En medio del inmenso océano en la Tierra, un gigantesco haz de luz blanca golpeó repentinamente el mar. Esto causó que se formaran gigantescas olas que se extendieron por cientos y cientos de millas. Desde la distancia, parecía que alguien había lanzado una enorme roca en una estanque y las ondulaciones se propagaban desde ella.
Eventualmente, la gigantesca luz blanca comenzó a desvanecerse. El poder que emitía comenzó a desaparecer, y ahora, cayendo del cielo, Quinn podía ver el mar frente a ellos.
Quinn movía rápidamente sus manos mientras veía cómo el oscuro océano azul se acercaba cada vez más a él.
—¡Ese maldito dios ni siquiera me dio tiempo para prepararme! Si lo vuelvo a encontrar, lo voy a ahogar en esta agua! —Gritó Quinn.
—¿Ahogarlo? —Sil respondió, cayendo casualmente por el aire— No creo que eso sea posible con un dios basado en un pez. Espera, ¿pueden ahogarse los peces? Estoy seguro de que no pueden? —
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