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Capítulo 49: talentos 2. 

El demonio se despegó de su piel y adquirió vida propia; avanzó hacia Sophie, lanzando llamas rojas hacia su cabeza.

Sophie se dejó caer hacia atrás para evitarlas, derribando una biblioteca.

La bestia, del tamaño de un zapato, lanzó un rayo para incendiar su ropa, pero Sophie lo esquivo.

En un par de rápidos movimientos llegó al frente del aula, luego de lanzar un libro al demonio que lo distrajo por unos segundos.

—¡Usa tu talento, niña rubia e incompetente! —vociferó Sheeba. — O puede ser que tu talento sea el parkour.

— Uno de tantos - comento Sophie al pasar por su lado.

Como para enfatizarlo, saltó sobre un par de escritorios con facilidad y consiguió llegar a la ventana que abrió de par en par.

—¡Tu talento! —rugió Sheeba.

Sophie arrojó otro libro al demonio y lo retrasó.

Pero se recuperó rápidamente.

El demonio, con una sonrisa letal, sostuvo un rayo en alto como si fuera un puñal.

Sheeba se precipitó para intervenir y Anadil le hizo una zancadilla.

Dando chillidos, el demonio apuntó a la cara de Sophie.

Pero cuando el demonio estaba a punto de lanzar el rayo, Sophie Giró hacia la ventana y emitió un magnífico silbido.

Ante la señal, un enjambre de avispas negras entró por la ventana y se abalanzó sobre el demonio.

Hester saltó hacia atrás, como si la hubiesen apuñalado.

Volvió a silbar, pero esta vez irrumpieron murciélagos, que hundieron los colmillos en el demonio mientras las avispas lo seguían picando.

El demonio se desplomó al piso como una polilla chamuscada.

En su asiento, la piel de Hester se tornó blanca y húmeda, sin sangre.

Sophie silbó más fuerte, más alto, llamando así a un enjambre de abejas, avispones y langostas, que asaltaron a la criatura mientras Hester se retorcía violentamente.

En un rincón, Sophie se quedó viendo mientras los villanos, gritando, espantaban al enjambre para alejarlo del demonio con libros y sillas, pero este, sin piedad, siguió atacando salvajemente hasta que Hester dio su último estertor.

Sophie decidió que eso era suficiente.

—¡ALTO! - dijo con firmeza y fuerza para que la escucharan por sobre el ruido de los otros alumnos.

El enjambre se quedó quieto. Como niños, gimotearon obedientes y huyeron por la ventana en una nube negra.

Con un resuello sibilante, el demonio herido se arrastró hasta Hester y se desmoronó en su cuello.

Hester se atragantó y tosió, vuelta a la vida.

Miró boquiabierta a Sophie, muerta de temor.

Sophie se acercó a ella para ayudarla.

—Si Tú dejas las bromas - comenzó Sophie - yo dejo las mías - le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.

Hester rechazó su contacto.

Sophie se encogió de hombros.

Tendría que repasar las referencias para mañana.

No es que le molestara.

— Explícate! – exigió la profesora.

Por la sorpresa aún no se levantaba del suelo.

Era algo gracioso verla exigir desde su posición tirada en el suelo.

— Mi talento - comenzó a explicar Sophie - es el mismo que de todas las princesas, pero en malvado, belleza, canto, amigos animales, etc.

—¡Gracias, Belcebú!

Sophie se dio vuelta.

Le sonrió a Hester con dulzura y le envió otro beso.

—¡Parece una princesa! ¡Se comporta como princesa! ¡Pero es una bruja! —exclamó Sheeba mientras se levantaba con esfuerzo—. ¡Ya verán, mis inútiles! ¡Ella ganará la Corona del Circo!

Sophie vio hacia las tres brujas y noto que sus compañeras ya no la miraban con desprecio o para ridiculizarla.

La miraban con otra actitud: respeto.

Con cada minuto que pasaba, el puesto número uno entre los villanos era cada vez más seguro.

Sophie volvió a su asiento entre Aric y Japeth con los andares de una reina.

— Cuento contigo para robarme el espectáculo - le susurró a Japeth.

El chico le guiñó un ojo, se había dado cuenta de que Sophie no le creía para nada, que él supiera de costura y en cierta forma se lo agradecía.

— Tu igual - dijo Sophie golpeando el costado de Aric, este cuadro los hombros y asintió solemnemente, aunque una risa se traslucía en su mirada.

— ¿Y yo qué? - preguntó a Adam.

— ¿Sabes cuál es tu talento? - preguntó Sophie.

— Ser encantador – Le sonrió el niño dulcemente.

— Tal vez no te debería dejar tanto tiempo con Japeth y Aric – comento Sophie recelosa.

— ¡Eh! No nos culpes a nosotros – se quejó Japeth.

— Ya era así cuando lo encontramos – secundo Aric.

— Lo sé, es genético – aclaro Sophie – herencia paterna, pero considero que lo está desarrollando más rápido cerca de ustedes.

—…

—…

Los dos chicos no supieron qué contestar a eso.

Si fue porque Sophie tenía razón o por el descaro de la declaración.

Es una pregunta que jamás obtendrá respuesta.

— Adam, ese no es talento, no de la clase de la que hablamos a hora.

Adam se lo quedó pensando, pero no supo qué responder.

— Aún tienes tiempo pequeñín - le dijo Aric.

Adam asintió, pero enseguida sacó el libro de esa clase y comenzó a buscar cómo descubrir su propio talento.

Mientras tanto, el turno de Aric había llegado.

— Y bien cuál es tu talento? - preguntó la profesora, aparentemente no esperando nada más increíble que lo que acababa de ver.

— Puedo manejar cualquier arma – contesto Aric con simpleza - aunque nunca antes la haya tocado.

La profesora parpadeó.

No se esperaba otra sorpresa.

Pero aun con dudas de su buena suerte, decidió confirmar.

— ¿La que sea? - Preguntó ella.

— la que sea - confirmó él.

— ¿Qué armas has probado? - pregunto la profesora entre cerrando los ojos con duda.

— Cuchillos y espadas de todo tipo, látigo, bastón, nunchaku, lanza, escudo y espada, doble empuñadura… — así siguió enumerando los más comunes.

— ¿Qué tal, tridente? - preguntó a la profesora.

Aric frunció el ceño y negó con la cabeza.

— ¿Está tratando de insinuar algo? - pregunto con burla Aric.

— Nada que no te hallan dicho a la cara, joven demonio – descarto con un gesto la maestra – ya que no has usado uno, entonces es perfecto como prueba - dijo la profesora y yendo a un baúl al final del aula.

Luego de sacar una amplia cantidad de armas encontró lo que buscaba, un tridente dorado al más puro estilo de Aquaman estaba en sus manos.

Aric se levantó y fue por el tridente estudiándolo con admiración.

Comenzó a moverlo y tras unos segundos lo balanceaba y empuñaba como si hubiera nacido con él en las manos, la profesora quedó impresionada.

Fue sacando diferentes armas a las que sabía que un niño de Foxwood jamás hubiera tenido acceso. Martillos, mazas, sansetsukon, lanza de asta, alabarda, algunos tipos de espadas y dagas exóticas que Aric jamás había visto al ser demasiado costosas o de otros países.