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QUINCE

En medio de una larga línea de personas, el estómago de Led rugió sin piedad, como si hubieran pasado cinco días desde su última comida. Para su fortuna, la fila avanzaba rápido, y ya podía degustar el delicioso sabor de las papas fritas de aquel establecimiento de comida rápida.

—Estás en otro país, con una tarjeta de crédito ilimitada y en una ciudad repleta de restaurantes exóticos… ¿y decides almorzar en un McDonald's? —le increpó Rakso a Led. El demonio arrojaba una rápida mirada despectiva al local—. Sí que eres único en tu especie.

—Ya que me veo en la necesidad de robar, lo justo sería gastar lo menos posible —se defendió el joven al avanzar un lugar más en la fila. Por todo el restaurante había personas comiendo, charlando con alegría y niños corriendo hacia el colorido parque de juegos que se alzaba en un rincón de la estructura.

—Eso no reducirá tu condena.

—¿No? —Led se horrorizó. Lo miraba con enormes ojos de preocupación.

—En parte, eres un demonio —le recordó, sin dejar de estudiar el extenso menú que se desplegaba en las brillantes pantallas—. Y eso es un pase directo al Seol —Miró a su acompañante, y al instante esbozó una sonrisa torcida, cargada de pura satisfacción—. Descuida, no estarás solo. Lux y yo estaremos contigo.

—¿Seol? —inquirió Led. La palabra rebotaba en su cráneo.

—Es hebreo —explicó—. En latín significa ‹‹infierno››.

La sola idea de que su alma ardería en las fauces del infierno por el resto de su eternidad desplomó la poca moral que le quedaba a Led. De nada había servido vivir con rectitud, siguiendo las leyes que Dios había escrito en piedra, si su alma ya estaba condenada por el simple hecho de haber nacido. No era justo.

La fila volvió a avanzar, y el olor de las freidoras industriales acarició el olfato del mestizo.

—¡Buenos días! ¿Puedo tomar su orden? —dijo con mucha energía la chica de la caja registradora.

Tanto Led como Rakso soltaron un grito y retrocedieron ante la sorpresa que los atendía al otro lado del mostrador.

—¡Rakso! ¡Led! —chilló eufórica justo cuando se abalanzaba sobre el cuello del príncipe, su abrazo lo asfixiaba con excesivo amor fraternal. Miró al mestizo y no se aguantó en pellizcarle las mejillas—. ¡Sabía que vendrían aquí!

—Lux… ¿Qué haces aquí? —preguntó un Led patidifuso. Con suavidad, tomó las manos de la hermana de Rakso y las retiró con educación. La multitud los miraba muy sonrientes, y aquello incomodó al joven

—¿No es obvio? ¡Trabajo aquí! Bueno, al menos lo haré por unas horas. Pero es tan divertido —Sonrió, depositando las manos sobre sus mejillas, encantada—. Puedo comer lo que quiera y me pagan por llenarles el cuerpo de grasas trans. Ahora entiendo a Evol, de seguro sería feliz en este lugar.

—¿Quién es Evol? —preguntó Led a Rakso por lo bajo.

—El demonio de la gula —respondió después de un largo suspiro.

Se escuchó un carraspeo, y las palabras de Lux se detuvieron en el acto. Los tres direccionaron su atención al hombre de camisa de rayas azules que permanecía de pie junto a las freidoras. Brazos cruzados, mirada reprobatoria; era bastante obvio que no estaba contento con las distracciones de su empleada demoniaca.

—Lo siento, señor Mattos —se disculpó muy coqueta—. Es sólo que me emocioné al ver a mis hermanos.

—Deja las charlas para tu descanso, Patricia.

—¿Patricia? —inquirió Led. Una vez más, volvió a mirar a su compañero en busca de una respuesta.

El demonio se encogió de hombros. Cada vez que se encontraba con su hermana, el fastidio tomaba posesión de él.

—De seguro es la identidad que robó. Recuerda que Lux es una cambiaforma y una maestra de la ilusión.

—Pero yo la veo como… Lux.

—Entonces cambió su aspecto mediante una ilusión, y la está empleando solamente sobre los mortales.

Led se preguntó por el paradero de la verdadera Patricia, sin embargo, sacudió la cabeza para apartar aquellas dudas que sólo lo llenaban de nervios.

‹‹De seguro está bien››, se convenció.

