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Capitulo 9: Las sorpresas en exceso son malas para la salud, aunque sean buenas sorpresas.

Stefan no creía ser el mejor padre del mundo, pero amaba a su hija.

Quien había escogido hoy de todos los días para dejar de ser una "princesa" y convertirse en un Ángel.

Si toda esta locura de los cuentos de hadas era real.

Si era bondad lo que el director buscaba.

Todos tenían razón.

Se la llevaría a ella.

A su Sophie.

En ese momento Stefan abrió la puerta de la habitación de Sophie, traía más tablas bajo el brazo, decidido a reforzar la ventana del cuarto de su hija.

- SOY LINDA! ¿BIEN?!

-…

Stefan quedo en blanco al entrar y escuchar esto, no por que fuera la primera vez que en esa habitación se escuchaban palabras de auto alabanza, sino porque la persona que las pronunciaba no era su hija.

Era Agatha, la mejor amiga de su hija, la hija de Callis, alguien que huía como alma que lleva el diablo cada vez que veía que su hija se acercaba con un esmalte de unas en mano.

A hora no solo gritaba que era linda, también llevaba un vestido.

Era uno sencillo que le había comprado a Sophie precisamente para hoy, para que se viera más normal, pero como se esperaba termino al fondo del baúl.

— Hola papá - saludo Sophie.

— Buen día - saludo Agatha tan bajito que pudo ser el murmullo de un ratón.

La pobre niña estaba sonrojada hasta las orejas, quería que el suelo se abriera y se la tragara o que los cielos tuvieran compasión y un rayo la fulminara allí mismo.

Pero como la vida no es justa, siguió allí con perfecta salud y un largó futuro por delante.

Demostrando una falta de piedad y la maldad más profunda y oscuras a los ojos de su amiga.

Sophie la tomo de los hombros y la puso frente a su padre para luego preguntar.

- ¿Qué tal? ¿Guapa cierto?

Agatha alcanzó un nuevo tono de rojo intenso, mientras Stefan abría los ojos hasta que las niñas temieron que se le cayeran como lo hicieron las tablas que sostenía.

No podía creé que su hija estuviera buscando cumplidos para alguien que no fuera ella misma, por muy amiga suya que Agatha fuera.

Luego de unos minutos y de que Sophie lo llamara varías veces, se sacudió el aturdimiento agitando La cabeza.

- Las 2 están preciosas – contesto mientras recogía las tablas que previamente había dejado caer.

Se encaminó directo a la ventana de su hija con una mirada de resolución y el aura de un hombre con una misión decidido a cumplir.

Pero, cuando llegó a la ventana notó que las tablas que colocó esta mañana no estaban.

- Sophie – llamo listo para soltar un sermón.

- Las toque y se cayeron solas – aclaro - sólo había 2 tablas que si estaban clavadas y las demás estaban clavadas sobre esas y para colmó las dos tablas solo tenían un clavo cada una.

Podía seguir enumerando errores en las formas de montar barricadas de su padre pero ya parecía demasiado golpeado con lo poco que dijo.

Stefan sentía como su orgullo se rompía a pedazos con cada palabra de su hija, por lo que había entendido la única forma de haberlo hecho peor, era clavado las tablas al piso en lugar de a la ventana.

- No te sientas mal papá - oyó como lo consolaba su hija – no se puede ser bueno en todo algún defecto debías tener.

"Al menos no me cree un inútil" se consoló a sí mismo.

Stefan dejo escapar una sonrisa que no duro mucho, solo podía pensar en lo adorable que estaba siendo su hija hoy, ese espantoso espectro (si es que existía), trataría de llevársela.

Sophie viendo que su primer intento fracaso volvió de nuevo a la carga.

- ¿Como están Honora y mis nuevos hermanitos? ¿No los has visto hoy?

Stefan dejo caer las tablas una vez más.

- ¿Qué has dicho? - pregunto el pobre hombre aturdido.

No parecía que pudiera con más sorpresas ese día por muy buenas y maravillosas que fueran.

- Honora, Adam y Jacob - enumeró - ¿los has visto?

Stefan siguió mirándola embobado.

- Papá! - llamo Sophie mientras sacudía su brazo.

Stefan agito la cabeza para volver a la realidad.

- Si... si pasaron por aquí - respondió todavía algo aturdido – estaban preocupados por ti – comenzó a contar más despejado - también creen que serás la elegida, honora cree que deberías vestirte más sencilla al menos por hoy.

Stefan todavía recordaba las palabras de una preocupada Honora.

"Sus vestidos y modales son demasiado como los de una princesa y su cabello, por dios Stefan, ¡no hay ninguna princesa en los libros que lo tenga tan hermoso, parecen rayos de sol!"

Lo pensó un momento y decidió contárselo a su hija, aunque Honora no lo había dicho con esa intención, el camino más rápido al corazón de su hija eran los halagos, y el planeaba arrancar cada oportunidad que tuviera para que su nueva familia fuera lo más feliz posible.

- Eso fue lo que dijo – concluyo Stefan – aparentemente nadie en esta aldea considera otra opción - dijo amargamente – lo mismo para ti Agatha - prosiguió indignado – la mayoría de esos tontos cree que tú, serás la otra candidata, que tontería; Soy testigo de que nunca has hecho nada para dar credibilidad a esas tonterías, eres de las chicas más dulces que conozco.

- Gracias – dijo Agatha en un susurro.

Parecía que había colmado su cuota de halagos por hoy.

- Dale las gracias a Honora de mi parte por la preocupación- Sophie intento una vez más desviar la conversación.

La tercera es la mágica.

Stefan asintió, todavía sin poder creer lo que escuchaba.

- De hecho - continúo Sophie – porque no los invitas a merendar a merendar, Adam y Jacob amaran mis galletas – afirmo con aire de suficiencia.

Su nariz tan alta que apuntaba al techo.

- ay!

- Qué? - se sorprendió Sophie al oír a su padre quejarse.

- No, nada – Stefan negó y se aclaró la garganta – los llamaré.

Camino hacia la puerta a grandes zancadas y, tan de repente como había llegado, se fue.

Stefan se había pellizcado a sí mismo, para comprobar si el día de hoy había sido todo un sueño.

No lo había sido.

Todavía aturdido por los cambios de su hija, fue a llamar a Honora y los niños para merendar juntos, y talvez conseguir una opinión femenina de esto, talvez fuera alguna de esas cosas que solo entienden las mujeres.

Sophie y Agatha se miraron entre sí para luego encogerse de hombros y estallar en carcajadas.

El peor día del año en Gavaldón, estaba siendo el más divertido en la vida de dos chicas muy peculiares.