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DIECIOCHO

Viernes por la noche, ese era el momento en que el restaurante de los Landcastle acogía a cientos de clientes dispuestos a recibir el mejor agasajo de sus vidas; desde una pareja en su primera cita, hasta los enormes grupos empresariales. Aquella noche, Olivia Landcastle había decidido arrojar la toalla por primera vez en su vida y reportarse indispuesta, sin importarle el exceso de trabajo que depositaba sobre los hombros de su tutor.

La joven respiraba con dificultad, constantemente llevaba el inhalador a su boca para derribar aquel obstáculo. El frío dominaba la habitación, pero eso no evitaba que las perlas de sudor ornamentaran su frente. Llevaba el cabello sujeto en una cola de caballo, y sus manos, enguantadas con látex, se deslizaban sobre un rectángulo de papel como si su vida dependiera de ello. Afilaba sus lápices una y otra vez, estiraba el cuello de su camiseta blanca para disminuir la sensación de asfixia y pellizcaba sus piernas desnudas para no caer en las garras del sueño.

Soltó el lápiz de grafito y estudió la mancha que había dejado en el papel. Aspiró unas cuantas bocanadas de aire para armarse de valor y llevó el dibujo al otro extremo de su alcoba. Cogió un poco de cinta adhesiva para las cuatro esquinas y lo fijó a la pared, junto al resto. Retrocedió unos cuantos pasos y contempló su obra.

De esquina a esquina, la pared se hallaba revestida por cientos de sus dibujos, que, unidos, formaban un enorme mural. Olivia cubrió su boca, espantada por lo que sus manos habían creado.

Parecía un enorme pozo, oscuro y profundo, a su alrededor, cientos de demonios y otras criaturas de pesadilla corrían hacia la superficie sedientos de sangre; era como si alguien les hubiera concedido la libertad. En el centro de la composición, un par de ojos brillaban en lo más profundo del pozo; emanaban maldad, poder y muerte.

—La bestia —susurró, sin apartar la mirada de aquellos ojos que gritaban por su atención—. El destructor.

Apartó la mirada y corrió directo a la cama. Echa un ovillo, apretó su celular contra el pecho y cogió el primer dibujo que hizo: el demonio de tubérculos. Desde su aparición, Olivia no había dejado de tener aquella visión, la cual se veía obligaba a inmortalizar en carboncillo.

Gritó hecha una histeria, destrozó el papel y arrojó los trozos lejos de ella. Se cubrió con la cobija y deslizó el dedo por la pantalla de su celular.

—Voy camino a tu casa, nos vemos en la terraza —La voz le temblaba, sus labios rozaban el micrófono del dispositivo—. Necesito ayuda…

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La luna sonreía desde las alturas, y Axel Fisher, acostado en medio de la terraza del edificio donde residía, se imaginó saltando en la superficie rocosa de aquel brillante astro. Flotar y dejar atrás todas las preocupaciones. Pensó en Led y su viaje junto a Rakso, lo extrañaba, deseaba que estuviera ahí con él, animándolo con sus palabras o simplemente hablando de comics.

‹‹Olivia››, el nombre de su amiga resonó dentro de su cabeza. La joven se había distanciado un poco a causa del trabajo y las complicaciones que surgían en la inauguración del próximo restaurante de sus padres.

La universidad también lo estaba asfixiando, pero eso era el pan de cada día, y el estrangulamiento se intensificaba cuando el final de curso se aproximaba. Una semana más, pensó él, y sería libre de toda responsabilidad académica.

Y, por último, y más importante, su madre. La enfermedad le consumía la vida y el tratamiento no parecía causar ningún tipo de efecto. Con cada día que pasaba, sentía que un fragmento de ella se le escapaba de las manos. La impotencia era descomunal, necesitaba hacer algo por la mujer que le había dado todo, pero, ¿qué? Visitarla, leerle, hablarle, abrazarla y besarla no bastaba, ni era la respuesta para curar su padecimiento.

—¡Hola! —El rostro de Lux apareció en su campo visual, y el respingo de Axel provocó que ambos estrellaran sus cabezas. La chica de cabellos dorados rio, frotando su frente para apaciguar el dolor—. Que forma tan particular de saludar.

El joven se incorporó y esperó a que la recién llegada compartiera las nuevas noticias sobre el estado de su amigo. Las visitas de Lux no servían solamente para exasperarlo o frustrar sus pensamientos negativos, aunque la mayor parte del tiempo eran para eso.

