—¿Hermano, te mudarás aquí para quedarte conmigo? —preguntó Marianne, las palabras que atemorizaban mi corazón.
—Oh, ¿así que ahora sí te importo, eh? —preguntó él y ella bajó la cabeza con culpa.
—Te pido disculpas, hermano, perdóname esta vez y prometo que te ayudaré a lidiar con padre cuando se entere de que nuevamente rompiste las reglas —negoció ella, pero el hombre simplemente la miró fijamente.
—Y también tendrás que hornear galletas para mí personalmente —añadió él y ella se rió.
—¡Jamás imaginé que supieras cocinar! Me sorprendió y nunca podría imaginar a este hombre musculoso y fuerte aficionado a algo dulce como las galletas. Su constitución indica que todo lo que comía eran animales que también estaban medio cocidos y medio crudos.
—Eso es porque ella no podía —dijo Marianne en un tono cortante, provocando una risotada del gigante.
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