—Gracias por recibirnos, patriarca Yin. Se hace tarde, así que no lo distraeremos más tiempo —Lonemoon dejó el contrato en la mesa y levantó su copa de vino para brindar con el anfitrión que se sentaba en la cabecera.
—¡Ah! ¡Eh! —Yin Feng se había quedado en silencio, pensando en aquel contrato desigual, y Lonemoon ya planeaba irse.
—Vamos —Lonemoon jaló a Shen Ying para que se levantara.
—Ah. —habiéndose llenado, Shen Ying se sacudió las manos y se levantó—. Este, cómo sea que se llame usted…, muchas gracias. ¡Adiós!
Yin Feng no tuvo otra opción más que despedir a sus invitados. No servía de nada lamentarse. Solo podía poner una sonrisa y llevar a sus invitados a la puerta principal.
—¡Adiós, Patriarcas! —Lonemoon ahuecó sus puños y puso su mejor sonrisa de hombre de negocios.
—¡Tengan cuidado, Compañeros Daoistas!
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