—¿Led está bien?

Ella asintió con ambos pulgares en alto.

—Ya están de camino a Los Ángeles —confirmó con entusiasmo y repleta de optimismo. Se inclinó sobre Axel y revisó la hora en el reloj de pulsera que lucía—. En menos de una hora aterrizarán… Pero, ¿qué hay de ti?

—¿Qué pasa conmigo? —inquirió, arqueando una ceja.

—No pareces de buen ánimo, Axel Fisher —Con las manos entrelazadas a su espalda. La joven retrocedió para darle espacio—. Es como si cargaras con muchos tormentos.

—No quiero llamarlos así. Preocupaciones sería la palabra más adecuada.

—Da igual como los llames, igual te seguirán afectando de forma negativa. Te devoran por dentro hasta dejarte como una cáscara vacía… Puedo ayudarte, Axel —La voz de Lux era encantadora, y se escuchaba como un lejano eco. Sus ojos brillaban—. Déjame ayudarte. No tienes por qué sentirte así.

El demonio se acercaba como un felino, lento y seductor. La espalda de Axel besaba el piso, y Lux se posicionó sobre él. Sus labios se rosaban y la temperatura aumentaba en torno a la fusión de sus respiraciones. Con suma delicadeza, la mano de Lux se deslizó bajo la camisa del joven, rozando la piel y provocando espasmos agradables.

Axel sujetó las caderas del demonio, obligándola a estar más cerca de él.

—Déjate llevar —ronroneó ella.

Una campanilla de alerta chilló dentro de su cabeza, extrayendo a Axel de su trance y obligándolo a apartar al demonio de un empujón. Se puso de pie y sacudió sus ropas con la intención de alejar las energías lujuriosas que lo impregnaban para que sucumbiera ante el pecado.

—Axel…

—¡No! —bramó él. La decepción se reflejaba en sus ojos y Lux no pudo evitar sentirse pequeña—. Lo que hiciste está mal. Olvidé que eras un demonio y eso es lo que haces, influir en las personas para que cometan pecados —Soltó un bufido y cubrió su rostro por un minuto. Mordió el interior de su mejilla derecha y pasó la mano por el cabello castaño oscuro—. Sólo somos un ganado para ustedes, ¿no es así?

—No… Yo…

—Somos personas… Podemos sentir —prosiguió el estudiante de arquitectura enojado con Lux, con Led, con toda la humanidad y, en especial, con él mismo—. Sufrimos cuando nos pasan cosas malas y reímos cuando estamos felices. No somos cáscaras vacías.

—Axel… Yo sólo quería ayudarte.

—El sexo no soluciona nada, y mucho menos de esa forma —Su voz sonaba hueca, lo que era mucho peor; una daga en el corazón de la chica—. Hay muchas formas de ayudar a las personas, y controlarlas para tener sexo y olvidar sus problemas por un par de minutos no aporta nada… ¿Cómo crees que me iba a sentir después, cuando volviera en sí? ¿Te has preguntado si tengo novia, o si me gusta alguien, antes de llevarme a tu mundo de placer? ¿Siquiera te planteaste la posibilidad de que me ibas a obligar a traicionar a alguien?

—No… No lo pensé.

El joven negó con la cabeza.

—Por supuesto que no lo hiciste. Eres un demonio y sólo piensas en ti y en como torturar las almas de los mortales.

Las lágrimas amenazaban a la chica. Permanecía con las rodillas en el suelo, pensando en sus acciones y en las palabras de Axel. Aquel sentimiento volvía a instalarse en su pecho y no sabía si podría volver a soportarlo.

—Será mejor que te marches, Lux.

Ella lo miró con ojos vidriosos, herida y confusa. Odiaba ese sentimiento con todas sus fuerzas. Sin mediar palabra, extendió sus alas y se perdió en la noche, dejando una estela de lágrimas a sus espaldas.

Axel se sentía como un perfecto idiota por haber creído que un demonio podía brindarle su amistad. Una parte de él lloraba por el dolor de Lux, así que decidió enterrarla en lo más profundo de su alma.

—Axel —llamó alguien.

El joven se dio la vuelta y contempló a Olivia Landcastle subir por las escaleras metálicas que se enganchaban a un lateral del edifico. Su rostro estaba repleto de heridas emocionales, al igual que el suyo. Sin articular palabra, se fundieron en un abrazo y cayeron de rodillas, llorando, drenando todo el dolor que se habían guardado.

