

— Perdona, Mikasa, pero...— una fuerte presión en el pecho me obliga a hacer una pausa para tomar aire—. Perdona, ¿nos conocemos?