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VEINTIDÓS

El calor abrazaba la piel de Led Starcrash, la amenaza de ser cocinado como un cerdo horneado era real. Desde sus espaldas, llegó un sonido lastimero, Madeline Weine se hallaba aferrada a la mesa del jurado, incapaz de moverse. Led salió de su trance y corrió hasta ella; sólo bastó con tocar sus hombros para que la mujer cayera en la histeria.

—Señorita Weine, debe controlarse —le exigió, procurando alzar la voz para hacerse escuchar sobre el desastre. Sus manos se cerraban con fuerza alrededor de los hombros de la mujer—. Debe calmarse y correr hacia la salida. No se detenga por nada del mundo, ¿me escuchó? —La mirada de la profesora reflejaba confusión—. Señorita Weine, ¿escuchó lo que le dije?

La mujer asintió en silencio, los temblores se habían esfumado al igual que sus gritos. Sus manos tocaron el rostro de Led en forma de agradecimiento y luego desapareció entre la multitud y el humo que despedían las llamas.

La alarma contraincendios chillaba, mientras la delicada lluvia de los aspersores parecía evaporarse a mitad de su descenso. Aquel no era un fuego normal, y se necesitaría más que un simple sistema contraincendios para extinguirlo. Las energías espirituales se agitaban a su alrededor, y una sensación de ira lo invadía todo.

—¡Mamá! —llamó. ¿Cómo era posible que a estas alturas se diera cuenta de su ausencia? Al igual que sus amigos, ninguno de los presentes aguardaba en el lugar donde habían estado antes de instaurarse el caos.

‹‹De seguro fueron arrastrados por la multitud››, se convenció Led.

Una viga se desplomó a pocos centímetros de él, la impresión lo hizo perder el equilibrio y caer del escenario. Un ardor invadió las palmas de sus manos y, al examinarlas, la sangre manaba en finos filillos; había caído sobre una cubierta de vidrios rotos. El humo negro se alzaba por todos lados, y escocía la garganta del mestizo a muerte. Alzó el brazo y flexionó el codo para cubrir parte de su rostro y filtrar un poco aquella cortina que amenazaba con asfixiar a todos.

Como pudo, consiguió ponerse de pie y girar sobre sus tobillos para escrutar el lugar con la mirada y dar con su madre o algunos de sus amigos. Columnas de fuego, escombros humeantes, cuerpos carbonizados, personas huyendo como hormigas y… ¡Candace!

A unos metros, junto a uno de los pilares que rodeaban lo que en el pasado fue una pista de baile, la pelirroja lidiaba con una pared de fuego que se interponía entre sus pinturas. Un rechinido, Led alzó la mirada y advirtió que una masa de concreto amenazaba con sepultar a la chica.

—¡Candace! —gritó, y, valiéndose de una velocidad impresionante, consiguió apartarla de una tacleada justo cuando los escombros cayeron—. ¿Estás bien? —preguntó luego de ayudarla a levantarse—. ¿Qué crees que estabas haciendo? Casi mueres por unas pinturas… Deberías salir de aquí.

—¡No puedo dejarlas! —protestó la chica. Intentó avanzar hacia las llamas, pero Led la retuvo entre sus brazos, ganándose un sinfín de insultos y pataleos—. ¡Suéltame! ¡No lo entiendes!

—¡No voy a dejar que mueras por unas pinturas!

—¡No puedo perderlas! —Candace se derrumbó, aun atrapada por el abrazo de Led. Lloraba sin control y no paraba de repetir el nombre de su novio—. Es lo único que me queda de Jackson—confesó con gran dolor. El cabello se le derramaba sobre sus hombros en una salvaje maraña cubierta de hollín y puntas chamuscadas, lo mismo sucedía con su vestido y algunas zonas de su tez.

Led sintió el pesar de la chica, el amor a un pasado que todavía seguían latente. Entendía la posición de Candace, y sabía que él habría hecho lo mismo…

—Aguarda aquí —le ordenó, apartándola a un lado. Sin vacilar, atravesó la pared de fuego, dejando atrás los gritos de Candace.

‹‹¿Estás loco? ¿Acaso quieres morir? Peor aún, ¿acaso quieres matarme? —protestó su contraparte. Led decidió ignorarlo—. Sal de este lugar cuanto antes››

El fuego había reclamado las obras de la chica, sin embargo, una de ellas seguía intacta. Sin dejar de cubrir el rostro con su brazo, tomó el lienzo y regresó con Candace sin perder un valioso segundo.

