—Annie, yo... —Damien luchaba por encontrar las palabras adecuadas—. No tenía idea. Te juro que si hubiera sabido...
Ella levantó una mano, interrumpiéndolo. —Ahora no importa. Lo hecho, hecho está.
—Pero sí importa —insistió Damien, su voz baja pero intensa—. Se suponía que debías estar protegida, no lastimada. Lo siento mucho, Annie. Te fallé.
Annie desvió la mirada, incapaz de sostenerle la mirada más tiempo. La sinceridad en su voz era casi demasiado para soportar. Había pasado años construyendo muros para protegerse, para mantener el dolor a distancia, y ahora, en solo unos minutos, Damien estaba desmantelando esas defensas.
—No necesito tus disculpas, Damien —dijo ella en voz baja, apretando los dedos alrededor de su servilleta—. No hablemos de eso.
Él asintió lentamente, absorbiendo sus palabras.
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