—Estoy lista... —dijo Talia al salir del vestuario—. Sorprendida de que Keith no se hubiera movido del lugar desde que ella se fue. —¿Hay algo mal?
Keith estaba mirando a Talia, que sólo llevaba unos pantalones cortos negros y un sujetador de ejercicios rojo, y tragó fuerte. Había visto a chicas más altas, más rellenas, con más curvas, con menos ropa de la que llevaba Talia, pero se encontró sin aliento.
Aún no había ajustado su mentalidad al hecho de que le gustaba, pero ahí estaba ella, adorablemente ignorante de las cosas que estaban surgiendo dentro de él.
Considerando que sólo eran ellos dos en el centro de entrenamiento, Keith sabía que esto iba a ser difícil.
—¿Keith?
—Sí, sí. Estoy bien —Keith tartamudeó con sus palabras—. Espérame en la esterilla. Voy a beber un poco de agua —y a echarme agua fría en la cara.
Talia notó que Keith estaba rígido y distraído cuando regresó.
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