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HISTORIA DE BACBAC, TERCER HERMANO DEL BARBERO

HISTORIA DE BACBAC, TERCER HERMANO DEL BARBERO

"Bacbac el ciego, por otro nombre el Cacareador hinchado, es mi tercer hermano. Era mendigo de oficio, y uno de los principales de la cofradía de los pordioseros de Bagdad, de nuestra ciudad.

Cierto día, la voluntad de Alah y el Destina permitieron que mi hermano llegase a mendigar a la puerta de una casa. Y mi hermano Bacbac, sin prescindir de sus acostumbradas invocaciones para pedir limosna: "¡Oh donador, oh generoso!", dio con el palo en la puerta.

Pero conviene que sepas, ¡oh Comendador de los Creyentes! que mi hermano Bacbac, igual que los más astutos de su cofradía, no contestaba cuando, al llamar a la puerta de uno casa, le decían: "¿Quién es?" Y se callaba para obligara que abriesen la puerta, pues de otro modo, en lugar de abrir, se contentaban con res- ponder desde dentro: "'¡Alah te ampare!" Que es el modo de despedir a los mendigos.

De modo que aquel día, por más que desde la casa preguntasen: ¿Quién es?", mi hermano callaba. Y aca- bó por oír pasos que se acercaban, y que se abría la puerta. Y se presentó un hombre al cual Bacbac, si no hubiera estado ciego, no habría pedido limosna seguramente. Pero aquel era su Destino. Y cada hombre lleva su Destino atado, al cuello.

Y el hombre le preguntó: "¿Qué deseas?" Y mi hermano Bacbac respondió: "Que me des una limosna, por Alah el Altísimo." El hombre volvió a preguntar: "¿Eres ciego?" y Bacbac dijo: "Sí, mi amo y muy po- bre." Y el otro repuso: "En ese caso, dame la mano para que te guíe." Y le dio la mano, y el hombre lo me- tió en la casa, y lo hizo subir escalones y más escalones; hasta que lo llevó a la azotea, que estaba muy alta Y mi hermano, sin aliento, se decía: "Seguramente, me va a dar las sobras de algún festín."

Y cuando hubieron llegado a la azotea, el hombre volvió a preguntar: "¿Qué quieres, ciego?" Y mi. her- mano, bastante asombrado, respendió: "Una limosna por Alah." Y el otro replicó: "Que Alah te abra el día en otra parte:" Entonces Bacbac le dijo: "¡Oh tú, un tal! ¿no podías haberme contestado así cuando estába- mos abajo?" A lo cual replicó el otro: "¡Oh tú, que vales menos! ¿por qué no me contestaste cuando yo preguntaba desde dentro: "¿Quién es? ¿Quién está a la puerta?" ¡Conque lárgate de aquí en seguida, o te haré rodar como una bola, asqueroso mendigo de mal agüero!" Y Bacbác tuvo que bajar más que de prisa la escalera completamente solo.

Pero cuando le quedaban unos veinte escalones dio un mal paso, y fue rodando hasta la puerta. Y al caer se hizo una gran contusión en la cabeza, y caminaba gimiendo por la calle. Entonces varios de sus compa- ñeros, mendigos y ciegos como él al oírle gemir le preguntarte la causa, y Bacbac les refirió, su desventura. Y después les dijo: "Ahora tendréis que acompañarme a casa para cojer dinero con que comprar comida pa- ra este día infructuoso y maldito. Y habrá que recurrir a nuestros ahorros, que, como sabéis, son importan- tes, y cuyo depósito me habéis confiado."

Pero el hombre de la azotea había bajado detrás de él y le había seguído. Y echó a andar detrás de mi hermano y los otros dos ciegos, sin que nadie se apercibiese, y así llegaron todas a casa de Bacbac. Entra- ron, y el hombre se deslizó rápidamente antes de que hubiesen cerrado la puerta.Y Bacbac dijo a las dos cíegos: "Ante todo, registremos la habitación por si hay algún extraño escondído"

Y aquel hombre, que era toda un ladrón de los más hábiles entre los ladrones, vio una cuerda que pendía del techo, se agarró de ella, y silenciosamente trepó hasta una viga, donde se sentó con la mayor tranquili- dad. Y los dos ciegos camenzaran a buscar por toda la habitación, insistiendo en sus pesquisas varias ve- ces„ tentando los rincones con los palos. Y hecho esto, se reunieron con mí hermano, que sacó entonces del escondite todo el dinero de que era depositario, y lo contó con sus dos compañeros, resultando que tenían diez mil dracmas juntos. Después, cada cual cogió dos o tres dracmas, volvieron a meter todo el dinero en los sacos, y los guardaron en el escondite. Y uno de los tres ciegos marchó a comprar provisiones y volvió en seguida, sacando de la alforja tres panes, tres cebollas y algunos dátiles. Y los tres compañeros se senta- ron en corro y se pusieron a comer.