—¡Dios mío! ¿Por qué hiciste eso? —le riñó la joven con histeria. Sus emociones habían colapsado, al igual que su maquillaje.

—El fuego se llevó las otras —declaró con pesar. Ignorando los reproches de la pelirroja, Led le entregó la pintura, y Candace, al percatarse de quien era la sobreviviente, la abordó una enorme sensación de paz—. Lo lamento mucho, Candace.

—Ésta era la más importante —susurró, enjugando sus ojos.

—¡Tenemos que irnos!

Candace marchó a la cabeza. El salón ya estaba casi vacío, lo que fortaleció la idea de que su madre lo esperaba afuera, sana y salva junto al resto de los sobrevivientes. A pocos metros de llegar a los restos de la salida, ambos jóvenes se vieron obligados a detenerse por culpa del horror que los esperaba: Aquello era como un campo de guerra, cientos de cuerpos carbonizados yacían desperdigados en aquella sección; si querían salir del infierno, debían marchar sobre los caídos.

—No puedo hacerlo —masculló Led, vibrando de pies a cabeza.

—No estás solo —La voz de la chica temblaba como lo haría una gelatina—. Podemos hacerlo.

Candace lo cogió de la mano y, con paso cuidadoso, decidió tomar las riendas de la marcha. Led intentaba no mirar al suelo, lo más sensato era enfocarse en la cabellera de la joven o en la columna que venía directo hacia ellos.

Sin previo aviso, empujó a Candace, justo cuando el pilar cayó para dar vida a una flameante barrera entre ellos

—¡Vete! —pidió él, agitando los brazos en una clara señal de que se marchara—. ¡Encontraré otra salida!

La chica vaciló, pero una tercera insistencia por parte de Led la hizo marchar.

—¡Buscaré ayuda! —soltó antes de atravesar las puertas.

Led retrocedió y marchó en dirección a su panel de exposición, recordaba que cerca de él se localizaba una salida de emergencias. Los ojos le ardían, cada pestañeo era una agonía y su garganta no parecía mejor; era como si un hilo de alambre de púas le atravesara la laringe para llevar a cabo una pésima endoscopia.

Por otro lado, la cabeza no dejaba de palpitarle, las energías espirituales se encontraban hechas un caos debido a las llamas infernales, y Led no era capaz de apartarlas, ni mucho menos de procesarlas; entraban a su cerebro a empujones. Sin duda alguna, aquello era obra de una habilidad, por lo tanto, ¿dónde rayos estaba metido Rakso? Y como si no fuera suficiente, las voces en su cabeza no paraban de gritarle órdenes ni de pelear entre ellas, incluso, el tintinear de las cadenas que aprisionaban al Led demoniaco le destrozaban los nervios.

El piso bajo sus pies se movía como una especie de balancín, mientras que las paredes giraban a su alrededor. Junto a un grupo de pinturas perdiéndose en el fuego, cayó a cuatro gatas, sufriendo arcadas con la terrible amenaza del vomito.

Escuchó voces a sus espaldas. Con torpeza, se dio la vuelta para recostar la espalda sobre las patas de una mesa y vislumbrar a Lux centellear un espinoso látigo contra algunos brazos de fuego que la emboscaban; Axel permanecía detrás de ella, sosteniendo una barra de metal entre sus manos.

—¡Axel! —llamó Led, empleando sus últimas fuerzas. Lamentó el grito, pues, el desgarre en su garganta empeoró.

El dueto pareció escuchar el llamado, ya que Axel blandía la improvisada arma contra las lenguas de fuego para abrirse paso en la dirección que se hallaba su amigo. Led intentó ponerse de pie, pero las migrañas se lo impidieron.

Lux advirtió el deplorable estado del mestizo, así que decidió tomar ciertos riesgos. De pronto, un aura violeta la rodeó como si se tratara de una fina cortina de seda, y, al estirar sus extremidades, surgieron dos chicas idénticas a ella; aquel dúo saltó a la carga, valiéndose de sus látigos y mortíferas danzas de ballet para acabar con los agresores ígneos.

Axel, en compañía del demonio de la lujuria, llegó hasta Led y de un tirón lo subió a su espalda.

—Tenemos que salir de aquí ahora.

—Déjamelo a mi —dijo el demonio, dispuesta a crear una salida en la pared del fondo.