—Sinceramente, ese hombre necesita algo de diversión… Tal vez algo rudo —añadió la chica con expresión meditabunda, justo cuando el supervisor se alejaba por los pasillos de la cocina—. Tal vez una noche de tres —propuso con mirada risueña.

Led carraspeó para llamar la atención de Lux. Le daba igual los planes malévolos que tuviera para su jefe de turno, pero él moría de hambre y no quería seguir esperando, y mucho menos con una multitud que comenzaba a alterarse a sus espaldas.

—Lo siento —dijo, soltando una risa tan estrepitosa, que hizo que el resto de los comensales la imitaran—. ¿Qué van a ordenar?

Una vez con el pedido en mano, el dueto fue en busca de una mesa con Lux sonriéndoles y agitando las manos a sus espaldas en forma de despedida. Las mejillas de Led se encendían con potencia a causa de la vergüenza que le hacía pasar el demonio de la lujuria, ya que todas las miradas apuntaban hacia ellos, como si fueran una especie de espectáculo ambulante.

Al fondo del local, en un rincón bastante apartado y junto a un mural abstracto de azules y naranjas, consiguieron acomodarse en una mesa para dos. Led no perdió el tiempo y le hincó el colmillo a su hamburguesa con gran pasión.

Rakso, por su parte, lo miraba aburrido, mojando sus papas en un diminuto vaso repleto de salsa; añoraba los dedos de queso de Olivia. Desde que los había probado, el resto de la comida de los mortales la consideraba basura.

Tomó un segundo puñado de papas, y al mojarlos en la salsa, una bola de papel rosa atrajo su atención.

—¿Qué es eso? —preguntó Led al tragar uno de sus tantos mordiscos.

—Creo que es de Lux.

Con destreza, estiró el papel y reconoció la estilizada caligrafía de su hermana; las calaveras como puntos en las ‹‹i›› eran la prueba irrefutable. Leyó en silencio, y la curiosidad abrumó a Led cuando percibió la complacencia del príncipe.

—¿Qué dice? —apremió, antes de llevarse el último bocado de hamburguesa a la boca.

—Creo que nuestra estadía en Río será breve —Satisfecho, depositó la hoja en la mesa para que el mestizo pudiera leer.

 

Si llegaron a esta ciudad, quiere decir que Led fue capaz de localizar la siguiente habilidad. Anoche, mientras organizaba una fiesta con una temática que de seguro a Led le incomodaría… Es tan lindo cuando se incomoda…

Lo siento, quería decir que anoche me topé con la habilidad que buscan. Su nombre es Nardo Martins, es un narcotraficante muy respetado y lidera el mercado desde hace dos años. ¡Es el tiempo que estuviste encarcelado, Rakso! ¿Coincidencia? No lo creo. El domicilio de Nardo está en Lagoa.

Espero que puedas absorberlo sin que te de una golpiza.

Led, cuida de mi hermano.

Besos…

Lux.

 

Led tragó.

—Esta habilidad tuya… ¿Es más fuerte que la anterior? —quiso saber.

—Es fuerte, pero no será rival para mí —fanfarroneó el demonio, erigiendo una pequeña esfera de electricidad en su mano derecha—. Tengo la victoria en la palma de mi mano.

Rakso reprimió una mueca burlona. El nombre que había escogido su habilidad lo representaba en todo su esplendor.

—¿Qué clase de habilidad es?

—Su nombre lo dice todo —contestó, llevando un puñado de papas a la boca. Le parecía curioso que Led, siendo un artista, y alguien de gran inteligencia, no se diera cuenta.

—¿Su nombre? —preguntó confundido—. ¿Tiene algún significado?

—Será mejor que esperes al encuentro —dijo, pellizcando la mejilla del mestizo.

Led se apartó con violencia. No entendía la obsesión que mantenían Lux y Rakso por sus mejillas.

—¿Cómo llegamos a él? Es un narcotraficante, y debe estar rodeado por cientos de guardaespaldas.

—Déjamelo a mí —Despacio, Rakso recostó su cuerpo en el espaldar de la silla en una actitud relajada—. Tengo un plan.

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—Axel —llamó una voz encantadora. Cada letra la pronunciaba con delicadeza, como si se tratara de una caricia—. Axel… Despierta, Axel.

