—Su Majestad, puede que sea pequeño, pero sé que nadie en este mundo puede ser completamente altruista. No los culpo. Si queremos sobrevivir en este mundo cruel, tenemos que ser egoístas. Yo no soy diferente. Así que sé que el duque no me adoptará de repente por bondad. Hay cientos de niños en la calle ahora mismo. No puede ser tan amable para darles hogar a todos. Tiene sus razones.
—Prometí no mentirte, Abel. Te diré la verdad —dije—. Tienes razón. No somos altruistas, ni el duque, ni la duquesa, ni el rey, y ni siquiera yo. Atenea es en efecto la santa. Pero ella no lo eligió.
—Ninguna santa elige su destino, por supuesto. No pueden —dijo.
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