—¿En qué nos hemos metido? —soltó Olivia. Axel acarició su cabellera y la apretó con más fuerza, agradeciendo que estuviera ahí para él, que ambos lo estuvieran. Sólo faltaba Led, y esperaba que su amigo estuviera bien.

—Escuché tu mensaje —dijo en cuanto recuperaron sus espacios—. ¿Qué sucede?

Tras ajustar su bufanda, Olivia abrió la cartera y dejó al descubierto un enjambre de papeles en su interior.

—Necesito mostrarte algo.

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Al igual que en Seattle, Los Ángeles se mantenía sumida en la noche y resplandeciente gracias a las luces del tránsito y las edificaciones. El bullicio de los transeúntes se hacía escuchar en cada terminal del aeropuerto, y Led se preguntó si aquello era todo el tiempo.

—Supongo que nuestros caminos se separan aquí —supuso, mirando al otro equipo con un poco de melancolía. Blizzt y Rakso se fulminaban con las miradas, lo que provocaba la incomodidad de los mestizos.

—Nos volveremos a ver —le aseguró Blizzt con una mirada glacial. El blanco de las paredes hacia juego con la piel del demonio de la envidia—. Todos aquí sabemos muy bien que esta es una batalla que no podemos librar por separado.

Rakso decidió permanecer en silencio y con los puños apretados. Detestaba que ella tuviera razón, sin embargo, lo menos que deseaba era aliarse una vez más con esa traidora.

—Te-ten —soltó Spencer de pronto. Led se volvió y advirtió que el chico le tendía un trozo de papel arrugado—. E-es mi número. Por si qui-quieres hablar.

Dibujó una sonrisa y aceptó el presente. Ya no importaba el lugar donde estuvieran, podría contactarlo y así formularle las preguntas que tanto taladraban su cabeza, iniciar una amistad con otro mestizo y no sentirse solo en aquel mundo espiritual. Su mirada se ensombreció un poco, Olivia y Axel siempre estaban ahí para él, y sabía que ellos lo acompañarían hasta el mismísimo infierno con tal de mantener la amistad, a pesar de ello, Led no podía permitirse arrastrarlos a un mundo plagado de sufrimiento y grandes peligros, sus amigos no pertenecían a ese universo, y, más importante aún, no lo merecían.

—Gracias, Spencer. Prometo escribirte.

El chico le devolvió la sonrisa con timidez y ambos colegas estrecharon sus manos para despedirse, esperando con muchas ansias el próximo encuentro.

—No te olvides de mí.

—Cuida de Rakso, mestizo —soltó Blizzt, cogiendo la mano de su hermano de forma protectora—. Parece que eres el único que puede mantenerlo centrado —El demonio de la ira rodó los ojos y dio la espalda a sus acompañantes—. Nos volveremos a ver… Vámonos, Spencer.

El chico agitó la mano libre para despedirse y, en un pestañeo, los hijos de Leviatán se perdieron entre la afluencia de personas que transitaban por el enorme pasillo.

—Hasta que al fin se fueron —dijo Rakso después de un rato. Led se mantenía enfocado en su celular y el demonio asomó la mirada sobre el hombro para descubrir que era lo que mantenía tan absorto al mestizo. En la pantalla del dispositivo brillaba la fotografía de una niña de rizos dorados abrazando a Led, sus mejillas, repletas de crema batida, estaban pegadas una con la otra—. ¿Quién es?

—Su nombre es Vicky… Ella es como si fuera mi hermana pequeña —Contra todo pronóstico, se encontraba en la ciudad de residencia de los Ottman y no era un secreto que moría por visitarlos; antes de marcharse de Seattle, le había prometido a Vicky que iría a visitarla, y esa era la oportunidad perfecta, pero… Miró a Rakso, y éste le devolvió el gesto con severidad.

—Quieres ir a verla, ¿no es así?

Él asintió en silencio, sabiendo que aquello no sería posible. Debía priorizar las habilidades del demonio y rescatar su alma cautiva, sin mencionar que la exposición de arte se llevaría a cabo ese sábado, por lo tanto, tenía el tiempo justo. Capturar la habilidad y regresar a Seattle, ese era el plan que habían acordado durante el vuelo y debían seguirlo al pie de la línea.