Entonces el ladrón se deslizó silenciosamente a lo largo de la cuerda, se acurrucó junta a los tres mendi-

gos y se puso a comer con ellos. Y se había colocada al lado de Bacbac, que tenía un oído excelente. Y Bacbac, oyendo el ruido de sus mandíbulas al comer, exclamó: ¿Hay un extraño entre nosotros!" Y alargó rápidamente la mano hacia donde oía el ruida de la mandibulas y su mano cayó precisamente sobre el brazo del ladrón. Entonces Bacbac y los dos mendigos se precipitaron encima de él, y empezaran a gritar y a gol- pearle con sus palos, ciegos como estaban, y pedían auxilio a las vecinos, chillando: "¡Oh musulmanes, acudid a socarrenos! ¡Aquí hay un ladrón! ¡Quiere robarnos el poquísimo dinero de nuestros ahorros!" Y acudiendo los vecinos, vieron a Bacbac, que, auxiliado por los otros dos mendigos, tenía bien sujeto al la- drón, que intentaba defenderse y escapar. Pero el ladrón, cuando llegaron los vecinos, se fingió támbién ciego, y cerrando los ojos, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh musulmanes! Soy ciego y socio de estas otros tres, que me niegan lo que me corresponde de los diez mil dracmas de ahorros que poseemos en comunidad. Os lo jura por Alah el Áltísimo, por el sultán, por el emir. Y os pido que me llevéis a preseacia del walí, donde se camprabará todo." Entonces llegaron las guardias del walí, se apoderaron de los cuatro hombres y los llevaron entre las manos del walí. Y el walí preguntó: "¿Quiénes son esos hombres?" Y el ladrón exclamó: "Escucha mis palabras, ¡oh walí justo y perspicaz! y sabrás lo que debes saber. Y si no quisieras creerme, manda que nos den tormento, a mí el primero, para obligarnos a confesar la verdad. Y somete en seguida al mismo tormento a estos hombres para poner en claro este asunto." Y el walí dispuso:

"¡Coged a ese hombre, echadlo en el suelo, y apaleadle hasta que confiese!" Entonces las guardias aga- rraron al ciego fingido, Y uno le sujetaba los pies, y los demás principiaron a darle de palos en ellos. A los diez palos, el supuesto ciego empezó a dar gritos y abrió un ojo, pues hasta entonces los había tenido cerra- dos. Y después de recibir otros cuantos palos, no muchos, abrió ostensiblemente el otro ojo.

Y el walí enfurecido, le dijo: "¿Qué farsa es ésta, miserable embusteso?" Y el ladrón contestó; "Que sus- pendan la paliza y lo explicaré todo." Y el walí mandó suspender el tormento, y el ladrón dijo: "Somos cuatro ciegos fingidos, que engañamos a la gente para que nos de limosna. Pero además simulamos nuestra ceguera para poder entrar fácilmente en las casas, ver las mujeres con la cara descubierta, y al mismo tiem- po examinar el interior de las viviendas y preparar los robos sobre seguro. Y como hace bastante tiempo que ejercemos este oficio tan lucrativo, hemos logrado juntar entre todos hasta diez mil dracmas. Y al re- clamar mi parte a estos hombres, no sólo se negaron a dármela, sino que me apalearon, y me habrían mata- do a golpes si los guardias no me hubiesen sacado de entre sus manos. Esta es la verdad, ¡oh walí! Pero ahora, para que confiesen mis compañeros, tendrás que recurrir al látigo, como hiciste conmigo. Y así ha- blarán. Pero que les den de firme, porque de lo contrario no confesarán nada. Y hasta verás cómo se obsti- nan en no abrir los ojos, como yo hice."

Entonces el walí mandó azotar a mi hermano el primero de todos. Y por más que protestó y dijo que era ciego de nacimiento, le siguieron azotando hasta que se desmayó. Y como al volver en sí tampoco abrió los ojos, mandó el walí que le dieran otros trescientos palos, y luego trescientos más, y lo mismo hizo con los otros dos ciegos, que tampoca los pudieron abrir, a pesar de los golpes Y a pesar de las consejos que les di- rigía el ciego fingido, su campañero improvisado.

Y en seguida, el walí encargó a este ciego fingido que fuese a casa de mi hermano Bacbac y trajese el di-

nero. Y entonces dio a este ladrón dos mil quinientos dracmas, o sea la cuarta parte del dinero, y se quedó con los demás.

En cuanto a mi hermano y los otros dos ciegos, el walí les dijo: "¡Miserables hipócritas! ¿Conque coméis el pan que os concede la gracia de Alah, y luego juráis en su nombre que sois ciegos? Salid ds aquí y que no se os vuelva a ver en Bagdad ni un solo día."

Y yo, ¡oh Emir de las Creyentes! en cuanto supe todo esto salí en busca de mi hermano, lo encontré, lo traje secretaanente a Bagdad, lo metí en mi casa, y me encargué de darle de comer Y vestirla mientras viva.

Y tal es la historia de mi tercer hermano, Bacbac el ciego."

Y al oírla el califa Montasser Billah, dijo: "Que den una gratificación a este barbero, Y que se vaya en seguida." Pero yo, ¡ah mis señores! contesté: "¡Por Alah! ¡Oh Príncipe de los Creyentes! No puedo aceptar nada sin referirte lo que les ocurrió a mis otros tres hermanos." Y concedida la autorización, dije: