—Me obligaste a quedarme aquí —intentó corregir sus palabras. Aunque él aún no había dado una respuesta, ella podía sentir su malévola aura que la acechaba.
Calhoun se apartó de ella, haciendo girar su silla en un solo movimiento sin mucho esfuerzo. Madeline tuvo que agarrarse de los lados de la silla por el movimiento repentino —Lo hice, ¿no es cierto? —preguntó Calhoun, como si disfrutara manteniéndola allí contra su voluntad—. Cuanto más huyes, más quiero retenerte. Me gusta verte rebelarte —dijo antes de añadir:
— La inocente caperucita roja que no se dio cuenta de en qué se estaba metiendo al entrar en la guarida del lobo.
Cuando Calhoun la invitó a escribir una carta, Madeline no había considerado que había otras cosas en la mente de Calhoun —Vine aquí para escribir la carta —afirmó.
—Y lo hiciste —él estuvo de acuerdo una vez más con lo que ella dijo.
—Debo volver a la habitación. A descansar —añadió y vio cómo Calhoun colocaba sus manos a ambos lados de los reposabrazos.
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