—Sabes perfectamente que no es posible —Que él lo dijera lo hacía más doloroso. Tan cerca de su hermanita de corazón, pero al mismo tiempo tan lejos; no era justo—. Además, ¿qué se supone que les dirás cuando sepan que estás aquí en Los Ángeles? ¿Crees que no hablarán con tu madre?

Led suspiró.

—Esa parte no la había pensado —admitió el chico con la mirada gacha. Sintió una palmada en la espalda, y Rakso se detuvo a su lado.

—Cuando terminemos con todo esto, te traeré a verla, ¿está bien? —propuso sin siquiera verlo. Las mejillas de Led se encendieron como un trozo de carbón. Puede que Rakso fuera un demonio, y el peor compañero de la vida, pero, a veces, sacaba a relucir una amabilidad que daba por muerta—. Será mejor que nos pongamos a trabajar. Cuanto antes comencemos, más pronto terminaremos.

Tal vez, Rakso no era tan malo después de todo. Un rayo de esperanza atravesó el pecho del joven. ¿Sería posible que él y Lux pudieran ser buenos demonios? ¿Conseguir el perdón de Dios y volver a ser ángeles? Puede que lo último fuera demasiado…

—Manos a la obra —soltó Led con decisión.

—Así se habla, mestizo —lo felicitó, curvando una risa torcida—. Vamos, has lo tuyo.

Led cerró los ojos, y una vez más sintió las energías espirituales deslizándose a su alrededor. Cada vez era más sencillo hacerlo, y gracias a una pequeña conversación con Spencer, pudo entender cómo funcionaba esa habilidad que hacía tan especial a los mestizos.

—Una parte de ti pertenece al mundo espiritual, mientras que la otra es del mundo natural —Le había explicado Spencer, cuando sellaban sus pasaportes y abordaban el avión—, lo que hace que estés conectado en ambas frecuencias. Tu cerebro las fusiona automáticamente y es así como puedes ver las energías a tu alrededor. Y si tienes un mapa en frente, tu cerebro recrea una miniatura en él.

Puede que Spencer fuera mucho más joven que él, pero su cabeza estaba repleta de información gracias a que Blizzt se había molestado en explicarle el funcionamiento de aquel místico universo. Lastimosamente, a Rakso no le importaba compartir sus conocimientos, salvo cuando fuera necesario y beneficioso para su persona, además, tampoco es que Led estuviera, en un principio, abierto a la idea de ayudar a un demonio y entender sus legados demoniacos.

Abrió los ojos, y los halos de luz nadaban a su alrededor. Miró en todas las direcciones y dio con la que buscaba, aquella que emanaba la rabia de su dueño.

—La tengo —advirtió, echando a correr tras las luces rosas con el príncipe pisándole los tobillos. Elegantes tiendas cercaban el amplio corredor, el cual permanecía perfectamente iluminado por miles de lámparas que combatían las sombras desde sus estratégicas posiciones. De estar Axel ahí presente, de seguro les explicaría los fundamentos que emplearon los proyectistas para la ubicación de las luminarias.

En cuanto salieron de las instalaciones del aeropuerto, Rakso tomó a Led del brazo y lo arrastró a un lugar escondido por la noche. Extendió las alas y, sin esperar una orden, el mestizo se encaramó a su espalda.

—Sujétate.

Y ambos salieron disparados hacia el cielo. El aire era helado, y azotaba la cara de Led como una lluvia de agujas. En cuanto sintió que la calma se instauraba, dispuso unos segundos para deleitarse con las hermosas luces de la ciudad, las cuales se combinaban con las energías espirituales para darle vida a un colorido mundo.

—Por allá —señaló hacia el noreste, donde la corriente de matiz rosa serpenteaba hasta perderse en la lejanía.

Rakso batió las alas con más fuerza y, al igual que una bala, se deslizó por los aires en la dirección señalada, con Led apretándose contra su cuerpo y ahogando un grito. El viaje fue rápido, y el demonio aprovechó un pequeño jardín sumido en oscuridad para utilizarlo como pista de aterrizaje.

—¿Estás seguro de que éste es el lugar? —preguntó Rakso, contemplando la alargada estructura rectangular que albergaba algunas cadenas de comercio.