Dos sombras se materializaron a las espaldas del grupo, y antes de que Lux ejecutara algún movimiento, un musculoso brazo la inmovilizó, la punta de una daga reposó sobre su cuello. Led volvía a estar en el piso, presenciando con estupor la escena.

Un hombre de tez marrón aprisionaba al demonio de la lujuria, Led lo reconoció gracias a su encuentro en el aeropuerto de Galeão. A pesar de la expresión soñolienta, la rabia que manaban sus ojos quedaría tallada por toda la eternidad en su memoria. Junto a Belzer se encontraba el captor de Axel, un joven bastante escuálido, de ojeras muy pronunciadas, piel anémica y ojos rosas. Supuso que debía tratarse de Evol, el demonio de la gula.

—Eccles está muy enojado, hermanita —ronroneó Belzer contra el oído de Lux, tras arrebatarle el látigo y deshacerse de los clones con un simple movimiento—. Supongo que no hace falta decirte lo que te espera al llegar a Babilonia.

Led, con los puños en alto, logró ponerse de pie y correr hasta los demonios con la intención de rescatar a sus amigos. Belzer rio divertido.

‹‹No parece gran cosa››, pensó el demonio de la acidia, al recordar las temibles profecías que rezaban en las antiguas escrituras.

De un manotazo, despidió al mestizo contra la pared que se alzaba al fondo. El crujir de sus huesos penetró los oídos del muchacho. Axel y Lux gritaron, como reprimenda, los demonios hicieron un gesto con la mano y sus bocas se borraron como si fueran simples dibujos hechos con tizas de colores.

—¡Escúchame bien, mestizo! —rugió Belzer. Su voz atronadora se alzó ante la destrucción que asolaba el salón. Led se obligó a mirarlo a la cara—. Dile a Rakso que el rey lo espera con ansias —Por el rabillo del ojo, lanzó un vistazo fugaz a Axel—. La invitación también va para ti.

Una columna de fuego se alzó alrededor de ellos, llevándose consigo a los tres demonios y a Axel, dejando tras de sí un eco de risa que rosaba esa fina línea que separaba la maldad de la diversión.

Led no podía dejar de llorar, de soltar maldiciones y frustrarse ante lo ocurrido. Habían secuestrado a su amigo, dos poderosos demonios se lo habían llevado al infierno. Las cosas no pintaban para nada bien. Intentó levantarse, pero fue inútil, estaba débil y las migrañas se negaban a mermar. Sus párpados pesaban como dos sacos de plomo, y el ruido a su alrededor parecía perder clamor al mismo ritmo que sus extremidades abandonaban cualquier rastro de sensibilidad. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces se presentaba ante las puertas de la muerte.

‹‹Déjame ayudarte››, pidió su contraparte. Led podía saborear el desespero de aquella entidad.

En silencio, negó con la cabeza, y las cadenas que aprisionaban a la criatura se tensaron aún más. No permitiría que un demonio tomara el control de su cuerpo, de hacerlo, significaría su propio desplazo. Además, no había garantía de que, una vez a salvo, el Led demoniaco fuera a rescatar a Axel y su fragmento de alma cautiva.

No podía dejar a ese demonio suelto, a ese asesino… No podía convertirse en ese monstruo, no otra vez…

—Perdóname, Led —susurró con su último aliento.

Y la oscuridad lo devoró todo.

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Las llamas se alzaban a su alrededor, girando sin parar en una turbulenta vorágine que amenazaba con calcinarlos. Olivia, vistiendo el chaleco de Rakso para protegerse del fuego, se mantenía pegada a él, como éste le había ordenado.

—¿Qué está pasando? —preguntó la joven, echa un amasijo de nervios. Sus manos se aferraban con mucha fuerza al brazo del demonio. Estaban acorralados al otro lado de la sala—. ¿Qué fue lo que provocó este incendio?

—Ten por seguro de que no es un fuego normal —contestó Rakso, invocando la guadaña en su mano derecha—. Esto es obra de mi última habilidad.

Olivia lo miró con ojos enormes.

—¿Las que Led y tu buscaban? ¿Esas habilidades?

Él asintió con la cabeza sin mediar palabra. Sus pensamientos se enfocaban en Led, y pedía a gritos que éste se encontrara fuera del salón, sano y salvo. El enemigo a enfrentar era peligroso, inestable, y sería un gran desastre si descubriera la verdad.