A duras penas, Axel Fisher entreabrió los ojos y vislumbró la lámpara de techo colgar sobre él. Se había acostado muy tarde en la noche debido a su proyecto académico; en dos semanas sería la presentación final y no dejaba de sentir que iba retrasado, a pesar de ser el más adelantado de su curso.

—Axel —volvió a llamar la voz. Esta vez, el joven pudo distinguir que provenía de una chica—. Despierta, dormilón.

Volvió el rostro a un lado y retrocedió de un respingo al contemplar a una sonriente Lux a pocos centímetros de él. Si lo deseara, la joven podría haberlo besado.

El demonio de la lujuria estalló en risas y Axel puso mala cara. Sin decir palabra, salió de la cama, la tendió y tomó algo de ropa limpia junto con una toalla.

—Esa fue la misma actitud de Olivia —dijo Lux, tomando asiento en una esquina del colchón.

—¿Estuviste en su casa? —inquirió Axel, luchando por aplastar su cabello rebelde.

—Sí, pero me echó de su alcoba arrojándome un montón de almohadas —explicó, observando sus botas con detenimiento, como si éstas pudieran hablarle—. Me sorprende la gran cantidad de almohadas que tenía —Alzó la mirada y sonrió con ternura—. ¿Quieres que te acompañe al baño?

—¡No! —espetó el joven antes de abandonar la alcoba de un portazo.

—Parece que todos andan de malas hoy —advirtió con curiosidad.

Sin vacilar, la chica emprendió a escrutar la alcoba del mortal. Algunas fotografías en la pared, juguetes de la infancia bajo la cama, pilas de comics y libros de arquitectura junto a un escritorio repleto de guías académicas. Abrió el armario y miró con fascinación la gran colección de sudaderas y camisas de cuadros que guindaban de los tubos metálicos. Mordió sus labios y se despojó de la anticuada gabardina que vestía para sustituirla por una camisa de cuadros violeta para que combinara con el color de sus ojos; la prenda era fina, fresca y le quedaba bastante holgada. Con monería, se miró al espejo en distintas poses y le obsequió un guiño de ojo a su reflejo.

—¿Siempre eres así? —inquirió Axel, bajo el umbral de la puerta. Vestía unos vaqueros azules y una sudadera gris. Los cabellos iban mojados, pero al menos había conseguido aplastarlos.

—¿Cómo? ¿Linda?

—Fisgona —la corrigió, adentrándose a su alcoba para tender la toalla en el espaldar de una silla—. Es malo revisar las pertenecías de otros sin permiso.

—Sinceramente, sí —declaró, encogiéndose de hombros y volviendo a hurgar el armario—. Tienes ropa muy cómoda.

Axel soltó un suspiro y decidió organizar las guías que enterraban su escritorio.

‹‹Led tiene a un demonio de la ira atormentándolo —pensó el joven, luchando por mantener la calma—, y yo tengo a un demonio de la lujuria fisgón››

—Supongo que estás aquí por el tema de mantenernos a salvo —aventuró Axel, vistiendo sus pies con un calzado deportivo. La chica asintió, cerró la puerta del armario y tomó asiento junto a él en la cama—. Está bien. Y… ¿Quién cuida de Olivia?

—Descuida, lo tengo resuelto.

—Vale… Verás, tengo que hacer los quehaceres y luego ir con mi madre. ¿Crees poder comportarte?

—¡Claro! —exclamó con brío, justo cuando su estómago profería un rugido. La chica bajó la mirada, luego miró a Axel y estalló en risas. Había olvidado por completo comer algo cuando sustituía a la mortal en aquel McDonald's de Río de Janeiro.

—Ven, te haré algo de comer —la invitó el chico, cosa que asombró a Lux, pues, era la primera vez que alguien le dedicaba esas palabras.

Axel sólo necesitó de unos pocos minutos para tostar algunas rebanadas de pan, freír dos pares de huevos, unas cuantas tiras de tocino y llenar dos tazas de un humeante y aromático café.

—Espero que te guste. No soy tan bueno como Olivia —le advirtió, depositando uno de los platos frente a Lux—. Ella es la chef del grupo.

El demonio contemplaba con fascinación el plato. Podía ser algo simple, pero, para ella, era tan valioso como para un pirata lo era su tesoro.

—¡Es una carita feliz! —señaló con excesiva alegría, lo que le arrancó una pequeña sonrisa a Axel; era como estar a cargo de una niña de seis años.