La luz espiritual se adentraba en una tienda de comestibles. Led le hizo una seña al demonio y ambos enfilaron directo a las puertas. Uno que otro cliente recorría los pasillos, revisando los anaqueles y estudiando las marcas y precios de los productos. Todas las cajas registradoras operaban, a pesar de que la clientela era muy escasa debido a la hora.

—¿Qué rayos hace una de mis habilidades aquí? —Rakso parecía confundido.

—Tal vez esté robando —Led se encogió de hombros. Una punzada atizó su cabeza, obligándolo a apoyarse en uno de los anaqueles.

—Apaga tu sensor —le ordenó el demonio, preocupado. Apretó los labios y examinó el rostro del mestizo—. No has descansado lo suficiente. Rastrear mis habilidades requiere de mucha energía, y tú no las tienes. Te has extralimitado.

—Eres tú el que me ha arrastrado hasta este punto.

—Lo sé… Lo siento —soltó, para la sorpresa de ambos.

—Acabas de…

Alzó una mano para callarlo.

—Ni lo menciones. Vamos, un poco de azúcar te caerá bien.

Led dibujó una pequeña sonrisa y siguió a su compañero, frotándose las sienes para adormecer la jaqueca. Entraron a un pasillo repleto de galletas y se imaginó abriendo cada paquete y devorarlo con gusto. Moría de hambre y la cabeza no paraba de palpitarle.

Mientras Rakso examinaba las golosinas que inundaban los anaqueles y decidía cual robar, Led deparó en una pequeña niña de trenzas doradas saltando para alcanzar una caja de pastelillos rellenos. La ternura lo sedujo y decidió ser el héroe de la damisela.

—Déjame ayudarte —Cogió el paquete sin problema, y al inclinarse para entregárselo a la pequeña, las palabras se le atoraron en la garganta.

—¿Led? —soltó la niña, incrédula.

—Vicky…

La chiquilla se colgó de su cuello en un fuerte abrazo, feliz de ver a su hermano de corazón.

—¡Sí cumpliste! ¡Viniste a verme! —chilló emocionada. Sin vacilar, le pilló de la mano y tiró de él—. Ven, vamos por mi mami. Se va a sorprender cuando te vea. Creo que está en el pasillo de limpieza. Papi aun trabaja, pero…

—No puedo, Vicky —explicó, resistiendo el impulso de ir a ver al resto de los Ottman—. No pueden saber que estoy aquí. Mi mamá tampoco lo sabe.

—¿Por qué? ¿Sucede algo malo? ¿Escapaste de casa? —Vicky parecía muy preocupada—. Te ves mal, Led. ¿Estás enfermo?

Negó con la cabeza y depositó las manos sobre los hombros de la niña.

—Estoy en una misión super secreta y de gran importancia —Los ojos de Vicky se iluminaron, ya que las historias de espías y agentes secretos eran sus favoritas, y era así como imaginaba a Led tras esas palabras—, y necesito que me ayudes a mantenerla así, como un secreto.

Ella asintió con seriedad, dispuesta a cumplir su parte de la misión. Era adorable, pensó Led.

—Eso me convierte en un agente secreto, como tú, ¿verdad?

Led sonrió y le apartó un mechón de cabello rubio del rostro, deseando que nunca perdiera esa inocencia.

—Creo que llevaré éstas —dijo Rakso, interrumpiendo aquel momento de hermandad con expresión aburrida—. ¿Qué opinas? —calló de golpe.

Vicky lo miraba con una expresión extraña, una mezcla de miedo y sorpresa. Led lo advirtió e intentó calmar a la pequeña. Sabía que Rakso contaba con un porte de delincuente y podía asustar a cualquiera con tan sólo una mirada.

—No te asustes, Vicky —se apresuró el joven. Su voz rozaba un susurro—. Él es… mi compañero de misión. Su nombre es…

—Rakso —completó la niña por lo bajo.

Led arrugó el entrecejo ante la confusión. ¿Cómo es que Vicky Ottman conocía el nombre del demonio de la ira? Miró a su compañero y éste dejó caer las galletas, sus ojos abiertos como dos enormes platos y el índice señalando al infante.

—¡TÚ! —exclamó, al reconocerla.

—¿Qué te pasa? —inquirió Led. Al volverse, Vicky parpadeó y sus ojos se tornaron completamente rosas. De pronto, se escucharon algunos estallidos y los productos que se exhibían en los anaqueles comenzaron a volar en todas las direcciones. La gente gritaba y corría por todos lados en busca de una salida—. ¡Vicky! —la zarandeó, pero ésta agitó la mano como si apartara una molesta mosca y Led, junto a Rakso, salió despedido hasta el final del pasillo.