—Es hora de acabar con esto —dijo, adoptando una posición tanto ofensiva como defensiva. Olivia, al igual que Axel y Christine, eran muy importantes para Led, por lo que Rakso se veía obligado a protegerlos a cualquier costo—. ¡Muéstrate, Pyrus!

El anillo de fuego giró con más potencia, alzándose en una espiral que se arremolinó sobre sus cabezas hasta estallar y dejar al descubierto a un imponente ser alado. Llevaba los brazos cruzados sobre el pecho, en una actitud arrogante; sus alas, al igual que su cabello, eran de un mortífero fuego escarlata; vestía una gabardina como la que solía usar Rakso; y su piel resplandecía en un amarillo solar. Con elegancia, agitó el brazo, y una pared de fuego se alzó entre el demonio y la mortal. Rakso intentó ir por ella, pero la pared rodeó a la joven en un peligroso vórtice.

—Finalmente nos volvemos a ver, Rakso —Había odio, desprecio y dolor en aquella voz. Pyrus lanzó una mirada cargada de desdén a Olivia, la odiaba sin siquiera conocerla—. Así que esa es la mestiza —advirtió. La estructura del salón crujió amenazante—. ¿Qué te parece si llevamos esta reunión a otro lugar?

Chasqueó los dedos, y las llamas se alzaron directo al techo, atravesándolo y perdiéndose en los cielos con los gritos de Olivia

—Descuida, estará bien —le aseguró en cuanto vio su expresión—. Nos vemos en el parque Myrtle Edwards. Tú y yo. Si ganas, recuperas a tu preciada mestiza, pero si yo gano, te despedirás de ella y me los entregarás —Su índice apuntaba al medallón que permanecía incrustado en el pecho del príncipe—. Hasta pronto, Rakso.

Y sin más que decir, Pyrus se convirtió en un torbellino de fuego que surcó los cielos como una hermosa y terrible estrella llameante.

Las llamas del salón se apaciguaron un poco, permitiéndole al príncipe divisar a su compañero de aventuras, inconsciente, al otro lado de la sala. Entre palabrotas y gruñidos, corrió hasta él con el corazón tamborileándole a millón y lo zarandeó para despertarlo de su letargo. No hubo respuesta, pero el débil movimiento en su pecho le confirmaba que aún estaba vivo.

Se escuchó un rechinido, alzó la mirada y vio como la estructura del salón colapsaba. Con el brazo derecho, apretó a Led contra sí, mientras el fuego se avivaba y una pesada pila de acero y concreto se venía abajo, aplastando a todo aquel que no hubiera huido.

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Los ojos de Led se abrieron con violencia, y una terrible oscuridad nebulosa lo recibió en un silencio sepulcral. De no ser por la mirada escarlata de Rakso, habría jurado que se encontraba una vez más en el misterioso espacio donde aquellas dos entidades coexistían.

Las migrañas habían desaparecido, y su visión se ajustó luego de parpadear repetidas veces. Una cúpula de energía los envolvía, y, sobre ella, las humeantes ruinas de lo que una vez fue el Seattle Center Exhibition Hall.

—Hasta que al fin despiertas —saludó el demonio con cierto esfuerzo. Las perlas de sudor goteaban sobre el rostro del mestizo; estaban muy cerca el uno del otro—. Ya te daba por muerto.

—¿Q-qué ha pasado? —inquirió, mirando a su alrededor.

—Hubo un incendio, te desmayaste y el salón se nos vino encima —expuso, valiéndose de una sonrisa torcida—. De no ser por Vicky, estaríamos muertos.

Led miró una vez más el campo de energía que los envolvía; desprendía un delicado fulgor rosa, como los ojos de Vicky. Por primera vez, se permitió sentir satisfacción por aquella captura.

—Ahora lo recuerdo —Miró a Rakso preocupado—. Tus hermanos… Belzer y Evol estuvieron aquí. Se llevaron a Lux y a Axel.

Cuidando de no omitir algún detalle, Led le explicó sobre el encontronazo con los demonios de la acidia y la gula, y el mensaje que Belzer le había entregado por parte del rey. El príncipe de la ira apretó los labios. Debía reconocer que Eccles sabía agregarle drama a la situación, y con Pyrus haciendo de las suyas… ¡Pyrus!, recordó.