Cuando la comida desapareció, Axel emprendió a ejecutar la pesada lista de los quehaceres, mientras que Lux observaba en la televisión un programa de diseñadores de moda. Sus ojos estaban, literal, pegados a la pantalla.

—Deberías alejarte un poco, o te dañarás la vista.

—No importa, siempre puedo robarle los ojos a alguien —dijo como si nada.

Axel tragó en seco, esperando que no se refiriera a los de él.

Lavar la ropa, la vajilla, espantar el polvo, barrer, pasar la mopa, limpiar la cocina… Todas esas actividades las terminó en un santiamén, ya que el plan consistía en ir a visitar a su madre lo más temprano posible.

—¿Tu padre no te ayuda?

—Mi padre nos abandonó a mí y a mi madre cuando apenas tenía cinco años.

—Oh… Lo siento.

—Descuida, no merece mi tristeza. Pero podrías ayudarme con la ropa que está en la secadora.

Lux rio, como si lo que acabara de decir el muchacho fuera un chiste.

—Hablas enserio —advirtió sorprendida—. Descuida, estoy bien así. Mi padre dice que soy muy bonita para limpiar —Su mirada se tornó algo picara—. Pero puedo ayudarte en otras cosas —concluyó, mordiendo su labio. Había perdido todo rastro de inocencia infantil.

Axel se ruborizó como las luces traseras de un auto y, sin decir nada, marchó hacia el cuarto de aseo para llevar a cabo la última de las tareas.

Su corazón latía con fuerza, las manos no dejaban de temblarle y su cabeza estaba repleta de deseos lujuriosos hacia Lux. Quería tomarla entre sus brazos, llevarla a su alcoba y entregarse ciegamente al placer carnal… Sacudió la cabeza para apartar esas ideas, pues, sabía que no eran sus pensamientos. Led le había explicado que los príncipes infernales tenían la capacidad de incitar a los mortales al pecado que representaban con tan sólo su presencia. No estaba dispuesto a caer en esas artimañas.

—¡He terminado! —anunció, tras doblar la última franela. Asomó la cabeza por la puerta y miró a su visitante—. ¿Te irás al infierno o me acompañarás al hospital a visitar a mi madre?

Aquello le sonó bastante extraño.

—¿Tu madre no vive contigo?

El joven negó con la cabeza.

—¿Eso quiere decir que vives solo?

—Ven conmigo, te la presentaré —la invitó, tomando el gorro de invierno y el paraguas que guindaban del perchero junto a la entrada del departamento.

Aquella mañana, Seattle había amanecido bajo un cielo plomizo que descargaba todas sus lágrimas con furor. Entre la multitud que transitaba por las aceras, Lux le explicó que aquella lluvia se debía a que los ángeles lloraban a sus caídos en la guerra de El Tercer Cielo.

—¿Por qué le llaman el Tercer Cielo? —inquirió Axel con mucha curiosidad.

—Porque es exactamente eso: El Tercer Cielo —contestó la joven, adentrándose en un autobús y abotonándose la gabardina hasta el cuello. La camisa que había tomado prestada de su anfitrión no la protegía del frío que estaba haciendo.

—Es decir, ¿uno, dos y tres? —preguntó, señalando los niveles con su mano derecha.

La chica asintió, explorando la unidad de transporte con una mirada llena de encanto.

—El Primer Cielo es el que siempre ves a diario—explicó, volviéndose hacia su compañero mortal y sujetándose con fuerza de una de las barras de seguridad que colgaban del techo—, el Segundo Cielo está más arriba, en un plano espiritual, y es donde se encuentra Babilonia.

—Y Babilonia es…

—Una gran ciudad repleta de demonios. Desde ese lugar, Eccles gobierna todo el reino de las tinieblas.

—Creía que Dios era el que gobernaba desde los cielos, y ustedes… —dejó la frase en el aire y señaló hacia abajo.

Lux soltó una carcajada y palmeó la espalda de Axel con fuerza.

—Lo siento, pero es tan divertida la ignorancia de ustedes los mortales —El autobús se detuvo en una parada y a los pocos segundos volvió a la marcha. Lux y Axel avanzaron por el pasillo hasta posicionarse frente a la puerta de salida—. En efecto, Dios gobierna desde los cielos, y el reino de las tinieblas se encuentra bajo tierra, pero debes recordar que Lucifer es un imitador de Dios, y es por eso que decidió construir su fortaleza en el cielo.