Un grupo de carritos para las compras se arremolinaron sobre la niña y salieron disparados directo a sus dos objetivos. Rakso envolvió al mestizo entre sus brazos y esquivó el ataque de un salto.

—¡Cuidado! —gritó Led, señalando a uno de los anaqueles que planeaba directo hacia ellos.

Rakso se dio la vuelta, materializó la guadaña entre sus manos y rebanó la estructura metálica como si se tratara de un pastel de cumpleaños.

—¡Vicky! —gritó la señora Ottman desde un extremo de la estancia, horrorizada ante lo que sus ojos presenciaban.

La pequeña le devolvió el gesto de la misma forma. No soportaba que su madre la viera en ese estado, así que giró sobre sí misma y atravesó el ventanal que daba a la fachada principal para dar inicio a su escape, con un sinfín de cestos, carritos de compras y productos alimenticios persiguiéndola por el aire y dejando una estela de caos a sus espaldas.

Katherine no lo resistió y cayó inconsciente, pero Led había previsto aquello y la sujetó entre sus brazos antes de que se pudiera lastimar.

—¡Quédate aquí y cuida de esa mujer! —le ordenó Rakso, desplegando sus alas y marchando tras Vicky en el acto.

—¡Rakso! —llamó Led para detenerlo sin éxito alguno. A pesar de que Vicky era una habilidad, le preocupaba lo que el príncipe infernal pudiera hacerle.

El estacionamiento era un caos, personas corrían de un lado a otro, choque de autos y cientos de objetos desperdigados por el asfalto. Rakso se abrió paso en vuelo y siguió la estela de destrucción, no sería difícil dar con la problemática niña. Cruzó a la derecha y se adentró en una segunda artería vial, donde a unos largos metros de distancia, avistó a Vicky volar y hacer estallar algunas farolas e hidrantes. Era increíble que, durante todos esos años, su habilidad telequinética consiguiera engañar al mestizo y a los Ottman al hacerse pasar por una niña.

Ambos se abrían paso por la calle, provocando que los autos se desviaran con el claxon a todo poder y chocaran; en otro momento, aquello le hubiese causado gracia a Rakso. Con destreza, volaba entre los objetos que perseguían a la fuente del caos, arrojando rayos a diestra y siniestra, pero Vicky los bloqueaba valiéndose de algunos objetos como defensas, incluso llegó a arrojarle un vehículo aparcado frente a una vivienda.

El asfalto fue sustituido por el césped y algunas lápidas de granito, los árboles se alzaban como rascacielos desde distintos puntos y Rakso estaba a punto de ponerle las manos encima a la pequeña, sin embargo, ésta fue más lista y saltó para posicionarse sobre él y hundirlo en la tierra con un empujón psíquico. Soltando palabrotas, y siendo el chiste de su habilidad, el demonio empleó su fuerza para liberarse justo cuando una pila de objetos le caía encima.

A duras penas, consiguió arrastrarse fuera de los escombros e incorporarse. Desesperado, buscó a Vicky por todos lados con la mirada hasta dar con ella sobre su cabeza. Un enorme ejército de lápidas se erigía en torno a ella, acto seguido, las fue arrojando como una lluvia, mientras Rakso se disponía a esquivarlas en una extraña danza: rodaba por el suelo, hacía piruetas en el aire y blandía su guadaña para seccionar los proyectiles de piedra.

Vicky aterrizó a pocos metros de él y juntó sus manos en una fuerte palmeada, provocando que todas las lápidas desperdigadas vibraran y se arremolinaran alrededor del demonio. En cuanto delineó un mohín torcido en sus labios, las losetas pétreas aplastaron a Rakso en una sólida pirámide de muerte.

—Rata bastarda —gruñó el demonio, luchando por escapar de aquella tumba improvisada.

Vicky elevó la comisura de los labios, satisfecha.

Pisadas… Una sombra se movió muy cerca de ellos.

—¡Vicky! —gritó Led, rodeando a la pequeña en el círculo de sus brazos.

La habilidad arrugó la frente y levitó hacia los cielos a una velocidad impresionante. Led contenía un grito y temía que su corazón le atravesara los omoplatos. Se aferraba con fuerza al pequeño cuerpo, mientras la brisa asolaba su rostro. La calma se instauró, y Led chilló al abrir los ojos y contemplar la aterradora altura en la que se hallaba colgando.