—El incendio fue provocado por una habilidad —explicó Rakso, con cuidado. Led advirtió que su compañero estaba por arrojarle algo más, así que tragó en seco y se preparó para el golpe decisivo—. Su nombre es Pyrus, y…

—¿Qué sucede? —lo apremió el mestizo.

Rakso inhaló.

—Se ha llevado a tu amiga… La ha convertido en un trofeo. Si pierdo esta pelea, ella morirá.

El mundo de Led volvió a girar con pesadez, las náuseas revistieron su estómago y la horripilante imagen de una Olivia carbonizada asoló el hilo de sus pensamientos. Primero, los príncipes infernales secuestran a Axel, y ahora, una habilidad psicópata tomaba a Olivia como rehén. Y su madre…

‹‹¡Mi madre!››, pensó, rebanándose los sesos por su paradero. ¿Estaría viva?, ¿lo estaría buscando? No dudó en preguntarle al demonio, pero éste negó con la cabeza para dejar en claro su desconocimiento.

—La perdí de vista cuando comenzó el ataque, pero estoy seguro de que está bien… Oye, oye —añadió, al ver que las lágrimas amenazaban los ojos del mestizo—, no llores, ¿sí? —Detestaba ver a su compañero en ese estado—. Van a estar bien, todos ellos. Ya verás que sí. Tu madre estará afuera buscándote, y tus amigos han demostrado ser muy fuertes. Te doy mi palabra de que están bien. Tanto a mis hermanos, como a Pyrus, les conviene mantenerlos vivos… Vamos a recuperarlos, ¿vale?

Led lo miraba impresionado, con ojos vidriosos y agradecido ante aquellas palabras de aliento. Sorbió su nariz y asintió en silencio.

—De acuerdo —prosiguió Rakso—, primero saldremos de aquí, nos aseguraremos de que tu madre esté bien y luego iremos por Pyrus, ¿qué dices?

—Me parece un buen plan —Era la primera vez que Led no discutía las propuestas de su compañero.

De inmediato, el demonio se puso en pie, arrancó la corbata que lo asfixiaba y alzó sus brazos. Los músculos se le tensaron bajo la camisa escarlata, y, con un rugido, expandió la cúpula, esparciendo los escombros en todas las direcciones posibles. La luz de la noche se derramó sobre ellos como una cascada, realzando de manera cautivadora la silueta de Rakso.

El demonio le ofreció una mano, y Led la aceptó con decisión. Las alas se abrieron majestuosas y ambos emergieron de aquella tumba. A donde miraran, restos de concreto y acero despedían humo y pequeñas lenguas de fuego, más allá, advirtieron las luces de patrullas, ambulancias y camiones de bomberos. La multitud se aglomeraba en torno a una cinta amarilla, curiosa y deseosa de obtener información de primera. Los vehículos de la prensa no tardaron en llegar y cubrir los alrededores como cazadores profesionales.

—Por aquí.

Rakso tomó la mano de Led y se escabulleron entre la oscuridad, hasta ocultarse detrás de un grupo de árboles que rodeaban a la International Fountain. En aquel lugar, yacían cientos de personas siendo atendidas por paramédicos y entrevistados por reporteros y oficiales de policía. Desde las sombras, el mestizo buscaba a su madre, y, tras unos largos y horribles minutos, su miedo se apaciguó al divisarla a un costado de la enorme y esférica fuente, junto a Candace y el resto de la familia Mills. Parecía llorar a cántaros, y Led agradeció en silencio que Candace estuviera ahí para consolarla.

Despacio, Led emergió de las sombras, pensando en correr directo a los brazos de su madre y decirle que estaba vivo, que todo iba bien y que no había razón para llorar. Detuvo la marcha, y por unos segundos se dedicó a contemplar a la mujer que lo trajo al mundo: vivía, y eso era lo que importaba, sin embargo, sus amigos aún seguían en peligro, y no podía darse el lujo de abrazar a su madre sabiendo la situación de Axel y Olivia. No era justo para ellos. Dio media vuelta y regresó con Rakso

—¿Qué sucede? —inquirió el demonio con cierta preocupación—. Pensé que querías ver a tu madre.

—Ya lo hice —dijo, obligándose a esbozar un amago de sonrisa—. Está preocupada, pero viva y fuera de peligro. Y me gustaría decir lo mismo de Axel y Olivia. Si vuelvo con mi madre, será difícil apartarme de ella.

—Entonces…

Led asintió.

—Vamos por Pyrus —sentenció el mestizo—. Es hora de que cerremos este capítulo.