—Y ¿el Tercer cielo es un campo de batalla?

—Correcto, pero también es el espacio que separa el reino de Dios del reino de Eccles.

—Veo que no tienes problemas con pronunciar el nombre de Dios.

Ella se encogió de hombros.

—Puede que sea un demonio, y que rinda mi lealtad, obligada, a Eccles o Lucifer, pero siento respeto por Dios… Al fin y al cabo, él nos creó a todos.

—Pensé que Asmodeo te había creado, digo, es tu padre, ¿no es cierto?

—Lo es, pero ¿quién crees que le dio la vida a Asmodeo? —preguntó la chica con sarcasmo—. Recuerda que, al igual que Lucifer, es un ángel caído.

El viaje en autobús fue rápido, y en un parpadeo se encontraron aterrizando en la acera, corriendo hacia el interior de una clínica, donde el frío era atroz, pero necesario para mantener a las bacterias dopadas. En silencio, y con Lux examinando cada rincón de las lustrosas instalaciones, llegaron a la unidad de oncología, donde algunas personas saludaron a Axel con abrazos y apretones de mano.

Avanzaron por la pequeña sala hasta llegar a un sofá donde una mujer yacía postrada, contemplando la nada. Una delgada manguerilla descendía de una estilizada estructura metálica y se perdía en el interior de su muñeca.

—Hola, tío —saludó Axel con un abrazo al sujeto que estaba sentado en el banquillo junto a la mujer. En sus manos sostenía un bolígrafo y un libro de crucigramas.

—¿Cómo estás muchacho? —el hombre le devolvió el gesto y luego miró a Lux, quien le dedicó una sonrisa encantadora—. Y esta jovencita tan linda, ¿quién es? —preguntó, estrechando su mano con la de Lux.

—Ah… Bueno. Ella es —balbuceó Axel. No tenía ni idea de cómo presentar a la muchacha. Se sintió un completo idiota por no haber pensado en ello antes.

—Soy Lucero —mintió la joven. Sus rizos dorados resaltaban con la gabardina oscura y el azul que policromaba las paredes de aquella estancia—. Encantada de conocerlo —Estrechó la mano. La joven pudo percibir el cansancio en el rostro del hombre—. Soy compañera de clases de Axel.

—Encantado —respondió—. Mi nombre es Ben, tío de Axel, y estoy feliz de que mi sobrino trajera compañía.

—Ella es mi madre, Lu… Lucero —dijo Axel, arrodillándose junto a la mujer de mirada perdida. Tenían el mismo color castaño de ojos y los mismos pómulos regordetes.

La hija de Asmodeo se inclinó frente a la señora y la contempló con lujo de detalle. Advirtió la respiración, que apenas era perceptible; los ojos, que parecían carecer de la chispa de la vida; y la boca, seca como un desierto.

—¿Qué tiene?

—Cáncer —contestó Axel con voz amainada—. Pero hace meses que se encuentra en este… estado.

Lux volvió a mirar a la mujer, reconociendo que la enfermedad no era el único padecimiento que la carcomía.

—Los doctores no saben que fue lo que lo causó —explicó Ben, sujetando con fuerza su cuaderno de crucigramas—. Siguen investigando, pero no dan con una respuesta. Me duele verla así. —Su voz se escuchaba rota.

Lux lo miró y una punzada de dolor se alojó en su corazón.

‹‹¿Qué es este dolor?››, indagó, aterrada. Nunca antes lo había sentido.

‹‹Compasión››, susurró una misteriosa voz dentro de su cabeza, lo que aterró aún más a la chica.

‹‹¿Quién eres?››, preguntó en sus pensamientos, pero no obtuvo respuesta.

Axel apretó el hombro de su tío y éste asintió, sabiendo que ya era hora de marcharse a casa y descansar.

—Llámame si necesitas algo —dijo, antes de abandonar la sala—. Fue un placer conocerte, Lucero. Y muchas gracias por acompañar a mi sobrino.

—Oh, sí, no hay de que —La chica salió de su ensimismamiento con violencia, sin embargo, una parte de ella seguía dándole vueltas a la misteriosa voz.