Miró a Vicky, y ésta había borrado todo rastro de humanidad: su piel y sus cabellos, brillantes como las luces de una discoteca, eran de un rosa pálido; sus ojos eran de un tono más oscuro y carecían de la hermosa inocencia que la representaba. Led susurró su nombre, y la habilidad le propinó un manotazo para deshacerse de él.

La impresión no le permitía gritar. Vicky, la niña que amaba como a una hermana, lo arrojó hacia una muerte segura.

El suelo se acercaba, y en cuestión de segundos no sería más que un asqueroso mazacote escarlata ensuciando el lugar de descanso de los muertos, pues, Rakso seguía encarcelado y no había nadie más que lo ayudara.

‹‹Me tienes a mí —le recordó la voz de su contraparte—. Úsame… ¡Ahora!››

—No —dijo Led.

Antes de aterrizar en Los Ángeles, Spencer le había advertido que no confiara en su parte demoniaca. Desconocía el motivo de la advertencia, pero aquel mestizo poseía un gran conocimiento sobre el tema y era tonto no hacerle caso. No dispusieron del suficiente tiempo para profundizar en la conversación, sin embargo, al tratarse de una contraparte demoniaca, Led supuso que la entidad deseaba apoderarse de su cuerpo, y que con cada ayuda que recibía de ella, ésta se hacía más fuerte; una prueba de ello fue la breve charla que mantuvieron en el sanitario del aeropuerto de Galeão, cuando la criatura se manifestó en el espejo. Led no permitiría la profanación de su cuerpo, ni de su alma… Prefería la muerte.

Una pared de hielo se alzó a sus espaldas y fue curvándose sutilmente a medida que el mestizo descendía. El frío se clavó en su piel, ya no caía, sino que se deslizaba por un tobogán que lo llevaba directo al suelo. El arco se hizo más pronunciado y lo llevó nuevamente a las alturas y de regreso al piso, una oscilación que se repitió hasta que la velocidad se redujo a cero.

Una mujer entró en su campo visual y lo miró sin expresión durante unos segundos.

—Gracias por salvarme, Blizzt.

—Patético —contestó ella antes de retirarse y ayudar a Rakso a conseguir su libertad.

—No-nos volvemos a ver —tartamudeó alguien con mucha amabilidad. Una mano pálida se estiró en su dirección. Al ponerse de pie, Led advirtió a un Spencer con gafas torcidas—. ¿Estás bien?

—Eso creo —La voz de Led sonaba lastimada. Las heridas emocionales solían ser mil veces peor que las físicas—. Gracias.

Spencer quiso preguntar por lo ocurrido, pero decidió guardar silencio y dejar que Led lidiara con su dolor a solas antes de entrometerse; era lo correcto.

—Cuando quieras hablar… —dejó la frase en el aire, debido a que no tenía idea de cómo terminarla. Sintió vergüenza ante aquello.

Led asintió y apretó el hombro del chico en forma de agradecimiento.

Por otro lado, Rakso discutía con Blizzt. Una vez más, su ego había sido herido al ser salvado por la mujer que lo traicionó. Sus cuernos se veían envueltos en llamas.

—Vicky escapó —añadió Led la cereza del pastel.

Las chispas saltaban con más potencia alrededor de Rakso.

Led intentó acercarse, pero Blizzt le cerró el paso al posicionar su brazo ante él.

—No es buena idea, mestizo —dijo, alzando un domo de hielo para resguardar su persona junto a los dos mestizos.

La furia terminó de consumir al príncipe y, con un grito, desplegó una poderosa onda eléctrica en todas las direcciones, ocasionando un gran apagón que sumió en la oscuridad absoluta gran parte de la ciudad.

El hielo se esfumó, y los mestizos, impresionados, echaron un vistazo a su alrededor para contemplar los daños causados por la rabieta del demonio de la ira.

—Tienes que controlar ese temperamento tuyo —le riñó con amargura—. Dejaste toda la ciudad a oscuras.

—Tampoco es un mal de morir —contestó, de espaldas y moviendo la mano en un gesto displicente. No tenía intenciones de mirarlo—. Hay cosas peores.

Led suspiró.

—Rakso… Necesitamos hablar.