webnovel

Capítulo 45: Ayúdame por favor 2. 

—¿Quieres que te ayude? —murmuró ella.

La gárgola derramó lágrimas de esperanza.

—Pero… Pero… No sé cómo lo hice—tartamudeó—. Fue… Un accidente.

La gárgola la miró a los ojos y pudo ver que Agatha decía la verdad. Se desplomó al piso, desparramando cenizas alrededor.

Mirando al monstruo, sabiendo que era solo otro niño perdido, Agatha pensó en todas las criaturas de este mundo.

Ellas no cumplían órdenes porque fueran leales.

No ayudaban a las princesas porque eran cariñosas.

Lo hacían con la esperanza de que algún día, la lealtad y el amor brindados tuvieran su recompensa en la forma de una segunda oportunidad como seres humanos.

Solo por medio de un cuento de hadas podrían encontrar el camino de regreso.

A sus personalidades imperfectas, a sus vidas sin historias.

Ahora ella era también uno de estos animales que buscaba la salida.

Agatha se inclinó y tomó la mano de la gárgola entre las suyas.

—Desearía poder ayudarte —murmuró—. Desearía poder ayudarnos a todos a volver a casa.

La gárgola apoyó la cabeza en su falda.

Mientras los setos en llamas los encerraban, el monstruo y la joven lloraron abrazados.

Agatha sintió que la piedra se suavizaba.

La gárgola se sacudió hacia atrás, atónita.

Mientras se ponía de pie tambaleando, su coraza de piedra se resquebrajó… sus garras se convirtieron en manos… sus ojos se encendieron, inocentes.

Sin poder creerlo, Agatha corrió hacia él, esquivando las llamas, justo cuando la cara del monstruo comenzaba a convertirse en el rostro de un niño.

Con un grito de alegría, Agatha extendió su mano…

-----------------------------------------------------------------------------------------------

DETRÁS DE Él.

---------------------------------------------------------------------------------------------

Y una espada atravesó el pecho del niño.

La gárgola soltó un grito lastimoso.

Agatha se dio vuelta, horrorizada.

Tedros atravesó una pared de fuego, dirigiendo su impulso hacia el cráneo con cuernos de la gárgola, Excalibur en mano.

—¡Espera! —gritó.

Pero el príncipe contemplaba cómo la conmemoración de su padre era consumida por las llamas.

—¡Bestia asquerosa y maligna! —exclamó, asfixiándose.

—¡No!

— BASTA! - se escuchó una voz que resonó por todo el patio.

Tedros quedo paralizado en posición de ataque con su espada sobre el cuello de la gárgola.

La pobre criatura se había quedado a media transformación, respiraba con dificultad, pero la espada no había alcanzado el corazón.

De entre las llamas, Agatha vio salir al Director del mal y tras él venía a toda carrera Sophie seguida por una chica de cabello negro, vestida con plumas negras.

— ¡Si es posible curarlo!, si no estabilizarlo, la profesora Dovey debería llegar pronto – Sophie ordeno a la chica tras ella mientras se precipitaba hacia Agatha y la estrangulaba en un abrazo de oso – y yo soy la extravagante!

Agatha le devolvió el abrazo a su amiga y soltó algunas lágrimas de susto y alivio.

— Tranquila – la consoló Sophie mientras acariciaba su cabello – todo estará bien, ya paso.

En eso escucharon un grito de indignación.

— TEDROS PENDRAGON! - retumbo una vez más la voz de Rafal.

Al sonido de esta voz, Tedros recupero la movilidad y termino el movimiento, pero Excalibur ya no se encontraba en sus manos.

Se volteó hacia el director y vio como él sostenía el arma legendaria.

— ¿Se podría saber? - pregunto con un tono más bajo y peligroso – que era lo que hacías?

— Rescatar a la chica, y matar a la bestia maligna – dijo con convicción.

— Para eso – comenzó a explicar con paciencia y entre dientes el director – tendría que haber una chica en peligro y una bestia, yo estaba mucho más lejos y pude ver que la gárgola solo estaba de rodillas ante Lady Agatha…

— Incendio el patio – lo interrumpió Tedros – y las torres Honor y Pureza están destrozadas…

Rafal lo silencio con un gesto y con otro arrojo a la fuente el pedazo de techo que estuvo a punto de aplastarlos.

El director vio a su alrededor y suspiro, puede que ese no fuera su sección, pero seguía siendo su escuela y verla en ese estado le dolía más de lo que nunca admitiría.

Libero una ola de fría oscuridad que apago las llamas de inmediato, y quito todo lo que pudiera dañar a los presentes antes de volver con el sorprendido alumno.

— Los destrozos de las torres fueron causados por los animales y no veo a ninguno empalado – continuo – y ellos si atacaron a los alumnos, ¿por qué no salvaste a esas princesas? - pregunto con ojos perspicaces.

Parecía que ya sabía la respuesta, pero quería oírlo de labios del príncipe.

— Vi el incendio y… — comenzó Tedros pero se interrumpió.

— Y…? - insistió Rafal.

El príncipe se sonrojó un poco y agacho la cabeza.

— Vi como caían los árboles y setos…— su voz se fue apagando.

— ¿Los de tu padre?

—Sí.

— ¿Entonces atacaste a la criatura responsable de incendiar el recuerdo de Arturo?

Tedros levanto la cabeza y cuadro los hombros.

— Si – dijo con firmeza.

— Y ese crimen merece la muerte? - pregunto Rafal seriamente.

Su mirada de reprobación hizo que Tedros se agachara una vez más.

— Yo…— comenzó, pero fue interrumpido.

— Allí convalece la vil criatura que destruyo el jardín al ego de tu difunto padre – señalo al costado de ambos.

Tedros se enojó por la forma en la que hablo de su padre, pero dirigió su mirada a donde el director señalaba.

En lugar de una gárgola vio a un niño de unos 13 años con cabello y ojos negros.

Usaba lo que parecía el uniforme para príncipes de hace 200 años.

A Tedros se le cayó el alma a piso cuando vio que el chico tenía un agujero en uno de sus pulmones.

Un agujero que ya lo habría matado si no fuera por la chica que lo ayudaba con magia.

Una herida que brillaba con magia que conocía muy bien.

Una herida de Excalibur.

Una herida hecha por él.