Axel tomó asiento en el banquillo que había ocupado su tío y, de la mochila, extrajo el libro favorito de su madre: ‹‹Alicia en el País de las Maravillas››.

—Es su libro favorito —declaró, abriendo el tomo en una página marcada.

—¿Puede escucharte?

—No lo sabemos, pero no está demás intentar hablarle o leerle una de sus historias favoritas.

Lux esbozó una sonrisa lánguida y volvió a mirar a la madre de Axel. Sabía que la ciencia de los mortales no podría ayudarla, pues, al ver sus ojos, descubrió que la mujer había sido despojada de una gran parte de su alma. Era una quebrantada.

Aquello había estrujado su corazón sin piedad. Toda su vida había incitado a los mortales a cometer pecados relacionados con la lujuria: infidelidad, violaciones, incestos, prostitución, y en ningún momento llegó a pensar en el daño que le estaba haciendo al mortal y sus allegados. Era su trabajo, y debía cumplirlo, para eso existía… Ahora, junto a Axel y su madre, podía entender un poco la vida de los humanos, sus sufrimientos, sus esperanzas… No eran un simple ganado, como le hizo entender su padre, eran mucho más que eso. Ya no veía divertido atormentarlos, incitarlos a cometer lujuria ni torturar sus almas en las prisiones. Estaba mal, ella estaba mal.

Miró a Axel y se preguntó si él era la razón de aquel cambio. No podía creer lo rápido que había influenciado en ella, pues, se suponía que debía ser al contrario.

‹‹¿Qué me está pasando?››

—Oye, gracias por acompañarme —dijo Axel con absoluta sinceridad. Su mirada desbordaba agradecimiento—. No es necesario que te quedes conmigo. Estoy seguro de que debes atender asuntos de mayor importancia.

Lux negó con la cabeza y sonrió.

—Me quedaré un rato más —declaró, arrastrando un segundo banquillo para sentarse junto al mortal—. Esto se siente bien.

Y ambos dieron inicio a la lectura, procurando imitar las voces de los personajes. Por un momento, Lux olvidó la guerra, los pecados, sus responsabilidades, su culpa.

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En la sala del trono, Eccles caminaba de un extremo a otro, pensando en voz alta estrategias de guerra y soltando blasfemias cada cinco minutos. Habían igualado la batalla, pero, ¿por cuánto tiempo podrían mantenerse así? ¿Serían capaces de subir un escalón y conseguir la victoria?

Las cosas se complicaban cada vez más, y ahora estaba el asunto de Rakso. El demonio de la ira había conseguido absorber su primera habilidad, y eso lo ponía un paso más cerca de Babilonia y de arruinar sus planes.

El usurpador se rindió ante la furia y golpeó una de las columnas revestidas en ónix con tal fuerza, que ésta se desplomó en cientos de fragmentos.

—¡Belzer! —llamó en voz alta, como si contara con una especie de megáfono.

El demonio apareció como una sombra tras la cortina de polvo a la espera de nuevas reprimendas a causa de su última desobediencia por culpa de Anro, que ahora se hallaba atrapado en una de las prisiones del miedo bajo la custodia de Rakso.

—Debemos actuar contra Rakso —soltó, sin ver a su hermano. Estaba concentrado en la pila de escombros—. Ya absorbió la primera de sus habilidades y estoy seguro de que irá por la segunda —Giró sobre sus talones y la capa escarlata que vestía hondeó con dramatismo—. Llama a Lux, unan fuerzas y desháganse de él cuanto antes.

Belzer ahogó un bufido. Le molestaba que su hermano no reconociera los errores cometidos y que, a estas alturas, quisiera enmendarlos como si se tratara de un simple juego de niños. Se había dejado seducir por la soberbia, y si no era capaz de controlarla y hacerle frente al pecado que representaba, terminaría por destruirlos a todos.

El demonio de la acidia asintió en silencio y caminó hacia las puertas para retirarse del gran salón y llevar a cabo la misión encomendada.

—Tenle más respeto a tu rey, Belzer —soltó Eccles con una mirada asesina. Su voz iba cargada de amenaza.

Belzer se detuvo y volvió su atención hacia el usurpador.

—Mis disculpas, mi señor —contestó, haciendo una reverencia y reprimiendo las ganas de insultarlo.

Eccles marchó de vuelta al trono.

—Puedes retirarte.