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Capítulo 53: En el bosque 1.

—Mmm—dijo una voz debajo de ellos.

Al mirar hacia el suelo vieron un gnomo de un metro veinte de estatura que los miraba desde un agujero con cara de pocos amigos.

Tenía la piel arrugada y marrón, vestía un abrigo verde con cinturón y llevaba un sombrero puntiagudo color naranja.

—Mal grupo—murmuró.

Rezongando en voz alta, Yuba, el gnomo, salió de su madriguera, abrió la verja con un pequeño bastón blanco y condujo a sus alumnos al Bosque Azul.

Por un momento, todo el mundo olvidó los rencores y observó maravillado el paraíso azul que los rodeaba.

Cada árbol, cada flor, cada brizna de césped brillaba con un tono diferente.

Los finos rayos del sol se colaban entre las cerúleas copas de los árboles, pintando los troncos de color turquesa y las flores de azul marino.

Los ciervos pastaban en lilas azules, cuervos y colibríes farfullaban entre ortigas color zafiro, ardillas y conejos corrían entre brezos azul cobalto para reunirse con las cigüeñas que abrevaban en un estanque ultramarino.

Ninguno de los animales pareció asustarse o molestarse en lo más mínimo ante la presencia de los alumnos.

Cerca de ellos, Sophie alcanzo a ver una bandada de estínfalos óseos que dormían en un nido azul.

Sophie reconoció al que los había traído a la escuela.

Aric y Japeth parecieron reconocer al que lo trasporto a ellos, porque sacaron los cuchillos y parecían listos para convertirlo en caldo de hueso.

— Les recuerdo que, si matan a uno de esos pájaros, lo más probable es que ustedes lo remplacen – comento casualmente Sophie.

Los chicos se lo pensaron mejor y bajaron los cuchillos.

Sophie colocó una mano en la espalda de cada uno y los guio lejos de las indefensas aves.

Mientras los alumnos lo seguían, Yuba narró la historia del Bosque Azul con voz entrecortada y soporífera.

Hace mucho tiempo, no había clases compartidas entre los alumnos de la Escuela del Bien y los de la Escuela del Mal.

Por el contrario, los alumnos se graduaban directamente de su escuela e iban al Bosque Infinito.

Pero antes de poder entablar batalla, el Bien y el Mal inevitablemente caían presos de jabalíes hambrientos, diablillos ladrones, arañas exóticas y, a veces, tulipanes antropófagos.

—Habíamos olvidado algo evidente —observó Yuba—. No es posible sobrevivir en un cuento de hadas si no se puede sobrevivir en el bosque.

Así, la escuela creó el Bosque Azul como terreno de entrenamiento.

El follaje azul característico nació de hechizos protectores que impedían el paso de intrusos, y al mismo tiempo recordaba a los alumnos que era solo una imitación de otros bosques traicioneros.

Los alumnos percibieron en carne propia lo traicionero que podía ser el bosque real cuando Yuba los llevó del otro lado del pórtico norte.

Aunque el sol aún brillaba en la tarde de verano, el bosque oscuro y denso lo repelía como un escudo.

Era un bosque de noche eterna; las sombras oscurecían cada centímetro de follaje verde.

Mientras sus ojos se acostumbraban a la profunda oscuridad, los alumnos pudieron ver un pequeñísimo sendero que se abría entre los árboles, como la línea de la vida en la palma de un anciano.

A ambos costados del sendero, las enredaderas estrangulaban a los árboles hasta transformarlos en una masa compacta, y apenas crecía sotobosque entre la vegetación.

Lo que prevalecía del suelo había quedado enterrado bajo espinas destrozadas, ramitas filosas y una manopla de telarañas.

Pero nada de esto asustó a los alumnos tanto como los sonidos provenientes de la oscuridad más allá del sendero.

Gemidos y bufidos hacían eco en las entrañas del bosque, mientras ruidos ásperos y gruñidos agregaban una armonía macabra.

Entonces los alumnos comenzaron a ver qué causaba esos ruidos.

Desde las profundidades de ónice, ojos en pares los observaban:

Diabólicos ojos rojos y amarillos, parpadeantes, desaparecían y volvían a aparecer más cerca que antes.

Los ruidos terribles se tornaron más fuertes, los ojos demoníacos se multiplicaron, el bosque crujió con vida, y justo cuando los alumnos vieron unas siluetas acechantes que avanzaban desde la niebla…

—Por aquí —les indicó Yuba.

Los alumnos salieron corriendo por la verja y siguieron al gnomo hacia el Claro Azul sin mirar atrás.

Cómo sobrevivir a los Cuentos de Hadas era como las demás clases, les explicó Yuba, parado en un tocón turquesa, y para cada desafío los alumnos se clasificaban de 1 a 16.

Solo que ahora había algo más en juego:

Dos veces por año, cada uno de los quince grupos enviarían a su mejor Siempre y a su mejor Nunca para competir en la Gran Prueba de la escuela.

Yuba no dio más explicaciones sobre esta misteriosa competencia, excepto que los ganadores recibían cinco calificaciones de primer lugar.

Los estudiantes de su grupo se miraron entre sí; todos pensaban lo mismo:

El que ganara la Gran Prueba sin duda sería Capitán de Clase.

—Ahora bien, existen cinco reglas que separan al Bien del Mal —prosiguió el gnomo, y las escribió en el aire con su bastón humeante.

1. El Mal ataca. El Bien defiende.

2. El Mal castiga. El Bien perdona.

3. El Mal lastima. El Bien ayuda.

4. El Mal quita. El Bien ofrece.

5. El Mal odia. El Bien ama.

—En la medida en que obedezcan las reglas que les corresponden, tendrán la mejor posibilidad de sobrevivir a su cuento de hadas —Yuba explicó al grupo reunido sobre el césped azul marino—. Debería serles fácil cumplir con estas reglas, claro está. ¡Han sido elegidos para sus escuelas precisamente porque las representan en su nivel más alto!

—Pero primero deben aprender a reconocer el Bien y el Mal —manifestó Yuba—. En el bosque, las apariencias, a veces, engañan. Blancanieves estuvo a punto de morir porque pensó que una anciana era amable. Caperucita Roja se encontró en el estómago de un lobo porque no reconoció la diferencia entre familia y demonio. Hasta a Bella le costó distinguir entre una horrible bestia y un noble príncipe. Tuvieron un sufrimiento innecesario. No importa cuánto se disfracen el Bien y el Mal, siempre pueden diferenciarse. Deben prestar mucha atención, y deben recordar las reglas.

Para el desafío de la clase, anunció el profesor, cada alumno debía distinguir entre un Siempre y un Nunca disfrazados, por medio de la observación de su comportamiento.

Aquel que identificara correctamente al alumno del Bien y al alumno del Mal más rápido, recibiría el primer lugar.

Hort se ofreció para empezar.

Apenas ató la andrajosa venda sobre sus ojos, Yuba señaló con su bastón a Millicent y a Ravan, quienes, por arte de magia, se marchitaron en sus atuendos rosa y negro y se hicieron cada vez más pequeñas, hasta que salieron deslizándose de los vestidos en forma de cobras idénticas.

Hort se quitó la venda.

—¿Y bien? —inquirió Yuba.

—Para mí son iguales —respondió Hort.

—¡Ponlas a prueba! —lo regañó Yuba— ¡Usa las reglas!

—Ni siquiera las recuerdo—repuso Hort.

—¡Siguiente! —refunfuñó el gnomo.

Para Dot, transformó a Beatrix y a Hort en unicornios.

Pero uno de los unicornios comenzó a imitar al otro y viceversa, hasta que ambos brincaron de un lado a otro como mimos haciendo mímica. Dot se rascó la cabeza.

—¡Regla uno! ¡El Mal ataca! ¡El Bien defiende! —vociferó Yuba—. ¿Quién comenzó, Dot?

—¡Ay! ¿Podemos empezar otra vez?

—No solo malo—farfulló Yuba— ¡Pésimo!

Entrecerró los ojos para leer su pergamino con nombres.

—¿Quién quiere disfrazarse para Tedros?

Todas las chicas Siempres alzaron la mano.

—Tú todavía no fuiste —indicó Yuba, señalando a Sophie—. Y tú tampoco —dijo a Agatha.